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『 12 』

—¿Reina? –susurró Hans, acercándose con cuidado, no quería provocar nuevas peleas y tampoco quería terminar con el trasero congelado–, sé que está oyéndome, lo veo en su respiración —rió un poco, algo nervioso también.

Ella se regañó a sí misma por no poder controlar las bocanadas de aire que tomaba con desesperación. Y no es como si fuera tan sencillo con la sensación de apuñaladas en su vientre bajo, pero sentía que pudiera haberlo hecho mejor para zafarse de esa situación.

—¿Podrías... Perdonarme? —se puso de rodillas a un lado de la cama, apoyando el peso en sus codos.

Ella seguía sin responder, por lo que frustró un poco al pelirrojo.

Tienes que controlarte, le decía la vocecita de la razón, no puedes darte el lujo de fallar otra vez.

—Mis hermanos mayores me hicieron las cicatrices —susurró, contestando apenas la pregunta que la rubia le había hecho en el momento en que vio su piel.

Y fue una buena jugada, porque así logró captar la atención de Elsa.

—Soy un bastardo. Un hijo procreado fuera del matrimonio, mi padre nunca me dijo quién era mi mamá, su esposa no me permite buscarla y tampoco sus hijos. Lo único que ellos han aportado a mi existencia son golpes, maltratos, burlas –soltó un suave suspiro–. ¿Eso era vida? Yo creo que no –sonrió, pero sin gracia ni felicidad alguna, era una sonrisa cargada de melancolía y rencor–.
Supongo que por eso hice esto.

Elsa se levantó lentamente aún sin saber muy bien lo que iba a hacer, empujó la cobija lejos de ella y se sentó en un modo donde los dos se miraban a la cara.

Él sonrió, un poco apenado.

—Sabía que estabas despierta —se dijo en sus adentros. Aunque la monarca logró escucharlo.

Igualmente ignoró su comentario.

—¿Por eso quisiste casarte con Anna? —preguntó, evadiendo el hecho de que había actuado horrible respecto a su "siesta" y que ni siquiera el príncipe se había tragado su espectáculo.

—Quería hacerlo de la forma más fácil posible —alzó las cejas en la penúltima palabra, resaltando probablemente lo estúpido que se sentía por haber pensando que podría obtener el trono de la forma rápida. 

—Mucho. Diría yo —gruñó Elsa.

—Tal vez.

—Aunque te hubieras casado con ella, seguirías siendo príncipe. Así que tendrías que despojarme del reino de una u otra manera —observó hacia el suelo.

De tan sólo pensarlo, el hecho de que solamente había venido para quitarle a su hermana o peor, al reino que con tanto esfuerzo su padre cuidó y protegió con su vida, la llegaba a decepcionar. Asustaba la forma en que pudo haber acabado si esa noche, ella y Anna no hubieran peleado. Y por lo tanto, revelado sus poderes.

—Elsa, estaba asustado. No sabía qué hacer.

—¿Asustado de qué? –comenzó a llorar, intentando tragarse el nudo instalado en su garganta–... ¿De mí? —se señaló a sí misma.

—En ese entonces ignoraba que pudiera tener poderes. Corrían cientos de rumores sobre la razón por la cual Arendelle había cerrado sus puertas, pero ninguna llegaba a parecerse a la realidad. No había de qué temer excepto de mi padre. Creí que podría casarme contigo para por fin abandonar esa asquerosa familia y hacer una vida mejor, pero no dejabas que nadie se te acercara –se pasó una mano por el rostro, sacándose el sudor frío de la frente–. Intenté llegar a ti, comunicarme contigo, buscar cualquier tema de conversación que pudiera llevarme más allá de un "Gracias" o "Un placer conocerlo" –un pequeño rubor subió a sus mejillas, recordó que se sentía idiota porque aquella joven doncella no cedía ante sus encantos–. Pero ahora lo entiendo, sé que quisiste protegernos —susurró, en un débil intento por hacerla sentir bien.

Igualmente eso no la ayudó. Giró su rostro para que él no pudiera observar más sus lágrimas.

