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Capítulo 29

Recomendación de Canción: The Last Time - Taylor Swift ft. Gary Lightbody

De pequeña me había acostumbrado a ver como Jean trataba a Dana, entendiendo que de esa forma es que se comportaba un matrimonio.

Aunque veía a mamá llorar, aquello parecía algo normal, inclusive si él señalaba de mala manera cosas diminutas acerca de ella, o si gritaba porque la comida estuviera fría, mamá era calmada, o más bien se reprimía para no terminar en llanto frente a él.

Y luego explotaba...Rompiendo los mismos platos donde había servido la comida fría, llorando mares después de dar sonrisas. Entonces, cuando mi padre se iba, ella gritaba y se desquitaba, yo la veía atenta, descifrando en mi pequeño cerebro de niña que ocurría y claro, fallando.

Ella se enojaba de verme, como si mi existencia proponía otro problema, o le recordaba algo en especial.

-¡Lárgate de aquí! -Gritó en una ocasión.

Como estaba pequeña mis ojos se llenaron de lágrimas, y salí de la cocina dejando atrás mis juguetes favoritos. Iván que ya era mayor, al menos unos cinco años más, me veía con lástima y me abrazaba colocando su palma en mi cabeza, acariciando mi cabello. No tenía que hacerlo, mi hermano tampoco entendía muy bien porque nuestro único ejemplo de amor era así.

Pero a diferencia de mi, él había crecido creyendo que tenía que seguir un ejemplo. Mientras mamá me gritaba, papá le decía que tenía que enorgullecer a la familia.

No culpo al cien por ciento a mis padres por mis problemas, no digo que de haber nacido en otra familia me hubiera garantizado más estabilidad mental -aunque puede que si- tampoco digo que yo era la víctima principal de un maltrato, o que toda mi vida a su lado fue horrible y traumática.

Había momentos hermosos, donde por alguna razón estaban felices y nos llevaban a comer dulces y pasear por el parque, incluso los veía besándose y decía "Wow, a pesar de todo están enamorados."

Tal vez crecí creyendo que el maltrato eran obstáculos, y que supéralos juntos era señal de fortaleza. Y a medida de que fui madurando y entendí lo que ocurría...me asqueó. Me dieron asco las faltas de respeto hacia mi madre, la elección de ella de quedarse sin importar que y de en su lugar desviar cada desaliento a mi, haciéndome sufrir. Me dio asco mi padre y su inexistente concepto de lealtad y cariño.

Pero terminé convirtiéndome en algo similar. Inconscientemente actúe igual que ella, dejándome pisotear. Creyendo que si me quedaba, algo iba a cambiar.

Me deje humillar.

Estaba exhausta, me sentía demasiado cansada para un domingo. Aunque luego de la premier...¿Quién podría tener energía?

No se que había sido peor, si el intercambio en el baño o la visión de Meza del brazo de aquella mujer. Estaba muy parejo el marcador. Sin embargo, a excepción de otras veces, estaba molesta por su cinismo, y no tanto por la tristeza. Ya había pasado el tiempo en donde pensar que estuviera con alguien más me afectaba de gran manera, solo me hacía pensar que era increíble su capacidad de cambiar de mentalidad, la poca valoración propia.

Me impresionaba que solo hace semanas me profesaba un amor inagotable, y ahora se pavoneaba del brazo con alguien diferente.

Era desconcertante. ¿Pero entristecerme? Eso lo lograba sola, recordando una y otra vez mis fallos. Lo que en realidad me hacía sentir mal eran mis elecciones, creer en él teniendo pruebas de que no era alguien de fiar. Aún cuando tenía sus momentos en donde creías que tal vez era posible hacerlo.

Me sentía derrotada, con la realización de que había perdido mi tiempo. Nos llevábamos de maravilla en ocasiones cuando todo estaba normal, los chistes internos, la dinámica que teníamos, nuestros temas de conversación y la felicidad que sentía en esos instantes era incomparable. Por eso no entendía la razón de no funcionar en la adversidad. Eso si lograba derrumbarme, él había elegido desechar lo que teníamos, como si fuera basura.

Meza era consiente del amor que le tenía, pero nunca lo valoró.

No me costó mucho luego de verle, hacer frente a ello. Esa misma noche, llegue al departamento con una sensación distinta en el cuerpo. Algo así como un ya no puedo cambiar lo que pasó y era cierto. Tenía pocas opciones: 1. Seguir adelante como si nada. 2. Seguir llorando por una persona que no me amaba.

Era así, había estado tanto tiempo cegada por lo que podía ser que no me detenía a pensar en lo que era. No es como sí mis sentimientos hubiesen desaparecido, pero al menos ahora podía ver con más calidad.

Tenía fe en las segundas oportunidades, pero él las había agotado todas.

También le daba crédito al dicho: "Cuando una persona te demuestre quien es en realidad, créele." él lo había demostrado.

Eduardo me había citado en el estadio donde solía practicar con el equipo, parecía que habían pasado años en vez de meses, cuando nos habíamos conocido. Estaba extrañada e intrigada, me emocionaba ver al castaño de nuevo.

Conduje hasta el establecimiento en silencio, estaba más tranquila, al menos podía actuar normal, como si nada hubiese pasado en estas semanas, al rededor de Eduardo yo siempre sería alguien tranquila, en vez de esa persona con diez mil inquietudes atormentándola.

No estaba de humor para escuchar música por el camino, había entrado en mi trance anti-recuerdos. Ese que utilizaba como armadura cada vez que hacía una depuración post-Meza.
Me decía que, sin importar lo que dijera, como volviera -si lo hacía- o si inclusive ocurría una guerra nuclear. No habría forma en que dejara que fuera parte de mi vida nuevamente.

Estaba sumamente drenanda.

El único aspecto positivo es que al menos el día estaba soleado. Cuando llegué al estadio. Me extrañó no ver a nadie por los pasillos de la entrada, tal vez estaba siendo utilizado por un grupo privado. Pero no notaba tampoco muchos autos cerca. Avancé hasta la rejilla del inicio y noté que estaba cerrada. Tomé el móvil para marcarle a Eduardo, tras dos tonos, no respondió.

Fruncí el ceño. -¿...Pero?

Rodeé la parte de la rejilla, notando un camino hecho de flechitas de señalización pintadas en blanco, parecían stickers, tal vez estaban hechas para que los jugadores no se desorientaran, aunque no las había visto antes, tenía meses que no acudía al lugar. Seguí las flechas aún con el móvil en mano, no me gustaba lo perdida que me sentía o la falta de respuesta de él. ¿Qué tan difícil era vernos en un café?

Pero cuando finalizo el camino, levantando la vista, casi dejó salir un chillido. El final llevaba al centro del campo de grama artificial, ahí en medio estaba Eduardo, tenía una camisa de botones y un pantalón de vestir, el tipo de ropa no tan usual en él, pero el verdadero desconcierto era el bouquet de rosas inmenso que había ahí.

-¿Qué...?

-Hola, Ronnie. -Dijo con una sonrisa perfecta.

-¿Qué es todo esto?

Apenas logré sacar las palabras, la verdad no entendía lo que sucedía, las flores eran preciosas, y estaban juntas en un gran envase redondo en el suelo, él se acercó sin flaquear, tomándome de la mano para que me acercara, ya que había quedado paralizada en mi lugar.

-¿Te gustan?

Casi hice un puchero, cómo podría preguntar eso si estaba ensimismada. Amaba las rosas, no tanto como los girasoles pero, eran preciosas.

-Están hermosas.

Obligué a mi mente a no pensar en los girasoles que Meza me obsequió, los mismos que quedaron en el suelo una vez la policía lo sacó de mi departamento. Solté un suspiro de pesar, ni siquiera podría disfrutar de algo así sin recordarlo.

-Ronnie...no te espantes ¿ok?

Alcé una ceja en su dirección, saliendo de mi pequeño intervalo de pesar. Él extrajo un pequeño paquete de su bolsillo derecho y me quedé helada.

...-Los meses que estuve lejos de ti...no pude pensar en nada más que no fuera volverte a ver. Yo...Te amo, Ronnie. -Abro mucho los ojos, el latido de mi corazón parece ser apenas un suspiro. -Sé que es muy pronto, demasiado apresurado, sé que tal vez sigas cargando con cosas del pasado, pero...quiero que estemos juntos, quiero que superemos todo lo malo, que estemos unidos en todo lo bueno.

Las lágrimas se empiezan a acumular en mis ojos cuando abre la cajita aterciopelada frente a mí, revelando un anillo de banda plateada brillante. -Ronnie. ¿Te casarías conmigo?

Dejo salir un jadeo, mis manos van directo a mi rostro, mi teléfono habrá salido rondando por la grama artificial pero no le cojo cuidado. Observo de sus ojos al anillo. Literalmente siento el corazón queriendo salirse de mi pecho.

¿Cuántas veces no soñé aquello? ¿Cuántas veces no pensé que tendría que pasar mucho tiempo para sentir justo lo que sentía en ese momento?

Eduardo estaba ahí, siendo justo lo que quería, pidiéndome justo lo que quería, pero no era él. El castaño hacía todo lo que esperaba de Meza. Y eso, tal vez dolía más.

