
|☪ Cᴀᴘ. 01 ☪|
Min Jules Hee;
Pensar que mi vida no podía empeorar de la peor forma era casi un suicidio. Un vuelo, un cambio de país, una nueva casa, una habitación renovada y, sobre todo, nuevos amigos… ¿Quién en su sano juicio se sometería a transformaciones tan radicales? Y, sin embargo, aquello era mi única opción. Un escape necesario de un pasado que me asfixiaba.
—Me encanta cómo te contradices —murmuré para mí misma con cierto tono irónico.
—Lo sé, soy así de fábrica —respondí en mi mente, saboreando esa autocrítica que me ha acompañado desde siempre.
El sonido del motor y el roce del viento en la ventanilla me trajeron de nuevo a la realidad. Estábamos en el auto; el sedán Kia Optima plateado, impecable en su brillo y líneas modernas, se deslizaba con elegancia por las calles de Seúl. Cada detalle del vehículo, desde el suave murmullo del motor hasta la forma en que la luz jugaba sobre su pintura, parecía reflejar el orden y la disciplina que mi madre tanto apreciaba.
—Hija —la voz de mi madre rompió el silencio mientras frenaba con suavidad en un semáforo en rojo, obligándome a apartar la mirada de la ciudad que pasaba—. Por favor, quita esa cara. Pareciera como si te estuviera torturando.
Rodé los ojos, dejando escapar una risa irónica:
—¿Parecer? Lo estás haciendo, mamá. Soy mayor de edad, y jamás me preguntaste si quería atravesar este cambio tan radical, o al menos si deseaba vivir con él.
El tono de mi madre se tornó un poco inseguro; sus ojos, siempre tan cuidados y profundos, se mostraban llenos de una mezcla de preocupación y reproche. Vestida con un elegante abrigo camel que resaltaba sus rasgos serenos, su cabello oscuro cuidadosamente recogido y unos lentes de montura fina, ella parecía la encarnación misma de la estabilidad. En contraste, yo, con mi cabello rubio ondulado y largo hasta la cintura, y mi estatura promedio que siempre me pasó desapercibida, me sentía como una hoja errante en un vendaval de nuevas circunstancias.
—Hija, por favor, tienes cinco años sin ver a tu padre ni a tu hermano mayor. Terminar tu carrera allá no me parece una idea descabellada —dijo, intentando compensar mi descontento con razones familiares.
Bufé por dentro.
¡Ella se había vuelto loca!
—Hablas perfecto coreano, tienes esa gran descendencia, ¿Qué te cuesta hacer el gran cambio? Nadie se ha muerto por empezar de cero —me reprochó en silencio, sintiendo cómo sus palabras se repetían como un eco incesante.
Pero nada de lo que dijera alteraría mi convicción. Quizá fuera una buena idea en cierto sentido, pero no en el país correcto, ni bajo estas circunstancias.
—Esa es la cuestión. Jamás me preguntaste si quería hacer este gran cambio, porque… —detuve la palabra, tratando de contener las lágrimas y el temblor en mi voz— porque tengo miedo. Miedo de no encajar, de estar sola, de no poder soportar todo sin ti a mi lado, mamá. Miedo de que mi pasado me persiga.
Sus ojos se empaparon de lágrimas contenidas, y en ese instante, con una sonrisa llena de ternura y determinación, me dijo:
—No estarás sola. Estarás con tu padre y tu hermano. Te apuesto que ambos te apoyarán tanto como yo lo haré. Jamás lo olvides: ellos también forman parte de tu familia.
El semáforo cambió de color, pero el viaje hacia el aeropuerto se llenó de un silencio nostálgico y denso. Recordaba vívidamente aquellos cinco años sin ver a mi hermano mayor, la sensación de perder la unión familiar cuando él se alzaba como mi defensor cada vez que alguien intentaba hacerme daño. Recuerdo cómo, en aquellos días, las matemáticas, siempre un desafío, se volvían simples cuando él estaba para explicarlas.
—Te amo, hija —dijo mi madre, con la voz quebrada por las emociones y los recuerdos.
Lo que sentí fue un torrente incontrolable de cariño y desesperación por retener aquello que parecía desvanecerse. Lo abracé fuertemente, aferrándome a lo único cierto en un mundo de cambios forzados. En contraste, mi atuendo reflejaba una mezcla de rebeldía y resignación: unos jeans negros ajustados y gastados, una blusa burdeos de tirantes y una chaqueta negra con pequeños detalles plateados que intentaban, sin éxito, aportar algo de fortaleza a mi imagen.
Cada prenda, cada hebra de mi cabello ondulado, se convertía en un testimonio silencioso de mi fragilidad y, al mismo tiempo, de mi determinación por encontrar mi lugar en este nuevo mundo.
—Te amo más, mamá —susurré en su oído mientras, lentamente, me separaba de ella, saboreando la despedida que no quería que terminara.
Ya mi mamá me había registrado y tenía el boleto a Seúl, Corea del Sur, en mis manos. Con el pequeño papel tembloroso entre mis dedos, sentí que mi destino ya estaba sellado. Caminé por el bullicioso vestíbulo del aeropuerto, aferrándome a mi bolso de mano, un accesorio sencillo que escondía más memorias de las que jamás hubiera imaginado, mientras me impregnaba el ambiente moderno y vibrante del lugar.
El aeropuerto era una sinfonía de sonidos y luces: anuncios por parlantes indicaban cambios de puerta y fechas de embarque, los pisos de mármol frío reflejaban la luz de amplios ventanales que daban a la pista, y las líneas de asientos tapizados en un suave azul invitan al descanso aunque el corazón se sienta inquieto. Caminé primero hacia la zona de chequeo de boletos, donde empleados uniformados con precisión revisaban cada documento con miradas atentas.
Luego, paso a paso, me dirigí a la casilla del pasaporte, un pequeño santuario de formalidad en medio del caos, donde se mezclaban multitudes de distintos destinos y acentos. Finalmente, llegué a la puerta de salida, frente a un ventanal que dejaba entrever la pista, donde aviones despegaban en una coreografía de acero y luces. Sentada en un asiento acolchado, mi vista se posó en una acogedora chocolatería, y por un instante, el aroma a cacao me hizo evocar otros tiempos.
Recuerdo con nitidez que mi hermano se marchó cuando yo tenía catorce años; él, con veintiuno, era el héroe de mis domingos. Un domingo en particular quedó grabado en mi memoria: condujo hacia una cabaña que mis padres habían comprado para escapar de la rutina, un refugio en el que la familia parecía estar unida para siempre.
En aquel lugar, lo veía abrazarme con fuerza, sus brazos ofreciendo refugio y consuelo, mientras me contaba historias de amor entre licántropos y humanos. Yo reía, incrédula, pues para mí, los licántropos no pasaban de ser leyendas, seres cuya única habilidad creíble era la fuerza y una audición sobrehumana. Sin embargo, cada historia, cada palabra, se quedaba en mi interior como un secreto a medio revelar.
Cuando creí que mi mundo estaba en su punto álgido, la realidad me golpeó sin piedad. Ese mismo domingo, mi hermano confesó que nuestros padres se estaban separando. Con voz trémula y ojos llenos de melancolía, me dijo que se iría con papá a Corea, dejándome a mí únicamente en compañía de mamá. Negué la verdad con todas mis fuerzas, pero pronto las lágrimas obligaron a revelar mi dolor. Una tras otra, las lágrimas se derramaron, y empecé a llorar a borbotones, no por él, sino por la idea de perder a quien más amaba: mi padre.
De repente, una voz masculina y distante retumbó en los parlantes del aeropuerto:
—Por favor, estén atentos para abordar el vuelo a Seúl, Corea.
El anuncio me sacó de mi trance, y con el corazón todavía acelerado, negué con la cabeza. Saqué mi teléfono con manos temblorosas; necesitaba escuchar una voz amiga, conocer el consuelo de mi mejor amiga, Jennifer o “Jenn”, como cariñosamente le llamaba desde hace ocho años. Después de unos segundos de incertidumbre, la línea se conectó:
—Un momento, es importante esta llamada —dijo Jenn, mientras transfería la llamada de otra persona— ¿Cómo te sientes, J?
Suspiré profundamente, dejando entrever mi vulnerabilidad:
—No sé, me siento extraña, Jenn. Tengo miedo de que mi hermano me trate diferente a como lo hacía antes.
La respuesta de Jenn fue inmediata y cálida:
—J, no pienses en eso. Todo saldrá fenomenal, como siempre soñaste desde pequeña. Recuerda esos días en los que imaginabas vivir a su lado, compartiendo cada rincón de una casa...
Una sonrisa tímida se dibujó en mi rostro a pesar del nudo en mi garganta. Esa mezcla de nostalgia y esperanza me recordaba que, incluso en medio de la incertidumbre, los sueños, por más distantes que parecieran, también tenían el poder de sostenernos.
—¿Y si me odia por haber perdido el contacto? —inquieté, dejando escapar la duda en un susurro casi inaudible.
—¡J! Eso no pasará, confía en mí. Él te ama, lo sé, y tú también debes amarte a ti misma —respondió Jenn con firmeza, asegurando cada palabra como un bálsamo en mi alma.
Sé que Jenn había sentido el mismo dolor cuando su corazón se rompió en miles de pedacitos al saber que él se iba. Esa conexión de historias, de amores y de pérdidas, se hizo presente en cada palabra.
El anuncio volvió a retumbar en los altavoces:
—Deben abordar el avión con destino a Seúl.
Con el sonido de la despedida en el ambiente, dejé la comodidad del asiento, levantándome con resolución mientras me unía a la fila, justo detrás de un señor de gran estatura cuya presencia parecía marcar el paso del tiempo.
Miré mi teléfono una última vez, murmuré en mi mente:
—Te quiero más.
Esa frase, sencilla pero cargada de sentimiento, se perdió en el murmullo de la terminal, mientras una solitaria lágrima recorría mi mejilla.
Con cada paso que me acercaba a la puerta de embarque, supe que mi vida iba a cambiar radicalmente. No solo estaba dejando atrás un país, una infancia y algunas ilusiones, sino que me adentraba en un nuevo capítulo lleno de misterios, desafíos y la eterna promesa de renacer en un lugar que todavía debía comprender.
[☪]
El avión aterrizó hacía más de veinte minutos y, entre el vaivén constante de pasajeros y empleados, yo aún aguardaba mis maletas. Había finalizado el tedioso proceso de identificación y revisión de equipaje, y mientras esperaba, me invadió ese pensamiento agudo de por qué odiaba volar. No era únicamente la espera interminable ni el caos del aeropuerto, sino el recordatorio de que en cada trayecto, dejaba atrás un poco más de lo conocido.
Una vez que por fin tuve mi equipaje en manos, me dirigí hacia la salida. Observaba a mi alrededor, con la mirada inquieta, esperando que mi padre no olvidara recogerme. El reloj de mi teléfono marcaba las 10:50 de la mañana, y aunque mi corazón conspiraba con la esperanza, aún no terminaba de creerse que él recordaría. Con una leve exhalación, encogí los hombros y decidí regresar al interior del aeropuerto, al menos allí el aire acondicionado conseguía suavizar la claustrofobia de la espera.
De pronto, una voz masculina irrumpió en ese murmullo ambiental:
—¡Jules!
Me quedé paralizada. Esa voz no tenía la frialdad habitual de una llamada telefónica; era cálida, profunda y cargada de emoción. En un abrir y cerrar de ojos, las lágrimas comenzaron a aflorar, nublando mi vista.
Giré lentamente en busca del responsable de aquel grito, y allí lo vi: de pie, a pocos pasos, con sus ojos también humedecidos y una sonrisa que, a pesar del dolor del reencuentro, irradiaba un consuelo inimaginable.
—¿YoonGi? ¿Realmente estás aquí? —pregunté, acercándome con cautela y deseando reconectar con mi hermano,con quien había compartido momentos tan intensos en otra vida, extendiendo mis dedos para rozar, tímidamente, su rostro.
—Realmente estoy aquí, Jules, y lamento no haber estado antes —respondió, y en esa sonrisa vi un resplandor familiar, tan luminoso como si el tiempo se hubiese detenido.
—Te extrañé tanto —sin pensarlo, solté mis maletas y corrí hacia él.
Nuestros brazos se fundieron en un abrazo que, en ese instante, parecía capaz de borrar años de distanciamiento. Rodeé su cuello mientras sus brazos se posaban firmemente sobre mi cintura.
—Y yo a ti, pequeña —susurró casi en un murmullo que parecía guardar todos los sentimientos reprimidos.
YoonGi, con su forma poco efusiva pero profundamente sincera, siempre había sido el ser humano más auténtico que conocí. Aunque su paciencia para repetir aquello que ya había explicado era escasa, y su voz podía volverse severa si me atrevía a preguntar de nuevo, cada gesto, cada mirada, revelaba la inmensidad de su bondad, corazón y humildad.
—Papá estará tan feliz de verte.
En medio del reencuentro, casi olvidé su existencia. YoonGi, siempre atento, me fue de gran ayuda: se inclinó suavemente y, con la delicadeza de un caballero, tomó mis maletas, negándose a permitir que las cargara sola.
—Por poco lo olvidaba —comenté, sintiéndome de nuevo un poco más animada.
Mientras caminábamos hacia el auto, estacionado de forma casi desparramada afuera del aeropuerto, YoonGi se mostraba confiado y entusiasmado.
—Te gustará, ya verás —aseguró, acercándome su hombro en una especie de promesa silenciosa mientras nos encaminábamos hacia el vehículo.
Al llegar, abrí la puerta del sedán, un coche modesto, pero lleno de recuerdos y del aroma familiar a cuero y gasolina, y con una leve risa, dije:
—Lo dudo.
Con manos seguras, YoonGi desactivó los seguros y abrió la maleta del auto para depositar mi equipaje.
—¡Lo amarás! —exclamó, con esa seguridad que siempre me encantaba; aunque, en mi interior, ya intuía que la certeza se construiría con el tiempo.
"Solo dale tiempo", pensaba, aunque en ocasiones, parecía que hasta el tiempo jugaba en contra de nuestros sueños.
Con una sonrisa irónica y un tono suave, le susurré:
> **—Estás perdiendo tu tiempo, YoonGi.**
Mientras subíamos al auto, me permití mirar por la ventana. Afuera, las escenas cotidianas se desplegaban: parejas tomadas de la mano emergían del aeropuerto, niños reían a carcajadas y ancianos, con sus rostros marcados por el tiempo y sonrisas llenas de complicidad, parecían vivir un mundo sin preocupaciones, como si todo fuera perfecto.
Tras unos segundos, entre risas y complicidad, YoonGi replicó:
> **—No creas que no te escuché, porque lo oí todo clarito.**
Nos reímos brevemente; yo giré los ojos fingiendo ligereza, y él, con una sonrisa pícara, añadió:
> **—Yo no dije nada.**
Me coloqué el cinturón de seguridad y, mientras YoonGi encendía el motor, sentí que cada latido marcaba el inicio de una nueva etapa.
Con el auto tomando velocidad, casi como si lanzáramos una desafiante mirada al destino, susurré con determinación:
—Seúl, voy por ti.
Espero les guste este primer capítulo, estoy algo nerviosa por su aceptación, es la primera vez que escribo una historia de esta, tenía tantas ganas de publicarla, que se me hizo imposible no hacerlo.
Gracias por leer ☺️
24/08/2020.
17/01/2021.
07/06/2025.
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