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4. Noah

                            Capitulo 4

Noah

La forma en que María Elisa me había contestado cuando pregunte sobre su madre no salía de mi cabeza, así como tampoco podía sacar de mi cabeza el hecho de estar de nuevo en este país bajo el yugó de mi madrastra. Ni siquiera la cenicienta fue tan idiota. El recuerdo de aquel fatídico día seguía retumbando en mi cabeza como una pesadilla:

¡Suéltame, idiota!— forcejeé mientras trataba de librarme de su agarre. Al instante en que me soltó, me lanzó una bofetada.

—¿Qué te crees? ¿Eh?

—¿Quién te crees tú para pegarme?— le grité, llena de indignación. Intenté devolverle la bofetada, pero no pude. Ella me detuvo el brazo y, en su lugar, me dio otra bofetada que me tiró al suelo.

—Me tienes harta. Si te he soportado es porque Dios me ha dado demasiada paciencia. Pero, ¿sabes qué? Eres una inútil que no sirve para nada. Es más, no deberías existir. Así mi vida sería más fácil.

Con la mano en mi mejilla y mis lágrimas a punto de salir, le dije:

—Por supuesto que la vida te sería más fácil si yo no existiera. Así podrías terminar de robarle todo a mi padre sin que nadie protestara. Pero ¿sabes qué? Hagas lo que hagas, no vas a obtener lo que estás buscando. Para eso estoy yo aquí: la única y legítima heredera.

—Se nota que estos años en el extranjero no te han cambiado nada. Mírate: sin amigos, sin parientes, sin un novio. No tienes nada, ni un solo apoyo. En cambio, yo soy la persona más adecuada para administrar los bienes de tu padre, como su viuda, mientras que tú solo eres un insignificante problema en mi vida, como lo fuiste en la de tu padre. Porque al traer tu vida a este mundo, provocaste la muerte de tu madre, le quitaste a tu padre lo más valioso para él al nacer. ¿No crees acaso que esto es justicia divina, o como le llaman hoy en día... el karma de la vida? Tú le arruinaste la vida a tu padre, y lo más lógico es que yo te la arruine a ti. ¿No crees que es algo justo?

—Eres una bruja. No pienso dejar que tus palabras me afecten... nada de lo que dices es cierto.

—¿Tú crees...? Míralo de esta forma, Noah: estás sufriendo porque tu padre falleció unos cuantos años después de casarse conmigo, porque no podía olvidar al amor de su vida, el cual tú le arrebataste al nacer.

Empecé a derrumbarme por dentro, sintiendo que esto era cierto, pero por otra parte, quería pensar que no lo era. Me levanté del suelo, envuelta en lágrimas, y le grité lo único que tenía en la mente:

—¡ESO NO ES CIERTO!

—Claro que es cierto. La muerte de tus padres pesa sobre tu conciencia, Noah. Intentas volverme la mala del cuento cuando la única bruja que provocó todo esto eres tú. Porque si tú no hubieras nacido, tu madre y tu padre seguirían con vida. Eres una asesina, Noah. Acéptalo.

—No, no, noooooo. Yo no soy una asesina— negaba una y otra vez con la cabeza, tapándome los oídos.

—Sí que lo eres. ¿Sabes? A estas alturas, tu padre debe de estar feliz porque por fin estás sufriendo un poco y quedándote sola, como lo estuvo él hasta que llegué yo. Deberías agradecer mi bondad al haberte mandado a estudiar al extranjero en cuanto falleció tu padre. De haberte quedado allá, no hubieras escuchado nuevamente esta triste realidad. ¡Ah! Y será mejor que te apures, porque en el Discipline School te están esperando. No llegues con la cara llovida, no vaya a ser que de camino enamores a un panda— continuó hablando con ironía mientras jugueteaba con un mechón de mi cabello.

—No pienso ir a ese colegio.

—¿De verdad? Pues qué pena, porque pensaba prestarte el chófer, pero ahora, por esa ingratitud, adonde sea que vayas, irás a pie. Y debo informarte que la casa queda al otro lado de la ciudad. Bye, bye, querida.

