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『 38 』

—Ahora podremos ser una familia, ¿te... Te gustaría? Yo sé que... Que esto no se compara para nada con el castillo en el que vivías pero, con mucho esfuerzo y amor podremos salir adelante. Finalmente podremos estar juntos —susurró Mérida, tomando con fuerza las manos del muchacho.

Hans volteó a ver a Thiana, quien sonreía y lagrimeaba por lo que sucedía.

—Si quieres quedarte, no habrá ningún problema. De eso me encargo yo, es tiempo de que seas feliz —respondió la mayor a la pregunta que seguramente Hans tenía.

Regresó su mirada a su madre, y con una sonrisa, contesta: —Sí, quiero quedarme aquí.

—¡Oh cielos! ¡Qué bien! –rió llena de alegría y nervios–. Te mostraré nuestra granja, ¡no es muy grande pero te gustará! —tomó de su mano, y lo jaló afuera de la casa.

—¿Todo esto es suyo? —preguntó Hans, algo asombrado.

Porque aunque hubiera pasado la mayor parte del tiempo en un bello castillo, había quedado maravillado con el terreno, tan verde, tan vivo, los olores eran exquisitos y el clima agradable.

¿Quién no querría vivir ahí?

—Mi padre me ayudó a comprar este lugar, y con mis hermanos logramos hacer esto. Les di una parte de las ganancias de las cosechas y ahora están formando sus propios hogares —explicó.

Probablemente tenga muchos primos, pensó.

—¿Mami? —se escuchó, apenas un hilo de voz, aniñada y temerosa.

Hans abrió sus ojos, extrañado.

—Hey, cielo, ven aquí —Mérida se regresó. Para luego volver con una pequeña niña en brazos, de no más de seis años.

—¿Qué hace el príncipe aquí, mami? —preguntó la niña, cubriéndose del muchacho. Éste sólo sonrió enternecido.

—El príncipe, cielo, va a quedarse con nosotros.

—¿En serio? ¿Y por qué?

—Porque es tu hermano —le reveló su madre.

—¿Puedo cargarte? —le susurró Hans, cortando la distancia.

—No —escondió su cabeza en el cuello de Mérida, quien reía con gracia por la timidez de la niña.

—¿Por qué no? —el pelirrojo también se carcajeó.

—Voy a ensuciar tu traje.

—Sólo es ropa, no hay de qué preocuparse —le extendió los brazos.

Adela se chupó el dedo índice, viendo con duda las manos del hombre que quería sostenerla.

—Anda, ve —animó su madre.

La menor suspiró, y asintió con la cabeza. Hans puso sus manos bajo sus brazos y la atrajo a su pecho, apoyando el peso en su antebrazo.

—Eres tan linda, y tu cabello es muy curioso —tomó un mechón de su cabello, y lo estiró, observando cómo se regresaba a la normalidad.

—Definitivamente, este es tu hogar —susurró Thiana, abrazando por la espalda a su hermano.

—Me gustaría mucho tener algo así algún día —bajó a Adela con cuidado al suelo, y en menos de dos segundos se fue corriendo a donde se había encaminado su madre, que les quería dar espacio. 

—Lo dices por la reina, ¿cierto? —le miró con tristeza.

—Quiero regresar, en serio, pero no soy lo que ella necesita. No por ahora.

—Entonces mejora, demuéstrate que puedes hacer una mejor versión de ti. Eso, o puedes quedarte ahí sentado viendo cómo se esfuma tu felicidad. Tú decides –le dio un leve apretón–. Joven Rider, baje las maletas del príncipe —le ordenó al hombre que los había traído.

—Con gusto majestad —contestó el otro.

—¿Maletas? –repitió Hans, no teniendo idea de lo que hablaba–. No empaqué ninguna, nadie me aviso de esto —y se señaló completo. Su atuendo lo decía todo.

—Tú tal vez no, pero yo sí –Rider trajo las valijas, y las plantó frente a los pies del príncipe–. ¿Podrás acostumbrarte a esto? ¿Al trabajo duro? ¿A la humildad?

—¿A la felicidad? Claro que sí.

Editado
Sábado 4 de Julio, 2020.

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