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『 8 』

Elsa podía ver desde el interior del armario aquel fornido y temible hombre, que buscaba quién sabe qué en toda su habitación.

Estaba tan preocupada por Gregory, Marjorie y la pequeña Azucena que no medía sus dones invernales. Habían cientos de variables, y no les veía un buen final.

¿Y si a alguno se le ocurre ir a la habitación? ¿Entrarían? ¿El sujeto sería capaz de delatarse y asesinar a quien atraviese el umbral? ¿Podría ella impedirlo? Tantas preguntas sin respuestas, alteraban el juicio de la joven.

El piso del armario comenzaba a escarcharse, brotaba de las suelas de los tacones de Elsa. Se iba expandiendo a las paredes de madera, Hans pudo notarlo. Y cómo no, la temperatura también se había reducido. 

—Alteza, contrólese. Sus poderes nos delatarán —le susurró el pelirrojo.

—¡No puedo, no sé cómo! —de sus ojos, se derramaban lágrimas.

La escarcha se convertía en hielo, duro y cristalino, que amenazaba con hacer crujir la puerta.

—No hay nada aquí, alteza –susurró el desconocido, con un aparato negro y muy, muy grande en su mano no dominante–. No, ella no está aquí. ¡Ya sé lo que le había dicho! Me equivoqué, hay un montón de puertas por todas partes. Sí, sí. Eret y Damián están con el consejero. No creo que sospeche. ¿Y cómo qué quiere que descubra? Hay un cofre lleno de malditos guantes, no creo que sea un secreto que esa rubia tiene poderes, digo, congeló medio océano, no creo que haya persona viviendo en estas tierras que no lo notaran –sarcasmo y cinismo puro irradiaba ese hombre–. Lo único que encontré son prendas para anciana, mujerzuela no es.

Hans cerró los ojos con fuerza, no creyó que realmente lo haría. Sí, dijo que iba a infiltrar personas para averiguar secretos del pueblo, prometió no mandar guardias en el castillo hasta después de cumplirse el mes. ¿Por qué demonios estaban entonces aquí? ¿Y peor, hablando pestes y vulgaridades de la reina?

¿Será que sabía que no lo haría? ¿Será que pensó su padre que no tendría las agallas para colarse entre la monarquía Arendelle? ¿Que no podría con la misión?

No lo sabría hasta no hablar con él. Pero el verdadero problema ahí eran los poderes de la rubia. Estaban saliéndose de control, y si Erick se daba cuenta que la reina escuchó parte de la conversación con su padre podría provocar una gran pelea, en la cual sin duda ganaría la privilegiada de la naturaleza, pero despertaría la guerra entre los dos pueblos.

Regresó de vuelta a la realidad, el hielo agrietaba la madera. Hasta podía escucharse el sonido.

El invasor volteó su cabeza, a dirección al armario, y centró su total atención, aislando el ruido del exterior y agudizando sus sentidos.

Los dos escondidos retuvieron la respiración, rezando porque se distrajera con cualquier otra cosa y no descubriera sus presencias.

—Ush, si me colgara tal vez buscaría mejor, bueno pues adiós —Erick guardó el gran aparato en su bolsillo para seguir husmeando la habitación.

Y esto empeoró el estado de Elsa.

Hans no podía arriesgarse a que lo vieran con ella. No podía arriesgarse a que Erick se burlara de él frente a ella y su conexión con la rubia se esfumara. No. En definitiva, no lo permitiría.

Cuidadosamente de no hacer ruido, giró a Elsa sobre su lugar lentamente. Ella se encontraba perdida entre sus pensamientos que apenas y notaba su cambio de posición.

—Espero que esto sirva —susurró, más para él que para la rubia.

La tomó de las mejillas, y la acercó a sus labios, deteniéndola justo antes de que se rozaran.

Quería ver su reacción, quería ver si eso bastaba para controlar el hielo.

O empeorarlo, pedazo de idiota. Exclamaron sus pensamientos.

El ambiente se mantuvo estático, los copos de nieve que surgieron de la nada se quedaron quietos. Todo a su alrededor se había detenido.

Ella lo miró a los ojos, y luego a sus pequeños labios. Decidió terminar con la distancia, y finalmente pudieron tocarse, danzando a un compás silencioso.

Sus corazones estaban acelerados, sentían cosquilleos en cada parte de su ser, una atracción fuerte surgía de aquel pequeño beso, y les sería difícil controlar.

—Ya me voy, no encontré nada. Sí, claro que nos iremos. ¿A quién crees que has contratado, a novatos? –el sujeto se sintió minimizado–. Yo les aviso, hasta pronto —Erick abrió con sumo silencio la puerta, se fijó por los dos lados, y de manera escurridiza, salió de ahí.

Mientras tanto, en el armario, se desataba una guerra interna en la mente y el corazón de Elsa: permitir que ese encuentro se volviera más fuerte, o pararlo desde ya.

Sabía que eso estaba mal. ¿Cómo demonios dejó que el hombre que casi pudo matarla se adentrara a su castillo, a su habitación... Y sobre todo a su corazón?

Regresó a la realidad cuando una sensación fría la tomó por sorpresa en su cintura.

La blusa se había subido un poco, exponiendo poca piel. Y los dedos del pelirrojo se paseaban por ahí, marcando trazos lineales y lentos.
Gracias a esa nueva sensación, su vientre se contrajo, provocando que soltara un jadeo.

Se dio cuenta del sonido que brotó de su boca, y reaccionó de mala manera.

¿Qué estaba pasando con ella?

Ella puso sus manos en el pecho de Hans y lo empujó con fuerza, para alejarlo.
Elsa caminó hacia atrás muy aturdida, saliendo del armario.

Él la siguió, totalmente confundido. No lograba entender lo que sucedía.

—Esto está mal, ¡esto está mal! —exclamó la rubia, jalando de sus cabellos.

—¿Qué pasa? Yo... Creí que... Es que tú... —balbuceaba oraciones sin poder terminarlas, sintiéndose torpe con cada segundo que pasaba.

—¿Por qué lo haces? –Elsa preguntó, intentando no llorar–. ¿Qué ganas con hacerme esto? Acepté que te quedaras porque creí que no habría problema, porque quizás así evitaría que te desterraran de tu reino permanentemente. ¿Y ahora esto? —se limpió la nariz, ya que se le escurría un poco los mocos.

—Lo lamento. No fue mi intención, yo... –jugaba con sus manos, no sabía qué hacer o qué decir–. Supuse que también querías esto. Pero, no importa. Yo... –suspiró, tallándose el rostro–. Será mejor que me retire, hasta luego, alteza —Hans no se giró más para verla.

No quería hacerla saber que su repentino e indirecto rechazo le dolió. Sin más, salió de ahí, a refugiarse en donde merece estar: las celdas.

Editado
Lunes 1 de Junio, 2020.

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