Capítulo Nueve: Fallas irreconocibles
Ambas realidades desaparecieron al mismo tiempo. La luz que la rodeaba estaba absorbiendo todo mientras Liliana se desvanecía hasta tocar el suelo.
Comenzó a escuchar murmullos y sonidos distantes, pero no tenía la lucidez suficiente para entender lo que pasaba, así que simplemente se dejó abrazar por esa intensa luz que poco a poco se tornó en oscuridad.
🎀
—Creo que ya está reaccionando.
Alcanzó a escuchar esa frase difuminándose con el viento. Las figuras volvían poco a poco a marcar su contorno, y después a colorearse y llenarse de formas. Fue comprendiendo que se encontraba recostada en un sillón. No reconoció los muebles inmediatamente, ni a las personas que la rodeaban.
Notó que el sitio en el que estaba se parecía a su departamento, pero con una decoración diferente. Además, la puerta estaba abierta y había un montón de personas recargadas en la puerta, con el gesto preocupado y curioso fijo en ella.
—Nada grave, como les decía —dijo uno de ellos que tenía un estetoscopio al cuello—. Pero está un poco débil. ¿Has estado comiendo bien?
Liliana intentó reincorporarse, pero, en efecto, se sentía débil y mareada. Así que tan solo cerró los ojos un momento con fuerza para sentir que recobraba la cordura.
—¿Quiénes son ustedes? No los conozco. ¿En dónde estoy? ¿Me secuestraron?
Algunas risas débiles volaron entre los presentes. No era en ánimo de burla, sino de estrés liberado por toda la situación.
—No, Liliana. Somos tus vecinos —enunció una señora que estaba cerca de la puerta.
—Beth, la chica del 12 te encontró desvanecida y te trajimos aquí —explicó otra chica que parecía de su edad.
La chica se cuestionó por qué era que no recordaba ninguna de esas caras. Sin embargo, la duda pronto fue resuelta por sus recuerdos, en realidad, nunca se detenía a saludar a sus vecinos. Jamás los miraba, mucho menos ahora que tenía los lentes.
Volvió a pasear sus pupilas por el lugar y, en efecto, tenía todo el sentido saber que se encontraba en otro de los departamentos del edificio.
—Lo bueno es que el doctor Sánchez estaba aquí en su casa, queda cerca de tu piso y ya te revisó. Todo está bien.
Aquel vecino, enunciaba las palabras envueltas en paternidad. No los recordaba, pero parecía que cada uno de ellos la tenía muy presente.
—Si quieres podemos hablarle a tu mamá.
Liliana no sabía qué responder. Poco a poco las fuerzas volvieron y se pudo reincorporar levemente en el sillón. Los observó a todos y de su débil boca salió un:
—Gracias.
Las sonrisas volaron entre los presentes. Algunos vecinos cargaban aún sus bolsas del mercado o tenían niños pequeños curiosos que se asomaban por detrás del adulto que los cuidara.
Entre todos agradecieron las atenciones del médico que habitaba en el edificio. Después, dos vecinas se ofrecieron para llevar a Liliana hasta su departamento y darle un poco de caldo de pollo que tenían cocinándose en casa.
La chica observó a todos despedirse como si fueran sus familiares de toda la vida. Ella tan solo los miraba con los ojos muy abiertos, su piel pálida y el cuerpo casi sin alma.
—No hay nada que un buen caldo de pollo no cure —decía una de las vecinas mientras metía con cuidado las llaves de Liliana al picaporte.
Entre ambas recostaron a Liliana en su propio sillón, le preguntaron por la ubicación de cobijas y cojines para acomodarla mucho mejor. La señora Susana salió un momento para traer la olla con el caldo, mientras la señora Rosario acomodaba a la joven con todo lo que habían recolectado.
El departamento se inundó con ese delicioso aroma cuando Susana entró de nuevo. Recargó su olla en la estufa y buscó unos platos para comenzar a servir.
—¿Segura que no quieres que llamemos a tu mamá?
Liliana reflexionó un momento. La mirada se desvió hacia el resto del lugar, agradecía porque todo ese tiempo mantuvo el orden, quizá le habría avergonzado que la encontraran en las condiciones iniciales.
De pronto, una idea cruzó por su mente, tan repentina como un rayo en medio de un día calmo.
—¿Y mis lentes?
—¿Usabas lentes? —preguntó la señora Susana haciendo memoria.
—A lo mejor se te cayeron, si son para leer y son delgaditos, seguramente quedaron cerca de la puerta —completó Rosario exprimiendo un poco de limón sobre los platos recién servidos.
—No, no, no. Son mis lentes inteligentes. Son grandes y...
—¡Ah, claro!
—No supimos qué era, de pronto hay modas tan raras —dijo la señora Rosario riendo.
Liliana sintió la preocupación borboteando, pero en realidad no tenía la suficiente energía para levantarse y entrar al departamento del doctor Sánchez a recuperar sus lentes. Por el contrario, se dejó hundir en el mar de almohadas y cojines perfectamente acomodados por Rosario y deleitó todas y cada una de las cucharadas que acercó doña Susana a su boca.
Por las venas, sintió que la energía volvía. Lo hacía de una forma diferente, tan gentil y tan pura que casi escuchaba a su cuerpo gritar: "¡Esto es lo que necesitaba!".
Ambas vecinas comenzaron a tejer, con sus hilos de dulzura, una conversación amena. De esas en las que no necesitas participar para soltar una risita de vez en cuando y sentirte parte de cada oración pronunciada.
Liliana, sin querer, olvidó el asunto de los lentes por un buen tiempo. Se hundió en lo que estaba viviendo. No quería que llamaran a su madre porque sabía que, eventualmente, aquello se convertiría en una letanía. No deseaba escuchar más sobre cómo debía cuidarse. Ella sentía que lo estaba haciendo perfectamente bien.
Cuando el tiempo fue prudente, ambas señoras se despidieron, recordándole a Liliana los números de sus departamentos. Se quedó una vez más en el silencio de su casa, porque era demasiado llamarlo "hogar", y más pronto de lo que ella hubiera querido, la preocupación por los lentes volvió.
Liliana se quitó todas las mantas que tenía sobre el cuerpo y rompió la comodidad que ya había adquirido. Afortunadamente, recuperó mucha energía, incluso más de la que tenía antes de desvanecerse. Se acomodó un poco el cabello en el espejo, tal vez no le molestara demasiado si pensaba que aquello era como configurar su avatar. Después salió directo hacia casa del médico.
🎀
El doctor Sánchez acababa de regresar del consultorio. Ese día había sido fuera de lo normal. Tuvo que llamar a su secretaria para pedir que cancelara un par de citas, porque no contaba con que su vecina requiriera de sus atenciones.
Como médico, sabía que no era ético negarle la atención a alguien, pero la verdad era que esa chica no le agradaba demasiado. La había visto por ahí desde el día en que se mudó. Era la única que rompía la armonía vecinal del edificio.
Bajo su criterio, portaba un alma quejumbrosa. No le agradaban ese tipo de personas. Daban la impresión de siempre tener algo sobre lo que estar molestos, incluso se iban resolviendo las antiguas situaciones sobre las que se quejaban.
La lectura de su libro fue interrumpida por el sonido de la puerta. Alguien llamaba desesperadamente, pero el hombre supo inmediatamente de quién se trataba. Antes de levantarse, le echó un vistazo a los lentes que se encontraban recargados en el comedor, y después abrió la puerta.
—Mis lentes —exigió Liliana sin añadir más explicaciones.
El hombre la miró levantando una ceja antes de cerrar por completo su libro y señalar el interior de su departamento.
—Buenas noches, Liliana. ¿Cómo te has estado sintiendo?
