Capítulo Dos: Una nueva realidad
La noche la fue envolviendo sin dejar un segundo para que Liliana lo notara. Fue el leve ardor en los ojos lo que le indicó que quizá había pasado demasiado tiempo con los nuevos lentes, porque la luz del sol ya estaba asomando por la ventana.
A regañadientes entró a la ducha, como una niña pequeña después de haber estado jugando en el jardín. Sin embargo, agradecía profundamente aquella sensación. Tenía bastante sin que algo le interesara lo suficiente como para sacrificar su descanso, o su desayuno, porque prefirió comer una manzana sin prestar demasiada atención, la mente la tenía solo en los anteojos.
Su apartamento se había convertido en algo interesante. El clima aparecía de manera dinámica, mostrando las nubes que soltaban lluvia, como estaba pronosticado para ese momento. Rio un poco cuando levantó las manos frente a ella y notó las gotas cayendo por entre sus dedos.
Casi podía jurar que percibía la fría lluvia dando en la palma de su mano.
Cada aplicación era más interesante que la anterior, así que, cuando el reloj dio la hora para ir al trabajo, sintió en el fondo del estómago cómo sus ganas de quedarse la desgarraban por dentro.
Vaciló unos segundos en el marco de la puerta, mirando los lentes que la seducían desde el comedor. Le dolía demasiado dejarlos, pero necesitaba hacerlo. Finalmente, se escuchó el crack en su corazón cuando cerró la puerta y echó la llave.
Ojalá le hubieran dado ese regalo mucho antes.
Pensó en eso durante todo el trayecto. Pensó en lo mucho que le gustaría que ese regalo quizá se lo hubieran dado en sus años adolescentes. Eran esos días de constante ocio los que hubieran recibido a la perfección un obsequio como ese. Seguramente se hubiera puesto muy feliz al notar que la vida no era tan aburrida.
Sin nada que hacer, era inevitable reflexionar sobre esas cosas, porque sí, ella creía que esa semilla del mal que la estaba consumiendo había sido sembrada muchísimo tiempo atrás.
No estaba segura de cuánto, porque cuando era niña recordaba momentos alegres, empapados de la más pura e idílica infancia; pero también recordaba momentos amargos o momentos "apagados", como era más propio nombrarlos.
En la adolescencia las cosas no mejoraron, porque le ocurrió lo peor que le puede pasar a un joven en esa etapa. No, no fue derrotada en la competencia más ambiciosa, ni rechazaron su solicitud para algún curso o escuela que realmente quisiera. Ni si quiera le pasó que no la dejaran ir al concierto de su grupo preferido o que todo su grupo de amigos la traicionara. Le sucedió algo aún peor, y más preocupante: nada.
Tecleó en la computadora con un poco de ira en el golpeteo de sus dedos. ¿Quién más sabría lo que se siente que no te pase... nada?
Después de los torbellinos que tuvo que pasar en la infancia con la economía que tambaleaba sobre la espalda de su madre, le perturbaba recordar la sensación de no tener nada. No tenía muchos amigos, no había demasiados problemas, no había drama y no había alegría. Miró el reloj, sintiendo que el viento le gritaba: "¡Como ahora"!". Le molestaba que aquel siempre tuviera la razón.
Ese día fue uno de los peores en mucho tiempo, una sufridera constante. La mente recordando, reflexionando y aturdiendo a cada minuto. Pero una cosa era cierta sobre ese caótico día de trabajo, y era un hecho que le hacía sonreír de vez en cuando, mientras nadie la mirara: estaba sucediendo ALGO.
La hora de salida se convirtió en ese preciado tesoro que le cantaba como sirena. Estaba convencida de que aquello era justo por lo que valía toda la pena sufrir en el tiempo de trabajo. Sintió que la emoción, la vida, le regresaba y corría por sus venas mientras salía de la oficina. Y casi explotó de la dicha cuando su pie tocó el primer escalón para llegar a su apartamento.
