『 29 』
En cuanto el barco se acercó al puerto, Elsa salió de ahí.
Caminando apresuradamente al castillo, con los ojos cristalizados y el labio temblando, pues sus nervios no habían mermado desde que habían partido del reino de Jason.
Llegaron con los primeros rayos del sol, por lo tanto, casi no se topó con los aldeanos. Agradeció lo último, porque no sabría qué hacer si llegaran a verla en ese estado.
Entró por la puerta de servicio, y tropezándose con sus pies, avanzó a las escaleras, lista para fundirse en sus suaves sábanas y no saber nunca más de lo que pasara al sur del mundo.
_Majestad, ¿qué hace aquí? Creí que estaba en una boda —abrió sus ojos con sorpresa, y se gir9 para encarar a la persona atrás de ella.
No era nadie más que Sara, un poco más delgada que de costumbre y con un bulto amarillo cargando entre sus brazos.
Miró al bebé, preocupándose por todos los líos en su cabeza y el miedo a lastimarlo.
—¿Se encuentra bien, alteza? —volvió a hablar Sara, con su ceño fruncido.
—Yo... Necesito descansar —dijo Elsa, luego de hacer balbuceos sin sentido.
—¿No quiere almorzar?
—No tengo hambre —susurró, alejándose de ella.
—Es que la princesa Anna pidió comer ya y creí que usted querría hacerle compañía.
—Espera... –se dio la vuelta y regresó a ella–. ¿Anna ya está aquí?
—Llegó de Corona ayer por la noche —su ceño estaba fruncido. ¿La carta no había llegado?
Para cuando terminó la oración, Elsa ya no se encontraba más en la misma habitación.
Sus tacones repicotearon sobre el suelo, ansiosa y quizás con un tic en el labio. Abrió la puerta del gran comedor, y ahí estaba Anna sentada, bebiendo jugo de sandía y charlando animadamente con Kristoff.
Los ojos mieles del muchacho se centraron en ella, y con un movimiento de cejas, le indicó a la jovencita a su lado quién estaba viéndolos.
—¡Elsa! —chilló, se levantó de la silla y corrió a abrazarla. La estrujó contra su pecho cariñosamente mientras parloteaba lo mucho que la extrañaba.
—¿Qué haces aquí? —fue lo primero que se le ocurrió preguntar.
¿No iba a tomar más tiempo el viaje?
—Teníamos planeado venir después de año viejo pero sabía lo sola que te sentirías sin nosotros y el rey nos hizo el favor de mandar a sus mejores soldados para resguardarnos en el viaje, ¡y aquí estamos! Sanos y salvos, con muchos vestidos nuevos que probarnos —y se giró con alegría, dándole vuelo a la tela rosa que adornaba al vestido.
—Necesito hablarte de algo —Anna intuyo que algo no estaba yendo bien, lo veía en sus ojos.
—Claro.
—A solas —y sonrió con pena.
Su hermana alzó una ceja, ¿qué podría ser tan íntimo como para querer ocultárselo a su ya cuñado, parte de su familia?
—Por favor —le suplicó.
Anna se mordió el labio, pensando una excusa para separarse de él.
—Ahm, Kris –llamó–. ¿Podrías ir por las maletas?
El rubio entendió lo que sucedía. Sonrió de lado, y salió de ahí, pues ya había ordenado que llevaran las maletas a sus respectivas habitaciones.
—¿Qué pasó? —susurró, pero no obtenía respuesta.
Elsa caminó a la entrada y cerró la puerta con pestillo, fue cuando dejó salir su pánico.
—Algo malo va a pasarnos, algo malo va a pasarle a Arendelle, y todo es por mi culpa —se llevó las manos a su rostro, ya empapado en lágrimas.
—Relájate, nada malo va a sucedernos. ¿Qué pasó en tu viaje? —Anna la tomó de los hombros, esperando una respuesta clara.
—¿No vas a odiarme? ¿Verdad? —tuvo que preguntar, tuvo que asegurarse de que ella no la juzgaría.
—Eres mi hermana, jamás voy a odiarte. Y jamás voy a dejarte sola, haré todo lo que esté en mis manos para que estés bien —dijo.
Exhaló con fuerza, tomó aire con lentitud, y se limpió las lágrimas con las mangas de su vestido.
—Hace un mes, quizás dos, llegó alguien, un rey —comenzó, sacando de poco a poco.
No quería soltarlo de golpe, podría confundir a la joven. Y confusiones era lo que menos necesitaba en ese momento.
—¿Ah, sí? ¿De qué reino?
—De las Islas del Sur —con esto dicho, pudo notar cómo su hermana se tensaba.
—¿Y qué quería? —preguntó, casi en un deje de voz.
La rubia se quedó callada.
—¡Elsa! —le gritó, ya desesperada por el silencio.
—Me pedía, casi me suplicaba, que dejara a Hans cumplir su castigo aquí.
—¿Y lo dejaste?
La rubia no respondió, esto enfureció a su hermana.
—¡¿En qué estabas pensando?! —espetó, moviendo sus manos con euforia.
—Y-yo no lo... —Anna la interrumpió con otro reclamo.
—¡Me voy por unas semanas ¿y permites que el hombre que quiso asesinarnos esté en nuestro reino?! ¡¿Cómo se te ocurre?! —juntó sus cinco dedos, y los golpeó contra la esquina de su frente.
—¡No lo sé! ¿Okay? Me sentía sola, cansada, triste. Llegó él y no lo sé, su historia me conmovió, odiado por su familia, por sus hermanos, sin conocer a su madre y con un hermano mayor queriendo matarlo me hizo pensar en la suerte que tuve de tener padres amorosos y una hermana que me quisiera. Y... Creí... Por un momento creí que... Había... —volvió a ser interrumpida, pero ésta vez con una risa cargada de amargura.
—¿Cambiado? –preguntó la pelianaranjada, luego de parar de reír–. Elsa, él no es más que un monstruo que intentó arrebatarme lo único que me queda de mi pequeña familia, y personas así nunca cambian. Jamás.
Esto le cayó como balde de agua fría a la albina.
"Monstruo, y personas así nunca cambian".
—Yo cambié —susurró, con su voz quebrada.
—Elsa... —intentó acercársele, pero el toque fue rechazado por un manotazo no intencionado.
—¡No! –chilló, ya no permitiría que la hiciera ver como tonta–. ¡Este no es el punto! ¡Sí, cumplió su castigo aquí! ¡Sucedieron tantas cosas y ugh! –la temperatura descendía drásticamente–. Hans me invitó a la boda de su hermano mayor, es por eso que no estaba aquí.
—Pero eso es mañana –su hermana volteó a verla, confundida de que supiera esos detalles si no había estado en el reino. Anna lo notó y se dispuso a aclararlo: – Escuché los rumores cuando estaba de vacaciones... ¿Qué te ha traído de vuelta?
—Surgieron problemas con el mayor de los Weterford, Jason. No entiendo muy bien la situación en la que me enfrasqué, ya que Hans me botó al mar sin explicación alguna. Pero sé que es algo malo, lo presiento aquí en mi pecho —susurró, llevándose la mano a la parte mencionada, sintiendo leves punzadas de dolor.
—No creo que haya algo más grave que el hecho de que ese malnacido haya rondado por nuestras tierras luego de querer matarnos —bufó, cruzándose de brazos.
Algo intentó abrir la puerta, fracasando varias veces. Elsa se puso alerta, y Anna enfocó su vista y atención en aquel marco de madera.
Finalmente la puerta se abrió: —¡Majestad! ¡Hay problemas en el puerto! —chilló Sara, y podía oírse claramente a su bebé llorando.
Editado
Sábado 13 de Junio, 2020.
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