 Rezongaba y rezongaba dándome de golpes con un libro en la cabeza, hasta que una voz que vino de desde atrás de mi dijo:

—Si sigues así, no solo harás del libro un desmadre, sino que también partirás tu cráneo —deje de golpearme la frente con aquel libro y espontáneamente como si mi cabeza fuera atraída por esa voz gire la mitad de mi cuerpo en la silla para encontrarme a un entrometido de test blanca y cabello oscuro detrás de mi.

—No es asunto tuyo lo que yo haga, dedícate a tu asquerosa vida — volqué los ojos y volví mi vista hacia el frente.

—Tienes razón no me incumbe, pero si me fastidia ese ruido, debería darte un martillo para que termines más rápido.

Arremetió de forma sarcástica posando su barbilla en sobre sus dos manos entrelazadas sobre el escritorio.

— Lo que deberías hacer es meterte en un agujero negro y desaparecer, o aún mejor, deberías conseguirte un circo ya que te sientes tan payaso —le espete.

—Interesante sugerencia —continuo burlesco —jamás lo había pensado, pero ¿Sabes qué? La idea no me desagrada, ya que, sí yo monto el circo, tu cara sería el numero principal.

Irritada di un golpe al escritorio con mi mano y me volví hacia él nuevamente, disparándole dagas con la mirada.

—Si no tienes nada mejor que hacer, traga, bebe, absorbe, atarántate o como mejor te ruede el agua y ahoga tus comentarios irritantes en ella, que para nada me hacen gracia.

Soltó una carcajada, y levanto las manos en señal de rendición, volque los ojos, y continué, con mi estresante vida.

Los días pasan muy lento en este colegio y de a poco convivo más con Camila, con María Elisa no he vuelto a cruzar palabra desde el día en que pregunte lo de su madre, quizás lo pregunte de manera muy directa u informal causando que me amara más de lo que ya lo hacia, con los días también descubrí el nombre del chico con el que había cruzado palabra de manera bastante desagradable en una de las primeras clases, Jeff, era un chico de cabellera oscura, test bastante blanca, por no decir pálida y con una personalidad extrovertida, mayoritariamente le gustaba hacerse notar llenando de gracejadas el salón de clases, aunque no era más payaso que el duo de Do y el Does, claro está que ese par eran como el alma de la fiesta en cualquier situación. Jeff solía molestarme de vez en cuando tentándome a perder la poca paciencia que contengo, pero yo trataba de ignorarlo, y así ahorrarme una cita en inspección con Guerra, mismo que  últimamente se la pasa más metido en la dirección con el director que en otra parte, al parecer el asunto de la muerte del conserje aún no se ha esclarecido y hay muchos rumores por los pasillos que afirman que el asesinato del conserje es solo una advertencia de que se avecinan cosas peores en el colegio y aunque ciertos sucesos extraños han sucedido últimamente, como el corte repentino de electricidad y ruidos extraños por las noches, ningún directivo da explicación alguna sobre esto, es más, los profesores tratan de normalizar estas cosas, pero yo no creo en lo que los profesores dicen, siento que hay algo más, que hay algo oculto que no quieren que nadie sepa, pero la pregunta aquí es ¿Cuál es el secreto que se esconde el Discipline School?

***

Gaia

Definitivamente, en este colegio no hay respeto ni siquiera por la visión ajena. Llevo un montón de tiempo tratando de borrar de mi preciada memoria la cara del muerto, y simplemente no puedo. Cuanto menos lo quiero en mi mente, más la invade... ¡Dios, dame tregua que así no puedo!

—Gaia, apresúrate, las clases inician en nada y todavía no terminas de cubrirte las ojeras— me apuró Glenda.

¡No se trata solo de cubrir ojeras, querida! Se trata de salir por esa puerta con algo de autoestima extra, porque siempre es mejor que sobre a que haga falta. ¿No lo crees, Brenda?— repuse mientras, frente al espejo, me retocaba el labial en los labios con uno de mis dedos.

