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24.Nuestro día

Capítulo 24

Gaia

Los días en esta casa se nos pasaron volando. Pasó de todo, y a la vez logramos asimilar lo que ocurrió aquella noche con los D.P. Quizás los días en el campamento nos fueron de ayuda. La Teniente no nos mintió al decirnos que, en su momento, seríamos asesinos al entrar en esto. Y aunque al principio la idea me parecía aterradora, ahora no me lo parece tanto. Después de todo, no estoy sola en esto; ellos están conmigo y yo estoy con ellos. Aunque... no niego que a veces me siento un poco excluida. Después de todo, yo no pertenecía a este grupo desde un principio y... me es difícil adaptarme a ellas, así como a ellas les es difícil acostumbrarse a mí, y lo entiendo. Por eso, suelo darles su espacio para no asfixiarlas con mi presencia. Y es en esos momentos de soledad cuando más extraño a Brenda y a Glenda.

—¡Hello, gordis! — No puede ser, Mahelo va a empezar. Desde que descubrió mi obsesión con mi peso, no ha parado de joder.

—¿Qué quieres? — Le espeté, puse los ojos en blanco y empecé a caminar en dirección contraria a él.

—Un poco de amabilidad, tal vez.— Ironizó, dándole un sorbo a la lata de cerveza que tenía en la mano. Traía el torso descubierto y unos jeans junto a unas gafas de sol oscuras, una combinación perfecta para poner al descubierto sus pequeños tatuajes. Algunos parecían hojas de otoño, otros tenían frases diminutas y otros simplemente no lograba descifrarlos.

—Sueña.— Me crucé de brazos y salí hacia la piscina, lugar en el que estaban todos.

—¿Contigo? — Me siguió hasta la puerta, provocando que me girara para verlo a la cara.

—Con un psiquiatra, tal vez.

—Preferiría soñar con el enfermo o... la enferma.— Se inclinó hacia mí.

—Tarado.

—Tarado, tonto, imbécil, salvaje, ya me has dicho de todo... pero sé que en el fondo me amas.— Dramaticó, subiendo una mano hasta su pecho y guiñando un ojo.

—Ja.— Sonreí de costado amargamente. — Tal vez debería empezar a decírtelo en inglés.

—O tal vez deberías decirme sus antónimos.

—¡Guau! Alguien puso atención en clase de literatura.

—Siempre presto atención, sólo que nunca estudio.

—¡Bueno, bueno! Se acabaron las discusiones. Hoy vamos a divertirnos. Es nuestro último día aquí y vamos a hacer las paces, ¿ok?— Interrumpió Jeff, posicionándose en medio de los dos. Tenía el aspecto de haber estado bebiendo desde hace varias horas; estaba borracho, era obvio.

—¡Jeff, estás...! — No me dejó terminar, pues tiró de mí y me lanzó a la piscina. Allí estaban Camila y Noah, con cara de que les había pasado exactamente lo mismo que a mí. Y sí, fue así. Jeff y Mahelo se dieron la tarea de lanzar a todos los restantes a la piscina. Incluso Erick se nos unió voluntariamente; su herida ya estaba prácticamente sana y no había de qué preocuparse, aunque aún le dolía un poco el brazo. De buena fuente sé que no ha dejado de pedirle perdón a Camila, y aunque ella ha estado a dos palabras de perdonarlo, María Elisa y Noah se han encargado de que no ceda tan fácilmente.

—Vamos, chicas, es nuestro último día aquí. ¡Arriba ese ánimo! — Exclamó Jeff al ver nuestra expresión de desagrado.

—También podría ser tu último día de vida.— Le espetó María Elisa, señalando la lata de cerveza en su mano.

—Pero sin embargo, también podría ser el tuyo.— Mahelo apareció a las espaldas de María Elisa y Noah, haciendo que ambas pusieran los ojos en blanco. Pero sus expresiones cambiaron en cuanto él les ofreció una lata de cerveza a cada una.

—Bueno, yo no quería...— Empezó María Elisa, tomando entre sus manos la cerveza.

—Pero tampoco puedo negar que con este sol no caería mal un traguito.— Culminó Noah.

—¿Gustas?— Me ofreció una.

—Disgusto, pero... lo dejaré pasar por esta vez.— Tomé la cerveza que me ofrecía y le di un sorbo.

