『 21 』
La tina estaba llena de agua, la espuma impedía ver la fría piel de la ojiazul, desnuda por la ducha.
Habían pequeños pedazos de escarcha flotando, creados por la angustia que Elsa sentía.
Pensó en todo lo que haría ese día, hasta había visto qué vestido iba a ponerse, uno largo y con bellísimos tocados invernales. Menos en una cosa: sus poderes.
Y si el loco duque de Weselton estaba ahí, empeoraría la situación. Eso tomando en cuenta que terminó su castigo en su reino natal antes de tiempo.
Suspiró pesadamente.
-¿Por qué te dije que sí? -se susurró a sí misma, frotándose la frente para aliviar el dolor que le provocaba el tanto pensar.
Acabó por enjuagarse y vestirse, para luego esconderse entre las sábanas de su alcoba.
Ya había hecho la mitad de la papelería que el reino le pedía; impuestos, oficios, cartas de peticiones por parte de los aldeanos, bla bla bla. Y lo que le tocaría a Gregory hacer mientras ella viajaba sería muy poco, pero aún así se preocupaba, le preocupaba que algo saliera mal, con ella, con el reino, en la boda.
Va a volver a repetirse, le cantaba una vocecilla en la cabeza.
-¡Basta! -gritó contra su almohada.
Golpes contundentes y cortos sobre la puerta llamaron la atención de la rubia.
Ella se quedó estática, intentando averiguar si lo que escuchó fue real o producto de su imaginación.
Volvió a escucharse, afirmando su teoría.
-Demonios -murmuró, quitándose la cobija de su cuerpo.
Sólo estaba vestida con un simple sujetador de algodón y un pequeño short, y ninguna de esas prendas cubría siquiera su abdomen o sus muslos. No era conveniente salir así.
Corrió al ropero y buscó una bata con la que pudiera esconder la piel desnuda. Ató el listón a su cintura y finalmente se acercó a la puerta.
Tomó el picaporte, y estaba a nada de girarlo. Pero algo en su cabeza se lo impidió.
Averigua primero quién es. No queremos más incidentes.
-¿Quién es? -cuestionó, antes de abrirla.
No obtuvo respuesta.
-¿Que quién es? -insistió.
Silencio de nuevo.
Ella frunció el ceño, y cansada de ese tonto juego, decidió abrir la puerta para encarar a la persona que jugaba con ella.
-¿Qué nece...? -no tuvo tiempo de terminar la oración, porque fue empujada por un cuerpo caliente y sudoroso que entraba a toda costa a la habitación.
-¡Shh! -chitó el pelirrojo, cerrando la puerta con cuidado.
-¿Qué te sucede? Deberías estar durmiendo en el calabozo -regañó Elsa.
La tomó del brazo y se metieron al armario.
-¡Hey! -se quejó la rubia. La fuerza con la que la aprisionó fue alta, y le provocó dolor.
-Guarde silencio -le ordenó Hans, atento a lo que sucedía afuera.
Ella gruñó, molesta. Ni siquiera le estaba prestando atención.
-¿Otra vez? ¿Y qué sigue? ¿Que un desconocido entre a buscarnos? -bufó, fastidiada.
Y como por arte de magia, la puerta fue abierta con cuidado.
Mierda.
El ojiverde hizo una seña con sus manos, pidiéndole que se calmara.
Intentaron esconderse entre la ropa que colgaba en ganchos dentro del armario. El varón lo consiguió, pero cuando era turno de ella, la puerta de su lado fue bruscamente abierta. Dejándola sin escapatoria.
-Aquí estás -gruñó el intruso.
La tomó del cabello y con fuerza la sacó de ahí. La rubia chilló del dolor, mientras intentaba zafarse del agarre encajándole las uñas en la muñeca de su atacante. Pero al parecer, no le parecía afectar.
-¿Por qué no estás durmiendo? -la lanzó a la cama.
-¿A usted qué le importa? -escupe Elsa, poniéndose de pie luego de casi caer al piso de cara.
-No me lo haga más difícil, majestad. De por sí fue un gran error suyo estar despierta mientras paseaba por aquí, y ahora usted siendo grosera conmigo -farfulló el hombre, con vestimenta negra y una capucha en su rostro. Le dificultaba a la reina saber de quién se trataba.
-¿Yo fui la grosera? ¡Me tomaste del cabello! -le echó en cara Elsa, alejándose del hombre.
-¡Cállese! -apenas iba a dar un paso, y la rubia, con unos movimientos muy elaborados de sus manos, creó unos filosos picos que amenazaban con atravesar el cuello del desconocido si se lo proponía.
-No dé un paso más, o saldrá lastimado. Y es lo que menos quiero hacer -advirtió la ojiazul, viéndoselas negras.
No quería que por sus manos corriera sangre, pero tampoco quería salir herida.
Defiéndete. Haz lo necesario para preservar tu vida.
Lentamente Hans iba saliendo de su escondite, con una especie extraña de bastón entre las manos, indicándole a la rubia que lo distrajera con un sutil susurro.
-Pero miren ese cuello, tan curvilíneo y blanquecino. Él no me había dicho lo hermosa que eres -le comentó, rodeando el hielo que ella creó.
Elsa sólo lo observaba recelosa, esperando el momento en el que diera un mal paso para aprovecharse y atacarlo.
-Aléjese, ahora -exigió, usando su voz autoritaria.
-¿Sabes? Él sólo me pidió vigilarte y quizás envenenarte un poco, pero que si se me da la oportunidad sí te vengo dando tus fajes -cada vez estaba más cerca de ella, tanto que si quisiese con sólo extender su mano podría alcanzarla y domarla con facilidad.
-¡Retroceda! -ordenó, empezando a ponerse asustada. Las amenazas no servían, y no quería degollarlo.
-Yo podría hacerla sentir como toda una reina, ande, sólo unos besitos -en sus ojos, Elsa pudo ver la lujuria, la perversión y el deseo ambicioso de estar sobre ella, y eso la asqueó a tal grado de sentir repulsión y náuseas.
¡No es el mejor momento! ¡Ataca ya!
Y antes de que le arrebatara la bata de su cuerpo, el pelirrojo le soltó un gran golpe en la cabeza al sujeto que intentaba acorralar a su dama.
-Imbécil, yo voy a hacerte sentir el dolor más grande de tu asquerosa vida cuando clave este bastón en tu trasero si entras de nuevo a esta habitación -lo tomó de una pierna y lo arrastró hacia la salida. Lucía inconsciente, y no se arriesgaría a que le tendiera una trampa si lo cargaba.
Por otro lado, la rubia pareció salir del trance y agarró grandes bocanadas de aire, pues dejó de respirar cuando creyó que esa mano iba a sujetarla.
-Fue horrible, ¿por qué tardaste tanto? -revirtió su magia, dejando todo como estaba.
-No sabía si golpearlo o ahorcarlo -abrió la puerta.
-¡No es momento para bromear! -dijo, ajustando más la bata a su cuerpo-. ¿Y a dónde lo vas a llevar?
-A un lugar muy lejos de ti, lo prometo -y le sonrió, transmitiendo tranquilidad.
Finalmente, los dos cuerpos salieron de la habitación.
Con pasos temblorosos, avanzó hasta su cama, se refugió en el calor de las frazadas, y susurró: -¿Por qué no puedo tener días normales?
Editado
Lunes 8 de Junio, 2020.
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