Capítulo 04
* * *
Siempre me ha parecido que los hospitales son lugares llenos de historias, que en todos los rincones hay secretos, actos de bondad, de tristeza e, incluso, de egoísmo. Me gusta entrar y ver los colores suaves, esos que son capaces de tranquilizar hasta al alma más desesperada, y que son puestos a propósito para consolar a las más desafortunadas; las enfermeras con sus gorritos graciosos arrastrando carritos repletos de instrumentos, haciéndole plática a un paciente para que deje que la jeringa penetre su piel; es fascinante que la mayoría se une en mutuo acuerdo para guardar silencio y no perturbar al resto de los pacientes, los susurros en un hospital son como los gritos en un salón de clases, a veces son agónicos, otros alegres. Es por eso que me quedo quieta mirando el desorden, no.... No es desorden, es felicidad que no puede ser susurrada, por lo que tiene que gritarse. Literalmente.
Suelto una risa entre dientes al presenciar a un niño corriendo alrededor de la enorme sala para que su madre y una enfermera no lo atrapen, a quienes se les empieza a dificultar la persecución debido a las carcajadas que no son capaces de controlar. Se ríen con tanta fuerza que me hacen sonreír.
Cualquiera pensaría que es una escena feliz, pero detrás debe haber una historia, los niños que hay en la habitación son de edades variadas, sin embargo, tienen algo en común: una enfermedad. De lo contrario no estarían en un hospital.
—¿Por qué están aquí? —pregunto al tiempo que trago saliva con nerviosismo. Desde que llegamos a este sitio, Oliver se ha quedado recargado en el marco de la puerta mirando fijamente un punto en la nada, no ha dicho ni una sola palabra y ya van varios minutos, ha dejado que estudie el cuadro sin interrumpir, lo cual es muy sospechoso ya que, por lo regular, no puede mantener su asquerosa boca cerrada.
—Están enfermos —responde. Toma todo mi autocontrol no poner los ojos en blanco, ¿en serio tiene que ser tan cortante cuando estoy actuando como una dama? No le he dicho ni una sola vez lo que pienso de que me haya arrastrado por el pasillo de la escuela, seguramente dislocó mi hombro y aparecerá un gran moretón en mi antebrazo. Es un salvaje. Me trago el cúmulo de maldiciones que me muero por gritarle, si estuviéramos en el exterior le arañaría el rostro.
—No me digas —suelto con sarcasmo. Una de las comisuras de Doms tiembla, el problema con él es que no sé si se ríe conmigo o se está burlando.
—No hiciste la pregunta correcta. —Se encoje de hombros. Maldito cabrón, pero no le voy a dar el gusto.
—¿Qué es lo que tienen?
—Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida
Me quedo en shock tan pronto logro reconocer las palabras que salen de su boca, creí que tenían cualquier cosa, excepto eso. Una vez, en la clase de biología vimos las enfermedades de transmisión sexual, me aprendí de memoria mucha información, todavía recuerdo mi investigación; pero verlo en la realidad es mucho peor, es que son niños tan pequeños, se me enchina la piel. Tomo un respiro profundo y dirijo mi vista al frente de nuevo. SIDA, ¿cómo puede ser posible que esos inocentes lleven en su organismo los errores y accidentes de otras personas?
—¿Ves a la niña que tiene un moño rosa en el cabello? —Asiento cuando la encuentro, pero luego afirmo haciendo un sonido pues me doy cuenta de que no me está mirando—. Vivió hasta los diez años con su madre biológica, quien era una prostituta drogadicta que se atrevió a inyectar a su hija para drogarla y pagarle a su proxeneta, era demasiado pobre como para costear su adicción, así fue como se enfermó. Sus padres adoptivos se enteraron de su condición cuando sufrió una serie de síntomas, entonces, de la noche a la mañana, ya no la querían y la botaron.
Cierro los párpados y me recargo en la puerta, si una pareja decide adoptar supongo que es porque ansían tener un bebé, formar una familia. ¿Cómo es posible que le hicieran eso a una pequeña indefensa que necesitaba amor más que nunca? No es un objeto que puedas arreglar, es un ser humano. No solo tuvo que lidiar con su madre biológica, también con dos imbéciles y con una enfermedad incurable y mortal.
—Ahora dale un vistazo al niño que hace rato corría haciendo reír a su madre y a la enfermera. —Hago lo que me pide, el chiquillo ahora salta como si fuera un canguro, no puede quedarse quieto—. Su madre también tiene SIDA, se enamoró de un tipo que la chantajeo hasta que ella cayó, no solo la contagió, la abandonó al enterarse de que estaba embarazada. Está muriendo, tiene cáncer. ¿Tienes idea del dolor que sintió al saber que iba a transmitirle algo horrible a su hijo? ¿Que no va a estar ahí el día que a él le toque la peor parte?
—No —murmuro. No puedo saberlo y deseo nunca sentir un dolor tan grande.
—Casi todos los bebés con SIDA mueren el primer año de vida, los que salen adelante sobreviven, por lo general, hasta los dieciséis —dice—. Dime qué es lo que ves, Han, ¿qué escuchas? ¿Qué sientes?
—Veo niños pequeños sentados en sillas de colores riendo y jugando, escucho risas; y extrañamente me siento feliz, a pesar de lo que me has dicho.
—No te traje aquí para que sintieras lástima, tú eres la que les darías lástima a estos niños, porque ellos no eligieron sufrir por su enfermedad, tú sí eliges sufrir. Son unos guerreros valientes que luchan por vivir y no se lamentan por ello, al contrario, luchan con más valentía. Siempre que estés a punto de llorar recuerda que hay personas que están en una situación más difícil que la nuestra y no lloran, están sentados en sillas de colores riendo y jugando, Hannah, siendo felices, a pesar de las circunstancias. Con esto no quiero decir que no puedes llorar o que hacerlo es de débiles, pero hazlo por cosas que valgan la pena y no por un tipo que no ha hecho nada más que demostrarte que no lo vale.
La sinceridad en su tono me deja sin habla, en esta ocasión no quiere molestarme, está diciendo lo que realmente piensa.
—¿Por qué haces esto si no te agrado? —cuestiono.
—Estoy harto de escuchar tus lamentos, vive, Hannah, tu existencia no acaba si un chico no sabe valorarte, tienes todo para salir adelante, solo necesitas ser valiente y atreverte a salir de tu cárcel. La vida es muy corta como para que no veas las cosas hermosas por estar llorando escondida detrás de la misma pared.
Oliver estaciona su auto unas calles atrás de mi casa, tallo mi rostro con las palmas, una sensación desconocida crece en mi pecho, no sé qué es, pero me agrada. Y al mismo tiempo me siento pesada.
—¿Por qué sabías tanto de ellos?
—Mi madre era la enfermera —responde. Mis labios forman un círculo debido al asombro—. Me arriesgué llevándote, si nos hubiera visto habría armado un escándalo.
—Gracias por llevarme y por ser tan cruel —susurro.
—No soy cruel, Han, solo digo la verdad.
No estoy segura de que se necesite ser tan crudo para ser sincero, hay otras maneras, de todas formas, le agradezco que me haya llevado a ese hospital y que haya sido directo, quizá de otra manera no hubiera entendido, a veces necesitamos que nos destrocen para poder comprender que debemos cambiar.
Desciendo del coche lanzando un suspiro, últimamente no dejo de sentir cansancio, mi espíritu está agotado. Solo me dan ganas de ir a la escuela y regresar a casa para encerrarme en mi alcoba, en ocasiones ni eso ya que no quiero escuchar el escándalo y los pleitos de mis padres.
Escucho que Oliver arranca, el auto avanza a toda velocidad por la avenida principal de la colonia. Un tanto desganada, camino hacia mi hogar. Tengo que caminar dos cuadras y dar vuelta a la derecha, hago el recorrido como si fuera un robot. Llego al descomunal portón negro que se abre cuando ingreso el código, me quedo parada en la mitad del camino vislumbrando el edificio monocromático. Blanco, solo eso puedes ver, y muchas ventanas de todos los tamaños que no dejan ver hacia el interior. Agacho la cabeza, no quiero estar aquí, pude reconocer el vehículo que está estacionado en la cochera. La familia Baker seguramente ya está sentada en el comedor junto a mis padres.
Y no me equivoco, apenas abro la puerta de la entrada, mi madre aparece en mi campo de visión con los brazos puestos en jarras. ¡Genial! ¡Lo que me faltaba!
—¿Dónde estabas, señorita? ¿Por qué no contestabas tu teléfono celular? —Estaba tan perdida viendo a los niños que no me di cuenta de sus llamadas—. Liam dijo que no te vio a la hora de la salida.
—Lo siento, estaba haciendo mis deberes —susurro, sabiendo bien que eso controlara su temperamento.
—Al menos avisa la próxima vez. —Hace una mueca y señala las escaleras que se encuentran a unos pasos de distancia—. Ve a cambiarte que te ves fatal, los Baker ya están en la mesa, ponte algo azul para que resalten tus ojos.
Sin más, se da la vuelta y se pierde cuando entra al comedor. Me quedo parada viendo el suelo brilloso, no tengo ánimos de ver a esta gente, a pesar de que la madre de Liam, Rianna, siempre ha sido un amor conmigo. Su padre es más reservado, anticuado. Los señores Baker, incluso cuando tienen creencias parecidas a las de mi familia, no son como mis padres, ellos sí tienen una linda relación y tuvieron una hermosa historia de amor.
Chasqueo la lengua y hago lo que mi madre ordenó, la planta alta está en penumbras, me recorre un escalofrío. Camino con rapidez y llego al interruptor para encender la luz, solo entonces me relajo y me dirijo a la puerta de color rosa con una «H» en medio. Dejo mi bolso en un sillón y me planto frente a mi armario, abro las puertillas alargadas y recorro con la mirada el tumulto de ropa; mi madre es adicta a las compras, a mi padre le molesta que lo sea, a veces creo que mamá lo hace a propósito para molestarlo.
Algo azul para no molestar a la señora Carson, no queremos que haya un problema frente a las visitas, aunque los Baker han presenciado cientos de veces la tensión que radica entre nosotros.
Selecciono un camisón azul marino con volados que parece vestido y unos leggins oscuros, por último, tomo los tacones negros que más uso y reviso mi maquillaje. Me quedo parada durante un par de segundos frente a mi reflejo, contemplando mi figura, me gusta mi cabello, mis ojos son tan vibrantes con este color que podrían dejar sin voz a cualquiera —o eso me gusta creer—. Muchas personas aseguran que el brillo en las pupilas es símbolo de alegría, no estoy segura de que sea cierto, los míos brillan sin razón alguna.
Sin más remedio que ese, salgo de mi cuarto arrastrando el deseo de arrojarme al colchón y cubrir mi cuerpo con mi manta afelpada.
Mis tacones resuenan mientras bajo las escaleras aferrándome al barandal con una de mis manos. Puedo ver la luz reflejada en el suelo cerca del comedor, y las voces de papá y de William padre. Al traspasar la entrada, todos me enfocan, excepto Liam, está muy ocupado revisando algo en su celular. Los señores Baker me sonríen con calidez para luego seguir con la plática que tenían antes de que llegara, mi madre me escanea y asiente con aprobación, después me ignoran.
Tomo el único asiento que está libre, curiosamente al lado de Liam, el mencionado no me mira ni me dirige la palabra, yo tampoco abro la boca e intento no llamar la atención porque no tengo ganas de hablar.
Mi madre se lleva muy bien con Rianna, es su mejor amiga desde que eran dos porristas adolescentes en la misma escuela que la mía, en un principio, mamá se indignó cuando me uní al equipo de básquetbol, siempre he pensado que ella le pidió a Liam que me convenciera de dejarlo, para Lou los deportes no son para las chicas, le avergonzaba que llegara a casa con el uniforme y nunca iba a verme a los juegos. Recuerdo lo divertido que era jugar, era mi momento de calma.
Nuestros padres se asociaron y formaron su propia empresa después de que se hicieron amigos gracias a sus esposas, se unieron y empezaron a cosechar una fortuna, pues el negocio funcionó. Las reuniones de los Baker y los Carson son aburridas, los hombres hablan de planes laborales y discursos de economía y política; las mujeres cuchichean rumores de sus círculos sociales y, en ocasiones, intentan aparentar que entienden de lo que hablan sus maridos.
Hace años, cuando Liam y yo éramos unos críos, nos escapábamos y corríamos por toda la casa, jugábamos a cualquier cosa, hacíamos travesuras. Extraño aquellos tiempos, donde ninguno de los dos lastimaba al otro.
Mi madre suelta una risita y agarra el brazo de papá como si se llevaran bien y no hubieran peleado en la mañana, Dios, es repulsivo. Me quedo enfurruñada moviendo un chícharo con mi tenedor.
Mi mente empieza a divagar, se va por las ramas. Las palabras de Oliver Doms vuelven a invadirme, dijo que dejara de sufrir por un chico que no vale la pena, y es que ahí radica el problema, yo sé que William Baker vale muchísimo la pena. Lo conozco desde hace años, era mi mejor amigo, al que podía contarle mis secretos, sin embargo, cometí el error de enamorarme y arruinar nuestra amistad. De cierta forma puedo entender su comportamiento, no lo justifico, pero lo comprendo. Liam no es mala persona, solo es un chico que intenta ser alguien que lucha por sus ideales, y yo soy un obstáculo para alcanzarlos.
—Hannah, el director me llamó para decirme acerca de las Olimpiadas Académicas. —Quiero maldecir y hacerle vudú al directo, ¿cómo se ha atrevido a llamarle a mi madre? Es jugar sucio, pues ya se dio cuenta de que no pienso unirme al grupo, ahora a Lou no se le saldrá de la cabeza la idea—. Hija, eso es genial, vas a participar y a llevarte otro trofeo.
