17
Me desperté desorientado en mi habitación. Quité las sábanas que me cubrían y palpé cada parte de mi cuerpo por si faltaba algún miembro importante. Solo encontré rasguños y moretones. No pude levantarme durante dos días y medio a causa de una fiebre que me debilitó. Esto no impidió que siguiera en mi empeño por acercarme a ti, ganarme tu confianza y llevar a cabo mi plan de tenerte en mi cama, dispuesta y receptiva.
De acuerdo con mi estrategia, madrugaba para saludarte antes de que salieras y fingía encontrarte en el mercado como si fuera un encuentro casual, cuando en realidad te observaba. Necesitaba que bajaras tus defensas en torno a mi persona. Lo único molesto eran los intentos de Shiva por alejarme de ti.
Un día fui a buscarte al bosque. Normalmente, cuando no te veía deambulando por el mercado o en algún templo, sabía que estabas por esos lados. Te encontré con algo de dificultad, ya que sentía que cada rama se transformaba en filosas cuchillas dispuestas a destriparme. Eso tenía que ser obra de tu protector.
El sol apenas se asomaba por el horizonte cuando te hallé. Te encontrabas agachada, cubierta con una túnica sencilla, tus manos enterradas en la tierra mientras sembrabas pequeños árboles. El claro estaba compuesto por árboles altos cuyas hojas susurraban con la brisa, y el canto de los pájaros llenaba el aire con una serenidad casi irreal. Me acerqué lentamente.
—Namasté —dije, mientras juntaba las palmas de las manos a la altura del pecho, con una breve inclinación del dorso.
Levantaste la cabeza y me dedicaste una sonrisa cálida, pero breve.
—Namasté—Tu voz era suave, casi como un susurro.
Sentí un temblor recorrer mi cuerpo al escuchar tu voz. Me acerqué unos pasos más y me agaché junto a ti, observando cómo tus manos cubrían las raíces de los árboles con tierra. El viento sopló suavemente y levantó mechones de tu cabello que marcaban tu rostro. Deseaba alargar la mano para apartarlos, pero me contuve, recordando mi plan y lo vital que era mantener la paciencia.
—Puedo ayudarte, si quieres —ofrecí, aunque mis intenciones estaban lejos de ser altruistas.
Me miraste con curiosidad y luego asentiste. Tomé las semillas y las planté contigo. Sentí que cada acción y movimiento que hacía me ayudaba a alcanzar mi objetivo. Mientras trabajábamos en silencio, una parte de mí no pudo evitar preguntarse si esto en verdad valía la pena.
Observé tus manos trabajar con una habilidad que no esperaba. Era como si estuvieran conectadas con la tierra; tus dedos se movían con una gracia que me resultaba extraña y fascinante a la vez.
—¿De qué son estas semillas? —pregunté, tratando de ocultar mi escepticismo.
—Son semillas de Rudraksha —respondiste sin levantar la vista—. Son muy especiales.
—¿Especiales cómo? —No pude evitar que un tono de incredulidad se colara en mi voz.
Te detuviste, tus ojos llenos de una calma que casi me molestaba.
—Los árboles de Rudraksha son sagrados. Fue concebido a partir de las lágrimas de mi señor. Mientras bailaba su danza tándava, percibió los sufrimientos y dificultades de los seres humanos y comenzó a llorar. Sus lágrimas, al entrar en contacto con la tierra, se transformaron en estas semillas.
Me reí por lo bajo, con burla y desdén.
—¿Curativas? No lo sé. Todo esto me parece un poco... raro.
Te erguiste y me miraste fijamente.
—Gracias a mi señor, sus semillas tienen propiedades espirituales y curativas. —Me dedicaste una sonrisa condescendiente que me hizo sentir incómodo—. Además, dan sombra y cobijo al necesitado. Cada árbol que crece es un acto desinteresado.
—¿A qué te refieres? —pregunté.
—Que esto no se trata solo de nosotros. Se trata de todo lo que nos rodea, de preservar algo para las generaciones venideras. —Tu voz era suave, pero firme—. Es posible que no esté aquí cuando estos árboles crezcan, pero tener la certeza de que otros serán felices me resulta beneficioso. Recuerda, eres parte de un todo y a la vez no eres nada.
El tiempo pasó sin que me diera cuenta, y antes de que el sol estuviera completamente alto en el cielo, habíamos plantado varios árboles. Me levanté, sacudiendo la tierra de mis manos y ropa.
—¿Qué sucede si no existen generaciones después de nosotros? ¿Si todo esto es en vano?
Mi comentario te detuvo.
—Entonces habremos hecho lo mejor que pudimos.
Me encogí de hombros y permanecí allí, en el claro, observándote mientras continuabas con tu tarea. Empezaste a cantar una canción suave dedicada a Shiva. Tu voz era clara y pura, cada sonido parecía flotar en el aire, impregnando el bosque con una profunda sensación de tranquilidad. Los árboles parecían inclinarse hacia ti, y hasta los pájaros guardaban silencio, como si toda la naturaleza se uniera en reverencia a tu canto.
Shiva guía mi mente para que pueda cambiarla lejos de un lugar materialista
Nos enseñas cómo enfocarnos para que el loto se desarrolle en concentración
Om Namah Shivaya Shivaya Namah Om
Observar cómo te entregabas a tu protector me llenaba de una sensación que no podía ignorar: celos. No era solo una cuestión de admiración; tu conexión con él parecía extraña. Me hacías sentir que Shiva poseía un lugar en tu corazón que yo nunca podría ocupar. Estas emociones me abrumaban, creando un nudo en mi pecho que se apretaba cada vez que te escuchaba hablar de él.
La melodía prosiguió, cada palabra, un recuerdo de tu fidelidad y amor hacia él. ¿Cómo podía competir contra un ser omnipresente en tu vida, que había moldeado cada aspecto de tu existencia?
Me planteaba la posibilidad de que, en algún momento, podría ganarme un fragmento de ese fervor, si había alguna forma de apartarlo de ti y de mis planes. Mis celos eran un veneno lento, envenenando cada momento que pasábamos juntos, llenándome de dudas y desesperación, pero no me daría por vencido. Me negaba a perder contra él.
Sabía que debía ser paciente, que cada acción debía estar cuidadosamente calculada. Si quería separarte de Shiva, no podía simplemente arrancarte de su lado. Tenía que hacerte ver que había otro camino, uno donde yo era el centro de tu universo. Pero ¿cómo lograr eso cuando parecía que cada fibra de tu ser estaba entrelazada con su esencia?
Te ayudé con los últimos retoños, sintiendo la tierra bajo mis uñas. Cuando el último árbol estuvo en su lugar, te levantaste y me miraste con una sonrisa que casi me desarmó.
—Gracias por tu ayuda.
Asentí, guardando para mí los pensamientos oscuros que bullían en mi mente. Mientras caminábamos de regreso, sentí que había dado un pequeño paso hacia mi objetivo. Pero la lucha estaba lejos de terminar. Shiva era una presencia constante, un rival formidable. Pero yo estaba decidido a ser el único en tu vida. Y no me detendría ante nada para lograrlo.
Todas las mañanas me levantaba con dolores musculares, como si una enorme serpiente me constipara el cuerpo hasta volver mis huesos polvos. Narendra me comunicó que mis hombres se encontraban en viaje de tres días a caballo para regresar junto con mi hermano Eskol. Al terminar de desayunar me aventuré al jardín.
No era un jardín común; cada rincón estaba lleno de flores vibrantes que brotaban por todas partes, y un dulce aroma impregnaba el ambiente. Los árboles estaban adornados con lianas y flores trepadoras que parecían caer en cascada desde las ramas altas, y un arroyo atravesaba el terreno, dando lugar a una melodía natural que acompañaba a los sonidos de los pájaros.
En medio de ese paraíso, te vi. Estabas sentada en una estera de paja, trabajando con esmero en la creación de canastos de madera. Llevaba un sari deslumbrante, de un color azul profundo, con bordados dorados, que te hacían parecer una reina envuelta en un halo de luz. Mi corazón dio un vuelco al verte así, pero algo en tu actitud había cambiado. A pesar de que notaste mi presencia, te mantuviste en tu trabajo sin mirarme.
—Namasté —dije suavemente, esperando que alzaras la vista.
Te detuviste por un instante, tus dedos deteniéndose en el trenzado del canasto, pero no eso fue suficiente para que me miraras. Me arrodillé a su lado, intentando captar tu mirada, pero me esquivabas, fingiendo estar concentrada en tu labor.
—Estás haciendo unos canastos muy hermosos —comenté, tratando de romper el hielo.
Un silencio incómodo se instaló entre nosotros. Observé tus manos moverse con gracia, entrelazando las tiras de madera con una precisión y delicadeza que me dejaban maravillado. Sin embargo, la frialdad en tu actitud me desconcertaba. Decidí ser más directo.
