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『 5 』

—¡Oye, lo haces muy bien! —Elsa aplaudió orgullosa.

Hans sentía que lo hacía horrible, ya que era nuevo en esto, y no se le daba muy bien, no quería echarlo a perder. Pero escuchar a Elsa felicitándolo era algo que lo motivaba. Mucho.

—Creo que ya estás listo para enseñarles. Ahora vuelvo, iré por los niños, ah... —Antes de marcharse, le echó un vistazo a Hans, queriendo averiguar si podría ser apto para aquella tarea–. ¿Podrías hacerme un favor? Uno pequeñito.

—Para eso estoy aquí, alteza. Para hacer el trabajo sucio —Hans sonrió falsamente, con un brillo opaco en sus ojos.

—¡No, no, no! –tropezó con sus palabras, en un pobre intento por enmendar ese malentendido–. No es nada malo, sólo traer bocadillos para los pequeños. Marjorie hizo muchas galletas, y Greg te dará vasos para cuando llegue, haga y reparta helado. ¿Podrías hacer eso por mí?

Él suspiró discretamente.

—Está bien, vaya a traerlos alteza, que yo me encargo —contestó.

—Gracias —levantó su mano, y una ventisca pequeña de aire fresco se estampó contra la mejilla ya sonrojada del pelirrojo.

Se sintió como un...

Él se dio la vuelta, y comenzó a patinar a dirección a la puerta de empleados.

—Al fin llegaste, ya hasta creí que te habías escapado –Azucena bromeó (aunque al pelirrojo no le hizo gracia), colocándose unos guantes y abriendo el horno con mucho cuidado–, espero les agrade las galletas porque es mi receta súper secreta. Inventada y pasado de generación en generación por mi bisabuela. ¿Quieres probar uno? —puso la bandeja con los bocadillos en la barra de mármol.

—Eh. No, gracias. No tengo hambre —se excusó Hans. Pues los bocadillos dulces no eran de su total agrado.

—Uy pues yo sí, permiso –Santos se abrió paso a como diera lugar, empujando fuertemente a Hans, éste frunció el ceño fastidiado–. Oops, perdón —se disculpó  con burla.

—¿Y ese milagro que estás dentro del castillo? —le preguntó Marjorie cuando ve al moreno comiendo.

—Milagro es que Sara no esté aquí, ¿de qué me perdí? —se recargó en la barra, acechando las galletas.

—¿No te dijeron? Ella está embarazada, y ya se encuentra en sus últimos meses, la reina Elsa no quiere que peligre la vida del bebé por estar trabajando, así que le dieron unas vacaciones.

—Ay qué bello, ojalá nazca bien –poco a poco fue acercando su mano a la bandeja, pero fue descubierto por Azucena, quien le dio un manotazo–. ¡Ay! —se quejó exageradamente.

—No las toques, no son para ti —le regañó, y cuando se volteó, el joven le enseñó la lengua. Marjorie le miró como madre que atrapa a su hijo en medio del desastre, así que no le quedó de otro que continuar.

—Y bueno, estoy aquí porque me mandaron a cuidar al Príncipe Hans, ya sabes, arrestado –el guardia de las celdas imitó al príncipe haciendo muecas y moviendo sus manos de manera ridícula.

—¿Te... Te mandó la reina? —el pelirrojo sentía que algo estaba atorado en su garganta, que no le permitía formular bien la pregunta.

—Eh, no, fue Gregory. La reina no ha llegado de recoger a los niños.

Pero en cuanto se escucharon gritos de emoción, supieron que ya era el momento.

Hans, con sumo cuidado, sacó del castillo las galletas en patines.

Y cuando los niños, que se encontraban gritando y algunos en el suelo porque resbalaron, lo vieron; se quedaron mudos.

Y él pudo sentir ese repentino cambio en el ambiente, al igual que la rubia.

Se mordió los labios, tratando de buscar alguna excusa: —Ah, pequeños, vayan a saludar al príncipe Hans. Él les trajo comida, una muy rica —les sugirió Elsa, sosteniendo a un bebé de, quizás, dos años de edad, en sus brazos.

Uno de los niños más grandes que se encontraba en el lugar, preguntó algo que pone incómodo a los dos adultos: —¿Por qué está él aquí? Cometió traición, debería estar en la horca —indignada, se cruzó de brazos.

No sé qué le dolió más a Hans: el saber qué pudo haber pasado esos días en los que lo arrestaron en su reino, o el recuerdo de él empuñando su espada hacia la nuca de la reina de Arendelle, quién sólo se ha dedicado a ser amable y atenta, como nadie nunca lo hizo.

—Cállate Brooke, esos no son nuestros asuntos —le susurró otra niña, una que tenía heterocromía, un bellísimo color verde y azul en sus ojos.

—¡Intentó matar a la reina, Maddie! ¿Crees que merece estar aquí? —las dos se pusieron frente a frente, Maddie dándole la espalda al pelirrojo. Mientras que la otra en una posición como intentando proteger a la reina.

—¡Todos merecemos una segunda oportunidad! ¿Y quieres jugar a quién cometió traición primero? Porque si es así, la reina también estuvo a punto de matar a la princesa Anna.

Fue ahí cuando Gregory, que escuchaba todo a escondidas decide intervenir, y eso porque Elsa empezaba a llorar, en silencio.

—Escuchen todos, Santos les pondrá unos divertidísimos juegos, en los que podrían ganarse galletas –le quitó la bandeja (de mala forma) a Hans, y los niños comenzaron a gritar–, ¿les gustaría?

Elsa regresó al pequeño con su hermana mayor. Y rápidamente se marchó al interior del castillo por la puerta principal.

El ojiverde la siguió, pero tropezó repetidas veces con el calzado, así que cuando llegó al marco de la puerta, tardó en quitarse sus botas - patines.

La rubia subió rápidamente los escalones, y corriendo se encerró en su habitación.

Azotó tan fuerte la puerta, que las ventanas de su habitación crujieron, amenazando con romperse.

Se dejó caer sobre sus tobillos, y con sus antebrazos cubriendo su rostro, vociferó un grito, lleno de dolor y frustración.

Odiaba que le recordaran ese horrible capítulo de su vida, odiaba que hablaran aún de eso. Lo aborrecía, ella misma se aborrecía. Y aunque Anna muchas veces le aclaró que eso fue un accidente y que sabe con todo su corazón que ella no lo hizo con una mala intención, igual no pudo dejar de sentirse culpable, no pudo dejar de odiarse.

El hielo subió por las paredes, cubriendo muebles y opacando colores a su paso.

Alguien tocó la puerta, tan suave que apenas era perceptible.

—¿Reina Elsa, se encuentra bien? —susurró una voz masculina al otro lado de la madera.

—Por favor, márchate —suplicó la rubia, aún con su cara escondida.

—Ya veo que no. No se sienta mal, mi alteza. Todos cometemos errores, nadie es perfecto, no puede torturarse con un desliz en su vida.

—Realmente no quise lastimarla, no fue mi intención —se soltó a llorar más fuerte todavía.

Hans se golpeó la frente con la puerta misma. Eres un galanazo con las mujeres, se reprendió.

—¿Me permitiría pasar, señorita?

—¿Para qué? Estamos bien así, no quiero que me vea en este estado, sería horrible —no hacía falta mirarse al espejo para saber que sus ojos ya estaban rojos e hinchados, sin contar que su maquillaje podría estar corrido.

—No podré ayudarla si no me permite pasar —dijo, ya en un momento de desesperación.

Ella no respondió, no tenía el aliento para hacerlo. Por otro lado, Hans suspiró un poco cansado y dolido. Ya que no era el único con un pesar en su corazón que no le dejaba pasar de página.

Cerró sus ojos. Se sentía decepcionado.

¿Cómo es que creyó que alguien como Elsa le dejaría estar a su lado?

Y cuando estaba a punto de irse, la manija de la puerta empezó a moverse, para finalmente abrirse, y dejar ver un poco el interior de la habitación.

Él, con duda pero dispuesto, se acercó para entrar.

Editado
Viernes 29 de Mayo, 2020.

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