『 9 』
El día siguiente transcurrió normal, casi normal.
Elsa evitaba a toda costa algún contacto con el príncipe desde la mañana anterior. Se sentía avergonzada por la forma en la que se comportó. Pero también se sentía frustrada, ¿por qué tenía que ser así? ¿Por qué era tan débil y dócil? ¿Por qué no tenía un corazón frío como sus dones, frío como el maldito invierno?
Con Hans era otro lío.
Su corazón se encontraba herido, su único consuelo era su cerebro gritándole vilmente lo iluso que había sido, que cómo había pasado a creer que una mujer así querría estar con él.
Ya hasta podría jurar que había escuchado a sus doce hermanos y hermanas, riéndose y burlándose de su estupidez. De la inocencia que aún tenía.
"Eres un bruto, Hans. Claramente ella no iba a elegir un bastardo como tú".
"El sapo se enamoró de la princesa, qué tierno... Y estúpido".
"Ay Hans, no importa si esa rubia no te ama. Yo estoy aquí, para todo lo que desees".
"Debiste elegir mejor lo que harías, no te puedes ir por la vida eligiendo a las primeras tontas con coronas que veas, planes así tienen que ser elaborados, o lo único que tendrás será el sabor de la derrota".
"¿Y ahora cómo le vas a hacer, torpe?".
"Puedo ayudarte a conseguir princesas, pequeño, pero no estaré siempre para arreglar tus tonterías".
"No pudiste quitarle el trono a unas huérfanas, qué vergüenza contigo".
"Ni porque tu apellido es Weterford puedes conseguir chicas".
"¿Sabes? No esperaba nada de ti, y sin embargo logras decepcionarme".
"Sabía que ibas a estropearlo todo".
"Suerte a la próxima, campeón".
"Se acabó tu tiempo, pequeño bastardo. Haré lo que nuestro padre debió haber hecho hace veintitrés años: deshacerse de ti".
Comenzó a golpearse la cabeza con sus puños, en los costados. Cada golpe le hacía recordar más momentos de su miserable vida, pero el dolor, el dolor físico le parecía mucho mejor que el emocional, era más soportable.
Santos pudo ver lo mal que estaba poniéndose el pelirrojo. Ya no se golpeaba con sus extremidades, sino con el muro de la celda. Ya era hora de intervenir antes de que cometiera una tontería.
El guardia rápidamente abrió la puerta y pidió refuerzos, que así como se había puesto Hans no iba a poder controlarlo solo. Aunque no quisiera admitirlo, el príncipe era fuerte.
—¡Santiago, ven y ayúdame! —gritó Santos.
Tardaron unos minutos para que el otro llegara, y entre los dos lograron estabilizarlo.
Ante la fuerza de los dos hombres sometiendo el cuerpo de Hans, los flashbacks de su niñez le llegaron, como un balde de agua fría.
—¿Qué pasa Hans? ¿Acaso te duele? —se carcajeaba Jackson, al tiempo que le ejercía dolor al pelirrojo en los brazos, que los doblaba por la espalda.
—¡Quiere llorar! —mofeaba Hiccup, jalándole del cabello.
—¡Basta los dos! ¡Retírense! —gritaba Roxanne, empujando a sus dos hermanos menores lejos del jovencito moretoneado.
—¡Hans! ¡Hans. ¿Qué tienes?! —lo zarandeaba Elsa desde los hombros.
Tantos gritos y con serios problemas para calmarlo, no podían hacer mucho. Así que penosamente tuvieron que llamarle a la reina.
Ya no intentó zafarse del agarre de los guardias, sólo se acurrucó en el cuello de la rubia, llorando y suplicando que pararan.
—¿Pueden marcharse? Yo me encargo —intentó sonreírles a los guardias, pero más bien le salió una mueca de tristeza.
Ver al ojiverde así de mal la destrozaba internamente, lo que ocurría ahora era un reflejo de sus primeros años de vida, y era triste saber que el príncipe realmente nunca fue deseado, al menos no en esa familia que no le dio más que dolor y mala vida.
Ella pasaba su mano sobre la espalda del pelirrojo, intentando darle tranquilidad.
—Relájate —Elsa susurró, creando ritmos de cuna con su voz y lengua, creyendo que eso podría ayudarle.
Sintió un líquido caliente, que se esparcía lento en su hombro descubierto.
Supo de inmediato qué era, el olor era muy característico.
—¡Por Dios, Hans! ¿Cómo se te ocurre? —lo retiró de su cuerpo, para poder examinarlo mejor.
Tenía moretones en su frente, en la esquina derecha de ésta había una herida abierta, la cual era la que estaba sangrando. Y quizás habrían más, que el cabello no permitía ver.
—Hans, ¿qué pasó? —lo obligó a sentarse en la cama de metal, para ser ella quien se quedara de pie.
—Lo siento, en verdad lo siento... Yo tampoco sé qué hago, no sé qué hago aquí, si igual mi familia va a odiarme durante toda mi vida. ¿Sabes? Preferí aquí. Preferí que me odiaran personas desconocidas que mis propios hermanos. Ni tú me odias, estuve a punto de hacerte daño y me tratas mejor que nadie. No merezco nada que venga de ti, soy un bastardo, soy un monstruo —comenzó a llorar con más intensidad.
Elsa intentó tragarse el nudo que se había formado en su garganta, era dolorosa y con una sensación a fuego, nada nuevo. Lo único diferente en ese momento es que no lloraba por ella misma.
Sino por él.
—¿Recuerdas lo que me dijiste aquella tarde? ¿Que ser un monstruo no era tan malo? ¿Que todos lo éramos? —le susurró, limpiando con sus mangas todo rastro de lágrimas y sangre en el rostro.
—Esto es diferente, Elsa.
—¿En qué sentido es diferente, cariño?
—En que no has hecho cosas malas con la intención de hacerlas —susurró, tan suave pero con su respiración dificultosa.
—Necesitas darte una ducha, y poner alguna pomada en esos golpes. Levántate —buscó su mano, grande y con sus dedos raspados, sin rastro de suavidad. Pero cálidas. Cálidas en un sentido que no podría explicar, en la que no habría forma de demostrarlo.
—Aquí no hay duchas, reina —dijo Hans, más inconsciente que nada.
—No, pero en mi habitación sí.
El color carmesí inundó las mejillas del pelirrojo.
Editado
Lunes 1 de Junio, 2020.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro