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『 1 』

Todo el castillo estaba en silencio, claro que, así se había mantenido la mayor parte de su vida cuando estaba ahí adentro. Pero se había acostumbrado a las risas de su hermana Anna a tal punto, que su ausencia le daba un sentimiento de pesadez y malestar, llevándola de vuelta a la horrible soledad.

Recorrió todos los largos pasillos de ese lugar con paso lento, controlado, y con la mirada perdida. Esto de estar otra vez sola y sin compañía de confianza alguna, no le estaba cayendo bien para su salud mental.

—Su majestad —una vocecilla,suave y amable le susurró.

—¿Sí? —respondió, enfocando sus ojos azules en la pequeña pero angosta figura que se encontraba a pocos metros de ella.

—Se le solicita su presencia en la entrada del castillo —anunció, caminando a la par de la monarca.

—¿Mi presencia? ¿De qué se trata? —alzó su ceja, un tanto confundida. Eran raras las ocasiones que se le exigía su presencia fuera del palacio.

—No lo sé mi reina, me dijeron que era "asunto clasificado" –podía notarse en su cara, y en su tono de voz, que quien se lo había dicho no la había tratado de la mejor manera–. Nada de mi incumbencia —y rodó los ojos, poniendo en claro el punto anterior.

—Interesante, gracias por avisarme Marjorie. Re... Regrese a sus labores —y le sonrió, pero le salió una mueca rara.

Esto de convivir con las personas se le estaba dificultando un poco.

La rubia caminó a su habitación, y en cuanto vio que la sirvienta ya no estaba a la vista, corrió al baño como si no hubiera un mañana, revisó que luciera presentable y si su coronilla estaba bien colocado. Cuando acabó, se puso los guantes (que aguardaban en un cajón) y salió ya preparada de ahí. No quería seguir ocultando sus dones, pero tampoco quería causar más desastres.

Caminando de regreso a la sala, escuchó que Gregory, uno de sus consejeros, alegaba con alguien detrás de la puerta, lo que le impedía ver el rostro del desconocido.

—Sí señor, pero la reina y la princesa de Arendelle exigieron que este hombre saliera de sus tierras, y que fuera castigado en su reino —sacó su lado autoritario, lo que le dio indicios de algo que se aproximaba muy peligroso.

—¿Qué sucede, Greg? —finalmente habló, revelando su presencia.

—Temo que hay algunos problemas con la deportación del príncipe Hans —el consejero volteó a verla, con una mueca de duda sobre cómo reaccionaría.

Él terminó de abrir por completo la puerta, para encontrarse con un hombre alto, de espalda muy ancha y piel blanca, tanto su barba como su cabello era anaranjado... Una similitud increíble con el menor de los príncipes.

Ella abrió un poco la boca, intentando ocultar su sorpresa.

—Reina Elsa, déjeme presentarme: Soy Marco Weterford, rey de las Islas del Sur. Y lamento mucho los actos que mi hijo Hans cometió contra su bienestar y la de su hermana durante su estancia en Arendelle. Y por eso mismo, pienso que debería cumplir su castigo aquí, lo siento más justo. Y quizás así sienta verdadera empatía por los demás, sin pensar en él mismo antes que todo.

—Sí señor Weterford, pero acordamos con sus embajadores que el príncipe Hans se marcharía a cumplir su sentencia fuera de este reino. No entiendo el por...—la rubia lo interrumpió, posicionando su mano en su hombro.

—Yo me encargo Greg, gracias por todo. Ve y dile a Marjorie que te sirva un té y el desayuno, descansa un poco —sonrió, queriéndole transmitir paz.

Eso le bastó al rey Marco para darse cuenta que su hijo estaría en buenas manos. Que el amor y la amabilidad que posee Elsa y su reino podrían ayudar a su pequeño Hans.

Y también para notar que era demasiado dócil.

¿O podría ser al revés? ¿Podría ser que él la lleve al lado más oscuro del ser humano? ¿Ése que por mucho tiempo ha mantenido oculto por culpa de sus poderosos dones invernales? ¿Acaso sería posible? Y más aún, ¿ella lo permitiría?

—No sé cuáles sean sus intenciones, señor. Pero no estoy dispuesta a peligrar la vida de mi hermana y la prosperidad de Arendelle con tal de recibirlo. Y a menos que quiera aclarar este asunto, no lo permitiré —habló autoritaria, con su postura derecha y su mentón alzado. Tal y como su padre le había enseñado cuando hablara con otra figura de autoridad que desafiara sus términos.

Pero estos movimientos, y el tono de voz que Elsa empleó, sólo lograron fastidiar a Weterford.

—Bien –pronunció, de una forma tan déspota que la rubia ya estaba preparándose mentalmente para defenderse, en caso de que algo ocurriera—. ¿Quiere que lo aclare? Lo aclararé: Hans es un bastardo en mi familia –la ojiazul quedó desconcertada al oír tal declaración–, fue fruto de un amorío que tuve veintidós años atrás, por tanto sus hermanos mayores, hijos de la misma madre, le han despreciado todos estos años que ha estado con nosotros. El más grande, Jason, ya está a punto de tomar la corona cuando se case con la princesa de Parys. Y tenga por seguro que lo desterrará para siempre de la Isla si se encierra allá, y eso si tiene piedad, lo cual dudo mucho porque es un imbécil rencoroso. No quiero que eso suceda, no necesitamos que más mierda salpique y ensucie al apellido Weterford, por eso le pido a usted que me ayude con esto.

Elsa abrió los ojos con indignación, ¿qué vocabulario era ése?

Ahora puede comprender la razón por la cual Hans parecía haber odiado a su pequeña familia: la suya lo habían excluido por tantos años que ya no sentía ni conocía qué era el amor, y con un padre así más valía cuidarse la espalda. ¿Cómo podías conocer ese sentimiento con doce crueles hermanos mayores?

—Eh. Yo... —se vio interrumpida por Marco, con un lamento suave y triste.

—No le pido que lo trate como rey. Sólo que le enseñe acerca de lo que realmente importa, un mes, sólo eso. Si después de ese tiempo decide que no lo quiere más en Arendelle, será deportado cuanto antes.

Era muy fácil de convencer.

—Es... Está bien, cumplirá su servicio comunitario aquí —de sólo imaginarlo la piel se le ponía de gallina.

—Se le agradece mucho, su majestad –Marco tomó la mano de Elsa, sacó un poco el guante y depositó un beso de cortesía en sus nudillos, blancos y suaves. Ella se exaltó un poco, a tal grado de que sus piernas le flaquearan. No estaba acostumbrada a esa clase de... Agradecimientos.

—¿C-cuándo vendrá el príncipe Hans? —tartamudeó, retrayendo bruscamente su mano junto con el guante.

—Él ya está aquí.

¿Cómo sabía que iba a aceptar?

—Bien... –susurró–. Descarguen su equipaje del barco, en unos momentos irán por sus pertenencias –era la respuesta que Marco quería, no dudó ni dos segundos en marcharse para dar el aviso, dejando sola a la reina–. ¡Azucena, Greg, Marjorie! Vengan por favor —gritó la rubia.

Los tres mencionados llegaron en cuanto ella terminó de nombrarlos.

—¿Sí, majestad? —canturrearon al unísono.

—Quiero que recojan unas valijas en el muelle.

—Con gusto, ¿de quién?

—Hans Weterford.

Su servidumbre se miraron entre sí, con angustia y un poco de molestia.

Ellos nunca olvidarán los momentos de miedo que sufrieron cuando sentían que su pequeña niña de cabello anaranjado se esfumaba.

¿En qué está pensando, Señorita Elsa?

Editado
Jueves 28 de Mayo, 2020.

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