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C9 || La tempestad

Después de la tormenta no siempre hay calma, casi siempre queda un poco de mal tiempo, un cielo gris... algo que nos notifica que antes hubo una tempestad.

Deen me había llevado al centro comercial a comprar ropa nueva y algunos utensilios para la cocina. — ¿Qué te parece si decoramos con tonos azules? — asentí y se fue feliz a buscar una vajilla de ese color.

Una llamada desde un número desconocido llegó a mi móvil. — Hola.

Halley, ¿puedes venir a buscarme? Creo que consumiré otra vez.

— Escúchame bien Rojo, no vayas a meterte nada de eso en el cuerpo, me lo prometiste y vas a cumplir la promesa, ¿vale?

— Ven de prisa. — me dijo llorando.

— ¿Dónde estas? — le pregunté y revisé que Haydeen estuviera lejos.

— En tu trabajo. — colgué cuando vi los cabellos revueltos de mi hermana acercarse.

— Me surgió una emergencia y debo irme. Luego prometo contarte con detalles. Te amo. — le lancé un beso y corrí en busca de un taxi.

Corrí puertas adentro una vez le di su paga al chofer. — ¿Han visto a un chico de ojos grises y con la mitad del cabello rojo? — pregunté a los clientes de la primera mesa.

— Entró hace unos quince minutos al baño, no lo he visto salir. — me dijo la chica.

— Gracias. — corrí y abrí las puertas del baño de hombres.

Ahí estaba, con una bolsa de polvo blanco al lado. Sentado en un rincón junto a los lavabos, con los cabellos alborotados y mordiendo sus uñas.
Tenía las pupilas dilatadas y al verme abrió los ojos como platos.

Me acerqué y levanté del suelo la droga, abrí el sobre y lo vacié dentro de un retrete. — Debería dejarte solo, porque eres alguien que no cumple las promesas que hace. — me giré de espalda a él. — Y odio a la gente que no cumple lo que dice, Rojo. — esnifó y me sentí mal por ser tan cruda con él.

— No quiero morir Halley. — me estaba partiendo el alma. No quería perder a nadie más.

— Escúchame bien. Ya he perdido a mucha gente que quiero. Basta de eso, tú no morirás. Solo piensa en que Río te iría a buscar para matarte él con sus propias manos.

Asintió repetidas veces.

— No más de estas mierdas Rojo. No más de hacerle mal a tus hermanos y hacerte mal a ti. — me coloqué a su lado en la esquina del baño. No me importaba que fuera un lugar público, ni que estuviera sucio, él me necesitaba y ahí estaría yo.

— ¿Quién te vendió? — negó. — Necesito que me digas para acabar con toda esta mierda de una vez por todas.

— Siempre le compro al tipo del bar donde fuimos aquella noche que nos conocimos, a Pinocho, pero...

— Ve a casa y relájate un poco, tengo un asunto que resolver.

Caminé rápidamente e ignoré el llamado de Rojo y los saludos de Lou y mis compañeras de trabajo. — ¡Taxi! — llevé mis dedos a la boca y chiflé tan alto que más de un auto se detuvo. Le di la dirección del bar a donde fuimos a celebrar la vez que nos conocimos.

Abrí las dos puertas y la campanilla hizo que el club de viejos borrachos que jugaban billar, se volteara a verme.

— Hola, ¿dónde está Pinocho?

— Depende de quién lo busque. — habló un calvo desde la barra.

— Quiero comprar algo. — se volteó y entendí la razón por la que lo llamaban Pinocho. — Supongo que eres tú.

— Supones bien, pero yo no vendo. — volvió a girar su gigantesca nariz hacia el frente.

— Escúchame, no soy de la policía por si lo piensas y tampoco quiero comprar. Vengo a advertirte algo. — sonrió y se levantó del taburete.

— ¿Tú? ¿Quién eres tú? — asentí y me acerqué hasta él.

Los tacones sobre el suelo fue el único sonido allí presente. Todos habían dejado de hacer lo que hacían antes, para prestarme atención.

— Una chica que viene a pedirte algo. Estoy dispuesta a hacerlo por las buenas, amablemente. Pero quizás tenga que sacara mi lado maligno, si usted no coopera. — pedí un chupito al sentarme en la barra frente a él y lo empiné dentro de mi boca.

— Me caes bien pequeña. — sonreí.

— No soy yo la pequeña. — dirigí mi mirada hasta su entrepierna y el cantinero frente a mi comprimió una carcajada.

— ¿Qué quieres? — me preguntó furioso.

— Hay un chico. — asintió. — Rojo, el bailarín al que le vendes mercancía. — asintió y sonrió.

— Hace días le dió una paliza a uno de mis muchachos. — sonreí yo esta vez.

— No, no fue él. Fuimos yo y su hermano. Estuvo muy cerca de la muerte.

— Aún no me dices que quieres.

— Que no le vendas más, que por más que venga a ti, no dejes que consuma.