«Vas a participar y a llevarte otro trofeo», ni siquiera me lo está preguntando, está dándome una orden. No obstante, esto es algo que llevo planeando desde hace tiempo, este verano no quiero hacer nada relacionado con la escuela ni la universidad, quiero tener un tiempo conmigo, espero que lo entienda.
—No estoy segura, mamá, no quiero pasar mi verano antes de la universidad estudiando en mi alcoba para ganar ese concurso, no es algo que necesite hacer, ¿o sí? —Lo cierto es que no, no necesito más créditos ni trofeos ni premios, ya tengo suficientes, ya tengo propuestas de universidades.
Los cinco se quedan en silencio, William gira la cabeza y me observa con el ceño fruncido, señal de que está confundido.
—Nunca es suficiente, Hanny, no puedes perder esta oportunidad, un triunfo más no le hace daño a nadie —dice. Muerdo el interior de mi mejilla para contenerme, pero lo suelto cuando se vuelve molesto.
—Lo siento, le estuve dando vueltas al asunto y no, ya lo decidí, no voy a participar en estas Olimpiadas. —Mi decisión pronunciada hace que sus párpados se entrecierren, a Lou le gusta ganar, sobresalir, vociferar. Somos muy diferentes.
—Señorita, vas a hacer lo que te digo, así que concursarás.
—Si me obligas a concursar voy a perder a propósito, y no creo que te guste presumirle eso a tus amigas —digo con rudeza, a la defensiva. Nunca he enfrentado a mi madre, por ello es que está acostumbrada a que baje la cabeza, asienta y haga lo que pide. No esta vez, ya no soy una niña y no puede encerrarme en una burbuja, no soy su hámster.
—¡Hannah Carson, estás castigada! —exclama arrojando los cubiertos al plato, causando un estrépito que me hace saltar en mi lugar, es como si estuviera haciendo una rabieta.
—Hannah no está castigada, ya es lo suficientemente grande como para decidir lo que quiere hacer. —Abro la boca al escuchar a mi padre, quien observa a mamá con notable molestia. Los Baker guardan silencio, estamos a punto de caer a un precipicio lleno de gritos.
—¡¡Siempre es lo mismo contigo!! ¡Te la pasas contradiciéndome! —Me recargo en el respaldo cuando empieza a gritar como una desquiciada, mamá debería aprender a controlarse—. ¡¡Nunca me apoyas!! ¡¡A ninguno de los dos les importo!!
Mi madre se levanta arrastrando la silla, haciendo un escándalo, y sale de la estancia, sus pasos resuenan hasta que se convierten en un sonido lejano. Mi padre se quedará durante horas en la oficina, fingirá que está haciendo trabajo con tal de no verla.
Papá suspira y le da una mirada de disculpa a los Baker, yo me escondo mirando los vegetales que no he tocado.
—Creo que lo mejor será irnos, ¿nos despides de Lou? —pregunta Rianna—. Nos vemos luego, Hanny.
Le doy una sonrisa y un asentimiento. Ellos se levantan, mi padre y yo hacemos lo mismo para guiarlos hasta la salida. Me quedo parada en la entrada de la casa viendo cómo se despiden hasta que Liam me jala el brazo y me arrastra a sus brazos, antes de que pueda entender lo que está haciendo, sus labios me dan un beso corto y fugaz. Lo miro con dolor, detesto que quiera aparentar delante de nuestros padres, pero es algo que se debe hacer para no levantar sospechas, él no quiere que lo castiguen. Disimuladamente lo empujo colocando mis palmas en su pecho, doy un paso atrás para mantenerme segura, y no vuelvo a mirarlo.
Ellos se van, papá y yo nos perdemos en el interior de la casa sin hablar acerca de lo que ha ocurrido durante la cena.
Una vez en la soledad de mi habitación, pienso en el chico que he amado durante mucho tiempo, puedo resolver problemas matemáticos en poco tiempo y recitar con rapidez los elementos de la tabla periódica, pero nunca he podido descifrar el enigma que es William Baker.
* * *
Hola, Zelers <3 yo tampoco puedo entender a William(? nah, mentira, yo sí lo entiendo :v ¿cómo están? Yo estoy en mi camita porque hace mucho frío, se me endurecen los dedos. Espero que hayan disfrutado el capítulo, voy a actualizar pronto, así que estén alertas. De nuevo los invito a que se unan al grupo de facebook "Lectores de Zelá", hay adelantos de la historia y mucho amor, el link está en mi perfil por si no lo encuentran en el buscador.
Saben que los amo!
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