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23.Tú culpa


                          Capítulo 23

Tú culpa

Noah

—¡Levántate, holgazán! —protesté, salpicándole agua en la cara a Jeff. ¿Por qué? Bueno, desde que llegó, el joven no se ha despegado de la piscina ni de los muebles alrededor de ella. Tiene a unas cinco chicas del servicio corriendo de un lado a otro, consintiéndolo en todo. Y no miento ni pienso mal al decir que ellas están más que encantadas de hacerlo; desde lejos se ve cómo se deleitan al ver sus abdominales bien formados y su sonrisa coqueta de "yo no fui, pero quisiera serlo". Cómo detesto esa faceta de Jeff.

—Oye, ¿qué te pasa? —se sentó de inmediato y se retiró las gafas de sol.

—¿No que no sabías cómo ibas a vivir después de lo de esa noche? —le recordé lo que había dicho con sus propios labios en el hospital después de la muerte de los D.P.

—No lo sabía, pero lo acabo de aprender. ¿Contenta? —seco sus gafas y se volvió a recostar.

—¿Contenta? ¿CONTENTA? Eso es lo único que dirás —dije irritada.

—Bueno, bueno, lo siento. Solo quiero tratar de relajarme, tomar un descanso y tratar de olvidar lo que pasó esa noche. ¿No puedo? ¿O qué?

—Créeme cuando te digo que a veces no te entiendo. Tú eras tonto, sí, pero no idiota. Te estás convirtiendo en un Mahelo al cuadrado.

—¿Y eso debería ofenderme? —bajó un poco las gafas de sol hasta la punta de su nariz para verme a los ojos.

—Eso debería alegrarte —dijo Mahelo, apareciendo justo detrás de mí, hablando cerca de mi oreja, haciendo que yo diera un respingo—. Porque si eres yo, eres bueno —añadió, guiñándome un ojo mientras se sentaba en un mueble al costado de Jeff. Segundos después, ambos estaban recostados, recibiendo el sol.

—Martina —llamó Jeff a una de las chicas del servicio para pedirle que trajera una bebida para Mahelo. Eso me irritó más, y ver cómo se daban aires de señores y disfrutaban viendo el trasero de las chicas del servicio, quienes, por cierto, llevaban una falda muy ajustada, no ayudó en nada.

—¿No les da un poquito de vergüenza? —pregunté con una mueca mientras ambos le daban un sorbo a sus bebidas.

—La verdad —dijeron al mismo tiempo, dándose una mirada de complicidad antes de volver a mirarme—. No.

Salí de allí antes de que me dieran más náuseas de las que ya tenía. Se podrán imaginar lo irritada que estaba, tanto que al pasar al lado de una de las chicas del servicio que iba en dirección hacia los chicos, le di un empujón con mi mano izquierda sin parar de avanzar. Solo la empujé, y ella cayó a la piscina. Por supuesto, no me giré ni un centímetro después de hacerlo; solo alcancé a escuchar un splash, señal de que los dos imbéciles buenos para nada saltaron en ayuda de su damisela en apuros.

—¡Gaia! —dije exaltada al entrar por la puerta de la cocina y ver a Gaia allí parada con un gato en brazos.

— Hola, Noah —saludó con una sonrisa, acariciando al gato.

— Gaia... ¿de dónde sacaste ese animal? —hice una mueca señalando al gato.

—¿Te gusta? María Elisa me dijo que quería saber cuántos pelos tiene un gato, y pues... adquirí a este amiguito y estoy por averiguarlo —lo dijo de manera tan inocente que no pude evitar soltar una carcajada abiertamente.

—¿De qué te ríes? Estoy hablando seriamente. No seas...

—¡GAIAAAAA REMINGTON! —las palabras de Gaia quedaron en el aire al escuchar a María Elisa gritar su nombre con un tono que pone los pelos de punta a cualquiera.

—¡María! —dijo antes de dirigirse a la sala. No tardé en seguirla, y lo que encontré en la sala fue toda una escena. María Elisa traía de los cabellos a una de las chicas del servicio y por lo menos a tres chicas y dos chicos pingüino más detrás de ella en las escaleras.

—¡No me llames María! —advirtió María Elisa.

—Pero... ¿qué te está pasando?

—¿Qué me pasa? ¿QUÉ ME PASA? —María Elisa ejerció más fuerza en su agarre hacia esa chica.

—¡Auch! Señorita, ayúdeme —suplicó la chica mientras María Elisa la arrastraba detrás de ella, terminando de bajar las escaleras.

