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24

La brisa silbó a través de las ramas de los árboles que se cruzaban entre sí. Una nube de polvo se levantó y, en un instante, todo quedó oscuro. De repente, fui transportado a otro lugar donde podía ver todas las estrellas del firmamento. Miré hacia abajo para ver un océano que parecía leche. De allí surgió una enorme serpiente de cinco cabezas, cada una coronada con una diadema brillante.

Un pez saltó del océano y se convirtió en una tortuga, luego en un jabalí, después en un enano y, finalmente, en un hombre de piel azul. En su pecho, destacaba un rizo de vello blanco. Tenía cuatro brazos y en sus respectivas manos sostenía una rueda, una caracola y un garrote. Con una gracia sobrenatural, se reclinó sobre la serpiente y se enroló a su ombligo.

—Bienvenido a mi hogar. Me llaman como "el conservador" o "el protector" que aparecerá cuando el mundo se halle amenazado por el mal, el caos y las fuerzas destructivas. Soy Visnú —dijo con una voz que resonaba en todo el lugar.

Un hombre con una cabeza de águila y alas rojas se ubicó detrás de Visnú, mientras dos elefantes blancos se ajustaban a cada extremo.

—¿Por qué estoy aquí? —inquirí, tratando de mantener la compostura.

Visnú sonrió, un gesto que parecía contener toda la sabiduría del universo.

—Creo que tanta opulencia no le gusta a nuestro invitado, mi querida Laksmi—le dijo a una mujer hermosa que comenzó a masajearle sus pies—. Mejor hablemos en un lugar más común para él.

El entorno se transformó rápidamente, volviendo a algo más familiar para mí. Un paisaje más sencillo y natural, pero la presencia de Visnú seguía siendo imponente.

—Mis palabras para ti serán breves —continuó, su tono serio—. Eres una cáscara hueca en las manos de Shiva, merodeas su posesión más preciada, y como lo conozco, sé que pronto pintará las paredes con tu sangre si no la dejas en paz. Toma mi consejo y vete a tus tierras.

—No le tengo miedo —respondí. Restándole importancia a su consejo.

Visnú y Lakshmi intercambiaron miradas antes de que él soltase una carcajada resonante.

—Aquí nadie habló de miedo —dijo Visnú—. A veces, la soberbia es la máscara de la ignorancia. No obstante, me agrada ayudar a los desamparados como tú, quienes no comprenden su condición de futuros muertos. —Torció los labios en una sonrisa cínica—. Nosotros, los dioses, somos celosos con nuestras posesiones. Por lo visto, es prudente que enrolles y protejas lo que te cuelga entre las piernas y te alejes. Ella no merece a un hombre que solo quiere saciar sus apetitos.

Sentí la rabia crecer en mi pecho y lo miré fijamente.

—Esa joven no es una tierra a la cual conquistar para saquear, sino erigir y adorar—continuó, con una severidad que atravesaba como una lanza—. En sus hombros pesa una gran responsabilidad, y deseas exponerla al peligro solo por tu egoísmo

—No tiene derecho a reprocharme nada —espeté, con furia—. No me conoce para qué...

—Calla. —Me cortó, su voz ahora afilada como un cuchillo—. Un miserable y una balanza tienen esto en común: algo insignificante los hace bajar, y una pequeñez los levanta de nuevo —continuó, mirándome con desdén—. Las personas como tú creen que son sabias con cualquier mentira, pero también se sentirán derrotadas por su falta de comprensión.

Sus palabras resonaron en el aire, cada una más pesada que la anterior. Me sentí como si estuviera siendo despojado de todas mis defensas, dejando al descubierto mis temores y deseos más profundos.

—Escucha bien, mortal —dijo Lakshmi, con una voz que era tanto una súplica como una advertencia—. Lo que tienes con ella es precioso y frágil. No lo destruyas por tu propio orgullo. Si la quieres, debes ser sabio y considerar el bien más importante.

La tensión en el aire era palpable, y Visnú me observaba con una mirada que parecía atravesarme. Sentí una sensación de frustración, y algo más profundo que no quería admitir.

—No le pedí ningún consejo —objeté, alzando las manos con impaciencia.

Visnú frunció el ceño, su voz autoritaria resonando en el espacio que nos rodeaba.

—¿Por qué la persigues? —me cuestionó—. ¿Podrías hablar contigo mismo con la verdad?

Mi silencio fue mi única respuesta. Observé su semblante por unos segundos, considerando mis opciones. Podía decirle que simplemente era deseo, que no había amor. Podía decirle que no sabía amar, que nadie nunca me había amado. Pero ¿cómo explicar esa emoción tan abrumadora que provocabas en mí? O la tristeza que me embargaba cuando te ibas. No, no iba a hablar de mis sentimientos con él. Jamás. La risa de Visnú resonó en el fondo, burlona y omnipresente. Respiré hondo, tratando de ignorar la certeza de que había un dios capaz de leer mis pensamientos.

—Te haré una oferta, crearé para ti la mujer más hermosa que haya pisado la tierra —se burló—. Le daré todos los atributos que me pidas y estará siempre disponible para saciar todos tus deseos.

Chasqueé la lengua con desdén.

—Gracias por el ofrecimiento, pero me temo que voy a rechazarlo —dije, esforzándome por mantener la calma—. No necesito tu ayuda para conseguir o retener a la mujer que deseo.

Visnú inspiró hondo, su mirada penetrante.

—¿Por qué rechazas mi ayuda? —preguntó, su tono de voz teñido de curiosidad y algo más profundo—. ¿Por qué harías algo así?

Mi silencio fue suficiente para él. Se echó a reír, una risa burlona y maliciosa.

—Si pudiera ver lo que veo, no dirías eso —se encogió de hombros, como si me comprendiera más de lo que yo mismo me comprendía—. Lo que te niegas a responder te llegará de la forma más dolorosa que puedas imaginar.

Sentí un escalofrío recorrer mi espalda. Sus palabras eran una advertencia clara, pero también una provocación. No deseaba mostrar debilidad ante él ni ante nadie, y menos aún reconocer los sentimientos que trataba de ocultar incluso a mí mismo.

—No necesito ver lo que tú ves —dije, tratando de mantener mi voz firme—. Sé lo que siento y lo que quiero.

Visnú me miró con... ¿Pena? O tal vez fue condescendencia. Con sus manos formó una flor de loto con la cual empezó a jugar. Me miró de reojo, de forma distante y desconcertante.

—Las personas carecen de comprensión acerca del proceso de crear y destruir. Si no creamos, no podemos destruir nada; pero de las ruinas podemos inventar algo nuevo —dijo mientras veía cómo la flor de loto renacía y moría en sus manos—. No existe un principio sin un final y viceversa. Ahora me cuestiono, ¿quién eres en verdad, Eiden De'Ath?

No le contesté y respiré hondo, intentando mantener la compostura mientras sentía su risa resonar en mi pecho, burlándose de mi obstinación.

—Quiero que todos ustedes dejen de intervenir en mis asuntos —respondí, tomando aire y soltándolo lentamente.

Visnú sonrió, pero no dijo nada más. Seguía jugando con la flor de loto, observándome con curiosidad.

—¿Quieres saber cuál es su nombre? —preguntó, una sonrisa asomando en sus labios.

—En realidad ya ni me importa —respondí sin dudar. Lo decía en serio, no bromeaba.

Su sonrisa se amplió, y su risa profunda y resonante llenó el espacio. Una oleada de rabia me atravesó, pero me mantuve firme.

—¿Y en qué posición nos deja eso? —preguntó, su tono cargado de una curiosidad desafiante.

Medité antes de contestar, buscando las palabras adecuadas.

—En nada... —dije finalmente—. Nadie me alejará de ella, ni Shiva, ninguna deidad, ni siquiera tú.

Visnú dejó de jugar con la flor de loto, su mirada se volvió intensa y su voz adquirió un tono solemne.

—La verdadera visión es el conocimiento, no lo que el ojo observa. En realidad, los ojos a menudo nos engañan—dijo, y su voz me aceleró el corazón—. Tú y yo nos veremos... después.

Antes de que pudiera responder, el entorno cambió abruptamente. Sentí una sacudida, como si la realidad misma se desmoronara alrededor mío. Parpadeé y, en un instante, estaba de vuelta en el claro donde todo había comenzado. El sonido de las hojas susurrando al viento llenaba el aire, y el cielo estaba teñido de los colores del atardecer.

Miré a mi alrededor, buscando alguna señal de Visnú, tuya o de Ganesha, pero no había nada. Solo el susurro del viento y el suave canto de los pájaros. Sentí un peso en el pecho. Las palabras de Visnú resonaban en mi mente, y aunque no quería admitirlo, sabía que no podía ignorar la advertencia.

Me giré y comencé a caminar hacia el palacio de Narendra, con el corazón pesado y la mente llena de preguntas sin respuesta. Lo único claro era que mi determinación no había cambiado. Nadie me alejaría de ti, y estaba dispuesto a enfrentar cualquier reto que se interpusiera en nuestro camino.

Vi a Narendra por una de las ventanas, enfrascado en su búsqueda entre estanterías llenas de pergaminos y libros antiguos. Cuando levantó la vista y me vio, me llamó con un gesto de su mano, su mirada llena de urgencia.

—Aquí está —dijo, entregándome un pergamino con el sello de mi padre. Lo desenrollé y examiné con cuidado, notando un tono forzado en la carta, como si alguien hubiera intentado imitar el estilo de Amerkan sin lograrlo del todo.

—Gracias —dije, devolviéndole el pergamino—. Lo consideraré, mañana, tal vez. Ahora voy a descansar. Envía mi comida a mi habitación, sin compañía. No quiero que nadie me moleste.

Narendra asintió, pero la tensión en su mandíbula era evidente. Sabía que mi respuesta no era lo que él deseaba realmente, y esa pequeña victoria me dio un poco más de tiempo para idear un plan.

Salí de la estancia y me dirigí hacia los jardines. Las flores exóticas y los árboles altos proporcionaban una apariencia de tranquilidad, pero mi mente estaba en caos. Caminé hasta un rincón apartado del jardín, me senté en un banco de piedra.

Necesitaba hablar contigo, hacerte comprender mi oferta y esperar que aceptaras. El tiempo corría, y cada segundo, era crucial. Pero la imagen de Visnú y sus palabras seguían acechándome, cuestionando mis motivos y sembrando dudas en mi mente.

"¿Por qué la persigues?", había preguntado. La pregunta era sencilla; a pesar de ello, la respuesta era compleja. No podía dejar de reflexionar sobre ti, en la forma en que me hacías sentir; aun así, también persistía en mí el temor de que mis deseos egoístas te pusieran en peligro. Sacudí la cabeza, intentando liberarme de mis pensamientos. No podía permitirme dudar, no ahora.

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