C13 || Felicidad momentánea
Ojalá fuera sempiterno todo aquello que nos hace felices, pero por fortuna o por desgracia, toda la felicidad es momentánea.
Busqué el interruptor con mis manos y al moverlo no funcionó. Tomé mi teléfono y accioné la linterna. Me guié hasta el patio trasero donde estaban los fusibles y al revisar todos estaban desconectados.
— ¿Qué mierdas pasó aquí? — fruncí el ceño y activé los fusibles. Las luces se encendieron, pero hubo una sobrecarga de energía y todo se volvió a oscurecer.
— ¡Joder! — grité al mismo tiempo que cientos de chispas salían del cajón eléctrico.
Todo quedó oscuro y yo inmóvil nuevamente. Me senté en el suelo y comencé a rezar que nada de lo que suele pasar en las películas de terror me sucediera. Marqué su número y en el segundo tono contestó. — Hola guapa.
— ¿Me vienes a buscar? — tragué grueso.
— ¿Te ha pasado algo? — negué cómo si pudiera verme y luego recordé que no lo hacía.
— No, pero sucedió algo raro con la luz eléctrica y está todo oscuro y tengo miedo. — sollocé en voz baja.
— Voy para allá. — colgó y salí hasta la calle.
Acomodé mi vestido y me senté a la orilla de la calle. Esperé desesperadamente a que Rayo apareciera y cuando lo hizo corrí hacia donde estaba. — ¿Estás bien? — asentí. — Te conozco. — entornó la mirada.
— Solo que me asusta la oscuridad. — sonrió y puso el coche en marcha. — No es gracioso. — golpeé su hombro.
— Sé que no lo es. Pero igual estoy conociendo más de ti. — lo miré de reojo.
Antes de girar en el semáforo con dirección a su casa le sujeté la pierna con un poco de fuerza. — Llévame a otro lado. — enarcó una ceja.
— ¿A dónde quiere ir la reina? Aquí está su chofer personal para servirle. — hice una mueca y sonrió.
Me llenaba de alegría verlo feliz, sentir que finalmente encajo con alguien.
— A la playa. — frenó el auto.
— Ahora sí que te has vuelto loca. — bufé. — Es de noche.
— ¡Rayo! A la playa se puede ir a la hora que uno quiera, ¿alguna vez la cierran? — juntó los labios en una delgada línea y negó. — Pues entonces me llevas a la maldita playa y hacemos el amor a la luz de la luna. — golpeé mis muslos con la palma de mi manos.
— Ahora si te llevo. — sonrió y dobló en la calle que nos llevaría hasta el mar.
Me sentí rebelde, fuera de la ley. Saqué mi cabeza por la ventanilla y dejé que el aire me despeinara. Rayo colocó la música y canté a todo pulmón las canciones que sonaban alegres en coordinación con mi humor.
— Halley, no quiero asustarte pero un coche nos persigue desde hace un tiempo. — miré entre los asientos y él mismo coche negro iba a una distancia bastante corta de nosotros.
— Rayo, acelera. — le dije frenéticamente. — Por favor. — le supliqué.
— ¿Sabes quién es? — negué.
— Pero lo he visto en varias ocasiones siguiéndome. — nos golpearon desde atrás y Rayo pisó el acelerador hasta el fondo.
— ¡Desgraciado! — le gritó y sacó la mano, enseñándole el dedo del medio.
Giró el volante bruscamente y me sujeté de donde pude. El coche negro siguió de largo y nosotros nos adentramos en un terreno a orillas de la calle.
Me miró y sentí ganas de besarlo.
— Me encantan tus ojos marrones.
— Quiero besarte. — le dije e intentó acercarse, lo aparté y me fijé que el psicópata que estuviera persiguiéndonos ya no estuviera cerca.
