
『 18 』
—¿Está segura, alteza? Sabe que yo puedo quedarme, aunque sea cocinando —preguntaba Marjorie, sintiendo algo de lástima, ya que la reina se quedaría sola en plena Noche Buena.
—Muy segura. Tú ves a disfrutar con tu familia que yo estaré bien. En serio —le sonrió de una forma que le otorgó tranquilidad.
—Está bien. Si necesita algo, no dude en llamarme, buenas noches majestad, y feliz Navidad por adelantado —abrazó a la rubia con fuerza.
—Feliz Noche Buena para usted —le respondió Elsa, correspondiendo el abrazo.
Finalmente rompieron el contacto físico, la empleada tomó su bolso, y se marchó del castillo.
Si fueran otras épocas, quizás ni ganas de salir tendría.
Pero hoy era diferente.
Toda la servidumbre había acabado su turno. Y eso por decreto de la reina.
Como nadie se encontraba afuera con estas ventiscas frescas del invierno, no se le dificultó en lo absoluto salir a donde se encontraba el calabozo.
—¿Hans? —susurró primero, ya que no estaba segura si realmente Santos había obedecido su orden.
—No hay nadie, alteza, se han marchado —contestó el pelirrojo, con un atisbo de diversión.
—Qué bien, así es más fácil —rió Elsa, adentrándose a ese lugar.
Caminó hasta quedar frente a las rejas donde Hans estaba encerrado.
—¿Trae las llaves? —preguntó el joven, cuando vio a la reina examinando las cerraduras.
—¿Quién necesita llaves cuando tienes poderes? —alzó una ceja, y con un sólo toque en la reja, se llenó de hielo.
Y con un rodillazo por parte del muchacho, pudo salir.
—Vámonos antes de que se den cuenta —lo tomó de la mano, y empezaron a trotar a la entrada trasera del castillo.
—Van a darse cuenta con la celda rota —dijo el otro.
—¡Luego lo arreglo!
Llegaron a la cocina, y se miraron entre sí.
—¿Qué deseas comer? —y miró con atención sus gestos. Empezaba a descifrarlo, y le fascinaba eso.
—Lo que sea me vendría muy bien —sobó su estómago.
Elsa rebuscó entre las ollas dentro del gran refrigerador comida que haya sobrado de ayer.
Eso porque le había pedido a Marjorie y a Azucena que fueran con sus familias. La verdad no le importó mucho la comida. Ya que lo que realmente quería, estaba alado de ella.
—Les pedí a las muchachas que se fueran temprano.
—Pues no importa, hagamos sándwiches —y con ello, el pelirrojo sacó queso, jamón y mayonesa del refrigerador, puso dos bonitos platos extendidos en la barra como base, ya que no quería que su comida se infectara de gérmenes.
—Veo que haces arte con el pan —burló la rubia, echándose a reír.
—Aunque no lo creas, mis sándwiches son muy ricos y nutritivos, hecho sólo con lo mejor de lo mejor —presumió, con un tono altanero y gracioso a la vez.
—Claro, eres el experto aquí –Elsa le siguió el juego, era muy gracioso cuando no pensaba tanto las cosas–, ¿y qué sugiere el chef para beber?
—Mhm, una excelente pregunta... ¿Dónde están las rebanadas de pan? —exclamó cuando se dio cuenta que a lo que le untaba mayonesa era al plato.
¿Cómo pudo olvidar el paso uno?
La rubia soltó una fuerte carcajada al ver la tontería que el pelirrojo hizo.
—¡A... Arriba de... Del... Estante! —contestó entrecortadamente, ya que le faltaba el aire por las risas. No podía evitarlo, era merecedor de una reacción así.
—¡No es gracioso! ¡Mira cuánta mayonesa he desperdiciado! —y señaló al plato.
—¡No pasa nada. Mira. Aquí está, ¿ya?! —tomó la bolsa con las rebanadas de pan y la alzó en son de paz.
—Trae acá —se las arrebató, extasiado de emociones positivas.
Preocuparse por no hacer el ridículo no servía de nada, ya lo había hecho. Más no podía ser.
—No había conocido a una persona tan despistada como tú, en serio —burló Elsa.
—Y yo no había conocido a una persona con una hermosa risa como la tuya —la volteó a ver, y le sonrió enternecido.
Ella se sonrojó un poco, sin apartar la mirada.
—Tenía mucho que no reía así —se sinceró.
—Yo jamás te había visto reír.
El silencio volvió, pero era muy agradable a decir verdad. No sentían necesidad de ponerle relleno a su conversación acabada, estaban satisfechos así.
Con dos sándwiches cada uno, y un vaso enorme de jugo de sandía, subieron a una habitación con un balcón que daba la vista del pueblo entero.
Abrieron las puertas, y en el suelo, con muchos ánimos, se sentaron.
No les importó su estatus social. No les importó que eran reina y príncipe, sólo eran dos muchachos a la luz de la Luna que disfrutaban la compañía del otro.
—¿Quién hizo este jugo? Sabe muy bien —preguntó cuando acabó de darle un sorbo.
—Santos, le encanta mucho la sandía. Si vieras cómo se pone cuando la entregan al reino —rió, recordando los chillantes gritos de Santos recibiendo gustoso la fruta.
Hans fruncía el ceño. No le gustaba que ella hablara así de otros muchachos. Además, ese moreno no se le hacía en absoluto atractivo.
¿Acaso detecto... Celos?
—Ñeh. Ese tipo no es de mi agrado.
Elsa se carcajeó de manera ruidosa, golpeando levemente el hombro de Hans, a lo que éste volteó a verla curioso: —¡Claro que no te agrada! Es tu guarura personal —y con esto, soltó una gran carcajada.
—¡Yo no necesito guaruras! —exclamó el pelirrojo, intentando aclarar ese punto.
En un pobre intento de controlar el ruido, la tomó de la cintura y la acostó sobre sus piernas, acercando su delicado rostro cerca de su cuello, con sus manos sobre la espalda para que ella tuviera un soporte cómodo.
—Ya. Tranquila, que van a darse cuenta que no estás sola —siseó, con un tono más serio.
Ella le hizo un puchero con sus labios con la intención de hacerlo reír, o al menos que se sintiera tranquilo. Pero él seguía con su mueca de seriedad.
—Regresa a tu niño interior —le pidió la rubia, cuando vio su repentino cambio de humor.
—¿Ah?
—Sé el chico divertido que pude descubrir en el bosque. Sin preocupaciones, ni temores.
—Es difícil lo que me pides. Y más cuando estamos a la vista de casi todo el pueblo —razonó.
—Bien. Voy a obligarlo a salir —se levantó y sacudió su vestido.
—¿Qué?
Abrió las puertas del balcón, y con un fuerte toque de su tacón en el suelo, se cubrió por completo con una fina capa de hielo. Ella le volteó a ver y sonrió, amistosa.
—¿Estás segura de querer hacer esto? Porque ésta vez, no voy a fallar —masculló, con un atisbo de diversión en su voz.
—Dame todo lo que tienes, príncipe Hans.
Y con esto, comenzó lo que sería la mejor Noche Buena de los dos jovencitos.
Editado
Domingo 7 de Junio, 2020.
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