Escuché los murmullos y los grititos, fui consiente de todas las personas alrededor, Eduardo había hecho a mis amigas cómplices, pues ellas estaban en las gradas junto a dos jugadores, sus amigos. Patricia saludaba desde lo bajo con el teléfono en la mano, imagino capturando mil fotos para mi. Quise enserio llorar demasiado solo por el momento.

Los ojos de Eduardo estaban llorosos, tal vez por la falta de respuesta o porque simplemente lucía muy contrariada. Miré la intensidad del avellana, eran ojos tan distintos, era un rostro tan diferente, era alguien tan sencillo, quererlo era tan fácil como respirar. No quise pensar en si podría amarlo de la misma forma, no quise detenerme a preguntarme que pasaría por la mente de él, no quise simplemente negarme a tener lo que deseaba solo porque no venía de quien deseaba.

Podría llegar a amarlo.

Estaba segura.

Y decidí.

-Si. -Dije, apenas en un susurro, asintiendo.

Parecía que no podía creerlo, ni yo. Sacó el anillo plateado de la cajita y lo colocó en mi mano izquierda, el dedo anular ahora era adornado por el cristal reluciente y la banda de platino, escuchamos el vitoreo de los demás cuando se acercó a besarme. Y de pronto estaba recibiendo los abrazos de mis amigas y él las palmadas de apoyo de los suyos.

Era una locura. Estaba segura. ¿Pero que en mi vida no lo era?

Con los rostros felices, las rosas, la compañía y... mi prometido. Aún solo podía mirar mi dedo, ver la banda del anillo y pensar.

Meza sabía que toda la joyería que usaba era dorada. Él nunca me compraría un anillo plateado.

Pero...La cosa es que, él nunca me compró un anillo en general. Hablaba mucho de que quería que fuera su esposa, pero como siempre, lo único que hacía era hablar, no accionar.

Sin darme cuenta teníamos una pequeña celebración en el campo, Eduardo se veía rozagante mientras reía con su mejor amigo, Chris, el mismo que le hacía ojitos a Patricia. Todos bebían cerveza, a excepción de mi, creo que una bebida con burbujas haría que me sintieras más nerviosa. Pero todos conversaban, reían, aparentemente contábamos con el establecimiento para nosotros.

Se sentía bien la tranquilidad que todo proponía, seguía en un estado como nebulosa. Había sido feliz con el castaño de ojos avellana, nuestras memorias rondaban mi mente como el film de una película. Él era sencillo, me era leal, había vuelto por mi...

Era como si finalmente la vida me dijera que lo que necesitaba estaba frente a mi, y no lo que de forma necia me rehusaba a soltar.

-¿En qué piensas? -Preguntó al acercarse. Le miré con una sonrisa pequeña.

Estás bien, Ronnie. Él es una buena elección.

-En como de verdad llegaste y en vez de pedirme que sea tu novia de nuevo, me pides que sea tu esposa.

Eduardo ríe ampliamente, dejando ver las perlas blancas de su dentadura, tiene una barba creciente, acerco mis dedos a ella, acunando su rostro. Me mira con adoración, una de las cosas que adoro de él son lo brillantes y honestos que lucen sus ojos. Los rulos café caen en su frente de forma despreocupada. Podía ver la vida con él.

-No quiero perder el tiempo. Eres todo lo que he querido.

Sonrió. Él atrapa mi mano para besar el interior, haciendo cosquillas en mi palma.

-¡Tortolitooos! -La rubia de amiga canturrea hasta llegar donde estamos, algo apartados. - Lamento interrumpir pero te dejaste el móvil allá y no ha parado de sonar.

Frunzo el ceño, viendo el aparato, Laura ha dejado varias llamadas y justo cuando estoy por devolver una, vuelve a llamarme.

Eduardo se aparta un poco pero fácilmente puede ver que se trata de ella. -¿Lau? ¿Qué pasa? ¿Iván está bien?

-¡Ronnie! ¡Tienes que venir! ¡Meza está en el restaurante, Iván y él se están matando no sé qué hacer! -Grita, aterrorizada.

¿Qué mierda?

-¡¿Llamaste a la policía?!

-Iván me ha gritado que no lo haga. ¡Ven por favor!

Suelto una maldición por lo bajo. -Laura. ¿Qué mierda importa lo que quiera él? ¡Llámalos! Iré de inmediato.

Corto la llamada viendo a mi recién prometido con pesar. Él solo asiente. -Vamos.

No damos muchas explicaciones a los demás, nos decantamos con que ha surgido algo. Las chicas me miran con pánico pero me aseguro de darles una mirada significativa. Supongo yo que eso las calmará.