—Pasa que estas invasoras de espacio personal, junto a estos bichos raros con cuerpo de sardina y cara de trapo arrugado, quieren hacer de mí su bendita voluntad —exclamó María Elisa, tirando al suelo bruscamente a la chica del servicio, haciendo que Gaia diera un respingo—. Me vigilan mientras duermo, me espían mientras me baño, me siguen a todas partes, y lo peor de todo es que... me quieren vestir y dar de comer prácticamente en la boca.

Lo admito, me eché a reír plácidamente en un mueble a unos cuantos metros, lo suficiente como para reír y no ser estrangulada por María Elisa.

—Ay, María Elisa, por favor, solo te están atendiendo. Yo personalmente les pedí que lo hicieran. Les dije claramente que te atendieran como si se tratara de mí misma —le explicó Gaia, normalizando toda la situación como si María Elisa la aceptaría y vería de la misma manera que ella.

—A ver, a ver, a ver. ¿Y a ti quién te dijo que yo necesito chachas? Yo no soy ninguna niña engreída o mimada que necesita que le den las cosas masticadas. YO NO QUIERO CHAPERONES DETRÁS DE MÍ. ¿ENTIENDES? —vi cómo el torso de María Elisa estaba cada vez más inclinado sobre el de Gaia.

—Ok, ya entendí. Si no los quieres detrás de ti, trona los dedos —Gaia tronó los dedos— y ellos desaparecen. —Efectivamente, todos se fueron, incluso la chica a la que María Elisa casi deja sin cabello.

—Y ojalá no tenga que volver a verlos detrás de mí. De lo contrario... ¿y tú de qué te ríes, eh? —su mirada no tardó en encontrarse con la mía.

—Ok, lo siento, lo siento —levanté las manos en forma de rendición—. Solo quiero volver a ver esto en HD para mi cumpleaños, por favor.

—Ñi, ñi, ñi, ñi —dijo molesta entre dientes.

—Solo quería hacer algo por ti. Lo hice de corazón —explicó Gaia.

—¿De corazón? ¿Te parece que mandar a otros a joderme es querer ayudarme?

—¡María Elisa! —otro loco apareció por las escaleras con una expresión de horror en el rostro.

—¡Ugh! ¿Ahora qué? —irritada, se giró hacia Max.

—Mi madre viene para acá —dijo con los ojos muy abiertos.

—¿Qué? —soltamos todas al mismo tiempo. Se supone que aquí nadie vendría a molestarnos. ¿A qué podría venir la madre de Max?

—¿Tu madre?

—¿Cómo supo Fernanda que estabas aquí?

—Guerra acaba de llamarme para decirme que mi madre lo torturó hasta más no poder y tuvo que soltarle la verdad.

—¿De qué verdad estás hablando?

— De que tú y yo estamos aquí junto a los demás. De esa verdad.

—Caramba, Max, nos diste un susto. Por un momento pensé que ella sabía todo lo nuestro con los Darck Players y así —dijo Gaia mientras tomaba al gato del suelo y lo acomodaba en su regazo. Ni siquiera me di cuenta de en qué momento el gato saltó de sus brazos al suelo.

—Sinceramente, pensé lo mismo —dije, acercándome a Gaia con una mano en el pecho.

—Y les parece poco que mi madre venga hasta aquí —Max, irritado, se acercó a las chicas.

—A ver, espera un segundo. ¿A qué viene tu madre hasta aquí? No me digas que viene a ver cómo está su bebé —dijo María Elisa con un puchero burlesco.

—Pues como ves que no. Ella viene a ver a su amada nuera. O sea, tú —Max se inclinó sobre María Elisa, haciendo que ella diera un paso hacia atrás.

—¿Nuera? ¿Cuál nuera? —preguntó Gaia, desconcertada.

—Estás loca, yo no voy a ayudarte —negó María Elisa con la cabeza, esbozando una sonrisa amarga.

—¿Ayudarlo? ¿Me he perdido de algo?

—No. Claro que vas a ayudarme, porque yo no fui el que le prometió ir a cenar a casa a fin de mes. ¿Y qué crees? Fin de mes fue hace varias semanas, y desde entonces mi mamá me ha estado respirando en la nuca, esperando a que lleve a casa a su nuera —Max aumentó su

—No. Claro que vas a ayudarme, porque yo no fui el que le prometió ir a cenar a casa a fin de mes. ¿Y qué crees?. Fin de mes fue hace varias semanas, y desde entonces mi mamá me ha estado respirando en la nuca esperando a que lleve a casa a su nuera.— Max aumento su tono de voz, haciendo que pareciera más un reclamo que una petición. Por la expresión en el rostro de María Elisa pude notar que está enojada al mismo tiempo que desconcertada, y es que ni siquiera yo pensé que el jueguito de novios falsos llegaría tan lejos.

—¿Y eso qué? Es tu mamá, y tu problema. No sé qué le inventes, pero yo no voy a tu casa. Dile que nos peleamos, que me lance por un puente, que terminamos, que me mude de ciudad, lo que sea, pero UTILIZA EL CEREBRO.— María Elisa dio unos golpecitos con la yema de sus dedos sobre la sien de Max.

—¿Crees que no lo he hecho? ¿Crees que tengo el cerebro de lujo como Gaia?— Eso hizo que tuviera que ahogar una carcajada con mi mano.— Mi madre es difícil de convencer cuando algo se le mete en la cabeza. Aunque le dijera que estás en Marte, iría a buscarte para comprobar con sus propios ojos que ya no te intereso. ¿ENTIENDES?

—Entonces ustedes dos sí fingieron ser novios frente a Fernanda.— Gaia se metió en medio de los dos separándolos por completo.— Y ahora ella quiere presentarla oficialmente como tu novia a toda tu familia. ¡Guau! Brenda sí que tiene un sexto sentido increíble.

—Cállate, Gaia.— Max le dio un empujón a Gaia, haciéndola a un lado para tomar la mano de María Elisa y llevársela hacia la sala de juegos.

Algo me dice que esos dos se van a decir hasta la manera en la que se van a morir. Cuando están de buenas son amigos, pero de malas ninguno de los dos se soporta y mucho menos se queda callado.

—¡Ja!— Gaia jadeó dramáticamente.— Nunca pensé que ese idiota pudiera llegar a ser algo mío, y menos mi cuñado, falso, pero cuñado al fin y al cabo.

—¡Auch! Mi cabello. Ten cuidado, tonta, estás peinando a un ser humano, no a una muñeca.— Gruñí por enésima vez a Gaia.

—Lo siento, hermanita, pero la belleza cuesta.— dijo acomodándome el cabello.

—Me habían dicho que costaba, no que dolía.

Esto es un desastre completo, y todo por culpa de mi gran bocota. Nunca pensé que verdaderamente tendría que ir a casa de Max. Lo intentamos todo; incluso puse mi período como excusa, pero esa mujer parecía tener la solución para todo. En cuanto llegó, no hizo más que interrogarnos a Max y a mí...

Cuatro horas antes...

—¿Y bien? No me van a decir por qué no quieren ir a comer a casa conmigo.— preguntó jugueteando con un lápiz frente al escritorio. Estábamos en la biblioteca; Max y yo nos quedamos sentados en un sillón, cada uno con la mirada clavada en el escritorio que teníamos enfrente, mientras que su madre estaba sentada al otro lado con una mirada acechante.

—Mamá, ya deja de interrogarnos. María Elisa ya te dijo que tuvo problemas con su período y por eso no pudimos ir. Ella estaba muy mal, yo mismo la vi.

—¿Ah, sí?— levantó una ceja.— Y entonces, ¿por qué ninguno de los dos contestó a mis llamadas?

—Yo tuve un accidente en la piscina y perdí mi celular.— dije lo más inocentemente posible.

—Y yo ya te dije que casi nunca reviso mi celular. Hemos tenido demasiada tarea y siempre estaba frente a mi portátil, sin revisar mi celular, que, por cierto, siempre está en silencio.— le explicó Max.

—Muy bien, digamos que les creo, pero ahora tienen dos semanas de descanso, y en lugar de ir a visitar a esta pobre y triste mujer a su casa, prefieren irse de pinta con sus amigos a una casa en la playa.— dramatizó. Está tratando de chantajearnos, lo sé, pero no voy a caer, y por la expresión de Max sé que tampoco lo hará.

—Mamá, somos jóvenes, queremos ser libres, salir y tomar aire fresco. No somos adultos a punto de casarse que necesitan visitar a la familia del otro.— el tono de la voz de Max pasaba de incómodo a irritado.

—Entiendo, perfecto, aún no se van a casar, pero sé que lo harán algún día, y eso es muy aparte. Ustedes me prometieron ir a comer a casa. Se comprometieron a hacerlo y deben cumplir con su palabra.— Fernanda sacaba cada vez más las garras.

—Mamá, ya para. Deja ir a María Elisa y hablemos los dos. Si quieres que yo vaya a casa, está bien, vamos, me voy contigo, pero a María Elisa déjala ir.

—Tu gesto de amor me parece algo tan dulce, cariño. Hace tanto no te veía demostrar un afecto así hacia nadie. Por eso insisto en que María Elisa tiene que venir con nosotros. Solo una cena familiar, es lo único que pido. Por favor, cariño, consiénteme esta vez, ¿sí?

El resto de la historia es eso, historia. Ninguno de los dos pudo decirle que no en ninguna forma posible. Esa mujer es impredecible e imposible de convencer de lo contrario cuando algo se le mete en la cabeza.

—¿Qué me estás poniendo ahora?— pregunté mientras Gaia ejercía presión sobre mi cráneo, para ser específica, unos centímetros de mi frente. Max no dejaba de fastidiarme diciendo que usara algo adecuado para la ocasión. Su excusa fue que su padre es alguien bastante superficial y no quería que me hiciera pasar un mal rato. A mí, por supuesto, me daba igual; tenía en mente usar unos jeans y vestir como siempre lo hago. Pero Gaia insistió en arreglarme, y aunque también me negué, terminé en su habitación y en sus manos. Claro, yo no iba a permitir que ella me vistiera como si fuera una muñeca. La ropa la escogí yo. Después de alrededor de veinte peleas y siete discusiones, Camila intervino y escogió por mí el vestido ideal para la ocasión. Sí, un vestido. Por más muecas de desaprobación, hoy simplemente nadie me hizo caso. Todos terminaron haciendo conmigo lo que se les dio la gana.

—El toque final.— respondió con una sonrisa, antes de girar la silla en la que estaba sentada hacia un espejo.— Mírate, te ves... hermosa, igual que yo.— El reflejo en el espejo me dejó sin palabras. Era una versión de mí que jamás había podido imaginar. El maquillaje con colores y tonalidades delicadas, el peinado con el cabello cien por ciento liso y sedoso, acompañado de un escaso flequillo largo que Gaia implementó para darle un no sé qué al peinado y a mi cara — ella lo mencionó, pero no presté atención — y finalmente estaban el vestido y las zapatillas altas. Me puse de pie lentamente para apreciar más de cerca esa nueva versión de mí. El vestido era color beige con un encaje de pequeñas piedras brillantes dándole forma a un cinturón alrededor de mi cintura. La falda, que llegaba hasta mis rodillas, tenía forma de tablones, no muchos, pero lo hacían lucir especial y elegante.

—¿Qué me hiciste?— pregunté sin despegar la mirada del espejo.

—Te pulí un poco. Solo que ahora brillas como el diamante que eres.— Gaia se asomó por encima de mi hombro.

—¡Guau! ¿María Elisa eres tú?— preguntó Noah, burlesca, acostada en la cama de Gaia.

—Para nada, me siento ligeramente diferente y pesadamente sigo siendo la misma loca de siempre con ganas de salir corriendo y lanzarme por ese balcón.

—No hables tonterías. Tu querida suegra falsa ya te está esperando junto a Max allá abajo.— Camila estuvo desaparecida toda la tarde, razón por la cual recién se acordó de subir nuevamente a ver si Gaia todavía vive. Aunque en sí no estaba perdida, para nadie es un secreto que se la pasa cuidando de Erick más que de su dignidad. Desde que él recibió esa bala por ella, se volvió un héroe.

—¡Vaya! Hasta que apareces.— resongué.

—Lo siento, ok. Pero debes admitir que, aunque le hiciste el feo, el vestido se te ve increíble. Hiciste un gran trabajo, Gaia.— Camila levantó su pulgar hacia Gaia.

No pasó mucho tiempo para que saliera de la habitación de Gaia y me dirigiera hacia las escaleras. Las zapatillas me resultaban incómodas, quizás por la falta de costumbre, pero para mayor seguridad me sujeté del pasamanos de las escaleras. La madre de Max estaba frente al enorme cuadro de Estefanía Remington. — últimamente me resulta mejor llamarla por su nombre— y Max estaba de espaldas al final de las escaleras, llevando un traje negro. El saco colgaba de su brazo, dejando a la vista la camisa blanca. — Estoy más que segura de que su madre lo obligó a vestir así—. Mis pasos al bajar las escaleras llamaron la atención de ambos. Fernanda me dedicó una gran sonrisa y Max se giró hacia mí, se quedó frío e inexpresivo y me ofreció su mano libre para ayudarme a bajar los últimos escalones.

—Estás...— intentó hablar sin despegar la mirada.— Estás maravillosa.— Y yo acabo de enterarme de que maravillosa es un estado de belleza.

—Gracias.— intenté dibujar una sonrisa en mi rostro.

—Querida, verdaderamente te ves hermosísima. Verte con este vestido me recuerda a tu madre en el baile de graduación.— Tomó un mechón de mi cabello y lo acomodó detrás de mi hombro. Sus palabras ya no causan ningún impacto en mi, ya no, porque ya se quién y donde esta...mi madre. Nuevamente forcé una sonrisa.

***

Fernanda no es ninguna tonta, y por eso condujo su auto detrás de nosotros. Gaia nos dio las llaves de uno de sus muchos autos para que pudiéramos regresar la misma noche.

La casa estaba ubicada en una zona residencial de prestigio. Las casas eran enormes, incluso más grandes que la casa de Gaia en la playa. Max llevaba mucho tiempo sin ir a casa, y su actitud y las muecas que ponía cada vez que me advertía algo sobre su familia y su casa lo dejaban en evidencia. Al llegar, su madre tomó la delantera y se apresuró a entrar; quería tener todo listo.

—Te lo recuerdo por última vez: trata de evitar al señor Palacios, no hables con él y no dejes que sus palabras te afecten. Si se pone intenso, nos vamos de aquí enseguida —dijo lo más bajo posible cerca de mi hombro.

—Ok, ok, ya entendí.

Subimos las escaleras hasta la puerta principal, que una chica del servicio abrió para nosotros.

—Iré rápidamente al baño. Espérame aquí —anunció Max antes de dejarme sola en medio de la enorme sala. Sola en la típica casa de un rico.

Mi mirada recorría cada esquina del lugar: puertas de vidrio que dejaban ver el jardín, un piano blanco, un mini bar y un... ¿hombre en medio de las escaleras? Sí, había un chico de cabello negro (muy atractivo, no lo voy a negar) de alrededor de veinte a veintitrés años. Estaba parado en las escaleras en espiral de la sala, con la mirada fija en mí, escaneándome de arriba abajo. Parecía muy concentrado, y ni siquiera cuando mi mirada chocó con la suya dejó de observarme.

—¿Un autógrafo? —levanté una ceja.

—Una foto estaría mejor —contestó con una sonrisa.

—¿Por qué la miradera? Pareciera que nunca has visto una mujer en tu vida —dije mientras lo veía acercarse a mí.

—En mi vida hay más mujeres de las que puedes imaginar, pero muy pocas logran captar mi atención como tú acabas de hacerlo —comentó con una sonrisa. Un playboy, lo que me faltaba, la cereza del pastel. Entrecerré los ojos hacia él y me crucé de brazos, soltando un jadeo burlesco.

—Tanta miel empalaga, y tanta belleza se desperdicia en una cabeza sin cerebro —mi comentario hizo que soltara una pequeña carcajada—. Y debo decir que incluso su risa es un arma de atracción —sacó una mano de los bolsillos delanteros de su pantalón y me la ofreció—. Tu sentido del humor me agrada, Jhon Palacios. Claro, el hermano mayor de Max. Gaia ya me había hablado sobre él: es un playboy de primera, utiliza su sonrisa como anzuelo, y cuando lo pruebas, convierte su cuerpo en un vicio.

—Creo que no compartimos el mismo criterio sobre el otro —dije observando su mano—. Y solo para que te enteres, soy la novia de tu hermano —dije con una sonrisa sin estrechar su mano.

—¿Y eso qué tiene que ver entre tú y... —dio un paso hacia mí, y yo uno hacia atrás. Su mano seguía en el aire y se mantuvo allí por unos segundos hasta que apareció Max, le dio un empujón brusco por los hombros y se metió en medio de los dos.

—¿Qué estás tratando de hacer? —preguntó en un tono bastante irritado.

—Hermanito, cuánto tiempo —sin duda, él no tiene sangre en la cara, y por lo visto su sonrisa no tiene fecha de expiración.

—No te hagas el afectuoso conmigo, y contesta. ¿Qué pretendías estando tan cerca de mi novia?

—Yo nada —se encogió de hombros—. Solo quería conocer a mi cuñadita.

—Sabes perfectamente que no te creo, y más te vale mantenerte a distancia de MI NOVIA —amenazó Max antes de tomar mi mano y sacarme de allí.

Pero como yo soy tan dulce como el agua del mar, y para echarle más leña al fuego, al pasar por el costado de Jhon, tomé mi mano libre y me detuvo en medio de los dos.

—¡Ey! No me has dicho tu nombre —me guiñó un ojo esperando la respuesta. Abrí la boca para decir algo cortante, pero Max se me adelantó, tiró de mí en su dirección bruscamente, haciendo que cayera sentada sobre un sofá. No perdió más tiempo y le lanzó un puñetazo a su hermano. Él cayó sobre otro mueble y Max no se detuvo; se lanzó sobre él y continuó golpeándolo. Su hermano empezó a defenderse y a golpearlo de igual manera. Me puse de pie e intenté separarlos, pero fue inútil. El estruendo de sus golpes y de las cosas que estaban rompiendo llamó la atención de todos en la casa; tanto Fernanda como el personal de servicio aparecieron.

—¡Max! ¡Detente! —dijo Fernanda desesperada—. ¡Jhon! ¡Ya déjalo! —Por más súplicas que Fernanda hiciera, ninguno de los dos la escuchaba. No se separaban por nada del mundo; incluso el personal de servicio que intentó separarlos recibió un golpe en consecuencia. Nadie podía separarlos, o al menos eso era lo que yo creía antes de que alguien más apareciera por las escaleras:

—¡JHON Y MAXIMILIANO! ¿Qué creen que están haciendo? —Oh, oh. Este debe ser el padre superficial. Ambos se detuvieron en seco al escuchar su voz. Max se bajó del torso de su hermano y se puso de pie mientras el señor Palacios terminaba de bajar las escaleras—. Están en mi casa, no en un bar, y si no respetan esta casa o a mí, al menos respeten a su madre —Jhon esbozó una sonrisa amarga al escuchar nombrar a esta última, mientras que a Max se le tensó la mandíbula.

—¡Y tú! —El señor pasó por mi costado ignorándome por completo, quedando frente a frente con sus dos hijos—. Si vienes en busca de pelea, te he dicho que mejor no vengas —señaló a Max.

—Yo le pedí que viniera con su novia para que tuviéramos una cena familiar como hace mucho tiempo no la teníamos. Max accedió de buena manera, solo lo descuidé unos minutos y luego... ya estaban peleando —explicó Fernanda muy alterada.

—¿Su novia? —Un momento incómodo en el que entré a formar parte de la discusión.

—Sí, su novia. La vi sola dentro de la casa y me causó mucha curiosidad. Lo único que quería era saber el nombre de... —Jhon entrecerró los ojos en mi dirección, y sí, causó que todos se giraran hacia mí, incluso el señor Palacios. Su mirada no pedía, sino que exigía una respuesta.

—María Elisa —contesté sosteniéndole la mirada al señor Palacios sin ningún tipo de temor o titubeo.

—¡Vaya! Lindo apellido —espetó.

—¡Vaya! Lindos modales —buen momento para no quedarse callada, ¿no lo creen?

—No solo es la novia de Max —intervino Fernanda antes de que su esposo me asesinara con la mirada—. Ella es la hija de una gran amiga que tuve en el Discipline School. Marina.

—La amiguita que se perdió hace algunos años y que aún nadie encuentra —soltó en un tono desagradable. ¿Pero cómo que aún nadie encuentra? Se supone que ellos la conocen. Sí conocen a Gaia (pero ella se cambió el nombre y se operó algunas partes de su cuerpo). Claro, nada mejor para ocultar un pasado que resurgir con un nuevo rostro y una nueva vida con otro nombre.

—Bueno, aquí está su hija. No tienes por qué...

—Me importa muy poco quién esté y quién no. El caso es que ustedes dos son hermanos, y como tal deben comportarse. Ya no tienen diez años —volvió a regañar a sus hijos. Vi cómo Max contenía su ira cerrando sus manos en puños a sus costados.

—¿Hermanos? —Max no se contuvo más—. Por mis venas no corre ni una milésima de sangre de esta cosa —señaló a su ¿hermano?

—Esta cosa, por si no lo sabías, es un ser humano y tiene nombre —respondió Jhon a la defensiva.

—Pues déjame decirte que no lo pareces, porque un ser humano tiene conciencia y sabe pensar. Cosa que tú nunca has hecho —Max dio un paso hacia él, disminuyendo el espacio entre los dos.

—Eso ni siquiera te consta.— Su hermano cerró el espacio entre los dos quedando frente a frente. —Y al menos yo sí tengo papá.— Ese comentario casi desató nuevamente la guerra. Max agarró del cuello de la camisa a su hermano, mientras él mantenía una sonrisa de triunfo en el rostro.

—¡Basta, Maximiliano!— Le ordenó... ¿su padre? Max soltó bruscamente a Jhon. Fernanda estaba paralizada conteniendo las lágrimas ante tal escena. El señor Palacios estaba hecho una furia, y Jhon saboreaba la sangre en la parte inferior de su labio.

—¿Por qué no pueden comportarse como los hermanos que se supone que son?

—¡PORQUE NO SOMOS HERMANOS!— Ambos contestaron al mismo tiempo. Y en ese momento, siento que mi presencia está de más en esta casa. —Porque yo... no soy tu hijo.— Concluyó Max, haciendo que Fernanda rompiera en llanto.

—¿Qué?— Sonrió amargamente. —No serás mi hijo, pero aunque te pese, llevas mi apellido.— El señor Palacios dio dos pasos hacia Max. —No llevas mi sangre, pero llevas mi reputación contigo donde quiera que vayas, y aunque te pese aún más... todo lo que tienes yo te lo he dado, malagradecido.— Y para terminar con broche de oro la discusión, el señor Palacios le estampó una bofetada con los nudillos de su mano en la cara.