Ya había recorrido casi todas las aplicaciones preinstaladas durante la noche. Ahora sus dedos bailaban por enfrente de sus ojos para explorar qué otras funciones la sorprenderían. Abrió un par de videos para mirar tutoriales. Sentir a las personas hablando tan cerca de ella, le parecía maravilloso.
No quería parecer patética (aunque en el fondo así se sintiera), pero eso la hacía sentir un poco menos sola.
Se detuvo a mirar un tutorial con peculiar interés. Ya había llenado la aplicación de notas con algunos pensamientos que sentía que le sobraban en la mente. Miró el clima, las noticias, se quiso convertir en una experta en bolsa abriendo la aplicación de finanzas, y percibió la cercanía humana al escuchar los tutoriales; pero esta persona hablaba de algo más.
—Es como en una película —dijo ella. La voz estaba un poco rota, pero le agradó escucharla porque casi no lo hacía. Casi nunca escuchaba sus propia voz, porque se la pasaba todo el día callada, así que le pareció una melodía apropiada.
Tomó el tutorial que miraba y lo minimizó con las manos. Comenzó a seguir las instrucciones de la persona que hablaba frente a ella y finalmente su respiración se cortó cuando logró configurar todo. Justo frente a sus ojos apareció otra realidad.
Era un teatro, lo había configurado así para ver películas, pero aunque aquel no fuera el propósito, Liliana sintió un sueño hecho realidad. Ya no estaba en su aburrido y absurdo departamento, en el que casi se sentía obligada a estar. Mejor dicho, ya no estaba en esa aburrida realidad en la que tenía que vivir.
—Esto es increíble —soltó.
Escuchar su voz en el teatro la hacía sentir que todo era mucho más real.
Tomó asiento en la sala, pero se sintió como tomarlo verdaderamente en aquellos asientos aterciopelados rojos que se alineaban a sus costados. La pantalla negra en donde se podía proyectar una película, la miraba. Estaba esperando que hiciera uso de ella, pero Liliana no quería eso. Deseaba quedarse el mayor tiempo posible contemplando ese mundo. SU mundo.
Sí, por supuesto, ella no lo había diseñado, pero se sentía como su mundo real. Si pudiera, se quedaría todo el rato ahí, contemplando las lámparas doradas, imaginando el aroma de un hermoso ramo de rosas que decoraba el fondo del salón.
Cerró los ojos, y en la mente pintó cómo sería el resto del recinto. Creía que le quedaría bien estar junto a un canal. La gente transitaría con hermosas gabardinas, muy elegantes. El aroma a loción y perfume estaría por todas partes, bailando como dos enamorados.
Sonrió pensando en lo bien que se sentiría estando ahí, pero sonrió aún más cuando abrió los ojos y se dio cuenta de que sí lo estaba. Aunque una parte de su mente le decía que no, que en realidad seguía en su departamento, el corazón le susurró que ella sí estaba en el lugar que había imaginado.
Hacía tanto que no veía una película, porque incluso esas cosas le parecían ya aburridas e insípidas, pero con el nivel de comodidad que tenía, era mucho más sencillo dejar entrar esas pequeñas e insignificantes cosas que hacen el día a día.
Vio una película, un par de cortometrajes y unos capítulos de una serie, pero lo que más le gustaba en realidad era estar en el teatro.
Recogía sus rodillas para abrazarlas y sonreía una y otra vez al mirar los detalles del recinto.
De un momento a otro, se levantó para ir por una pequeña vela aromática que le había regalado su madre unas navidades atrás. Jamás la encendió, pero como su aroma era de "rosas silvestres", creyó que quedaría perfecto para la ambientación del teatro.
La noche fue avanzando, fue un día lluvioso, pero esa era perfecto, porque la chica podía imaginar esas gotas de lluvia acumulándose en las afueras de su nuevo sitio preferido.
Todo era justo como necesitaba que fuera.
No notó cuando se quedó dormida, pero sí lo mucho que se le marcaron los lentes en la cara. Se estiró por lo alto, intentando que su cuerpo recuperara el sentido. Era como si hubiera descansado todas las noches de insomnio en una sola. Se quitó los lentes con cuidado, porque las marcas le habían dejado la piel irritada, pero ese dolor que percibía estaba contrastando con el bienestar interno.