Sonrió. — No soy el único vendedor de la ciudad, si no es conmigo consumirá en otro lugar.

— No, él es inteligente. Tú mercancía es la mejor de la ciudad, todos los que venden te compran a ti y la dan más cara, e incluso la mezclan con otros productos. Él viene a ti porque tienes lo mejor.

— Chica, cuando te haces adicto te da igual si esta mezclada o si no tiene calidad, o si es muy cara. No le venderé más, pero no puedes descansar tranquilamente. — asentí.

— Entiendo, y agradezco que me ayudes. — me levanté y antes de pagar la cuenta habló.

— Tienes ovarios, nadie vendría hasta acá por nadie. Me caes bien, la cuenta va por mi. — le sonreí y me retiré.

— ¿Eres Halley verdad? — frené en seco.

— Depende de quien me busque. — sonrió.

— Hace dos horas, Rojo vino buscando algo. Antes de dársela negó y me dijo que había hecho una promesa con Halley y no podía romperla. No sé si eres su novia, pero eres importante para él.

Sentí mi corazón latir con fuerza. — Gracias por decirme. — asintió y me fui de ahí.

Entonces había alguien más, alguien que quería que Rojo tuviera una recaída.

Cualquier vendedor, tiene el objetivo de hacer dinero, no importa cómo, ni lo que se ponga en juego. Mi objetivo era separar a Rojo de cualquier vendedor o persona que quisiera perjudicarlo.

Caminé un poco bajo las pequeñas gotas que comenzaban a caer. Me encantaba lo impredecible que era esta ciudad y que aunque llevara toda mi vida aquí, cada día descubría cosas nuevas.

Las calles vacías... solo con pocas personas corriendo y refugiándose de las gotas que comenzaban a caer más fuerte. Algún que otro paraguas cubriendo cuerpos y yo caminando sola por la ciudad.

El top blanco que había escogido la noche anterior comenzaba a transparentarse y el cabello café caía húmedo sobre mi espalda.

Una chaqueta oscura me cubrió y dos manos fuertes se depositaron sobre mis hombros. — Entremos, no quiero que te mojes. — su cabello cobrizo se movía con el viento y sus ojos celestes me miraron con nostalgia.

Lo seguí dentro del local y me senté frente a él en una de las mesas. — Dos chocolates calientes, por favor. — descansé su chaqueta en el espaldar de la silla.

— Luca, yo...

— No lo digas. — bajó la cabeza y cruzó ambos brazos. — Sé que no lo hiciste para dañarme, que no fue tu intención lastimarme, pero lo hiciste y no creo poder perdonarte por más linda que haya sido nuestra historia. Me lastimaste y me dolió, maldita sea, si me dolió mucho pero eso no significa que quiera verte mal, te quiero mucho como para desearte algo negativo. No sé si serás feliz con él, quizás lo tiraste todo por la borda a causa de una noche loca. — sonrió. — Pero te deseo lo mejor Halley, de corazón. — dejó un billete de veinte dólares en la mesa y se marchó.

Existen cientos de lenguajes, él había decidido hablar con la verdad y me hubiera dolido menos que un martillo cayera sobre el dedo meñique de mi pie.

— Su orden señorita. — la joven mesera con dos tazas humeantes se acercó a mi.

— Para llevar por favor. — hablé con la mirada fija en la mesa.

Al rato la misma chica trajo la orden lista para llevar, pagué y salí de ahí con la chaqueta de Luca cubriéndome y el envase con el chocolate entre las manos.

La noche comenzaba a caer, estaba lejos de casa de los chicos, miré al cielo mientras tomaba un sorbo de la bebida caliente. Papá siempre me decía que cuando no supiera a donde ir lo buscara a él, que él siempre me serviría de guía.

Un auto negro comenzó a andar despacio por la senda en la que me movía. Cada vez que me volteaba, el auto se detenía y cada vez que dejaba de caminar, el auto dejaba de andar. Caminé más rápido y el auto me siguió el ritmo... corrí y doblé en una esquina, el auto hizo lo mismo.

Me moví más y más rápido, hasta que choqué con un fuerte pecho. — ¿Halley? — levanté la mirada. — Hola Rayo. ¿Puedes llevarme?

— ¿A dónde?

— No lo sé, lejos. — busqué el auto y ya no había rastro de él.

— ¿A casa? — negué.

— Lejos, por favor. — seguí mirando a todos lados.

— Hey, cálmate. No pasa nada. — asentí y tragué grueso.

Tomó mi mano y me llevó dentro de un gimnasio, todos nos miraron raro, pues no llevábamos la ropa adecuada para hacer ejercicios.

— ¿Se encuentra Tomas? — hablé, inventando un nombre al azar.

— Al fondo. — dijo Sr. Musculitos y Rayo contuvo una carcajada. Lo empujé por el corredor hasta el final. Abrió la puerta del baño de hombres y me indicó que pasara. Se sentó en una banca de madera frente a las taquillas y lo imité.

— ¿Escuchas eso? — negué. — Es Tomas haciendo pesas. — me carcajeé y golpeé su hombro.

