C15 || El juicio
"El peor enemigo del ser humano es su propia conciencia"
— Vamos a casa, necesitas una ducha y ropa elegante para el juicio. — asentí y acompañé a mi hermana hasta la casa.
Me duché y por primera vez en días sentí como los nudos de mi espalda desaparecían y el cansancio acumulado comenzaba a ceder.
Haydeen preparó para mi un vestido a media pierna color rojo vino. Las mangas llegaban hasta los codos y los tacones negros me hacían lucir como toda una abogada. — Eres una versión más joven de mamá. — besó mi espalda y soltó mi cabello para alisarlo y luego recogerlo en una coleta alta.
Una vez listas nos dirigimos al juzgado y al entrar nos colocamos junto a los chicos. — Me alegra que estés bien. — sostuve la mano de Rojo y me regaló una sonrisa apagada. A simple vista pude ver que aún no estaba cien por ciento recuperado, pero la decisión de estar aquí y apoyar a su hermano ya estaba tomada.
La jueza entró a la sala y todo quedó en silencio, nos pusimos de pie y esperamos que se presentara.
— Soy la Jueza Katherin Jones, hoy presidiré este tribunal. Pueden sentarse.
— El acusado Jason Martínez se enfrenta a una demanda por parte del gobierno para resolver el asesinato de su hermana, Raquel Martínez. — dijo un asistente.
— Presenten las pruebas. — habló la jueza y la abogada del gobierno se levantó para exponer su trabajo.
— El acusado estaba presente el día de los hechos, iba en el auto junto a su hermana. — proyectó unas fotos de lo ocurrido. — Como se ve en la imagen, la víctima murió de un disparo en el cráneo, que la atravesó y llegó hasta el cristal trasero del coche. — cambió la imagen. — Una bala nueve milímetros, correspondiente al arma utilizada. — caminó por el juzgado. — A simple vista esto parece un suicidio... pero las huellas del señor Martínez estaban en el arma, sus cabellos en el auto, y sus huellas en la chaqueta que llevaba la víctima. — Rayo intentó hablar, pero su abogada le pidió silencio.
— Opino que eso es más que suficiente para tomar mi decisión. — respondió la jueza.
— ¡Con permiso su señoría! — hablé en voz alta y todos se voltearon para verme.
— ¡Halley, siéntate! — me dijo mi hermana tomándome de la mano.
— Raquel y Jason eran hermanos, que los cabellos de él estuvieran en el auto y sus huellas en la chaqueta, no son pruebas de nada. — me acerqué hasta quedar a metros del asiento del juez. — En la constitución está escrito que todos tenemos derecho a defendernos, me parece muy injusto que se le juzgue sin escuchar su versión de los hechos.
La jueza hizo un movimiento con la cabeza y los abogados se acercaron. Murmuraron algo y la abogada defensora le pidió a Rayo que pasara a testificar.
— Señor Martínez, describa los hechos por favor. — le dijo la abogada defensora.
— Ese día Raquel discutió con nuestros padres... — tragó grueso. — Ella... — se le hizo difícil hablar y buscó mi mirada entre la gente. Le susurré que estuviera tranquilo y entonces continuó. — Raquel estaba pasando por momentos duros, había perdido a su bebé y mamá y papá se la pasaban ofendiéndola y gritándole barbaridades. — ¿Raquel había tenido un bebé?
— Concéntrense en lo que le pregunté señor Martínez. — dijo la abogada.
— Ella tomó el arma, no sé de donde la sacó, pero se apuntó a la frente y cerró los ojos con fuerza. Intenté arrebatársela, me gritó varias veces que la dejara, pero seguimos en el forcejeo. El disparo fue lo único que escuché y los ojos sin vida de Raquel fue lo único que pude ver. Me quedé ahí en el auto hasta que mis hermanos me sacaron. Les dije lo que había pasado y todos me creyeron, ellos si confían en mi.
— Nadie ha dicho lo contrario señor Martínez. — intervino la abogada del estado. — Estamos tratando de recrear los hechos, ya que la única persona que puede dar fe de lo qué pasó ese día es usted.
— Le estoy diciendo la verdad su señoría.
— Necesito diez minutos de receso para tomar mi decisión. — golpeó el mazo.
— ¿Estás bien? — me acerqué y lo abracé.
— Sí, ¿y tú? — besó mi frente. — ¿Cómo vas a hablarle a la jueza? ¿Estás loca? — sonrió.
