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『 15 』

—Majestad, pronto será navidad, tenemos una semana para decorar el reino, otorgar regalos y regalar panecillos el 25. Tiene que elegir el plato fuerte y el postre para la cena de Noche Buena —le recordó Marjorie, caminando detrás de una rubia escurridiza y veloz.

—Ahm, no lo sé, lo que sea —respondió Elsa, prestándole más atención a las siluetas de los Weterford tomando el barco.

Pero ni un poco fue dirigido a la cocinera.

—Alteza, de eso no hay —la paciencia de la señora comenzaba a acabarse.

Cuando vio que aquellos dos pelirrojos no se encontraban más en Arendelle, resopló fuerte y decidió enfocarse en lo que su servidumbre le pedía.

—Realmente no lo sé. No sé qué hacer, tengo tantas cosas en la cabeza que no he podido resolver mis problemas de uno en uno —se masajeó las sienes, exhausta de darle vueltas y vueltas al mismo asunto. Navidad.

—¿Qué le gustaría a su hermana que preparáramos ese día? —preguntó la sirvienta, no teniendo ni idea a lo que estaba por escuchar.

—Ella no nos acompañará este año —susurró Elsa, con la mirada gacha.

Marjorie juntó sus cejas, un poco preocupada. Más por Elsa que por la misma Anna, quien seguro estaba pasándola de maravilla con un marido alado.

¿Pero, con quién pasará la noche la de los dotes invernales?

Se relamió los labios, pensando muy bien las palabras exactas para detener el sentimiento de abandono que sufría la monarca: —No quiero que esto la haga sentirse peor o la enfurezca, pero usted tiene que salir adelante con o sin ella –en cuanto dijo eso, la ojiazul volteó a verla, casi con una mueca de sorpresa y enfado, Marjorie tragó duro–. Sé cuánto ama a su hermana, pero hay otras personas que la rodeamos, y que la queremos mucho –se acercó a la muchacha–. No seremos tantos, pero estaremos aquí apoyándola, y eso es lo que importa al final: ver quiénes siguen contigo —apoyó una mano en el hombro de la reina, y le otorgó una sonrisa pequeña.

Esto la hizo reflexionar. Darse cuenta qué tan frágil es la línea de vida de una persona y saber cómo seguir adelante aún cuando falta.

Y es que habían más personas que pudieran quererla. Sólo tenía que encontrarlas.

—Gracias por tu consejo, me ha servido mucho —le devolvió el gesto.

La señoea regresó a la cocina. Mientras que la rubia fue al despacho que anteriormente pertenecía a su padre.

Abrió un paquete de hojas, buscó un bolígrafo y pensó detalladamente a quién invitar a su pequeña cena. No quería que fueran muchas personas, ya que los empleados tardarían más preparando la comida y limpiando platos. Y no deseaba eso, quería que se marcharan temprano para que pudieran disfrutar de su navidad. Después de todo, ellos también tenían una familia por la cual preocuparse y con la cual celebrar aquellas fechas.

Suspiró pesadamente. Y meditó los nombres de los que creía no tendrían planes esa noche.

¿Sus tíos del Norte? No, tiene años que no los ha visto, sería realmente incómodo convivir con alguien que no conoces mucho, además; no creía que ellos se sintieran con la confianza de venir después de todo el drama en la coronación.

¿Primos de Parys? Nah, ni los conocía.

¿Reyes del Sur? No señor. No quería verle la cara al creído de Noah, luego de las barbaridades que intentó hacerle a su hermana.

Ese día debió congelarle el trasero.

—Ahg —bufó, dejando caer su frente en el escritorio, fastidiada.

¿Es que acaso no había nadie dispuesto que quiera pasar el rato con ella?

Sólo hay una opción.

Dejó de golpearse la cabeza y analizó lo que haría o diría.

Sería peligroso, le dijo la vocecita de la razón.

Pero Elsa sonrió de lado.

La locura me encanta.

[...]

—Eso es todo por hoy, majestad. Lo ha hecho muy bien, siga así —Michael le dio leves palmadas en la espalda del pelirrojo.

Esa motivación lo hizo sentir muy bien. Tenía años que no recibía una muestra de orgullo por parte de ninguno. Y no es que fuera muy bueno limpiando pisos y baños o la gran cosa, pero que alguien le dijera que hizo un buen trabajo le gustaba, era una sensación nueva y agradable.

—Gracias —le sonrió, pero una real; pura, sin trucos y sin la hipocresía de la que tanto ha sufrido.

—Puedes ir a descansar, o si gustas acompañarnos en la merienda, Marjorie hizo unas maravillosas tartas de fresa. O eso me contaron —rieron, por los gestos que había empleado.

—Por supuesto que sí. Sólo voy a lavarme las manos en el fregadero y ahorita los alcanzo —le enseñó sus manos, para que viera de lo que hablaba.

—Estaremos en la cocina del castillo —le gritó Michael, ya andando a una distancia considerablemente lejos del muchacho.

—Qué energético es ese hombre —se susurró mientras se adentraba al baño del calabozo.

Pero su sorpresa no fue disimulada al encontrarse a Elsa dentro del baño, esperándolo cruzada de brazos y apoyándose de sus caderas en la pared, en una falda larga que ceñía su cintura con mucho vuelo y una blusa que descubría los hombros.

—Hola —canturreó ella.

—¡Ah! –Hans pegó un brinco al escucharla–. ¡Majestad! ¡Qué susto me ha dado! ¿Qué hace aquí? —le susurró, viendo a todas partes. Le aterraba que alguien viera ese encuentro tan extraño que estaban teniendo.

—No hay nadie cerca, Hans —aseguró la rubia, alzando una ceja divertida.

—Santos está patrullando la zona.

—Ya no más, les di el rato libre. Por ahora, quiero hablar contigo —se paró derecha, y avanzó hacia él.

Por el contrario, el pelirrojo retrocedía con angustia.

Ésta era una Elsa muy extraña.

—Eh... ¿Sobre qué? —su espalda chocó con los barrotes de una celda vacía.

Estás comportándote como un tonto.

—Como te habrás dado cuenta, Anna no está aquí. Se acerca navidad, y ella no podrá llegar a tienpo, estará divirtiéndose con Kristoff, mientras que yo... Comeré sola en el gran comedor y no quiero estar así. Lo he soportado desde hace trece años, no creo que esta vez lo tolere. Y... Me preguntaba si tú... Quisieras, no lo sé, pasar la navidad conmigo —ella desvió la mirada, un poco sonrojada.

Él la miró enternecido.

Con que de eso quería hablar.

—¿Sabes? Si no quieres no importa, yo lo entenderé y... —antes de que pudiera soltar más palabras negativas y balbuceadas, el joven pelirrojo rió de su inocencia, tomó la mano fría de la monarca y la colocó cerca de su pecho.

—Me encantaría, majestad —le contestó.

Ella sonrió, satisfecha con el resultado.

Al final de todo, no estaría tan sola como creyó que terminaría.

Y sólo bastaba él para alegrarle la noche.

Editado
Domingo 7 de Junio, 2020.

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