— Muy gracioso señor misterio. — volteó los ojos. — ¿Qué haremos aquí?

— Pues me contarás el motivo por el cual corrías como protagonista de peli de terror. — apoyó su mentón en ambas manos y dejó los codos sobre las piernas que ya había cruzado sobre la banca.

— No haré eso. Me vas a contar tú de quien hablabas el otro día con Río.

— Tampoco haré eso. — enarcó una ceja.

— Pues nos quedaremos aquí en silencio hasta que algún tema interesante salga a la luz.

El silencio se hizo incómodo. Silbé dos veces y se acercó más a mi, colocó una mano sobre mi muslo y apretó un poco, haciéndome cosquillas. Sonreí y lo miré, me encantaban sus ojos misteriosos, todo de él desprendía secretos y misterios.

— Rayo, ¿cuál es tu gran secreto? — me miró con seriedad.

— No tengo uno. — tragó grueso y bajó la cabeza, permitiendo que algunos mechones de cabello cayeran sobre su frente. Los coloqué nuevamente en su lugar y me detuve en sus cejas espesas.

— ¿Y tú? ¿Qué esconden esos ojos café? — me dijo y con el dedo índice tocó mi nariz.

— Nada. — sonrió.

— Me encanta como no confías a la primera. Esperas una demostración de confianza para abrirte con los demás. Soy exactamente igual, quizás por eso no compaginamos.

Enarqué una ceja. — Pensaba que sí. — sonreí sin ganas, con hipocresía.

— No me malinterpretes. — me dijo y me aparté.

— No lo hago, quiero irme. — agarré el cerrojo de la puerta y antes de irme me tomó de la cintura y me cargó.

Me llevó hasta las duchas y me pegó a las baldosas. — Rayo, ¿qué haces? — pegó su frente a la mía y relamió sus labios.

— Nada, ¿y tú? — enterró su nariz en mi cuello y tomó una respiración profunda.

— Nada. — susurré y dejé caer la cabeza hacia atrás.

Besó bajo mi oreja, y me corrí hacía un lado, abriendo con mi cuerpo la ducha y recibiendo un chorro de agua fría sobre mi.

Me acorraló nuevamente y se empapó bajo el agua junto a mi. — No huyas por favor. — traté de mirarlo, pero las gotas que se estacionaban entre mis pestañas me lo impidieron.

— Rayo, creo que... — no me dejó terminar cuando pegó sus labios a los míos.

Eran unos labios del grosor perfecto, no muy delgados, ni muy gruesos... eran perfectos y dulces. Nos movimos en sintonía, su lengua rozó la mía en algún momento y sus dientes pellizcaron mi labio inferior.

— Rayo... — me separé, pero nos volvió a unir.

— Halley... — comenzó a besar mi cuello.

— Esto está mal. — le dije.

— ¿Beso mal? — se separó un poco y me miró con la ceja enarcada.

— No es eso... es... — cerré la ducha.

— Mis hermanos. — se peinó con los dedos. — Crees que está mal, porque te sientes atraída y en cariño con ellos, y no con todos. Con Río. — mordí el interior de mi mejilla.

— No es que crea que está mal. Es que está mal en realidad.

— ¿Por qué está mal hacer lo que te salga de los ovarios sin darle explicaciones a nadie? Creí que éramos iguales pero no... yo nunca he dejado de hacer lo que me da la maldita gana, y menos por lo que dirán otros.

— Rayo, es complicado.

— No, tú lo haces complicado. — volvió a acercarse. — ¿Me detienes si te vuelvo a besar? — me enfrentó. — ¿No te hice sentir nada? ¿Ni un maldito cosquilleo en el estómago? — relamí mis labios.

Sí, me había sentido bien, mi estómago había cosquilleado y si fuera por mi, volviera a besarlo. Pero eso estaba mal, todo conmigo estaba mal.

— Sí me sentí bien, pero... — tomó mis piernas y las enredó sobre su cintura. Me elevó como si no pesara nada y tomó mi nuca con la mano libre.

— No te compliques más. — jugó con mi nariz y la suya, se acercó lo suficiente a mi y volvió a retirarse. Intenté atrapar su labio inferior y sonrió ante mi acto.

Antes de acercarse otra vez a mi, la puerta del baño se abrió y todos los hombres que estaban entrenando pudieron vernos empapados y utilizando su baño para propósitos perversos.

— Nosotros ya nos íbamos. — me dejó en el piso y sonreí.

— Tomas les envía un saludo. — dije cuando se abrieron paso los cuerpos sudorosos para dejarnos salir.

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N/A: hola preciosx, si llegas hasta aquí y ves esta nota te pido que no seas un lector fantasma.

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Ahora, hablemos del capítulo :b

Momento Rojo llamando a Halley para que lo ayude a controlarse:

Momento Halley en el bar con Pinocho:

Momento el auto persiguiendo a Halley:

Momento Rayo y Halley:

los amo. <3

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