Después de esa cerveza, no sé cuántas más bebí, pero debo admitir que se sintió bien, y que aún conservo mis cinco sentidos en perfecto estado. Incluso Max bebió más de lo que yo hubiera esperado, considerando que se cree nuestro padre. Sorprendentemente, el más maduro en todo fue Erick, bueno, porque no podía beber debido a las medicinas. La tarde entera nos la pasamos jugando y bailando en la piscina. La cerveza ayudó bastante, pues de otra forma no hubiera terminado abrazada, cantando con María Elisa la canción de Tinker Bell y su hermana. Jeff y Mahelo debieron grabar hasta el mínimo gesto mientras lo hacíamos. No quiero ni imaginar lo que les hará María Elisa cuando vea esos vídeos.

La tarde fue muy divertida, pero lo más divertido vino cuando, después de comer y darnos un baño de agua tibia por la noche, en lugar de dormir, se nos ocurrió la brillante idea de hacer una fogata en la arena frente al mar y sentarnos a su alrededor, para hablar ahora que estábamos algo happy.

—Bien, ya que estamos aquí, ¿por qué no hacemos un juego?— Sugirió Jeff, subiendo y bajando las piernas.

—¿Cuál sugieres?— Preguntó Max.

—Ummm, ¿qué les parece si... me ayudan a pensar? Tengo muchas ideas, pero están revueltas.— Contestó Jeff, llevándose una mano a la cabeza.

—No lo sé... el cerebro no me da.— Comentó Mahelo.

—¿No te da o no te sirve?— Pregunté con una sonrisa angelical.

Él se giró hacia mí y me sostuvo la mirada antes de sacarme el dedo corazón.— Podríamos ir a tu cuarto y te enseñaría todas las ideas que produzco contigo cerca.— Eso fue muy directo, demasiado directo, y muy perturbador. ¿Acaso él...? No, no lo creo, ¿o sí?

—Apártate del fuego, idiota, estar muy cerca te está calentando de más.— Intervino María Elisa, sentándose a mi lado y terminando así el contacto visual. Y se lo agradezco; no podría continuar con ese contacto visual por mucho más.

Erick propuso un juego con un nombre extraño, quien por cierto, no le quitaba la mirada de encima a Camila, quien estaba sentada en medio de Noah y María Elisa, sin duda estaba muy bien custodiada. Le tomamos la palabra y empezamos a jugar. Aunque no entendí bien el sentido del juego, los castigos eran impuestos por la persona que cantaba con los ojos cerrados mientras los demás pasábamos un pañuelo por nuestras manos lo más rápido posible. El que tuviera el pañuelo en la mano cuando pararan de cantar, perdía. Como se podrán imaginar, la primera en perder fui yo, y Erick me impuso el castigo de besar a Jeff en la mejilla. No les pienso contar mi experiencia con ese beso; me voy a reservar todos los comentarios (que por cierto, no son nada buenos).

—¡Vamos, María Elisa!— La animaba Jeff, quien en esta ocasión fue quien impuso el castigo.

—¡Estás demente! No pienso hacerlo.— Se negó, cruzándose de brazos. Y si me lo preguntan, el castigo era besar a Max, y sí, besarlo, nada de besito inocente en la mejilla; seguro que Jeff ya ha perdido más de un sentido.

—Es solo un beso, María Elisa, algo de lo más inocente.— Comentó Mahelo, quien en una ronda anterior tuvo que abrazar a Noah, aunque para ello tuvo que perseguirla por la mitad de la playa, claro.

—¿No puedes simplemente pedirme que meta la cabeza en la arena?

—Nooou. Las reglas son las reglas. Todos accedimos a jugar y ahora todos debemos participar... sin excepciones.— Intervino Erick, aunque eso le costara una mirada asesina por parte de María Elisa.

—¡Ugh! Cómo odio a los hombres.— Mascullo María Elisa a mi lado.

—Ya déjense de drama.— Intervino Max, poniéndose de pie.— Terminemos con esto ahora.— Sin más, se acercó a María Elisa, le sostuvo la mirada por un instante y luego... sí, la tomó de la nuca y la besó. Mi mandíbula casi toca la arena, y mis ojos no paraban de parpadear. O sea, Max tomó la iniciativa y la besó... eso solo significaba una cosa: el témpano de hielo le gustaba a mi hermana, o bebió más de lo que yo puedo recordar. Al girarme hacia los demás, me di cuenta de que no era la única sorprendida; todos estaban perplejos. Y es que creo que al final nadie esperaba ese beso, pero tratamos de disimular lo mejor que pudimos en cuanto el beso llegó a su fin después de unos segundos.

—¡Bienn!

—¡Guau, esa es la actitud, bro!

—¡Vamos a seguir!

Max volvió a su lugar y María Elisa se aclaró la garganta, incómoda. Estaba un poco sonrojada, y la entiendo; cualquiera en su lugar lo estaría. Pero solo estábamos jugando y, así, era más fácil disimular. El juego continuó y le llegó el turno a María Elisa de imponerle el castigo a Mahelo; eso me olía a venganza.

—Muy bien, pequeña mejor amiga, sorpréndeme— Empezó Mahelo.

—Bien, quiero... que beses— Para ese entonces, ya se me estaba formando un nudo en la garganta — a Max — y luego ese nudo se convirtió en una gran carcajada.

—¿¡Qué!?— Max y Mahelo reaccionaron casi al mismo tiempo.

—Es solo un beso, Mahelo, algo de lo más inocente.— Recitó María Elisa.

—¿Acaso me odias? El castigo te lo impuso Jeff.

—No te odio, para nada— Contestó con una sonrisa angelical. — Pero me gusta irritarte, fastidiarte y una dulce venganza incomodarte.

—¿No estarás hablando en serio?— Intervino Max, frunciendo el ceño.

—Solo estoy hablando de un pequeño beso en la mejilla, no sé por qué se alteran tanto.— Ante esa respuesta, tanto Max como Mahelo tomaron aire y compartieron una mirada de alivio, para luego fruncir el ceño y mirarse con asco.

—Aun así no lo haré.— Mahelo se cruzó de brazos.

—Y yo no me dejaré.— Max hizo lo mismo.

—Pues lo siento, chicos, pero las reglas son las reglas. Todos accedimos a jugar y ahora todos debemos participar... sin excepciones.— Recalcó Camila, haciendo que ambos fruncieran aún más el ceño y que todos los demás soltáramos risas burlescas.

Después de un montón de quejas por su parte, Mahelo finalmente se decidió a hacerlo con ayuda de Jeff, quien era el encargado de sujetar el rostro de Max para que no evadiera los labios de Mahelo. Por cierto, Mahelo tenía una expresión de asco aún más grande que la de Max; cada vez que sus labios se acercaban al rostro de Max, algo en su interior lo hacía retroceder. Continuó así un par de veces más hasta que, muy precavidamente, Erick le dio un empujón, haciendo que casi se besaran en los labios. Y sí, eso fue lo más cómico de la noche: ver a Max limpiando su mejilla con insistencia y a Mahelo limpiando bruscamente sus labios, mientras todos no parábamos de reír a carcajadas.

Sin duda, fue uno de los mejores momentos a su lado: un ambiente seguro, cálido, lleno de risas, un poco de alcohol, mar, arena y ella a mi lado, mi hermana. Una hermana que aún no me acepta del todo, pero a la que quiero enormemente desde que supe quién era. Sin duda, ya empezábamos a ser una familia.

***

María Elisa

Solo díganme que no acepté la ridícula idea de Gaia. Díganme que estoy alucinando y que no estoy a punto de subir a un Lamborghini para hacer una estúpida y escandalosa llegada al Discipline School.

—Sin duda, esto es lo más ridículo que haré en toda mi vida— dije, cruzándome de brazos en mi asiento.

—Vamos, no es como si fuera algo tan malo. Además, debo confesarte que estoy extra, súper, mega emocionada. Es la primera vez que haré esto contigo— chilló Gaia de felicidad desde el asiento del conductor.

—Y espero que sea la última— murmuré mientras bajaba mis gafas de sol desde mi cabello hasta mis ojos.

—Aún no entiendo qué te hizo cambiar de opinión. El único que se emocionó cuando mencioné esto fue Jeff— comentó Gaia. Tenía razón; cuando mencionó esa tontería por la mañana, fui la primera en negarme. Pero después de una charla con Camila y otra algo incómoda con Max, decidí aceptar. ¿Por qué? Bueno, pues...

Horas antes...

—Camila, no lo estarás considerando, ¿verdad?— Pregunté, con los brazos cruzados. Estábamos en la biblioteca; Camila me había llevado allí porque quería discutir un asunto en privado.

—Mira, no es cuestión de si lo estoy considerando o no. Es que...

—Es que... ¿qué?

—Es que Gaia se siente sola— explicó, haciendo que yo abriera los ojos de par en par.

—¿Sola? Pero si estamos todos aquí, no te entiendo.

—Cuando digo sola, me refiero a que dejó a sus amigas para unirse a nosotras. Las dejó porque quería estar cerca de su hermana.

—Camila, entiendo que de las cuatro seas la más sentimental y sensible en todos los aspectos, pero eso no quiere decir que puedas percibir lo que sienten o piensan las personas a tu alrededor. Gaia tiene de todo y además es parte del grupo. Y ojo, que sea parte no quiere decir que tengamos que hacer lo que ella diga para hacerla sentir bien.

—No es eso. Ella misma me lo dijo anoche en un momento de... bueno, en cuanto perdió un poquito los sentidos, pero siento que es verdad y que tiene razón. Ella era una persona cuando estaba con Brenda, y desde que está con nosotras, es otra totalmente distinta. Ella quiere cambiar para agradarte... porque quiere ganarse tu cariño— estuve a punto de abrir la boca para decir algo, pero Camila se me adelantó.

—Es horrible cuando tratas de encajar en un lugar al que no perteneces y las personas que están allí no te aceptan del todo. ¡Es horrible! He pasado por eso, y sé que solo trata de encajar adaptándose a nosotras, tanto en la forma de hablar como en la de pensar. Llegará un punto en el que ella pierda su esencia por querer ser alguien que no es. Ella puede cambiar, sí, pero no puede perder su esencia, eso nunca. Entre mujeres no deberíamos permitir eso, y menos si esa chica que se está esforzando por encajar es tu hermana. Porque sí, para bien o para mal, es tu hermana menor. Y discúlpame que te lo diga, pero como mayor es tu responsabilidad estar ahí para ella, como ella ha estado para ti desde que supo de su parentesco— Camila me hizo sentir algo patética. Todo este tiempo solo había estado pensando en mí y en lo patética que podría ser mi vida. No me había tomado la molestia de girar la mirada para ver el esfuerzo que ponía Gaia en cada mínimo detalle para acercarse a mí, su esfuerzo y sacrificio al dejar a sus amigas para estar cerca de mí. Ella en realidad ha hecho mucho por mí... pero yo no he hecho nada por ella. Yo no he hecho nada por mi hermana menor.

—Ok, tienes toda la razón, déjame pensarlo, ¿sí? Ella se ha adaptado a nosotras, pero adaptarnos a ella es algo aún más difícil. Así que... no prometo nada.

—No es cuestión de adaptarnos las unas a las otras, es cuestión de ser amigas... verdaderas amigas. Voy a dejarte sola un momento. Piensa en lo que te dije, confío en ti— dijo antes de cerrar la puerta y marcharse. Solté un suspiro y me dejé caer sobre un sillón café de cuero. Quería pensar, estaba intentando pensar, o al menos lo intenté hasta que...

—¿En serio vas a pensarlo?— Max apareció sentado en la silla rotatoria frente al escritorio, haciendo que diera un salto del susto. Probablemente estuvo allí de espaldas todo este tiempo.

—¿¡Qué te pasa, imbécil!?

—No era mi intención asustarte y mucho menos escuchar tu entretenida plática, pero tal vez necesitas un pequeño consejo de un viejo amigo de Gaia— aclaró, mientras se acercaba a mí.

—No seas ridículo. ¿Cómo podrías tú aconsejarme a mí?

—Gaia no es del todo mala, solo es una niña que desde... SIEMPRE lo ha tenido todo. Nunca se ha esforzado por nada, las cosas llegaban a ella con solo pedirlas. Pero tú... llegaste a marcar la diferencia. Eres lo que ella en este momento y desde que era una niña más anhela tener: una hermana, alguien que la quiera y la estime de verdad, y por quien ella es, no por lo que ella tiene— me explicó, poniéndose de cuclillas frente a mí.

—¿A qué te refieres con eso? Ella siempre ha tenido a Brenda y a Glenda.

—Tú lo has dicho: tenido, como en tiempo pasado. Ahora ellas no están, y cuando estuvieron, lo hicieron por conveniencia. Por ello, Gaia se ha aferrado a ti con todas sus fuerzas. Siente que eres lo único que le queda... No te pido que la aceptes, porque eso no lo hace cualquiera— eso casi me saca una risa—, pero sí que la conozcas, que le des una oportunidad, como tu hermana.

Sus frías manos estaban sobre mis rodillas y su mirada penetrante sobre mis ojos. Esta posición me estaba poniendo nerviosa, y eso no era bueno, para nada bueno. Por ello, me levanté de golpe, apartando sus manos de mis rodillas, disimuladamente saqué todo el aire que contenían mis pulmones, y me acerqué lo más rápido que pude a la puerta, para así mantener la sana distancia.

—Gracias, tomaré en cuenta tu consejo— me giré hacia él rápidamente, le agradecí y prácticamente salí corriendo de allí.

Lo demás ya es historia. Lo que no es historia son mis nervios. Max estaba actuando de forma extraña conmigo y con una extrañeza que no me estaba gustando. Jamás había tenido nervios al tener a alguien tan cerca, y él me estaba provocando sensaciones extrañas, sensaciones que acabarían conmigo si no las controlaba.

