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CATORCE AÑOS

Hacer una nueva amiga no fue tan malo. Su compañía fue una pequeña luz a la oscuridad que se hundía mi corazón.

Gracias a ella, cada vez fue más fácil superar la mudanza de Roma, a tal punto que ya no resultó más doloroso.

Mi error había sido aislarme, entendí que la mejor manera de pasar los duelos era con la calidez de las personas que verdaderamente se preocupan por ti.

Adoraba pasar las horas en su casa. Era como mi escape. Y sentir la calidez de una familia amorosa era algo que siempre había anhelado. Sabía que esa no era mi familia, pero a veces me gustaba fantasear con que sí lo era.

— ¿Y este chico? — dije al ver una fotografía sobre una cómoda de su habitación. Ese chico castaño había llamado mi atención.

— Es mi hermano.

— ¿Dónde está ahora?

— En el extranjero, en un internado.

Miré la fotografía. El chico lucía unos años mayor que nosotros, ¿por qué estaría lejos de una familia tan amorosa?, ¿será por los estudios? La familia de Lea era rica, ¡asquerosamente rica!, no me extrañaría que le estuvieran pagando unos estudios en el extranjero.

Charlamos un rato largo mientras veíamos televisión sentados en su cama. Era una película de Barbie. A ella le gustaban esas cosas de muñecas, flores y magia, y ¿a quién quiero engañar?, yo disfrutaba acompañándola en sus hobbies. Me sentía como en casa, mucho más que en la mía.

Un día recibí una llamada del padre de Lea.

Acudí al hospital de inmediato. Me extrañó que fuera él quien se comunicara conmigo y no ella. Cuando la vi entendí por qué no lo había hecho. Estaba inmóvil, sentada sobre la banca del pasillo, como si no viera ni escuchara nada de lo que sucedía a su alrededor. Estaba en su propio mundo.

Intenté hablar con ella, incluso la abracé, pero no recibí ninguna respuesta de ella.

Lea estaba rota. Era como una muñeca de porcelana hecha trizas.

Tuve que escuchar la historia de su padre para entender lo que sucedía. El hombre me había hablado entre lágrimas, y yo en silencio, totalmente anonadado, lo escuché hasta el final. Su madre había muerto en el suelo de su casa y Lea había estado allí con ella, las dos solas, viendo cómo se escapaba la vida del cuerpo de su madre, sin poder hacer nada al respecto. Había sido un golpe muy fuerte para ella y parecía no poder recuperarse del shock.

Al parecer, la mujer tenía un tumor en la cabeza, pero lo habían descubierto muy tarde, cuando ya no había nada más que hacer.

Me corazón se estrujó con pena, al imaginarme la desesperación que hará sentido mi amiga en ese momento, tu madre muriendo frente a tus ojos, y tú sin pode hacer nada al respecto, más que llorar.

El padre estaba muy preocupado por ella. No sólo debía lidiar con la muerte de su esposa, sino que su hija había caído en un pozo del cual no podía escapar. Él me había llamado creyendo que, al verme, talvez podría volver, pero no lo hizo, fue como si no me reconociera.

Lloré. Realmente lo hice. Me partía el corazón al verla tan rota. Nunca creí que una niña tan infantil como ella pudiera romperse de esa manera, talvez, siempre fue la más frágil de todos.

Con el pasar de los días, y con ayuda de terapia psicológica, Lea logró volver un poco del pozo, del infierno en el que se hundía, pero no estaba bien. No podía comunicarse correctamente y todavía permanecía en su mundo. Pero, por lo menos, ya notaba mi presencia y respondía algunas de mis preguntas.

— La doctora dijo que escribir en un diario te ayudaría — dije y le extendí el cuaderno celeste que había encontrado guardado en el fondo de uno de sus cajones. Su padre me había contado la historia de ese diario, había sido un regalo de su madre en un cumpleaños.

Lea tardó unos minutos para tomarlo, pero al final lo hizo. En sus ojos pude ver reconocimiento, supo que ese era el diario que le había regalado su madre, y que ella nunca le había dado uso, dejándolo abandonado en un mueble viejo. Ya era hora de comenzar a llenar sus páginas. Abrió el diario en la primera hoja y fue cuando la vi llorar después de tanto tiempo.

— "Escribe aquí lo que no puedas poner en tus labios. Yo te esperaré hasta que hayas vaciado tu corazón por completo, y entonces, te ayudaré a comenzar de nuevo. Te quiere, tu mejor amigo, Jeremy." — leyó en voz alta la nota que había dejado en la primera página. Pues, me había tomado el atrevimiento de escribir en él, me alegré que no se enojara —. Gracias.

La abracé y ella lloró en mi hombro.

Otro día recibí nuevamente una llamada de su padre. Cada vez que me llamaba, yo me olía las malas noticias. Él parecía acudir a mí cuando Lea volvía a caer en el pozo.

— Ella parece escucharte sólo a ti — me dijo mientras me llevaba hasta la habitación de Lea.

Mi mejor amiga estaba recostada sobre su cama. Quieta, como una muñeca sin vida. Mirando al techo, sin mover ningún dedo, ni siquiera cuando la llamé.

No, no podía dejar que vuelva a ese infierno. Tenía que rescatarla.

Traspasé la puerta, y entré como un huracán. Tomé su mano, y la invité a salir de la cama. Ella se dejó llevar como una muñeca sin voluntad, y eso a mí me enojaba mucho, la quería de vuelta, no quería esa carcasa sin vida, quería a Lea, a mi mejor amiga.

La llevé fuera de su casa. No solté su mano en todo el trayecto. Caminé con ella hasta un parque. Nos sentamos en un banco, frente a una fuente, que producía una melancólica y líquida melodía. Me mantuve en silencio, no sabía qué decirle, pero sostuve su mano en todo momento, quería que supiera que estaba para ella, aunque fuera de esa forma. Al parecer surtió efecto, porque ella comenzó a llorar como nunca, desde que había muerto su madre, nunca la había visto llorar tanto. Por fin estaba sacando toda su angustia, esa que había estado guardando celosamente en su interior. La abracé con fuerza, era lo único que podía hacer por ella en ese momento, pero para mi suerte, era justamente eso lo que ella necesitaba, que la abrazara.

— Gracias por no abandonarme — dijo de repente Lea —. Gracias por rescatarme de la oscuridad, del infierno que estaba viviendo. 

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