La amabilidad del médico hizo que la chica despertara un instante. No había querido ser tan grosera a propósito, lo que sucedía era que resultaba más inmediata su manera de interactuar en el mundo virtual. Ya no tenía que darle mil vueltas a las interacciones, como le pasaba en la vida real.
—Perdón —dijo de manera seca—. Es que los olvidé.
El doctor Sánchez tomó asiento de vuelta en su sillón y suspiró.
—Están ahí en el comedor. —Señaló volviendo a abrir el libro.
Liliana depositó toda su alma sobre los mismos, quienes la recibieron con un brillo peculiar. Le pareció que incluso podían guiñarle el ojo si es que se acercaba con mayor emoción.
Apenas iba a tocarlos cuando la voz del médico volvió a interrumpir.
—Qué curioso invento —comentó sin quitar la vista del libro.
—¿Los lentes?
—Sí. Siempre me ha parecido curioso que emulen una realidad que ya existe.
La chica no pudo evitar soltar una risa. Recordó al hombre de las oficinas de la luz. Qué ilusos, en especial el doctor Sánchez. Seguramente no había experimentado la jugosa realidad virtual, ahora pensaba que era lo mismo que ese horrible mundo en el que estaban.
—No —soltó Liliana tomando los lentes—. No se parece ni un poco. Aquí todo se puede decidir.
—¿En serio? —preguntó el hombre girando la página—. Por un momento creí que alguien más lo programaba.
—Así es.
—Entonces alguien decide por ti.
Liliana volvió a reír, esta vez a manera de desesperación, mientras paseaba sus preguntas por el contorno de los lentes.
—No, no. Ellos me dan opciones...
—Que alguien decidió por ti —completó el doctor cerrando el libro de una vez para mirarla—. ¿Sabes, Liliana? Lo interesante de este mundo, es que tiene tantas posibilidades que aún las seguimos descubriendo. Un mundo que se va diseñando y un mundo que se va descubriendo no es lo mismo.
—¿Y de qué me sirve que esas posibilidades existan si ninguna está a mi favor?
—¿No lo está? —El libro volvió a abrirse—. ¿Qué has decidido en esos lentes que no puedas decidir aquí?
La chica pensó que era suficiente. Así que sin decir una palabra tomó los anteojos muy fuerte entre sus manos y salió del departamento dejando la puerta abierta.
Regresó al propio sacando humo por la consciencia. ¿Qué había decidido en los lentes que no pudiera decidir ahí?
Los observó con cuidado. Recordó cómo se miraba su avatar, después volvió a escudriñarse en el espejo. Ella decidió cambiarse... eso no lo podía hacer en la vida real o...
Acomodó de nuevo los almohadones como lo había hecho su vecina mientras recordaba la vez que la había visitado su madre. Era muy tonto, porque en realidad no estaba cambiando algo tan radical como en el juego, pero le producía una sensación similar, peinarse, colocarse un poco de rubor.
Pensó un segundo en Connie, ¿la hubiera conocido sin los lentes? Pareció fallarle cuando más la necesitaba. Daba la impresión de que los lentes no podían editar su forma de actuar. Connie había sido tan buena amiga... ¿Sería que entonces no era el mundo el problema?
Recargó los lentes en una de las mesitas que estaban a un lado del sillón y se acurrucó lo mejor que pudo entre las cobijas. Un bienestar general la llenó. El tupper con más caldo de pollo aún seguía soltando un aroma delicioso. No se levantó a cenarlo porque quería que mantuviera eso. Esa sensación de hogar, esa sensación de que todo estaba bien.
Abrió un momento los ojos cuando su alma sintió que ni siquiera el mejor de los momentos en Virtual Realities la había hecho sentir así. Era una ola tan fuerte, cuando, por primera vez, la verdadera realidad (aunque resultara extraño llamarla así), le agradaba y le agradaba mucho.
Y cuando estaba a punto de quedarse dormida, la pregunta regresó: ¿Qué había decidido en los lentes que no pudiera decidir ahí?
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro