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『 Epílogo 』

—Iduna, ¿dónde está tu hermano? —preguntó Anna recién vio a la rubia jugando con Sven a las afueras del castillo.

—Está con la tía Elsa, ¿por qué? —respondió inocente, sentada alado del animal.

—Ah, menos mal, no quiero que mire su pastel de cumpleaños o va a devorárselo todo, ¿no le mencionaste ésta sorpresa, verdad? —la tomó en sus brazos, haciéndole pucheros graciosos.

—Nop, porque es sorpresa. ¿Verdad? —la princesa rió por la forma en que su hija imitaba sus expresiones y oraciones.

—Así es. ¿No te dijo tu padre a dónde iba? —volteó a ver a todas partes, para ver si podía divizarlo entre las casas. Pero aún así, no lo encontraba.

—Creo que fue por el abuelo Pabbie –las dos tomaron rumbo para volver a entrar, Anna acomodó a la pequeña en sus brazos de tal forma que podía ver por atrás de la mujer. Y gracias a ello, Iduna se percató que un hombre, de barba roja y complexión mediana las observaba desde las rejas de la entrada–. Mamá... —susurró, temerosa.

—No cielo, no podemos meter a Sven por más ojitos de cachorro que ponga. Sabes que Philip es alérgico a su pelaje —le negó la pelianaranjada, sintiendo un ligero pinchazo en su pecho, pues sabía lo mucho que su pequeña amaba a los animales, y lo lamentable que era la alergia de su hermano. Pero tenía que ver por la seguridad de los dos infantes.

—No, no. Mira... Ese hombre está viéndonos —y señaló al desconocido.

—¿Eh? —se giró sobre sus talones, con el entrecejo fruncido y la desconfianza al cien por supuesto.

El hombre no parecía inmutarse ante el descubrimiento de su presencia, e incluso se acercó de forma deliberada. Anna apretó mas a su hija contra su pecho, en forma de protección frente al presunto extraño.

—¿Quién eres? —se susurró la menor, entrecerrando los ojos para poder detallarlo mejor.

Le cayó como balde de agua helada, y abrió los ojos sorprendida. Dejando escapar un chillido de alegría.

—¡No puede ser, no puede ser! ¡Esto tiene que saberse! –entró al castillo con pasos apresurados, dejando a Iduna a un lado del camino–. ¡Elsa, Elsa! —gritó, corriendo a su oficina. Su hija se quedó desconcertada. Y a la vista de ese sujeto que no le daba nada de confianza.

—Papeleo, papeleo, papeleo, ¿oh, qué tenemos por aquí? ¡Ah sí! Papeleo —gruñó la reina, en cuanto vio la pila de cartas y tratados que tenía que leer y firmar.

—¿Qué es papeleo? ¿Puede comerse? —el niñito se paró de puntitas, agarrándose del escritorio para poder mirar lo que había sobre él.

—Qué más quisiera yo que se comiera, bebé –rió, negando con la cabeza–. Así no tendría tanta hambre como ahora. ¿Por qué no vas a checar si Marjorie ya tiene la merienda lista? —y le guiñó el ojo.

—Pero mamá dijo que no podía ir a la cocina —Philip se cruzó de brazos, dejándose caer al suelo con la cara enfurruñada.

—Cierto, cierto. Bueno, te toca esperar —y se encogió de hombros, apenada.

La puerta se abrió de manera estruendosa, dejando a la luz a una Anna exhausta y agitada. Elsa se levantó de su asiento, asustada. Temía que fuera algo malo.

—¿Pasa algo? —le preguntó, caminando hacia ella.

— ...Volvió... —apenas y pudo decir, agarrando tanto aire como se lo permitían sus pulmones.

—¿Quién?

Las dos conectaron miradas. Y mediante ello, se transmitieron el mensaje.

—No... —los ojos comenzaron a picarle.

—Está allá afuera.

No tardó mucho para que reaccionara, y corrió, atravesando todo el castillo.

—Tía, ¿qué pasa? —la pobre no pudo ser escuchada pese a la alta velocidad en que iba Elsa.

Las puertas se abrieron. Bajó los escalones, y se detuvo de golpe, al darse cuenta que a un metro de ella estaba parado el amor de su vida.

Tenía leves ojeras, su barba era medianamente larga, el cabello estaba largo y peinado, no vestía elegante, pero aún así podía notarse que pertenecía a la realeza. Sus brazos se ensancharon y su pecho elevado.

Los dos no se movían, congelados por la emoción, los nervios, el amor.

Seis años, seis largos años desde que el príncipe Hans, de las Islas del Sur, había dejado Arendelle. Seis años donde la reina lloraba con desconsuelo por las noches, extrañando su aroma, su presencia, a su pelirrojo.

Y ahora, ahí estaba. Frente a sus ojos. Más apuesto y maduro que nunca.

Ella volteó su cabeza en busca de su hermana.

—Ve —le susurró Anna, señalando al muchacho con la mirada.

Inhaló profundo, y se dirigió a él.

Cuando lo tuvo a menos de sesenta centímetros, dejó de respirar. Aquellos orbes esmeraldas la observaban con fascinación, aún no pudiendo creer lo que pasaba.

Le cayó el veinte, y se abalanzó a los brazos del pelirrojo.

—¡Oh, Hans! —sollozó Elsa en el cuello de su amado.

—Te he extrañado tanto, corazón —la alzó del suelo por unos segundos sin apartarla de su pecho.

—¡Yo también! ¡Como no tienes una idea! ¡No puedo creerlo, volviste! —estaba roja de la emoción.

—Claro que volví, no iba a dejarte aquí sola tanto tiempo —respondió el otro.

Aspiró cada rastro de él, se aferró a su espalda, lo apretujó hacia ella tanto como sus fuerzas se lo permitían, con tal de que, si esto era un sueño, no pudiera acabar jamás.

Mientras tanto, Anna tomaba a sus dos hijos de la mano, llorando de alegría por su hermana. ¡Ese patán había cumplido con su promesa! Y no podía sentirse más orgullosa de él, y de lo fuerte que había sido su hermana cuando se marchó. Se mantuvo firme, constante, poderosa.

—Mami, ¿quién es él? —se atrevió a preguntar Iduna.

—Un viejo amigo.

❄ ☀ ❄


Hubo una vez, un pequeño niño, concebido fuera del matrimonio, nació.

Fue arrancado de los brazos de su madre. Y puesto en un castillo, donde se le esperaba que tuviera un buen futuro como gobernante.

Sin embargo, el odio, el rencor y la traición de aquella familia lo desvió de sus sueños, del deber. Lo empujaron a un camino que no tenía un buen final.

Creció con un corazón impuro y vanidoso, una personalidad de dos caras, que usaba para engañar a quienes obstruyeran su paso hacia la corona. Estando así a punto de asesinar a un ser angelical y bello, que no había hecho nada más que negarle su bendición cuando quiso desposar a su hermana menor.

Gracias a los cielos, el amor de aquel ángel logró arrancar de su pecho la maldad y el deseo de venganza. Le dio una segunda oportunidad, creyó en él, lo amó como su alma se lo permitía.  Le otorgó todo lo que le fue quitado, haciendo así feliz al joven príncipe, endulzando su vida, y purificando su existencia.

Ahora, aquel niño goza de una bella familia, una hermosa esposa y tres adorables hijos que, sin duda, lo son todo para él. Enseñándonos así que, un monstruo, puede ser salvado. Amado. Que un corazón bueno y bondadoso puede cambiarlo y no al revés. Que todos merecemos ser queridos.

—¿Esa historia es real, papi? —le preguntó una de las gemelas, aplastando al pelirrojo con su cuerpecito.

—¡Claro que sí, amor! Tan real como tú y como yo —respondió, pellizcando su nariz con dulzura.

—¿En dónde está ese niño, papá? —susurró la otra rubia, acostada a un lado de su hermano.

—Seguro que en algún lugar, en una gran casa con una gran familia —respondió el mayor de los tres, de cabello oscuro como su abuela.

—Tienes toda la razón Agdar. En algún lugar, siendo muy feliz.

—Ya es hora de dormir, todos a sus camas —aplaudió Elsa cuando entró a la habitación, llamando la atención de su familia.

—¡Pero es temprano todavía! —se quejó el castaño, haciendo un puchero.

—No, no, a dormir.

—¿Mami, papá puede dormir conmigo? —Isabella preguntó, siendo cargada por su madre.

—No, porque va a dormir conmigo —añadió Sabrina, sacándole la lengua a su gemela, creyendo que tenía la victoria.

—Con ninguna, vámonos ya —con una en brazos, y la otra atrás de ella, caminaron a la habitación que compartían.

—Ve, campeón. Mañana será un día largo —el rey acompañó a su hijo, casi escoltándolo para que no tomara rumbo a otra parte que no sea su dormitorio.

, una gran familia.




¡Holaaaaaa!
Hoy por fin doy finalizada la historia Querida Elsa, todos somos monstruos y no saben lo sensible que estoy. ¡No puedo creerlo!
Doy gracias a todas esas personitas que me han acompañado y apoyado en el trayecto de esta historia, sin ustedes no estaría en este punto. Se merecen esto y más.

Después de todo, un monstruo también merece ser amado.

Editado
Sábado 4 de Julio, 2020.

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