Y ya se imaginarán la escena que estaba presenciando: Fernanda hecha un mar de llanto, Jhon con su sonrisa de victoria brillando en los ojos, y Max intentando comprimir su ira por su madre. Pero ante todo esto, algo me quedó claro, y es que ese hombre no era el padre biológico de Max, y aún así se dio el gusto de golpearlo, un gusto que ni siquiera yo me he dado, considerando que soy una mujer y casi su amiga. De todas las formas posibles, él no tenía ningún derecho de golpearlo. Verlo hacerlo me recordó las discusiones que solía tener con mi padre, y cómo siempre él me golpeaba para terminar la discusión y autodenominarse el ganador, el que siempre tenía la razón. También recuerdo cómo comprimía mi ira y me quedaba callada, porque, como siempre, todo lo que decía sería usado en mi contra.

—¿Sabe qué, señor Palacios?— Sí, aquí voy yo y mi interminable imprudencia al rescate. —Quédese con su apellido, su reputación y todo lo que le ha dado.— Di unos pasos hasta quedar frente a él. —Max no lo necesita y me consta. Sé que es alguien suficientemente capaz, y que en un par de años será aún más productivo que el parásito que tiene aquí como hijo.— Señalé a Jhon, tenía a todos con los ojos abiertos de par en par, incluso el gran señor Palacios. —Digo, si es que este sí es su hijo.— Yo y mi bocota, ya lo sé. El señor Palacios entreabrió los labios para decir algo, pero yo ya había dicho suficiente. —Buenas noches.— Tomé la mano de Max y aparté al señor Palacios de un empujón. Seguía impactado con todo lo que dije, supongo. Me detuve antes de salir por la puerta principal para girarme hacia Fernanda. —¡Ah! Y Fer, no te preocupes por Max, yo te lo cuido.— Listo, la cereza del pastel está puesta.

Salí de aquella casa del terror con Max de la mano, y me apresuré a subir al auto y tomar el mando frente al volante. Max ni siquiera se tomó la molestia de protestar, solo subió al asiento del copiloto, se puso el cinturón y no pronunció palabra durante todo el camino. El ambiente estaba algo tenso, y no era para menos. Max me había hablado del mal comportamiento de su padre, pero nunca se le ocurrió mencionar la gran relación que mantienen padre e hijo. Y eso que por casualidades de la vida me vine a enterar de que no es su verdadero padre.

Me tomó alrededor de una hora llegar a la casa de la playa. Admito que aproveché la escasez de autos en la carretera para acelerar a fondo el pequeño 4×4. Me detuve frente a las dos puertas gigantes que separaban la casa del asfalto, solté todo el aire que contenían mis pulmones antes de volver mi mirada hacia Max.

—El silencio mata, ¿sabes?— Volvió su mirada hacia mí, encontrándose con la mía.

—¿Cuál es tu punto?

—Bueno...— Cerré mis labios con fuerza. —Hoy tuvimos una cena vacía en comida y llena en... palabras... sí, eso, palabras. Y hoy sacaste gran parte de lo que has guardado durante mucho tiempo, ¿verdad?

—Un poco, aunque confieso que me hubiera gustado gritarle a la cara muchísimas cosas más. Y creo que te debo una disculpa; sea como sea, tú no tenías por qué presenciar... bueno, lo que presenciaste.— Bajó su mirada apenado.

—¿Disculpa? La disculpa me la debe el cara de piedra con...— Me detuve antes de que mi bocota soltara otra imprudencia, y solté una risita al ver de reojo que Max ya esbozaba una sonrisa y parecía divertido. —Bueno, tienes que admitir que mi intervención no la esperaba nadie, y mucho menos tú. Y admiro que fue divertido.

—Lo admito, aunque a veces no tolero tu actitud, no sé qué hubiera sido de mí sin una María Elisa al rescate.— Dijo fingiendo una voz de caricatura. Sonreí mientras él pasaba una mano sobre mi cabello; confieso que eso fue extraño e incómodo.

—Oye, ¿quieres hacer algo divertido?— Propuse con una sonrisa.

—¿Qué propones?

—Sígueme.— Dije bajando del auto.

Esperé a que bajara y comenzamos a caminar en dirección a la playa. La noche estaba clara gracias a la brillante luna en el cielo. Por fin pude quitarme las incómodas zapatillas y ser feliz, las llevaba colgando de mi mano izquierda mientras caminábamos en la arena. Sentí un gran alivio al hacerlo. Caminamos alrededor de la playa mientras hablábamos de nuestra infancia y las locuras que hicimos sin medir las consecuencias. ¿Por qué llegamos a ese tema? No lo sé, simplemente surgió.

—No puedo creer que te cortaras las pestañas.

—Y estuve a punto de rasurarme la ceja, pero mi papá llegó a tiempo y me puso tremendo regaño; pensé que me quedaría sin lágrimas de tanto llorar.— Concluí entre risas.

—En cambio, yo una vez casi incendio la casa. Estaba intentando prender una vela y la puse cerca de unos papeles. Ya te imaginarás cómo estuvo el resto. Mi supuesto padre llegó y me puso tremendo regaño. Digo, el incendio no fue tan grave; apenas quemé unos papeles, y terminé con esto en la frente.— Apartó un mechón de cabello de su frente para mostrar una pequeña cicatriz. Y no solo vi su cicatriz; también noté que su labio inferior estaba un poco hinchado y que su camisa tenía pequeñas manchas de sangre. Vaya pelea que tuvo con su hermano.

—Guau. Sí que debió ser rudo. Ahora entiendo el porqué de tu peinado. Y vaya pelea que tuviste con tu hermano. — No pude evitarlo; salió de mi boca sin pensarlo.

—¡Ja! Un poco, pero tolerable.— Esbozó una sonrisa amarga. —Además, tú misma has visto cómo quedó él.— Se encogió de hombros. Hubo un gran silencio entre los dos durante unos segundos, segundos en los que me quedé jugueteando con la arena sobre mis pies. —Supongo que ahora ya lo sabes.

—¿El qué?

—El que... yo no soy hijo de ese hombre.— Bueno, la conversación la ha iniciado él, y yo no pequé de imprudente.

—¡Ah, eso!— Digamos que tal vez ya lo imaginaba. —Bueno, ¿qué te puedo decir? Eres muy afortunado.

—¿Afortunado?

—Claro. Cuando era niña siempre deseé que mi padre no fuera mi padre, pero sin embargo lo es, y no lo puedo cambiar. Pero tú... tuviste mucha suerte.

—Viéndolo a tu manera, quizás sí, pero la realidad es que cuando mi madre se casó con ese hombre, Jhon ya existía, y obvio no era hijo de mi madre. Yo estaba en camino, pero ella no lo sabía, y se llevó una gran sorpresa al enterarse cuando estaba a dos días de su boda por la iglesia. Ese hombre se enteró por boca de mi madre, pero él no iba a dejar que yo fuera una mancha para su preciado apellido, apellido que, por cierto, ya portaba mi madre. Por ello, no dudó ni un segundo y gritó a los cuatro vientos que la criatura en el vientre de mi madre... era hijo suyo. Me dio su estúpido apellido y así hizo de mi vida un circo.— Su confesión me tomó por sorpresa. Él jamás se había abierto de esta forma, y menos conmigo. Viéndolo así, pareciera como si guarda en algún lugar oscuro de su distante corazón algo de sentimientos.

—¡Vaya que la vida te ha tratado bien!— Traté de no seguir con ese tema; parece delicado y soy consciente de que soy la persona menos indicada para dar palabras de aliento. —Al menos tu hermano no es... bueno, tu hermano. En cambio, yo... empecé buscando una madre y en el camino me encontré con una hermana irritante.

—¡Ja!— Esbozó una sonrisa. —¿Y mi hermano te parece agradable?— Su mirada se encontró con la mía.

—¿Agradable? No. ¿Atractivo? Tal vez.— Parpadeé varias veces.

—¿Disculpa?— Preguntó casi ofendido.

—Bueno, sólo... digo, él es tan Cole Sprouse y tú tan... Leonardo DiCaprio.

—¡Oye! ¿Mencioné que él es mayor que yo?

—Yo no dije que parecieras mayor, sólo un poquito en años mentales, pero... físicamente eres como lucía Leonardo DiCaprio en los años noventa. ¿Entiendes?

—Claro, claro, así como tú eres tan Becky G y Gaia tan Taylor Swift.

—Muy gracioso.— Le espeté.

Salió corriendo en cuanto vio mis intenciones de querer golpearlo. Lo seguí, dando inicio a una pequeña persecución entre los dos. Forcejeamos un rato hasta dejarnos caer sobre la arena, fijando así nuestra mirada en el distante mar.

—Hay luna llena, ¿lo has notado?

—Sí, es muy hermosa, ¿no crees? Hace que el mar se vea aún más infinito cuando ella está presente.— Levanté mi mirada al cielo.

—Una luna hablando de otra.— Dijo con una sonrisa.

—La diferencia es que esta luna no sabe para qué es útil; tiene la utilidad, pero no sabe cómo utilizarla. En cambio ella... tiene una función y un objetivo.— Me señalé con el dedo.

—No te menosprecies así. Eres como un capullo... que a su debido tiempo florecerá y verá la luz.

—¿Crees que algún día podré terminar de autodescubrirme?

—Claro que sí. Lo haremos... juntos.— Me ofreció su puño.

—Como un equipo.— Chocamos su puño con el mío.

—Como un equipo.

Evie

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