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¹⁹|a el.

Hay muchos Gritos. Son tan fuertes, que me hacen perder la cordura en solo segundos. Los sonidos a mi alrededor se vuelven más audibles, abrumadores. Son como un frío golpe en la cien.

El ruido es desordenado. No tiene sentido. Es tan confuso que me hace tomarme la cabeza en busca de que todo eso acabe. La risa me ataca, es gracioso, es patético, es estúpido.

No estoy dormida. Puedo sentir. Estoy percibiendo emociones y aquello es demasiado doloroso. Almenos demasiado después de haber permanecido por tanto tiempo evitandolas.

Tanto. Que ni siquiera recordaba, cómo todo eso se sentía. Era obvio que todas esas sensaciones me tenían aterrada.

-¿Tres horas haciendo una ridícula tarea?- había preguntando el hombre, frente a aquella mesa de el comedor. Dónde se encontraban todos mis útiles regados.

Todo mi comportamiento y miedo en esos instantes. Se debían a una sola cosa: “falta de un par de pastillas".

Claro, yo debía pasar por todo ese caos, almenos una vez a la semana. En cuanto estas se acababan y esperaba “pacientemente" a que mi tía comprará algunas más.

Creo que no importaba que tan independiente fuera. Tenía claro que aquellas malditas pastillitas eran demasiado caras como para costearlas yo misma. Si, era un sarcasmo total, el odiarlas y aún así necesitarlas.

Estaba mareada. Con náuseas, con pánico. El frío ficticio y aquellos gritos me tenian bajo efectos de odio. Las voces se reían.

-Es u-un tema bastante l-largo..- intenté hablar con claridad. Pero termine murmurando esas palabras con demasiada duda y temor.

Era irreal. El miedo me tenía tirada sobre esa silla, mientras fingía escribir en aquellas hojas de papel. Cuando, no podia ni siquiera tomar el lápiz. Las manos me temblaban de más. No podía coincidir la mente con tales acciones.

Tenia pánico. Tenía la vista demasiado clara, no había puntos borrosos, no había cansancio, no había nada. Estaba procesando emociones sin problemas, estaba sintiendo. Todos mis sentidos estaban despiertos y podia utilizarlos.

Yo no sabía cómo hacerlo. Yo no sabía controlarlos, yo me volvía un caos ante cualquier cosa y esa era la razón por la cual tomar aquello era mi mejor opción.

Pero.

¿Enserio me había acostumbrado tanto a esos calmantes, que no recordaba cómo era existir, sin ellos? ¿enserio ese golpe de sentimientos se sentía así? ¿Enserio yo era tan vulnerable a mis propias emociones?. No lo recordaba. Pero aun así, tampoco me agradaba.

-¿No sabes hablar bien, acaso?- alzó la voz. Se paró dominante frente a mi, como si yo debería temer ante tales palabras llenas de odio.

Es demasiado ruido. Me tiene atormentada. La molestia se hace presente rápido y aquello es un terrible dolor. Empieza a dudar de la realidad rápido, de que si el está delante de mi o no, si todo eso es real o no.

Se vuelve pesado respirar. Mi cabeza no quiere cooperar. Me traiciona, haciéndome creer que puedo con eso, Pero no es así. Estoy perdida. Las manos me tiemblan, siento el frío y las ganas de golpearme contra algo, hasta romperme la cabeza.

Mucho ruido. Desorden, descontrol. Mucho frío. Mucho miedo, mucha repulsión.

-muerete.- contesté sin pensarlo. Mientras apretaba el lápiz entre mis manos. Intentando que aquel enojó descomunal bajara un poco.

Su cara cambio rápido. El hombre delante de mi se mostró neutro por unos segundos. En los que se dedicaba a poner ambas manos en aquella mesa, de el comedor.

Se destino a mirar mis trabajos. Mis colores regados, mis cuadernos. -¿Que me muera, has dicho?- preguntó rapido. Mientras apretaba aquellas hojas de papel, dañandolas en segundos.

Sabía cómo iba a acabar todo. Pero los descomunales gritos en mi cabeza, se reían de mi. Cómo si fuera yo la única víctima ahí.

-lo que escuchaste. - me levanté a duras penas de aquella mesa. Dándole la cara ese tipo que no merecía ser llamado padre por mi.

Me mordí la lengua. Las ganas de lanzarme al suelo y tomarme la cabeza con ambas manos, apareció. También las ganas de gritar, reír, convulsionar entre todas esas emociones que no controlaba ni entendía.

Estaba cegada. Nada de eso coincidía con mis acciones. No sabía cómo comportarme. Como reaccionar ante ese golpe de pensamientos, de sensaciones, de cosas que ya no recordaba como eran desde hace mucho.

-hija de puta.