— No estoy loca por exigir justicia. Me pareció mal y tuve que decirlo.
— Futura abogada. — me sonrió.
— Ya quisiera.
— ¿En serio? — enarcó una ceja cuando asentí. — No sabía.
— Hay muchas cosas mías que no sabes. — le dije y toqué su nariz con el dedo índice.
— ¿Me tienes confianza? — asentí y me besó.
— ¿Cómo ve las cosas? — le preguntó Rojo a la abogada.
— En estos momentos no tengo idea que pueda pasar. Cada acusación del juzgado, ha sido justificada por el señor Martínez. Por lo cual, hasta que se demuestre lo contrario deben dejarlo en libertad.
— La sesión se reinicia. — nos llamó el asistente.
— Bien, el acusado ha dado su testimonio. Hasta que no se demuestre con claridad que él apretó el gatillo y ocasionó la muerte de su hermana... — tomó el mazo. — Jason Martínez queda en libertad. — golpeó. — Se levanta la sesión.
Corrí a abrazarlo al mismo tiempo que un oficial abría las esposas que lo mantenían atado. — Gracias. — me abrazó. — Gracias por no abandonarme.
— Lo prometí.
— Ya sabes que no confío en las promesas.
— ¿Confías en mi? — asintió.
— Entonces no hay nada de que preocuparse.
— Bro, estos días han sido fatales para ambos. — habló Rojo y se acercó para abrazarlo.
— Luego hablaremos de todo. — palmeó su hombro. — Necesito irme de este lugar.
— Tengo tú auto fuera, por si quieres conducir. — le entregué las llaves.
— Chicos, nos vemos en casa. — me tomó de la mano y salimos de ahí
— ¿A dónde vamos? — se encogió de hombros.
— A ningún lugar. — me sonrió.
El motor rugió cuando movió las llaves dentro del enchufe y la fricción de las gomas en el suelo hizo que rechinaran.
— Hay algo que quiero decirte.
— Siempre y cuando no sea terminar conmigo... — golpeé su hombro.
— Es sobre Rizos.
— ¿Qué pasa con él? — enarcó una ceja.
— Te cuento. — tragué en seco. — Hace unos días, Rey me pidió que buscara en casa tus antecedentes para entregárselos a la abogada. — asintió prestando atención. — Todos estaban limpios, excepto los de Rizos. — cerró los ojos y exhaló. — Tiene dos cargos por secuestro. ¿Sabías eso?
— Por supuesto Halley, es mi hermano. La pasamos fatal en esos años, era pequeño y ya estaba metido en líos. Raquel se lo había dicho un montón de veces, que esa chica no era para él, pero se obsesionó y ahí comenzaron los problemas.
— No entiendo nada.
— Que Rizos, tuvo un noviazgo con una chica menor de edad. Varias veces se la llevó a salir sin permiso de sus padres y pues ello acusaron. Lo peor era que la chica estaba enamorada, solo que no la dejaban ver a Rizos.
— Ahora si entiendo. ¿Algo más que deba saber? ¿Nadie pertenece a la mafia? ¿No han sido buscados por la INTERPOL? — sonrió y negó.
— A esos extremos no llegamos. — se estacionó y bajó. — Espérame aquí. — cumplí su orden y no me moví hasta que llegó con dos hamburguesas y sodas.
— Por eso te quiero. — le dije mientras mordía el manjar.
— Otro motivo para no olvidarte. — sonrió. — Nuestro primer te quiero fue en una sala de visitas de comisaría. ¿Se puede pedir algo más romántico? — me carcajeé y un pedazo de comida se atoró en mi garganta. Me puse roja de pies a cabeza y comencé a toser como loca.
Abrió la guantera y tomó una botella de agua. ¿Cómo llegó eso ahí? — Bebe un poco que te vas a morir. — se carcajeó.
— No es para nada gracioso Rayo. — hablé cuando estuve más calmada.
— Guarda un poco, que aún no vamos a casa. — puso el coche en marcha.
— Estás muy feliz. — le dije.
— Pásate noches en una comisaría de mierda por un asesinato que no cometiste y luego me dices como te sientes al salir y estar con la persona que quieres. — sujetó con fuerza el volante.
— Hey, tranquilo. — acaricié su rodilla y exhaló e inhaló.
Se estacionó frente a un barranco, colocando el auto a una distancia sin peligros. — Ven, quiero mostrarte algo. — le extendí la mano y me guió fuera del coche.
— Esto es...
Las nubes acumuladas en montones sobre el cielo, el sol escondiéndose detrás de las montañas, los colores cálidos y algunas aves recorriendo el paisaje.
— Mi lugar. — deslizó una manta por el suelo y la acomodó para sentarnos sobre ella.
— Nunca me habías traído. — me deshice de los tacones y caminé descalza sobre el césped.
— Para todo hay una primera vez. Debía asegurarme que valía la pena traerte.
— Entiendo.
— No le enseñas tu lugar favorito a todo el mundo.
— Lo sé.
— ¿Confías en mi?
— Hoy has preguntado eso muchas veces.
— ¿Confías en mi? — asentí. Se levantó de golpe y caminó hasta el borde del precipicio. — Ven. — me ordenó.
— ¿Para qué? — me miró con seriedad y obedecí su orden.
Caminé despacio, sabía que si mis pies fallaban tendría una muerte dolorosa y una caída que destruiría mi existir.
— Dame la mano. — respiré pesadamente, esto no me gustaba.
Le extendí el brazo y entrelazó mis dedos. — ¿Segura de que confías en mi?
— Rayo, no vuelvas a preguntar lo que te he dicho... — empujó mi cuerpo y quedé suspendida en el aire, sujeta a su mano.
Solo apoyaba los pies en la orilla y gritaba intentando volver a estar a salvo.
— ¡No es gracioso! ¡Rayo, por favor! — las piedras a mi lado caían, sin escuchar cuando llegaban al suelo.
— No confías en mi Halley. Si lo hicieras estuvieras consciente de que nunca te dejaría caer. — frunció el ceño. — ¿Por qué me engañas? No confías ni en tu sombra.
— Ponme a salvo, vamos a hablar y te explico todo.
— ¿Qué se siente depender de alguien? Depender de alguien al punto de que tu vida está en sus manos. — sonrió. — Así como ahora dependes de mi.
— Rayo... — lloré.
— Si el viento sopla fuerte es probable que te deje caer. Si las manos me sudan te resbalarás y morirás. Así se siente depender de alguien.
— ¿De qué hablas?
— Así se siente depender de ti. Es como estar en el borde del maldito precipicio, sabiendo que tu vida está en las manos de alguien más y que es su decisión dejarte morir. — me tomó y volví a tierra firme, me abrazó y lo aparté.
— ¡¿Te has vuelto loco?! — le grité y me corrí a un lugar más seguro.
— Calma.
— ¡Que se calmen mis ovarios! ¡No tienes una maldita idea de cómo fueron esos minutos! ¿Estás mal de la cabeza?
— Vamos a ir a casa, vamos a ducharnos juntos y hacer el amor en la ducha, luego dormiremos y como si nada de esto hubiera pasado, ¿vale? — intentó besarme y aparté el rostro. — Discúlpame, no quise... — cerró los ojos y tensó la mandíbula. — No quise hacerte mal.
— Lo sé, pero así no funciona esto. — me besó.
— Tranquila. — esparció besos por mi rostro.
Me llevó a casa en un trayecto largo y tedioso. Me duché sola, pensando en todo lo que había sucedido y opté por olvidarlo todo. Me coloqué un pijama sexi que Haydeen me había comprado.
— Supongo que estás cansado. — asintió y tapó su cuerpo con la sábana.
Abrí mi boca en una gran "O" — ¿En serio? — balbuceó algo que no pude entender, me recosté a su lado y comencé la misión: "Provoca a Rayo"
Presioné mi trasero en su entrepierna y lo sentí moverse inquieto. — ¿Qué haces?
— Dormir. — acaricie mi costado.
— No lo hagas. — respiró pesadamente.
— ¿No puedo dormir? — me giré hasta quedar frente a él y mordí mi labio.
— Halley. — me nombró antes de arrojarse sobre mí y devorar mi boca.
— ¿Estás dispuesto a pasar la noche despierto? — le susurré.
— Esta será solo la primera, nos quedan noventa y nueve noches más.
— La apuesta. — suspiré pegando mi frente en su pecho al recordar.
— Debes cumplirla.
— Estoy de acuerdo. — dije y lo besé.
Esa noche conocí otra versión de Rayo y otra versión mía... esa que no debo mostrar.
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