Desabroché nuestros cinturones de seguridad y me trepé a horcajadas sobre él. Abracé su nuca con mis manos y relamí mis labios antes de acercarme hasta su boca. Pegué nuestros labios en un movimiento rápido y directo. Mordí y succioné. Enredó sus dedos en la parte posterior de mi cabeza e intentó acercarme más, lo cual fue imposible, porque entre nosotros no cabía un grano de arena. Traspasamos los límites de piel y nos compenetramos el uno en el otro. Fue increíble como esos minutos nos dijimos tanto sin hablar.
Me separé y tomé oxígeno suficientes para hablar. — Eso fue...
— Increíble. — terminó por mi.
— Ya podemos irnos. — volví a mi asiento y se quedó mirándome un rato. Fingí no notarlo y fijé mi vista en la calle. Con mis dedos jugueteé con mis labios y sonreí discretamente. — ¿Qué pasa? — terminé por decirle.
— Nada, que eres jodidamente hermosa.
Me sonrojé y le lancé un beso. Comenzó a conducir y no se detuvo hasta que pudimos ver la arena y el sonido y olor del mar se hicieron presentes.
— Esto es hermoso. — corrí y tomé su mano.
Sentir la arena bajo mis pies, fría y fina, me dio vida. Las emociones comenzaron a fluir por todo mi cuerpo y tener a Rayo a mi lado completaba toda mi felicidad.
— ¿Nos metemos? — le dije sonriendo. Lo pensó un tiempo y luego me soltó la mano para quitarse la ropa.
— Desnudos. — curvó sus labios hacia un lado y me deshice del vestido.
Quedando frente a él en ropa interior.
— Dije desnudos. — enarcó una ceja.
Desabroché el sujetador y dejé caer mis bragas. Se quedó mirándome unos segundo hasta que deshice el nudo de su mono deportivo y lo dejé cae en la arena junto con sus bóxers.
Corrimos hasta el agua y sumergí mi cabeza completamente. Los sentidos se me helaron bajo la frialdad del mar a esas horas de la noche y la mano fuerte de Rayo me sacó de la profundidad.
— ¿Estás bien? — asentí y me trepé sobre él.
— Todo está bien. — lo besé. — ¿Por qué siento que estamos siendo muy felices?
— No entiendo. — se separó.
— Que siempre que he sido muy feliz, hay algo que lo destruye. Como ejemplo está lo de esta mañana.
— Ya voy entendiendo. Pero piensa que quizás ya es tu momento. — besó mi frente mojada.
— Eso me gustaría creer. — tomé su cabeza y la hundí bajo el agua.
Salió a los segundos y me miró. — No hagas eso. — le sonreí y comencé a nadar lejos.
— Te apuesto lo que quieras a que no me atrapas. — grité y me seguí alejando.
— Te apuesto cien noches de besos a que te atrapo. — lo sentí acercarse.
— Trato hecho. — me detuve y dejé que me atrapara intencionalmente.
— Muy fácil. — dijo y hundió nuestros cuerpos bajo el agua.
Abrí los ojos para descubrir que intentaba hacer y su rostro me pareció tierno. Tenía la boca cerrada y los cachetes inflados conteniendo el oxígeno. Los ojos cerrados con fuerza y los mechones mojados de cabello moviéndose en su frente.
Tomó mis caderas y me acercó a él, cerré los ojos y nos besamos otra vez, estaba comenzando a acostumbrarme a sus labios suaves y gruesos.
Nadé hasta la orilla y Rayo me cubrió con su camiseta. Nos sentamos en la arena y comenzamos a hablar de temas alternativos.
— Me gusta. — miró hacia adelante.
— ¿Qué te gusta? — le pregunté.
— Como eres. — dejé caer mi cabeza en su hombro y acaricié su brazo.
— ¿Qué es lo que más te gusta? — dudó por un momento.
— No es solo una cosa. Me gusta que siempre estás despeinada, que no te importa tu aspecto físico, que prefieres no herir a las personas, que reconoces tus errores, que casi siempre hablas con la verdad...
— Wow, realmente te gusto. — lo miré nerviosa y asintió.
— Vámonos ya que te vas a enfermar. — me ayudó a vestirme y yo lo ayudé a él.