La velocidad con la que impactó contra mi, fue demente. tan rapida y precisa como siempre, tan caótica. Que la imagen de los psicologos pidiéndome que no usará la violencia, se volvía un simple chiste.

¿Le solicitaban eso, a alguien que solo conocía aquello? ¿Que no sabía más que sobre golpes e insultos? ¿Más que complicidad o intimidación? Más que brusquedad, más que dolor.

Mi cabello entre sus manos, siendo jalado con fuerza. Sin pensar, con rabia. Cómo si quisiera desquitarse de todos esos años en los que he tenido que vivir bajo su techo, sin su aparente permiso.

¿Cuando podría pagarle esa deuda? ¿Cuando podría librarme? ¿Cuando nuestras desgastadas almas podrían descansar?.

-eres una jodido estorbo- menciono entre mumurmos fríos. Al mismo tiempo que mi cabeza coincidía contra el borde de aquella mesa, con fuerza.

Mientras me miraba con el aparente asco en los ojos. El mismo odio y repulsión que ha sentido por mi, desde que nací. El mismo odio que yo he sentido por todos, por el, por mi familia, por esos absurdos psicologos, por el mundo.

Después de todo, yo no podía juzgarlo. Aquel hombre y yo, éramos completamente iguales.

Destruyendo todo a nuestro paso, jodiendo cualquier sentimiento lindo que pudiera haber. Apartando todo, usando aquella demencia desde siempre, a nuestro beneficio.

Dime papá, ¿Que podías esperar de mi?.

-callate- exigi. Al mismo tiempo que me cubría la cara y aquel ruido no se iba.

La desesperación me invadió. No podía respirar. Estaba demasiado fatigada. No podía entender nada, estaba ida. Me deje caer al suelo, mientras tosia en dolor.

-escuchame, alexa- se acercó, tomo mis mejillas en una mano y se rió -te odio- dijo. Cómo si fuera un cruel chiste.

No pude reaccionar. El golpe a continuación fue errático. Mi ojo ardió, la imagen de el hombre acariciandose el puño, preparándose para un nuevo golpe. Fue el punto desicivo.

Estaba temblando. Las ganas de vomitar estaban ahí, las manos sobre mi cabeza. El frío, todos esos gritos, el miedo, la oscuridad. Mi mente se había vuelto un completo caos. La falta de un par de calmantes, me estaba haciendo perder la cordura.

-te odio más - repetí. Mientras intentaba enderezarme en aquel suelo.

-no quiero volver a verte, nunca más.- dictó. Mientras se acercaba a mi. -no quiero volver a ver nunca más, a una enferma, como tu.- siguió diciendo. Con aquella voz fría y déspota que había conocido siempre.

Desconecté de la realidad.

Las voces gritando que perdiera la batalla, que todo aquello sangriento y horrible que pasaba por mi mente era yo. Que todas esas ideas de muerte y odio, era yo.

matalo, matalo, matalo" me incitaron todas esas voces. Mientras me apretaba con fuerza el cabello, en un horrible desespero. Era un tedioso ruido, era un terrible sonido de rabia aquello.

Estaba demasiado despierta.

Estaba demasiado activa.

-yo no estaba enferma, papá.- mencioné. Desde aquel suelo lleno de papeles y cuadernos regados. Tirados por el -pero tu me obligaste a estar a tu nivel- me reí.

El grito de dolor por su parte, fue un delicioso desahogo. Aquel compás que utilizaba hace un rato para formar círculos perfectos. Se encontraban en su espalda baja, clavado.

Me arroje a el con odio. Lo ataque sin pensarlo, con fuerza, con el mismo enojo que el. Rasgando su piel y manchandome de aquel líquido rojo en el proceso.

La fina sangre cubriendo el suelo. Mientras el se tocaba la zona y soltaba insultos, llenos de dolor. Era perfecto, me encantaba.

-¿¡Te gusta?!- me rei. Mientras el se levantaba con ayuda de la pared y los gestos en la cara delatando aquel sufrimiento.

La herida que seguro necesitaría asistencia médica. Sus quejas de irá. Cómo se retorcía.

Mi corazón latía demasiado rápido. Sus manos intentando detener aquel sangrado. Su cara, la sangre, el dolor en el. Era una completa fascinación.

Había sido demasiado poco para lo que las voces y mi mente incitaban. Abrirle el pecho con un cuchillo. Sacarle los órganos y dárselos de comer al perro seguro hubiera sido algo aún más armonioso.

Romperle la cabeza. Sacarle los ojos, escuchar sus súplicas y reírme en su cara.

-¡Eso es! ¡Vamos, grita!- incite con entrecortes en la voz.

Me deslice en aquella esquina temblando. Cubriendome los oídos. Mientras esas risas frias eran lo único que podia expresar, con miedo.