Lavó su rostro con cuidado y después se dirigió un gesto de triunfo al terminar de enjuagar todo el jabón. Soltó una risa suave, mientras abría la regadera para bañarse con todo el gusto del mundo.
🎀
Los rayos del sol parecían reclamar su lugar en la ciudad después de aquella lluvia torrencial. Eso provocaba que incluso las banquetas más lejanas, estuvieran contentas, porque las plantas que las custodiaban ahora estaban frescas y desprendían la felicidad de esa perfecta combinación entre sol y lluvia.
Liliana estaba acomodándose el cabello antes de salir. Los rayos ya estaban entrando anticipadamente a su departamento, y uno de ellos, para bien o para mal, dio justo sobre los lentes.
¿Sería prudente salir con ellos? Con la inseguridad que existía en la ciudad, seguramente serían demasiado llamativos. Esa cubierta color blanco que brillaba al más mínimo contacto con el sol. Ese cable largo y ancho, como de astronauta. Además, ¿qué pasaba si se quedaba sin batería? ¿Dónde podría cargarlos sin preocuparse de que alguien los robara?
Volvió su mirada hacia el espejo, como intentando despejar la duda de qué hacer con los lentes; pero las ganas de continuar con la investigación de ese nuevo mundo, la hizo mandar todas las excusas justo por el drenaje y tomar los lentes antes de salir de casa.
🎀
Las miradas no se hicieron esperar. En el metro la volteaban a ver todos sin excepción. Hasta ella se volteaba a ver a sí misma, cuando pasaba por una superficie que la reflejara. Estaba a punto de dejar todo a un lado, porque la presión de ser el centro de atención la estaba consumiendo, pero fue ese pequeño instante en el que otro brillo llamó su atención, que todo su interior se relajó.
Era un chico, que estaba al fondo del vagón. Tenía una mochila gris oscuro y los mismos lentes que ella. Portaba una seguridad indiscutible y la calma de quien sabe precisamente lo que está haciendo. Todo eso la hizo sentir mucho mejor.
Sin darse cuenta, acomodó su postura, se colocó en una mejor posición, porque la simple presencia de alguien más compartiendo nuestra realidad, siempre nos empuja a enorgullecernos de la misma.
Ahora que estaba más relajada, encendió los lentes. Notó al otro chico seleccionando opciones en el aire, sin que le molestara si las miradas viajaban hasta él, así que ella hizo exactamente lo mismo.
Cuando los lentes se iniciaron, todo el menú que había configurado la noche anterior se desplegó ante ella. Sonrió al mirar las notas que dejó con sus pensamientos flotando frente a ella. El clima estaba pequeño a un costado derecho e indicaba un día soleado (por supuesto, con un precioso sol enmarcando las palabras).
El otro chico bajó unas estaciones más adelante, pero la seguridad que le proporcionó se quedó con ella hasta la oficina.
Todo ese tiempo siendo invisible en el trabajo, pero aquel día, nadie dejó de detenerla para preguntarle sobre los nuevos lentes. Le dirigían sonrisas amables, le invitaban algunas golosinas con la intención de que los dejara probar aunque fuera unos instantes aquel magnífico invento.
Cuando llegó a su escritorio, tuvo que tomarse unos cuantos minutos para digerir todo lo que había pasado. Era como si se tratara de una estrella de cine, o algo mucho mejor para la soledad de alguien: una persona importante. Im-por-tan-te. ¿Era tan difícil ser una?
Admiró sus alrededores, con todas las aplicaciones desplegadas que había estado abriendo en su camino al sitio de trabajo, y sonrió porque las miradas de todos seguían en ella, aún por debajo de las ventanas transparentosas.
Curioso cómo ser el centro de atención comenzó molestándola, y ahora parecía ser lo que más le gustaba de su nueva realidad. Sí, porque eso era... una nueva realidad.
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