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『 31 』

—Lamento todo esto, lamento tener que sacarlos de sus hogares, pero lo que menos quiero ahora es que ustedes estén en peligro, se resguardarán en el castillo, mientras intentamos resolver las cosas con el príncipe mayor de las Islas del Sur, estaremos bien, vamos a salir adelante, se los prometo —el lugar se quedó en silencio, revelando los sollozos de algunas mujeres y las molestias de los hombres.

—Pelearemos con ustedes, alteza —se atrevió a decir un jovencito, de no más de quince años.

Elsa sintió su pecho desinflarse de ternura:—No será necesario cariño, yo pelearé, sola —declaró la reina.

El pelirrojo, junto a las demás cabezas, se giraron asombrados.

Eso no era parte del plan.

Los sirvientes abrieron a todo su esplendor las puertas del castillo y los aldeanos empezaron a entrar, dándoles privacidad a los príncipes de discutir con la rubia.

—¿Qué? ¿Luchar tú sola? No Elsa. No creas que voy a dejarte pelear si sólo eres tú —le reprochó Anna, con una espada colgando de su cintura.

—Y yo no voy a exponerte a esto, es mi problema, y voy a solucionarlo —Hans la miró incrédulo.

—Éste es también mí problema, yo te metí en esto, y no me iré de aquí —Hans espetó.

—No. Son parte de mi reino ahora y quieran o no, no permitiré que salgan —la actitud de la albina se había convertido en brusquedad, y enojo. Todos comprendían por qué, pero estaba cambiando, algo dentro de ella estaba rompiéndose, dejando salir a una chica completamente diferente a la tímida y miedosa princesa de las nieves.

—¡Pero Elsa! —quiso refutar Anna pero se topó con algo peor.

—¡Yo soy la reina, y obedecen a mis órdenes! —le interrumpió la ojiazul, girándose a ella de forma agresiva y chocando repetidas veces el dedo índice al pecho.

El monstruo en su interior ya había encontrado el modo de salir. Ahora tocaba esperar a que picara el anzuelo.

Abandonó a los que intentaban protegerla, y caminó decidida a la parte trasera del castillo porque seguro por ahí atacarían, no iba a importarles mucho que fuera sólo océano. De hecho, hasta podía servirles de algo.

Pero ella no se los permitiría, ya tenía algo planeado.

Avanzó incluso por encima del agua, congelándose exclusivamente en donde pisaba, demostrando así lo mucho que había mejorado controlando sus poderes.

O la forma en que respondían cuando estaba furiosa.

Al tener una vista más amplia del castillo, creó grandes y amenazadores picos de hielo, rodeando y protegiendo al castillo y a la costa. Éstos tenían un color carmesí, tan fuerte e imponente que a cualquiera asustaría.

Suplicaba que ese fuera el caso con el ejército de Jason. Porque realmente no tenía ganas de matar a personas inocentes sólo por seguir indicaciones de su loco futuro gobernante.

Respiró profundo, concentrándose en su vestuario. Desapareció la falda que traía puesta, para dar lugar a un pantalón, negro y apretado con una gruesa línea a los costados de azul, su calzado pasó de ser unas zapatillas de tacón corto a unas botas que le llegaban a la rodilla, así como la de los príncipes. Él corsé de su vestido se mantuvo azul, pero a la altura de sus pechos tomó forma de una camisa de botones, con el cuello destrozado y colgando de un tirante en un solo hombro. Las mangas eran holgadas, y en los codos se mostraba un poco de piel, pero al llegar a la muñeca, se ajustaba con un listón. Cuando acabó con su traje, se dispuso a amarrarse el cabello en una coleta alta, sin dejar de ver al horizonte, a la espera de Jason. Exhaló decidida. Acabaría con todo aquel que se atreviese a dañar su reino.

—¿Elsa? —susurraron a sus espaldas. Ella giró su rostro a dirección de la silueta, sin apartar la vista de enfrente–. ¿Qué... Te sucedió? —preguntó, viendo su vestuario–. ¿En serio crees que te vamos a dejar luchar sola?

—No lo creo, lo sé —aseguró, con un tono determinado en su voz.

Se dio cuenta que Hans tenía intenciones de acercase a ella pero no sabía cómo sin evitar mojarse, así que congeló el agua con un simple movimiento de manos, logrando así que pasara y la acompañara.

—Por favor, Elsa, recapacita, no puedes hacerlo sola —el pelirrojo caminó hacia ella, la tomó de las manos y la observó fijamente a sus azulados ojos.

—Claro que puedo, recuerda que el frío también mata —intentó sonreír, pero sólo le salió una mueca de disgusto.

—Aún estamos a tiempo, podemos irnos lej...—la rubia le interrumpió, molesta.

—No voy a abandonar mi hogar, Hans –le miró con extrañeza. No sabía por qué ahora quería convencerla de dejar Arendelle–. Lo defenderé, hasta el final.

Hans chistó, pensativo. Quizás corriendo no era la mejor forma de solucionar las cosas, y menos cuando se trataba de una guerra. Viéndolo así, ya entendía el por qué de las acciones de Elsa, y en lo único que podía pensar ahora era en lo valiente que estaba siendo. Y si ella no abandonaba a Arendelle, tampoco lo haría él: —Entonces deberás hacerme una estupenda armadura si queremos derrotar a mi hermano mayor —bromeó, empujando a la reina con sus caderas.

Y al estar varios minutos en silencio, observando con detalle aquel punto en que cielo y mar se tocaban, soltó lo que más temía en esos momentos.

—Tengo mucho miedo —dijo, apenas en un susurro.

—Todos ahora mismo tienen miedo, es normal —Hans se cruzó de brazos, en un pobre intento por obtener calor. Y pobre porque estando alado de la reina de las nieves, y más aún, mortificada con lo que veía suceder.

—N-no es eso... Tengo miedo a que no pueda detenerme, que no pueda controlarme, que nos termine llevando al borde de colapso, tengo miedo a convertirme en un...

—¿Monstruo? —el pelirrojo terminó la oración, volteándola a ver.

Ella soltó un pesado suspiro.

—Cariño, todos tenemos un lado oscuro –alzó su mano a la altura de su mejilla, y la acarició con su pulgar en círculos–. Y es bueno sacarlo con las personas correctas, en el momento correcto.

Elsa le sonrió, de lado.

Anna apareció a su lado, apuntando con su dedo índice el final del cielo.

—Ya están cerca.

Editado
Domingo 14 de Junio, 2020.

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