—La vida da muchas vueltas, Gaia, y mejor ya ni me lo menciones, que soy capaz de bajarme en la siguiente gasolinera— dije, apoyando mi codo en la ventanilla del auto.

—Trataré de no hacerlo— chilló de emoción.

Estaba haciendo esto más por complacerla que por gusto propio, pero al mismo tiempo sabía que muy en el fondo lo estaba haciendo por mi hermana menor. Una hermana que, al igual que yo, no tenía la culpa de las acciones de una mujer sin corazón. Traté de dormir durante el camino, pero me resultó imposible. Gaia al volante no me parecía una muy buena idea, pero insistió en conducir, así que no tuve opción. Liderábamos el camino al Discipline School, seguidas por otros tres Lamborghinis en los que venían los demás. Todos aceptamos llegar de tal forma al Discipline School por dos razones: una, si no accedíamos, tendríamos que volver en bus y a muchos les pareció innecesario teniendo a la mano un transporte bastante cómodo; y dos, las palabras de Camila no dejaban de retumbar en mi cabeza, haciendo que al final terminara utilizando mis mejores vaqueros holgados vintage rotos, con un top rojo y una chaqueta de mezclilla, por supuesto, sumándole un poco de maquillaje y gafas de sol oscuras como el toque especial de Gaia. Ella, por cierto, se vistió prácticamente igual que yo, con la única diferencia de que su top era rosa. Supongo que estaba feliz haciéndolo; ¿quién era yo para oponerme? Estaba cediendo de a poco con ella. Tampoco podía estar en su contra para siempre. Después de todo, como lo dijo Camila, para bien o para mal, es mi hermana.

Las enormes puertas del Discioline School se abrieron para nosotras, y nos introdujimos a través de ellas. Rodeamos la fuente del jardín principal para quedar frente a las escaleras y la bola de babosos que ya esperaban por ella. Todos se emocionaron al vernos llegar en aquel auto lujoso; saltaban y daban gritillos de emoción, como si en estas dos semanas hubieran olvidado por completo la muerte de muchos de sus compañeros. ¿Tan pronto se olvidaron de ellos?

—Ok, vamos a bajarnos todos al mismo tiempo, como lo acordamos, ¿ok?— anunció Gaia mediante un audio al grupo que había creado para esta ocasión. Estaba nerviosa y ansiosa, y podía notarlo en su mirada.

—No esperemos más, ¡hagamos esto!— anuncié, regalándole una sonrisa lo más sincera que pude y ofreciéndole mi puño. Ella reaccionó muy emocionada, como si no pudiera creer lo que estaba pasando, chocó mi puño y nos dispusimos a salir del auto. Las puertas se abrieron y yo ajusté mis gafas frente a todos quienes grababan con gran asombro. No era para menos; nadie esperaba ver a Gaia Remington y a María Elisa Manovan bajar del mismo auto sin un rasguño.

Los chicos se nos unieron, y los espectadores también empezaron a grabarlos. Jeff y Mahelo no perdieron la oportunidad de lucirse frente a las cámaras; de reojo pude verlos luciendo su mejor perfil con una gran sonrisa, mientras que Max se mantenía serio, pero incluso sin sonrisa, era inevitable que se viera bien. Todo mientras que Erick trataba de evadir a más de una fan, seguramente para evitar que Camila diera cinco pasos atrás en su camino de perdonarlo. Hablando de Camila, ella junto a Noah se unieron a Gaia y a mí para avanzar por las escaleras, mientras que los chicos venían detrás, evadiendo cámaras de la misma forma que nosotras. Mientras avanzaba, escuché a más de uno halagar nuestra vestimenta, cabello e incluso las uñas, y la verdad, no sé cómo hacían para darse cuenta de cada mínimo detalle en nosotras. Mi mirada paseaba por encima de toda esa multitud, pero se detuvo en una persona en específico, una persona que nos observaba a lo lejos, en medio de la multitud. Lo primero que distinguí fue una camisa negra; subí la mirada hasta su cabello largo y revuelto que rozaba sus mejillas. Seguía analizándolo y noté que sus cejas tenían un corte en medio. Pero lo más extraño fue cuando mi corazón empezó a acelerarse al ver su mirada penetrante puesta sobre mí. ¿Él también estaba analizándome? Esa mirada ya la había visto en otra parte, esas cejas, ese cabello... ¿acaso él era...? ¿El líder de los D.P. con el cabello recogido?

Evie♡.

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