Sus quejas de dolor de fondo, eran el paraíso. Mientras yo derramaba lágrimas sin entenderlo, mientras yo me reía sin entenderlo, mientras yo existia sin entenderlo.

•••

La necesidad de dañar siempre había estado ahí. Las manos temblandome ante cualquier escena que me hiciera perder la paciencia. Las ganas de golpear, herir, perder. Todo eso siempre me había pertenecido.

Siempre deseé hacer lo mismo que hicieron conmigo. Siempre quise arruinar vidas, dañarlas. Así como lo habían hecho conmigo durante todos esos años. Quería que todos ellos sintieran lo que yo sentí y que sufrieran.

Eso era algo triste. Porque me lo había prometido desde hace mucho. Si yo no era feliz, nadie iba a serlo. ¿Que había de malo en ser mala, cuando el mundo estaba mal?.

Odiaba todo. Quería acabar con todo, quería ver dolor en sus caras. Pero, ¿Porque deseaba que el sonriera? ¿Porque yo estaba ahí, escribiendo cosas para el?.

-y es por eso..- André había terminado de explicar algo, mientras yo me mantenía a su lado, en silencio. Escuchando.

Me gustaba hablar con André. Me gustaba oírlo. Me gustaban sus consejos, lo que pensaba, lo que creía, sus puntos de vista. Porque yo tenía una mente bastante liberal y muchas veces llegaba a creer que el podía entenderme.

Lamentablemente sabía que detrás de muchos de sus consejos habían experiencias propias. Sabía que no todo en la vida de André era la tranquilidad que el aportaba. Sabía que también estaban esos toques oscuros.

Pero siempre admiraba la manera en que el llevaba todo. Tan tranquilo, tan calmado, tan el. Tan todo.

-si, claro. - salió de el trance, volteando a mirarme -¿Porque?- preguntó.

André era demasiado empático. Demasiado adaptado a dar ayuda, a ser un ser bueno con los demás. Lo sabía, todos siempre se acercaban a el por eso. Por sus consejos, por la manera en que aceptaba ayudar.

Eso era un desgaste. No importaba que tan bien manejará aquello. Sabía que estaba cansado. Que aquello lo tenía fatigado, que no todo en el era la misma luz que el me daba.

André despertaba mis ganas de cuidar. De querer, de amar. No podría herir jamás a aquel chico lindo de suéter, no podría nisiquiera pensarlo.

-tomate un descanso, cariño.

-¿Un descanso?.

-de ellos, de el mundo - le murmuré. Mientras el me observaba en un silencio confuso. - ninguno de ellos hará lo mismo. No valen tu cansancio - solté.

-sabes que me encanta ayudar...- intentó decir de vuelta. Mientras yo me acercaba a el, para acariciar sus mejillas con delicadeza.

Lo más cerca de su cara. Lo más ahogante y agonizante.

-ya André - le dije. Interrumpiendo sus palabras, mientras me miraba. -ya es hora de que descanses - terminé diciendo. Me acerqué a besarlo en la frente, como si de un pequeño niño se tratase.

André lo era. Era mi niño. Era la excepción a todas esas ideas fatales y desorden en mi mente. No había nada en el que me hiciera mentir, dudar, herir.

-¿Que es, todo esto Alexa?.

-no lo sé.- contesté. Sin quitarle los ojos de encima -pero es hermoso.- susurré.

Era complejo explicar lo que sentía por André. Porque hasta meter al sublime amor en esto, sería demasiado básico e inservible. Porque André era un choque emociones, un tornado de sentimientos.

el era todas esas cosas a las que le temia. A las cuales me había enfrentando solo por tenerlo. Solo por acariciar su cabello,  solo por escribir un par de cosas para el.

-¿No lo sabes?.

-tendrias que leer mi mente para entenderlo.- respondí -no soy de las que podrían explicarte tantos sentimientos en segundos. Yo soy aún más abrumadora. - dije.

Me había prometido no asustar a André. No sonar obsesiva o extraña, no decir incoherencias o todos esos deseos. No mencionar todo ese raro infierno.

Pero eso era yo. Todo eso era yo. ¿André se quedaría con la verdadera Alexa? ¿O con una cruel imitadora?.

-¿Sientes todo eso por mi?.

-siento, por ti. Que es más diferente - murmuré. Mientras cerraba los ojos y acariciaba su lindo cabello en suaves toques.

-¿Te encanta?.

-me enloquece.

André me había ayudado hasta cuando nisiquiera estaba consciente. Cuando nisiquiera deciamos una palabra, cuando nisiquiera lo creía.

El me había mostrado su mundo. Lo había adorado, tanto como a él. Me había contando sus recuerdos grises y yo los quería abrazar.

El me había movido la consciencia. El me había hecho querer sentir aquel deseo de cuidar algo, a alguien.

A el.

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