『 22 』
—Alteza, no vaya, por favor, el reino la necesita, hay mucho por hacer todavía —le suplicaba Gregory inventándose excusas para que se quedara, viendo como Elsa se arreglaba para la boda del hermano Weterford.
—Por supuesto que no, todo el papeleo lo hice hoy en la madrugada, y estoy segura porque Marjorie me regañó por desvelarme –aquello último lo susurró, y es que fue chistosa la forma en que le hizo berrinche por no dejarla trabajar más tiempo–. Los tratados ya están firmados de mi parte, sólo necesitamos fijar fecha para la junta de los cinco reinos, te pediré que canceles mis citas del día de hoy y mañana, sólo ésta vez. —le hacía saber, mientras se ponía la coronilla en su melena.
Sentía un torbellino de emociones en el estómago, incesante pero confortable. Había esperado por tanto tiempo este día, que estando a pocas horas de ese momento la inquietaba en una buena forma.
Pero no todo era felicidad, había quienes se oponían a este sospechoso evento, y un ejemplo de ello estaba atrás de ella, exigiéndole que se quedara.
—Majestad, ¿esto no le parece... Extraño? —le susurró Greg, observando a todas partes para cerciorarse de que aquel metiche no escuchara la conversación.
Ella frunció su ceño, confundida. Se giró y le preguntó: —¿De qué estás hablando?
GEse "hombrecito" pelirrojo –gruñó, con una amarga actitud– intentó matarla. Con eso se ganó su pase a la horca. Pero gracias a su padre milagrosamente sus hermanos se apiadaron de él, del hijo bastardo, así de la nada. Luego llega al castillo pidiendo de su misericordiosa bondad para reparar el daño provocado, ¿y sabe cómo? —La rubia miraba con consternación a su consejero, que estaba como agua para chocolate—. ¡Convenientemente viniendo aquí! ¿Qué no lo ve? ¡Intenta quitarla del trono!
—¿Qué? ¡Eso es absurdo! Él cambió —Elsa defendió al ojiverde, caminando decidida a la puerta de su habitación. No quería seguir escuchando tales acusaciones.
—¿Cómo está tan segura? —escupió, cruzándose de brazos.
La monarca se giró con brusquedad, y con su dedo índice se dio varios golpes en el pecho, acentuando lo que decía: —Lo he visto, él ya no es el mismo de hace un año —dirigió su mano al picaporte.
—Reina, los malos siempre son malos, nunca cambian.
—Todos merecemos una segunda oportunidad así como yo, y voy a pedirte que nunca vuelvas a tocar este tema ni a cuestionar mis acciones personales –le ordenó, viéndolo tras su hombro, abriendo la puerta–, o serás despedido.
Con esto finalizó la conversación y salió de ahí, dejando a un Gregory destrozado y tirado en el suelo.
¿Por qué? ¿Por qué ella no podía verlo? ¿Por qué no podía notar lo que sentía por ella? ¿Acaso no era obvio?
[...]
—¿Nerviosa, alteza? —Hans le preguntó, arribando sus maletas al barco.
—Sí, un poco. Yo... Tengo años que no surco olas, y ahora mismo no estoy tan segura de querer subir —la rubia miraba con un atisbo de temor el punto en que cielo y mar se tocaban.
—Hoy es un espléndido día, y con este viento, llegaremos más rápido de lo que cree. No se preocupe, todo estará bien —le sonrió, enseñando sus blanquecinos dientes. Esto logró tranquilizar los miedos de la reina.
—Ruego porque sea así.
Caminaron por la borda, hasta llegar a la puerta que los lleva a lo más profundo del barco.
—Majestad —los tripulantes que pasaban frente a ella le saludaban haciendo pequeñas reverencias.
—Buenos días —ella les respondía, asintiendo levemente con la cabeza.
Llegaron a una puerta ancha y pequeña, con destellos de oro como decoración.
—Según sé, éste es su camarote, así que póngase cómoda —bajó las maletas de la reina y las colocó en el suelo con mucho cuidado.
—Gracias —susurró, antes de entrar.
—Cualquier cosa que necesites, no dudes en llamarme, claro, si es que no me encarcelan aquí también —se burló de sí mismo, con cierta ironía, porque así podría pasar.
—No creo que vayan a encerrarte, pero si es así, intentaré sacarte de los barrotes —los dos rieron al unísono.
—Bueno, ya debo irme —el pelirrojo se rascó la nuca, indeciso si ir a acomodar la comida o seguir hablando con ella.
Y no es que no quisiera pasar el rato con su rubia favorita, pero corrían el peligro de que si alguien veía que tenían una buena conexión (cosa que se supone no debería ni de existir) podrían meterse en grandes problemas, tanto ella con su reino como él con su papá. Y a ninguno de los dos le convenía eso.
—Espera —Elsa lo tomó de la manga de su abrigo antes de que se le escapara de su vista—. ¿Puedo preguntarte algo?
—Lo que sea, supongo —observó con detalle los gestos de la muchacha, pudo percibir la inseguridad en sus ojos azulados. Y eso le daba mala espina.
—Ah, me siento muy torpe preguntando esto pero mi corazón me lo pide a gritos y no estaré tranquila hasta saberlo –tomó una gran bocanada de aire, y de a poco lo fue soltando–. ¿En serio lamentáis lo que hiciste tiempo atrás?
El pelirrojo frunció el ceño, un poco confundido.
—¿Lo que hice tiempo a...? Aah —calló cuando se dio cuenta de a qué se refería.
—Sé que he de parecer disco rayado preguntándote esto... ¿Sabes qué? Mejor olvídalo —se tapó el rostro con sus manos en un pobre intento por ocultar sus mejillas sonrojadas.
La conversación que había tenido con su consejero horas atrás la había dejado pensando, casi dudando. Le perturbaba la idea de que él estuviera jugando con ella y su poco control emocional sólo para tener la corona.
¿Y no es así, pequeña tonta?
Hans sonrió de lado, un poco melancólico. Extendió su mano hasta el rostro de la ojiazul, y con su dedo pulgar acaricia sus labios carmesí.
—En serio lamento mucho lo que les hice. Y juro que jamás volverá a pasar —cuando vio que la actitud de la rubia se volvió más relajada, él se dispuso a retirarse.
Elsasoltót un jadeo, que había estado guardándose desde que le había hablado.
Estaba perdida en las rojizas llamas del príncipe de las Islas del Sur. Y no traería nada mas que cosas malas.
Editado
Martes 9 de Junio, 2020.
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