『 30 』
-¿Hans? ¿Qué haces aquí? -murmuró, sorprendida por la aparición del pelirrojo.
-Elsa, necesitamos hablar. Es algo muy grave -dijo apenas estuvo lo suficientemente cerca como para poder escucharlo.
-¡Ah, no! -exclama la pelianaranjada-. Sólo causas daños a donde vayas, largo de aquí.
-No, es que tú no entiendes. Es realmente malo lo que va a pasar.
-Entonces dilo -ordena la rubia, tomando una postura más seria.
-Jason planea atacar Arendelle -los que estaban cerca de ellos, se asombran, y otros más se aterrorizan-. Va a declararte la guerra.
-¡¿Qué? ¿Por qué?! -chilla Anna, acercándose a su hermana.
-El ejército te perseguía porque mi hermano te acusó de homicidio -Elsa abrió su boca, horrorizada-, por eso te pregunté por el guante. Sabía que te culparía por su muerte, como excusa para tomar Arendelle y todos sus recursos.
-P-pero, no tenemos tantos soldados. Y y-yo no quiero mandar a los padres de familia a la guerra, n-no sé qué voy a hacer -por los nervios, empieza a tartamudear. Y la escarcha se hace presente en el suelo.
-Y hay algo más -susurra el ojiverde.
Avanza unos pasos hacia ella, hasta estar frente a frente. Sus ojos se conectan por un momento, hasta que ella puede sentir el tibio y rasposo tacto del muchacho en sus manos blancas y perfectas.
-Elsa, sé que después de esto no vas a perdonarme. Pero estoy dispuesto a decirte toda la verdad, porque has sido de las únicas personas en mi repugnante y corta vida que me han ayudado a mejorar, aunque sea un poco. Y mereces saberlo -la manera en la que lo dice sólo le transmite preocupación a la rubia.
-Estás asustándome, Hans -es lo único que salió de sus temblorosos labios.
-¿Recuerdas aquellos hombres que entraron a tu habitación?
-¡¿Qué?! -la menor los mira, eufórica.
La monarca asiente, confundida.
-Fueron enviados por mi padre, para vigilarte y buscar algo que pudiera usar en tu contra. Al... Al igual que yo...
-¿Qué? -suelta la reina, en un débil murmuro.
-Él me pidió regresar aquí, con un plan en mente: buscar tu debilidad y usarla para nuestro beneficio -Elsa se zafa de su agarre, retrocediendo lo más lejos posible de él.
-¿Me... Utilizaste? -las lágrimas amenazan con escaparse de esos bellos y fragmentados orbes azulados.
-¡Eres un cretino! -Anna le propina un golpe en las costillas, pero esto no le impide seguir a la joven, que buscaba escapar de él.
-¡Escúchame, por favor! -le suplica, con los ojos cristalizados.
-¡Eres un malnacido! ¡Siempre lastimando a los demás! -exclama la pecosa, sin dejar de golpearlo en el pecho.
-¡Anna! Ya basta -se mete Kristoff, la toma de la cintura y la retira de la escena.
-¡No voy a calmarme! ¿Cómo se atrevió a hacerle eso a mi hermana? -forcejea con su esposo, pero no hace mucha diferencia con su pequeño cuerpo en comparación de los musculosos brazos que la retenían.
Elsa entra al castillo, con sus brazos cruzados sobre su pecho y un nudo en su garganta.
-Ve tras ella -dice el muchacho de cabellos rubios.
Tanto Hans, como su esposa, se sorprenden.
-Yo detendré a esta diminuta máquina de matar.
Le dedica una sonrisa de lado, después de todo, Anna había conseguido ganarse la lotería con semejante partido.
El pelirrojo corre dentro del castillo, buscando con la mirada a la joven de silueta azul.
-Vete Hans, no quiero seguir oyéndote -habló una voz tras su espalda.
-Elsabeth, por favor -intenta tomarla de nuevo, pero ella le da un manotazo, impidiéndole acercarse.
-¡No me llames así!
-Sólo te pido que me escuches.
-¿Escuchar qué? ¿Que viniste a mi reino para cometer traición? ¿Que conseguiste atraer mi atención en ti sólo para sacarme secretos? Creí que habías cambiado -en un hilo de voz-. Ilusa de mí -rió con amargura, negando con la cabeza.
-¡Eso era al principio! Yo era el que tenía que sacarte algo pero no pude. Yo... Me enamoré de ti -la rubia se gira, evitando a toda costa ver el rostro del muchacho-. No pude, no tuve el valor de hacerlo. Y ahora no me queda más que alertarte de lo que vendrá porque me odiaría mucho si algo llegara a pasarte -su voz se quiebra.
Y ella también.
-¿Qué te ofreció ese hombre para que hicieras esto?
-Me llevaría con mi mamá.
Solloza, queriendo controlar su respiración.
Todo esto era tan confuso, su corazón dolía a tal punto que sentía que podría salir de su caja torácica envuelto en llamas, pero no podía quedarse así, no podía darse el lujo de no creer lo que Hans le decía, no podía arriesgar su reino.
-No me diga que le cree, alteza -llegó Gregory, con su expresión profundamente seria y oscura.
-¡Greg! Yo... -Elsa buscó una excusa para explicar todo esto pero él se adelantó a hablar.
-¿No creerá que este hombre está siendo totalmente sincero con usted, o sí? Después de todo, es un Weterford.
-Estoy diciendo la verdad -el muchacho se defiende.
-¿Sabe cómo es que las Islas del Sur son tan conocidos? -la ojiazul niega-. Por su hábito de quebrar reinos. ¿No cree que esto podría ser otro de sus maléficos planes para quitarla del trono? ¿Para que le declare primero la guerra, y así pierda su prestigio como reina de Arendelle? -camina hasta quedar a poca distancia de la soberana.
-Mírame linda, yo jamás haría algo como eso.
-Pero si intentó matarla.
-¡Eso fue un error! ¡Un maldito error del cual estoy pagando muy duro -grita, ya molesto de ese entrometido consejero, que parecía querer lavarle el cerebro a la pobre chica, que se encontraba en un mal estado.
-Hazlo -todos giran a verlo, un joven de cabellos rojizos y piel perlada.
-Príncipe Hiccup -murmura Greg, sintiendo cómo los colores de su rostro iban cambiando.
-Jason sí planea aniquilarlos, ha arrestado a Elinor y a Thiana por revelarse ante sus órdenes, y pronto va a matarlas si no los detenemos.
-¿Cómo creer en ti, en tus palabras? ¿Cómo no saber que me estás mintiendo?
-Porque mi mundo entero vive aquí -y la presencia de una bella joven de hebras amarillos y nariz redonda, es reconocida por todos ahí.
-Señorita Astrid -la mencionada avanza hasta la mayor, la toma de sus manos, y la mira con una sonrisa.
-Estamos dispuestos a pelear por nuestra libertad, yo, mi familia y todo el pueblo de Arendelle. Nadie retrocede...
-Ni se rinde -acompleta Elsa, tomando el valor que ella le contagiaba.
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