—¿Algo te preocupa? Pareces... distante.
Te detuviste y levantaste la cabeza, aun así, tus ojos evitaban los míos.
—Tu amistad no me beneficia —declaraste, retorciendo los dedos de los pies.
—¿Desde cuándo piensas eso? ¿Por qué no fue desde ayer? —inquirí elevando una ceja—. ¿O alguien te ayudó a suponer eso? —añadí en tono de burla, notando que te pusiste roja de ira.
—Yo creo en su verdad.
Desde el principio lo sospeché; al parecer, tu protector no perdió la oportunidad de ensuciar mi imagen.
—Tu Shiva no sabe nada de mí.
Abriste la boca, sorprendida.
—No fue mi señor quien me advirtió de ti —replicaste, ofendida por mi injusta acusación—. Quien vino a advertirme fue Vaiu. Me dijo que sabe de tus intenciones y no son buenas para mí.
—No conozco a ese tipo —contesté, algo incómodo—. Considero una falta de respeto de tu parte, creerle a una persona que ni siquiera me conoce. —Te dio vergüenza y estuviste a punto de salir corriendo, pero te detuve. Vaiu era el supuesto dios del viento que montaba un antílope, un ganás, que informa y ayuda a Ganesha, hijo de Shiva. Todo estaba conectado. —He escuchado a la gente de aquí decir que antes de juzgar a una persona, hay que caminar tres lunas con sus zapatos.
—Es cierto, y también sé que has escuchado que considerar que un enemigo débil no puede dañarnos es pensar que una chispa no puede causar un incendio —replicaste.
—¿Y eso qué significa? —pregunté.
—Que ser muy confiados puede resultar mal, por pequeño que sea, podría complicarse.
Intenté contener mi indignación, pero era evidente que algo había cambiado en nuestra relación.
—¿No confías en lo que has visto en mí? —pregunté. Puse mis dedos en tu mentón para que me miraras. Tus ojos reflejaban una mezcla de temor y confusión.
—No lo sé. Solo... no quiero problemas.
No iba a dejarme ganar por esa deidad chismosa. No quería perder todo lo que había logrado contigo y sabía que forzar la situación no ayudaría.
—No soy un peligro para ti y lo sabes.
Bajaste la mirada una vez más, volviendo a tu trabajo. El silencio se apoderó de nosotros otra vez, pero esta vez, era un silencio cargado de una distancia que no quería aceptar. Te dejé continuar con los canastos y me levanté con lentitud, con la esperanza de que dijeras que me quedara, algo que nunca ocurrió. Mientras me alejaba, no pude evitar sentir que te estabas escapando entre mis dedos.
—Admito que no he caminado por el sendero de la virtud. —Solté el aire con lentitud y, como no agregaste nada, continué—: Te propongo que hagamos un trato: olvida lo que te han dicho de mí y, por primera vez en tu vida, toma tú la decisión. —La voz me salió ronca—. Ten el valor de hacer lo que te plazca, sin restricciones.
—No creo... no es... correcto —alegaste sin saber qué más agregar.
—Será nuestro secreto —dije mientras me arrodillaba delante de ti—. Tendrás el control de tus propias decisiones. Haremos todo lo que desees.
La duda y el miedo bailaron en tus pupilas.
—Yo no sé lo que quiero.
—Te puedo ayudar. —Me aproximé un poco—. Siempre te preguntaré qué quieres que hagamos, los dos juntos.
—No creo...
Ibas a refutar mis palabras, por eso coloqué mi pulgar sobre tus labios que temblaron ante el roce.
—Solo sé libre.
—¿Qué pasaría si me descubren? —lanzaste la pregunta con la voz tan ronca que parecía un murmullo.
—No tienes que preocuparte por eso. Será nuestro secreto. —Y ahí estaba mi faceta de manipulador. A mi favor, necesitabas ese empuje. Quería que jugaras y esa súplica en tu mirada me dio el valor para continuar. Tus ojos inspeccionaron el suelo, intentando pensar en una negativa. —No lo pienses tanto, solo haz lo que sientes.
—¿Y qué es lo que deseo? —inquiriste, aunque la pregunta parecía más para ti.
—Libertad —susurré.
El aire se atascó en tu pecho; esa era mi señal.
—Nadie te dirá qué tienes o debes hacer. ¿Los verdaderos amigos guardan secretos y nosotros lo somos, verdad?
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro