Capítulo 06
* * *
Le pedí a Oliver que me dejara a unas cuadras de mi casa como el día del hospital, corrí por las escaleras y me encerré en mi habitación actuando como un ninja, sin hacer ruido. Me quedo hasta tarde haciendo la tarea y perdiendo el tiempo para no ver a mis padres, entre más retrase el momento mejor. A eso de las ocho y media, mamá grita desde la planta baja que la cena ya está lista.
Entrar al comedor es como caminar por un campo minado, como lanzarse al vacío y temer que no funcione el paracaídas. Siento que en cualquier instante vamos a explotar, que ella dirá algo o que lo hará él.
La mesa ya está puesta, me coloco en mi lugar sin mirar a nadie. En el centro se encuentra un cuenco hondo repleto de ensalada, junto a este un plato ovalado con dos filetes de carne.
Papá agarra su tenedor, juega con el cubierto y observa a mi madre de reojo. Dios, espero que no diga nada que haga que se ponga histérica.
Eugene Carson se enamoró de Lou cuando esta le arrojó una taza de café hirviendo por accidente, mi padre una vez me contó —era pequeña y no entendía por qué peleaban todo el tiempo— que se levantó con molestia pues se estaba quemando, levantó los ojos dispuesto a insultar si hacía falta, pero se quedó perdido en sus ojos claros.
No era ciega, papá la procuró muchas veces, hacía todo para que mamá se sintiera bien, le compraba cualquier cosa que pidiera; a pesar de que ella nunca fue la esposa más cariñosa y comprensiva del mundo. Pero un día ese ambiente cambió drásticamente, ya no hubo atenciones, solo gritos, ya ni siquiera intentaban llevarse bien, siempre estaban a la defensiva, esperando que el otro dijera algo para atacarlo. Y cuando a mí se me ocurrió preguntar qué estaba sucediendo, recibí un regaño por parte de mi madre que me dejó claro que no era de mi incumbencia, aunque fueran mis progenitores.
Espero a que Lou agarre su comida, en ocasiones me guío así para que no se moleste si me equivoco de platillo. Agarra ensalada con unas pinzas y yo quiero jalarme los cabellos, daría cualquier cosa por probar un poco de filete, no obstante, lo del otro día ya fue suficiente drama por ahora, por lo que me sirvo lo mismo que ella. Por el rabillo de mi ojo alcanzo a ver que mi padre aprieta la mandíbula, entierra el tenedor en la carne haciendo ruido.
—¿Cómo estuvo tu día hoy, cielo? —me pregunta papá con tono suave. Genial, solo cumplí con la mitad de mi horario, me fui con un chico a un bar de mala muerte, me pasó alquitrán, nicotina y monóxido de carbono de boca a boca. No puedo decirle eso o me mandará a un convento.
—Bien, en la escuela hay muchos nervios porque se acerca la graduación.
—Pero ese no es problema para ti. —Guiña el ojo, no puedo detener la sonrisa que se forma en mi boca—. ¿Ya te decidiste por una universidad?
Le doy una mirada por debajo de mis pestañas a mi madre, semanas atrás ella me dejó claro cuál es la que más me conviene, por supuesto que no es la que me agrada, es la que cumple con sus expectativas.
—No, todavía lo estoy pensando.
Luego me encuentro en otra encrucijada, en la más difícil, no quiero ser abogada, ni siquiera puedo defenderme a mí misma; pero tampoco quiero decepcionarlos porque, a pesar de todo, mis padres son los únicos que de verdad confían en mí.
A Lou no le gusta mi respuesta, esperaba que dijera el nombre de su universidad favorita, se pone de pie, avienta la servilleta a su plato y se va de la estancia pisando fuerte. No creo que se percate de lo doloroso que es no contar con su apoyo, que se ciegue y quiera cumplir sus sueños frustrados obligándome a hacer cosas que no quiero.
Papá se echa hacia atrás lanzando un bufido, sigo comiendo en silencio.
—Quiero decirte algo —dice—, tu madre cuando tenía tu edad se comía lo que se le pusiera en frente, todos en esta casa sabemos que no necesita ponerse a dieta, pero si quiere hacerlo no tiene por qué arrastrarte a ti, no es sano que temas decir «no». Si no te apetece concursar en las Olimpiadas, no lo hagas, y si no quieres entrar a esa ni a ninguna universidad, no tienes por qué hacerlo. Es tu vida, tienes que tomar tus propias decisiones, no seguir las de tu madre.
Mis comisuras tiemblan, su discurso ha calmado mi alma como no tiene una idea.
—Gracias, papá —murmuro sonriendo.
—Me voy a ir de viaje unas semanas, pero prometo volver para tu cumpleaños. —Asiento.
—Más te vale.
El día siguiente llega en un abrir y cerrar de ojos, a la hora del almuerzo camino por el pasillo que está infestado por un tumulto de desesperados y hambrientos estudiantes que se empujan para poder entrar a la cafetería; son como zombies.
Me pego a una de las paredes, espero a que la gente se vaya y me de espacio para moverme y dejar mis libros en el casillero. Afortunadamente la manada de alumnos desaparece, ahora puedo hacer cualquier cosa. Marco la combinación en mi candado y abro la puertilla metálica, un objeto en el interior llama mi atención. Hay un cigarrillo. ¿Cómo demonios llegó esa cosa ahí? Pero lo más extraño de todo es que no es común y corriente, la parte blanca tiene dibujos, hay soles y curvas que no tienen ningún sentido, también tiene escrita una frase:
«Si no sabes qué hacer con la tristeza, fúmatela»
Muerdo mi labio inferior para contener la sonrisa, sé quién ha sido el causante de semejante acoso, ¿cómo supo mi clave?
Tomo el cigarro con los dedos y lo coloco en el bolsillo trasero de mi pantalón, cierro el casillero azotándolo, doy un brinquito al ver a la persona que se escondía detrás de la puerta, rápidamente me recupero.
—Tu frase no me gustó, eres un adicto —digo. Oliver sonríe con lentitud.
—Ayer no te quejaste, ¿o sí? Hasta abrías la boquita para que el humo entrara, te veías muy provocativa, por cierto. —Mis párpados se abren tanto que creo que me quedaré sin ojos, él se carcajea al ver mi indignación.
—Deberías filtrar tus pensamientos antes de hablar, Doms.
—El día que tú dejes de ser una santurrona. —Se relame los labios, queriendo esconder lo chistoso que le ha parecido su comentario, él no se cansa de molestarme, es como un mosquito volando a mi alrededor—. Me voy, te estaré esperando detrás del gimnasio.
Voy a responderle, pero antes de que pueda hacerlo desaparece, dejándome con dudas y curiosidad. Miro hacia todas partes y me encojo de hombros, no tengo nada que perder, así que voy hacia la parte trasera del gimnasio, allá donde no se para ni una mosca porque no hay nada interesante, ahí es donde él y sus amigos se reúnen para fumar; siento como si estuviera haciendo una travesura.
Imagino que voy a encontrarme un quinteto de chicos haciendo tonterías, en cambio, solo está Oliver Doms sentado en el suelo, con la espalda pegada a la pared y las piernas estiradas.
—Ven acá, temerosa —murmura, palmeando el concreto a su lado. Hago una mueca irónica, ¿por qué le temería? Necesita bajarse de ese coche y dejar de aparentar que es un chico malo.
Me ahorro las palabras dirigiéndome hacia él, me coloco a su lado.
—No eres un chico malo, deja de actuar como uno. —De reojo veo que sonríe de lado, mueve su pierna para darme un golpecito en la mía, la deja ahí. Es imposible no sentir una descarga.
—Yo nunca dije que lo fuera,
Oliver saca una cajetilla, posteriormente un cigarro, lo enciende y se lo lleva a la boca varias veces. Dejo de observarlo pues sus labios alrededor del cigarrillo me traen recuerdos que hacen que me sonroje, nunca imaginé que haría algo como lo que hice; y menos que me gustara. Se siente bien ser libre en ocasiones y no tener una cruz sobre tus hombros todos los días, todas las semanas, todos los meses. Pude respirar, me agradó la compañía, además, me hizo sentir deseada por cómo me apretujaba contra él, como si le gustara tenerme cerca.
Debo dejar de pensar tonterías.
—¿Tú te fumas la tristeza? —cuestiono para disipar los pensamientos que empiezan a causar estragos en mi mente. Siento que su frase tiene algún significado, solo que no puedo comprenderlo.
—No, yo no estoy triste —responde expulsando humo.
—¿Entonces por qué lo haces? Una vez leí en el artículo de una revista que un estudio demostró que muchas personas fuman para llenar un vacío, es como un método de defensa.
—Eres muy extraña —suelta al tiempo que ríe entre dientes—. Yo fumo muchas cosas, y por muchas razones.
—¿Qué razones? —Ladeo la cabeza.
—A veces fumo para no reventarle la cara a mi hermano. —Quiero preguntar a qué se refiere, pero el semblante adusto de su cara me señala que no es una buena idea—. Otras lo hago para no perder la paciencia.
—¿Temes perder la paciencia en este momento? —pregunto, confundida, no he dicho nada malo ni luce alterado, se ve bastante tranquilo.
—No, justo ahora estoy fumando para mantener mis manos quietas y a mi boca ocupada porque en todo lo que pienso es en comerte a besos.
Me atraganto, hasta siento que me he tragado mi lengua, pero no importa porque una jodida parvada de águilas está revoloteando en mi estómago, incluso creo que debe haber otros animales porque no es normal que sienta eso, no así.
—El cigarro podría matarte. —Me le quedo mirando directo a los ojos, todo mi cuerpo tiembla, mis palmas sudan. No... no tengo idea de lo que me está sucediendo—. No me agradas tanto, p-pero no q-quiero contribuir con tu muerte, así que...
Me interrumpe carcajeándose, miro atónita cómo no puede controlar la risa, entonces me doy cuenta de lo que hizo, ¡se burló de mí y yo caí como una idiota! Dios, prácticamente le rogué para que me besara.
—¡Eres un estúpido! —chilló y me pongo de pie como un resorte, decidida a irme y sí, a nunca más dirigirle la palabra. Solo que él es más rápido, de un segundo a otro está parado, agarra mi codo con dureza y me da vuelta. Uno de sus brazos aferra mi cintura y me arrastra hasta que no hay espacios entre los dos, pongo mis manos en su pecho con la intención de alejarme, pero no puedo—. Suéltame, Doms.
—Cálmate, Han —susurra, su aliento se estampa en mi cara. Justo ahora no puedo pensar, su aroma hace que mis pensamientos se revuelvan. Yo... yo nunca había sentido algo así, ya lo había dicho, ¿no?
—Te burlaste de mí.
—No, me reí de la expresión de tu cara, te veías muy graciosa, lo lamento —susurra tan quedito que pude escucharlo solo porque lo tengo cerca.
—¿De mi cara? ¿Parezco payaso o qué? —pregunto, enojada.
—No.
Mi frente se arruga, pues no dice nada más, su vista cae en mis labios y mi corazón comienza a acelerarse de nuevo. No ha aflojado el agarre, incluso creo que me aprieta cada vez más.
—¿Qué haces? —susurro la pregunta cuando su cara desciende y su nariz toca la mía.
—No tengo un cigarrillo ahora, solecito. —¿Solecito? Mierda—. Lo más extraño de este asunto no es que yo quiera besarte, es que quieres que te bese, pero no soy nadie para cuestionarte.
Antes de que pueda pensar o derretirme, Oliver me besa. Su mano libre acuna mi nuca, impidiendo que me mueva, manteniéndome a su disposición. Mi respiración se agita cuando siento que su lengua toquetea la mía, todo se borra de mi mente en un segundo, no tengo pasado ni futuro, solo ese instante.
Después de un par de minutos, se echa hacia atrás sin soltarme, una sonrisa petulante se forma en su boca enrojecida. Siento el calor concentrado en mi cara, esto es una locura, ¿qué demonios se supone que estoy haciendo? Esto es nuevo, diferente, me tiene consternada.
Para mi mala suerte, suena el timbre, callando las preguntas en mi cabeza.
—¿Te veo luego? Tengo que ir a clases —Asiente.
—Solo asegúrate de que la próxima vez que te vea traiga un cigarrillo.
Sería una tonta si lo hiciera. Me suelta, con torpeza me doy la vuelta para alejarme, no puedo evitar que mis comisuras asciendan mientras me dirijo al interior de la escuela.
Tan pronto me interno en el pasillo para ir hacia mi casillero, dos chicas se plantan frente a mí, frenándome en seco. Mirian tiene los labios aplanados y Brenda solo se queda ahí, mirándome como si les debiera una explicación.
—¿Dónde estabas? —pregunta Mirian con su tono chirriante. Cuando era pequeña me daba terror que, en medio de la noche y la oscuridad, las puertas rechinaran, su voz me hace recordar mi miedo.
—En la biblioteca, lamento si se quedaron esperándome.
—Haces demasiadas tareas, Hanny, deberías relajarte un poco —sugiere haciendo una mueca, así que asiento para que deje el tema—. El sábado hay una fiesta después del juego, vas a ir, ¿verdad?
No me deja contestar, continúa parloteando acerca de lo que deberíamos usar, y nos prohíbe usar prendas rojas porque ella llevara un vestido de ese color. Me recluyo en mi mente sin prestarle atención mientras camino hacia mi casillero, todo lo que tengo que hacer es tomar mis útiles y largarme al salón de clases. Suena tan fácil que asusta.
No me sorprende toparme con una Iveth usando un lindo pantalón ceñido al cuerpo y una blusa fosforescente escotada, está recargada justo en el sitio al que tengo que ir, ¡vaya casualidad! Liam está sacando sus libros mientras ella acaricia con su dedo el brazo de mi novio, pestañea más de la cuenta y gesticula de una forma que deja claro lo que busca. A esta mujer le encanta perturbarme, y ni siquiera sé qué demonios le hice, no es como las otras que, por lo menos, fingen. No obstante, sí que la envidio, y no porque William le preste atención, lo hago porque hace lo que se le antoje sin importarle la opinión de los demás.
— Amiga, no les prestes atención, sabes que Liam se va a cansar de su juguete nuevo y todos seremos felices otra vez, incluyéndote. —¿De verdad lo seré o fingiré que lo soy? ¿Qué clase de recomendación es esa? ¿No se supone que las amigas dan buenos consejos?
—Sí, hasta que encuentre otro juguete —digo.
Sin más, me voy, dejando a Mirian y a Brenda paradas, paso frente a la pareja feliz, pero no me detengo por los libros, ¿qué más da? Ni siquiera los necesito.
Ir en la camioneta de William es una tortura en ocasiones, sobre todo cuando estamos peleados, de vez en cuando charlamos sobre sucesos del día, cualquier cosa, antes hasta reíamos, pero últimamente ni nos volteamos a ver. Por ello no me sorprende el silencio que reina en el vehículo, tampoco me siento incómoda ya que es algo que sucede a menudo, hubiera preferido que no me trajera, sin embargo, no pude librarme pues la orden de mi madre fue muy clara: «terminan las clases e inmediatamente vienes a la casa, Liam va a traerte».
Me pierdo en mis pensamientos, no me doy cuenta de que ya hemos llegado a casa hasta que él se aclara la garganta. Doy un respingo y me dispongo a bajar. Voy a abrir la puerta, pero una mano se cierra en mi antebrazo y me impide moverme. Le doy una mirada interrogativa.
—Te vi en el pasillo, Iveth llegó y empezó a hablarme, no quise que... —Niego con la cabeza interrumpiendo sus explicaciones.
—No tienes por qué explicar, no le diré a mis padres si es lo que te preocupa. —Observo su mano que me aferra, esperando que entienda que necesita soltarme para que pueda marcharme. No lo hace.
—No, no, en realidad, quiero pedirte una disculpa, he estado muy presionado porque ya vamos a graduarnos, no quise lastimarte el otro día, tomé demasiado y me arrepiento de haber sido tan duro, tú no tienes la culpa de mis problemas. —Suspira—. Quiero que vayas al partido del sábado, eres mi amuleto
—Está bien, Liam, no te preocupes. —En verdad luce arrepentido, pero ya no sé qué creer, otras veces he creído en su arrepentimiento y al día siguiente vuelve a fallarme, sus disculpas son vacías porque al final vuelve a lastimarme. William sigue sosteniendo mi brazo, me mira—. Tienes que soltarme para que pueda bajar.
Sus párpados se abren, sorprendido se percata de que su mano sigue en el mismo sitio. Creo que terminará con el agarre, en cambio, me da un jalón, sus brazos me rodean. Mi cara se entierra en su cuello, frunzo el ceño, quiero preguntarle si se siente bien, pero se echa hacia atrás.
Desciendo del vehículo y camino hacia el portón de la entrada con una sonrisa triste, nostálgica. En el pasado, ese abrazo habría calmado mi desasosiego, habría creído en su disculpa, habría esperado que no lo hiciera de nuevo. No sé si he cambiado, pero ese sentimiento que antes sentí no está, apostaría a que lo hará de nuevo; la seguridad de que sucederán cosas dolorosas es mejor que recibir el impacto mientras estás distraída.
Una vez en el interior de mi casa, alcanzo a escuchar los lamentos de mamá, quien seguro está en la sala o la cocina hablando por teléfono, lo sé porque murmura cosas incomprensibles debido al llanto. ¿Habrá ocurrido algo con papá? ¿Qué otra cosa podría ser si no? Tal vez debería acercarme y consolarla, no obstante, no lo hago, por primera vez subo las escaleras y me encierro en mi cuarto, no quiero escuchar de nuevo sus quejas que aseguran que es miserable.
Después de todo, en alguna parte hay niños felices que están sentados en sillas de colores.
* * *
Uno larguito, para que vean que los quiero(? ¿Qué piensan? Quiero ver sus comentarios, apuestas, amenazas... TODO :*
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