Eduardo acelera apenas estamos en el auto, le agradezco internamente la rapidez y la compresión. Solo bastó con mi expresión para que decidiera dejar todo en un segundo plano. Incluso a nosotros.

Le di las indicaciones para llegar al restaurante de Laura, él maniobraba en concentración siguiendo mis direcciones. Todo el tiempo que pasó fuera reafirmó su figura debido al entrenamiento, ahora los músculos de sus brazos estaban más marcados que antes, mientras giraba el volante guiado a la avenida que llevaba al local. Rogaba que nada malo pasara, y también me preguntaba qué mierda había hecho que Meza por sí mismo fuera a golpear a Iván.

Las consecuencias de las que había advertido iban a ser impuestas por sus propias manos.

El aviso del restaurante estaba brillante por la calle comercial, a pesar de estar apartado y cerca del viñedo, habían unas cuantas tiendas que también se habían localizado ahí. Eduardo estacionó justo al frente, detallé el auto de Meza al otro lado de la calle y mi corazón se aceleró, bajé enseguida, con el castaño detrás siguiendo mis pasos.

Apenas entré fue un caos, Laura estaba llorando mientras trataba desesperadamente de acercarse, pero Meza e Iván se propinaban puñetazos sangrientos, ella gritaba que llamaría a la policía, pero ninguno le escuchaba. O más bien, no les importaba, esto era personal, esto era entre ambos.

La cara de Iván estaba cubierta de sangre con moretones crecientes. En cambio el moreno de espaldas a nosotros se mantenía en pie, cada golpe más fuerte que el anterior, sus nudillos completamente desechos. La carne abierta por el constante roce entre los huesos y la piel. Tuve que sostenerme del pilar de la enterada para no sentir que me desmayaría en ese instante.

-¡Ronnie! -Exclamó Laura entre aliviada y consternada.

Meza se congeló en su posición, soltando del collar de la camisa a mi hermano y dejando que cayera al suelo, Laura corrió hacia él, sollozando, Iván escupía sangre. Cuando giró en nuestra dirección, sentí que desvanecía. Tenía varios cortes abiertos en la cara, en su ceja, su labio inferior, pero se veía significativamente más de pie que mi hermano. La musculosa blanca estaba llena de sangre y sudor.

Me miró a través de los ojos oscuros, que iban de mi al hombre detrás. Eduardo era como una pared de bloques a mi espalda, una protección.

Sonrió con los dientes llenos de sangre, y luego escupió a su costado. -¿Qué? -Dijo. -¿Acaso no sabes que ha hecho tu hermano ahora?

Iván apenas se encontraba consiente. De haber llegado luego, lo habría matado. Estaba apoyado en Laura. Su ropa se manchaba del líquido rojo. Me dolía verlo así. A ambos. Cerré los ojos por segundos. ¿Esto en realidad estaba pasando?

-Meza. -Me acerqué, a pasos leves, Eduardo se tensó, colocando su mano en mi costado. El castaño siguió cada movimiento, parecía una escena de animales en la jungla. Todos actuando como gacelas alerta.

-Tu puto hermano logró que congelaran mis cuentas, no tengo ni un puto dolar.

Respiro de forma calmada. Saliendo del agarre de Eduardo para estar frente a él.

-Ronnie. -Dice en advertencia.

Meza le mira con diversión. -¿Qué crees que haces aquí detrás de ella? Si Ronnie siempre está para mí.

Le miro con rabia. -Por favor, solo vete.

Alza una ceja. -¿Es enserio?

-No te hará ver nada bien en juicio haber atacado a Iván de esta manera. Por favor, vete.

-Ya oíste, lárgate. -Habla Eduardo. Cierro los ojos, sabiendo que aquello será suficiente para que él explote.

Suelta una risa sin gracia. -¿Tienes un problema conmigo?

Pero Eduardo se acerca lo suficiente para quedar a centímetros de él, me interpongo colocando la mano en su pecho, haciendo que retroceda, pienso que Meza desistirá, pues el silencio se instala el la sala de forma contundente.

Al voltear, veo sus ojos fijos en la roca que recién adorna mi mano.

-¿Qué?, ¿Te vas a casar?

Suelta un bufido, entre incrédulo y cabreado. Toda su atención pasa a mi prometido, con sorna deja salir dagas por la boca. -Suerte con la boda, amigo, se casa contigo pero me quiere es a mi.

Y se aparta, saliendo del establecimiento de golpe, cerrando la puerta de entrada con demasiada fuerza. Acelerando su auto hasta que el motor es el eco de un rugido.

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