Y se sentía tonta por llorar así. Se sentía tonta porque eso había pasado y se suponía que lo había superado.

Y ya sabía que no.

Por otro lado, Hans estaba algo fuera de foco, vino a disculparse y ella estaba llorando. Estaba seguro de que algo había hecho mal pero no entendía qué.

Qué difícil es hablar con una chica.

Se levantó, sacudió sus pantalones y apoyó su peso sobre la orilla de la cama.

—Élsa, mírame. Todo eso está en el pasado.

—Supongo que sí.

Seguía viéndola desanimada. Su llanto se había reducido, pero ahí permanecía la pesadez. E intentó desaparecerla.

Se acercó más a su cuerpo cubierto, la tomó de las mejillas con sus dos grandes manos, y le depositó un beso suave y cálido entre los labios.

Al principio ella estaba estática, no quería seguirle la corriente y empezar algo que luego no podría terminar. Pero su alma estaba dolida, por muchas cosas. Y sólo quería... Sólo quería que la quisieran, más allá del amor entre hermanos y amor de padres.

Ella puso sus delicadas manos tras su nuca, enrollando el largo cabello rojizo del joven y mutuamente se daban ganas de seguir viviendo.

[...]

El sudor caía por su frente, y lo limpió con la manga de su camisa. El calor era intenso, bochornoso. Y ni siquiera estaba el sol a la vista.

Paleaba la tierra de vuelta al hoyo del que lo había sacado. Ya que se encontraba plantando árboles, y no cualquier ejemplar. Sino montones de duraznos.

Ya que había escuchado por ahí, que a su alteza le encantaba el durazno...

—Necesito que crezcas, arbolito. Hay una persona muy especial que adora tus frutos, y lo menos que puedes hacer es dárselos. Y no te preocupes, con ella no sufrirás frío —le charlaba a la pequeña plantita al tiempo que le guiñaba un ojo, con apenas una hojita en su rama.

Al ver el último pozo ya cubierto, recogió sus cosas y las puso en la carreta para regresarlas al sótano.

Pero cuando estaba en camino, visualizó una silueta muy conocida esperando en el puerto a que bajara otra figura.

Ay no, no, no, no, y no.

Dejó la carreta a un lado de los jardines y en forma escurridiza, se fue acercando a su objetivo.

¿Qué hacen ellos aquí? ¿No pudieron elegir mejor momento? Se reprochaba en sus adentros.

De por sí era mucha humillación que lo hayan sacado ellos del barco cuando cometió su estupidez, mucho más si lo vieran en ese estado; sucio, sudoroso y lleno de tierra.

Y se preguntaba si ir a "saludarlos" (más bien sugerirles de abstenerse a hacer comentarios estúpidos delante de la realeza) o esconderse en el lugar más remoto posible para evitar catástrofes.

¿Para qué habrán venido?

Al menos agradecía que quien había llegado era Eugene junto con Hiccup y no con Jack. Ya que era algo...

Imprudente y promiscuo con cualquier mujer de lindas caderas.

Gruñó de tan sólo imaginarse a ese teñido cerca de su reina.

Reina... ¡Elsa! Tenía que prevenirla de esta grave situación.

Corrió hacia el castillo. Entró por la cocina, y rápidamente subió las escaleras.

—¡Elsa! ¡Majestad! —gritó, corriendo por los pasillos.

Se fijaba en todas partes, menos enfrente. Así que rebotó su frente con la de la rubia.

La tomó de la cintura antes de que pudiera caerse.

—Estaba buscándote –le susurró Hans–, algo malo está por pasar.

—¡¿Qué? ¿En el reino?! —chilló asustada. Se imaginó lo peor.

—¡No! Me refiero a que han venido mis hermanos. Y supongo que a hablar contigo —ella podía notar la desesperación en sus ojos, que pedían a gritos que lo ayudara.

—¿Y qué tengo que hacer yo? —arrugó la nariz, asustada.

—No caer en sus mentiras —sentenció el otro.

Editado
Miércoles 3 de Junio, 2020.

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