Me dormí en el trayecto a casa y me despertó solo cuando estuvimos estacionados frente a la mansión. — Hemos llegado. — besó mi frente.
— Estoy cansada. — protesté mientras abría la puerta de madera y todos se nos quedaran viendo.
— Hola. — saludé y todos excepto Vanessa respondieron. La pelirroja llevaba un mini vestido y se paseaba por la cocina preparando algo de cenar.
— Pensé que no venían, así que no preparé cena para tanta gente.
— ¿Tanta gente? Somos sólo dos, y vivimos aquí. — le respondió Rayo.
Riva me regaló una sonrisa cálida y se la devolví con sinceridad. — ¿Haydeen está arriba? — le pregunté.
— Aquí estoy. — salió del cuarto de baño con la bolsa de maquillajes en la mano.
— ¿A donde vas? — sonrió discretamente.
— A ningún lugar, ¿para que me querías? ¿No ibas a dormir en el apartamento hoy? — asentí.
— El problema es que, estaba muy feliz en casa y de repente la luz se cortó. Traté de arreglar los fusibles que estaban apagados y rotos, pero hubo una sobrecarga y luego pum, ya sabes.
— ¿Explotó la casa? — habló con histeria.
— No, la casa está bien. Solo que no hay electricidad.
— Otra tarea que dictarles a la brigada de trabajo. — se marchó protestando.
—Encargué unas pizzas. — me dijo Rayo mientras se acercaba hasta mi.
Tocaron el timbre. — Deben ser las pizzas. Buen servicio tienen... — abrió la puerta sonriendo y un oficial de policía lo saludó.
— Jason Martínez. — asintió. — Queda arrestado por el homicidio de Raquel Martínez. — le extendió un papel y todos nos acercamos.
— Eso es un error. — le dijo Rey.
— Les aconsejo que guarden silencio.
— ¿Rayo? — hablé casi sin voz.
— Señor Martínez, tiene derecho a un abogado... — el chico extendió sus manos y le colocaron las esposas.
— ¿Qué pasa? ¿Rayo? — me volví para ver a todos, y sus expresiones eran serias, pero no tristes.
No pude moverme, gritar, ni defenderlo.
¿Por qué no se resistió ni negó aquellas acusaciones? ¿Él era el culpable de eso que decían?
Corrí hasta el coche de policía, toqué el cristal y levantó los ojos grises y tristes.
— ¿Rayo? — curvo hacia abajo los labios y comenzó a llorar.
— Todo se solucionará. Lo prometo, pero no te alejes de mi.
— Rayo, yo no sé qué... — la patrulla comenzó a andar. Corrí un poco tras él y me quedé con la mirada triste de mi chico clavada en el alma.
— Río... — me acerqué hasta él y negó. — Ritmo, ¿qué ha pasado? — giró el rostro. — Chicos ¿qué acaba de pasar? — todos me miraron con lástima. No me gustaban sus expresiones. — ¿Quién es Raquel? ¿Es su hermana? ¿Por qué la mató? Él nunca haría algo así, ¿cierto? — junté las cejas y lloré.
El grito desgarrador de Rey me hizo reaccionar, golpeó la puerta y salió al jardín. — Rey, dime la verdad. — lo seguí y Riva me detuvo.
— Déjalo que se desahogue. Todo tendrá su sentido luego. Confía, por favor. — me sujeté el pecho, porque pude sentir como el corazón tenía ganas de salirse.
— ¡No! — me solté del agarre de Haydeen. — ¡Quiero explicaciones! — me dejé caer en el suelo de rodillas.
— Halley no actúes como una niña. — me dijo Vanessa y me levanté del suelo furiosa.
— ¿Quién mierdas te crees que eres para decirme que hacer? — le espeté. — Tú te sentirías igual si le pasara algo así a Río. El otro día acepté que dijeras cosas sin sentido porque no tenía ganas de discutir, pero estoy cansada de ti y tus actitudes ególatras. Haces todo para molestarme y yo debo quedarme callada como una idiota... — Río me miró y todos bajaron la cabeza. — ¡Me importa bien poco que seas la representante de los chicos! ¡Puedes ser la mano derecha del Rey de España! ¡No tienes derecho a tratar a nadie de la forma en que lo haces! — la chica se quedó quita en el lugar y buscó apoyo en alguien.
— Río, ¿vas a permitir que esta chica me trate mal? — él solo se giró y subió a las habitaciones.
Tomé las llaves del auto de Rayo, salí al estacionamiento y puse en marcha el motor. La comisaría de la ciudad me recibió y abrí las puertas con prisa.
— Estoy buscando a Jason Martínez.
— Lo acaban de traer, no se le permiten visitas aún.
— ¿Cuando se le permitirán las visitas?
— No tengo idea. — me dijo la recepcionista mientras tecleaba algo en la computadora.
— ¿Dónde puedo esperar? — señaló unos asientos en malas condiciones, me giré y me senté apartada de los demás que esperaban.
Un hombre maduro, con inicios de canas y un uniforme ajustado de policía hizo entrada en la comisaría. — Capitán, el señor Martínez está en la celda esperando por un interrogatorio. — me levanté de la silla y corrí hasta él.
— Buenas noches, soy la novia de Jason Martínez. Quisiera saber el motivo por el cual está aquí.
— El asesinato de su hermana Raquel Martínez.
— Bueno eso ya lo sé. Pero, ¿qué pruebas hay de eso? — sonrió y recogió las carpetas de la mesa.
— Llevamos más de un año en la investigación, pero no hay crimen perfecto y encontramos huellas en la sudadera que la víctima llevaba, cabellos del señor Martínez en el auto y su ADN bajo las uñas de la señorita Martínez. Disculpe que me retire, pero no puedo dar más información. — la boca se me secó.
— ¿Puedo verlo? — negó y colgó las gafas oscuras en la parte delantera de su camisa.
— Quizás mañana en la mañana. — asentí y volví a sentarme en las sillas malditamente incómodas.
Tomé un café de la máquina y compré un paquete de cigarrillos en la tienda de la esquina. Me pasé horas caminando de un lugar a otro e ignorando las numerosas llamadas de los chicos.
Me había quedado dormida cuando alguien golpeó dos veces mi hombro. — Chica, apaga ese teléfono que la noche será larga. — dijo un hombre detrás de mí y volvió a acomodarse para seguir durmiendo.
— Hola. — respondí y me coloqué el móvil en el oído.
— Halley, ¿dónde estás?
— En la comisaría. Mañana me dejarán hablar con Rayo.
— ¿Estás bien? — dudé un momento.
— Si, eso creo. — rasqué mi cabeza.
— Hay algo que debo decirte.
— Te escucho.
— Es Rojo... tuvo una sobredosis y está en el hospital. — dejé caer el teléfono y los gritos de Haydeen me hicieron volver de donde sea que mi mente estuviese.
— ¿Sobredosis? ¿En qué hospital está?
— No puedes venir en ese estado. Estás nerviosa y no queremos más gente ni en hospitales, ni en la cárcel. — colgué y entré otra vez a la comisaría.
— Hola, este es mi número. — le extendí una nota con mis datos. — Cualquier noticia sobre el señor Martínez. — extendí un billete de cincuenta dólares. — Ya sea que respire, que se levante, que se duerma. — moví las manos al hablar. — Me lo dejas saber, por favor. — salí en dirección al hospital.
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N/A: hola, les habla mi resaca. La autora escribió este capítulo de regreso a casa en el bus, tras pasar una noche sabrosa con sus amigas. Aprecien que no puedo con mi vida y aún así les hago una actualización. Los amo. <3
Disculpen los errores, este capítulo no está editado. Tenía pensado hacerlo hoy, pero cuando abrí Wattpad me enteré que ya pasábamos las 600 vistas y sorpresaaaa... en serio los amo muchoooo. <3
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