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13-Despiértame cuando amanezca-

Tus ojos vieron alrededor de la sala, pero la sala no vio alrededor de ti,
y no pude culparlos,
ya que la gente no entendió lo divinos que nos veíamos en aquella fiesta en la que fingimos ser marido y mujer.
No pude culparlos, y tú tampoco.

Los anillos seguían ahí, intactos al igual que nuestro comportamiento a los anfitriones.

«Cielo», me llamaste y fuiste a mí.
«¿Mm, sí, amor?», pregunté mirándote.
«Deja un poco de postres para los demás», dijiste en mi oído con lentitud.
«Creí que veníamos aquí para disfrutar los postres, tesoro.»
«En parte, pero, la impresión para los demás puede ser como...»
«Como si estuviera ansiosa porque no estábamos invitados y fingimos estar casados y ser familiares lejanos», te interrumpí y me diste la razón.
«También pueden creer que te dan antojos de embarazo»
Parpadeé múltiples veces y después de repasar en mi cabeza, te dije:
«Deja que piensen que lo estoy, ahora, ¿quieres ir a dormir? las habitaciones son gratis»

Un joven muchacho nos llevó.
La habitación era lujosa y con detalles dorados.
Estaba sonriendo, pero tú estabas sin expresión.
Entonces fui a tu lado y agarré tu mano con la poca fuerza que me quedaba.

«¿Qué pasa, amor?»
Tú volteaste y tus manos tocaron mis hombros desnudos.
«Te traje aquí para disculparme contigo.»
No entendía lo que decías.
No entendía nada.
«¿Disculparte sobre qué, amor mío?»
«Sobre aquellos días en los que no estuvimos juntos. Debí haberte escrito. Te hice pensar cosas que no eran, ¿tengo razón?»

Tenía razón,
tenía los puntos cubiertos,
y aunque ya lo había olvidado,
el recuerdo me vino de nuevo,
y aunque ya no estaba en esos días,
y la espina podía seguir,
ya lo había olvidado.

«Sí, tienes razón.», dije dándote la espalda y caminando hacia la cama.
Las sábanas blancas se veían suaves al tocar,
y así mismo se sintió cuando mis dedos la rozaron.
Me abrazaste por detrás y hiciste que nuestras narices se tocaran.
«Siento mucho haberlo hecho. No pasará otra vez», susurraste y robaste un beso.
«Cielo.», te llamé.
«¿Sí, mi vida?»
«Yo no te he dejado de amar por eso»
«Podrías hacerlo»
«¡No!», exclamé y fui de tu lado «cualquier cosa menos eso.»
Tú me abrazaste de nuevo y me susurraste:
«Qué bueno, porque yo tampoco podría vivir sin ti»

Entonces te besé con la pasión de mil soles.

Los anillos se rozaron.
Los anillos se removieron de nuestros dedos,
y nosotros removimos de nuestros cuerpos los trajes de gala.

Carta número trece,
Por favor, despiértame con la luz de la mañana,
y por favor, duérmeme con la perdición personificada,
es decir: tú.

Con amor,

—Cynthia.

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