Más que autoestima, yo lo llamaría un refuerzo a mi belleza— concluyó Brenda, arreglándose el cabello frente al espejo.

Una vez listas, salimos a derrochar belleza por todo el Discipline School. Todo parecía genial hasta que, ¡pum!, me encontré en pleno pasillo con las salvajes que arruinaron mi triumphant entrance.

—Pero miren lo que trajo la corriente: un trío de musgos y larvas babosas e intolerables a la vista— inicié lo que sería una discusión en medio del pasillo. La primera vez me tomaron por sorpresa, pero esta vez no las dejaría ganar.

—¿Pues dónde están que no las veo...? ¡Ah! Pero claro, lo olvidaba, son ustedes... es que soy espejo y me reflejo, ¿sabías?— arremetió la cabecilla del trío de entrometidas. Su respuesta me dejó muy mal parada. Solté una sonrisa amarga entre dientes y quise acercarme a ella para darle una buena bofetada, pero justo cuando levanté mi mano para hacerlo...

—Eres una...— apenas dije dos palabras cuando alguien tomó mi mano por detrás. Me giré bruscamente para ver quién era. ¡Ay, no jodas! Es Guerra.

—¿Me puede explicar, señorita Remington, por qué quiere emplear la violencia con una de sus compañeras?— Ay, no manches, ahora resulta que yo soy la mala del cuento.

—¿Y usted, señorita...?— Guerra entrecerró los ojos hacia la estúpida a la que le iba a emparejar el rostro, preguntándole con la mirada indirectamente su nombre.

—María Elisa, mi nombre es María Elisa Manovan Luna— contestó mientras me veía con ojos de satisfacción, disfrutando al verme en tal situación. Cómo me pudre su mirada. Con que te llamas María Elisa... pedazo de contaminante ambiental.

—¿Me pueden explicar por qué están protagonizando un disturbio, señoritas?— exigió Guerra con su cara de pocos amigos.

—¿Y usted me podría soltar ya?— arremetí para que soltara mi mano, con la que pretendí medio matar a la reina de las salvajes. Al momento en que me soltó, acaricié levemente mi muñeca. Guerra apenas me tocó, pero casi me arranca la muñeca.

Las sigo esperando, señoritas. ¿Alguna de ustedes me puede explicar qué está pasando aquí?— recalcó Guerra, sumamente exaltado, entrando en desesperación por no recibir una respuesta.

—Pues yo no tengo nada que decir, General. Como sabrá, soy nueva, así que yo no tengo nada que ver con la señorita aquí presente— respondió la salvaje mientras paseaba su mirada desde mis pies hasta mi cabeza—. La verdad no entiendo cuál es su problema. Tal vez sea bipolar o, aún peor, se esté volviendo loca — concluyó, haciéndose la inocente.

Luego de observarla por un rato, Guerra parecía al fin encontrar lo que buscaba en ella, y de manera intrigante y dudosa, levantó levemente su dedo índice, señalándola, y le pidió algo que me pareció simplemente estúpido:

—¿Me podrías repetir tu nombre?

A ella pareció no molestarle la pregunta.

—Claro, María Elisa. Mi nombre completo es María Elisa Manovan Luna. Guerra se puso del color de un papel y la miraba como si hubiera visto al fantasma del jardinero.

—Sargento, ¿se encuentra bien?— cuestionó Brenda.

Vayan todas al salón de clases ahora mismo, y sin discutir, ¿entendido?— respondió de manera exigente y aturdida, sin quitarle la mirada a la tal María Elisa. Al ver que nadie se movía del lugar, replicó con voz más fuerte.

—¿Entendido, señoritas?

A lo que todas respondimos secamente:

—Sí, señor.

Y lo peor de la historia es que todas íbamos hacia la misma dirección. Y ósea, ¡cómo! Solo me falta que además de compartir el mismo aire y el mismo colegio, también tengamos que compartir el mismo salón. Es que eso no puede ser. ¡Dios, apiádate de mí!


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