Capítulo 02
* * *
—Hannah, mira nada más cómo vienes —dice mi madre apenas entro a la casa. Se acerca dando pasos largos en sus tacones altos.
—Estoy bien, mamá. —La esquivo justo cuando va a tomarme el brazo. No tengo ganas de ser cuestionada, y no quiero mentirle asegurando que no ha pasado nada malo entre Liam y yo esta noche ni ninguna otra.
Con la ropa goteando, subo las escaleras corriendo, una vez en mi habitación, cierro la puerta con seguro, me recargo en la madera y lanzo un suspiro. Mis cabellos se pegan a mi cara, gotas de agua recorren mi piel, la ropa comienza a picar debido a lo pegada que está. Me deshago del vestido y lo arrojo al suelo. Había elegido este atuendo semanas atrás, creyendo que a Liam le gustaría, tenía la esperanza de que la pasaríamos bien, ¡qué equivocada estaba! Fue peor que otras veces.
Sin ponerme pijama, voy hacia la cama y me dejo caer, agarro la almohada y la abrazo como si se tratara de un oso de peluche, trago saliva con fuerza para retener las lágrimas que quieren salir, mis ojos queman tanto que no puedo retenerlas más. Estoy segura de que me ignorará por unos días mientras se divierte con alguna chica y luego vendrá a casa y me pedirá disculpas, dirá cosas agradables, me prometeré no caer esta vez; pero al final romperé mis promesas y seguiré siendo la misma tonta de siempre.
Escucho pasos afuera de mi alcoba, me apresuro a cerrar los párpados justo a tiempo pues alguien abre la puerta, pronto los tacones de mi madre cruzan el umbral y se aproximan a mi cama. Escucho un suspiro melancólico, no me gusta ignorarla o no contarle lo que me pasa, ella es la única amiga que tengo. Quizá sus consejos no son los mejores del mundo, sin embargo, la quiero, solo somos ella y yo.
Mamá sale de mi habitación, no sin antes cubrir mi cuerpo con una sábana.
El lunes abro los ojos antes de que suene el despertador, miro por un bien rato el reloj digital, observo cómo cambian los minutos, faltan cinco para que pueda levantarme, odio despertar antes de que suene la alarma. El sonsonete se deja escuchar, por lo que no me queda otra opción más que ponerme de pie.
Me planto frente al armario y abro las puertas blancas de techo a piso, mis ojos pasean por las prendas perfectamente colgadas por colores, temporada y estampados. Elijo una de mis faldas más bonitas, es de color blanco y me llega arriba de la rodilla, tiene encaje en el borde inferior; mi blusa rosa combinará con mi labial favorito, todo quedará perfecto con aquellos zapatos que mamá compró en Italia una vez.
Me pongo los pupilentes de contacto, frente al espejo me maquillo, cubro las imperfecciones de mi rostro y escondo las ganas que tengo de quedarme en la cama ya que no quiero ver a todas esas personas que solo están esperando que caiga para burlarse de mí en silencio.
Sonrío lo más que puedo, tal vez me lo crea si me digo una y otra vez que soy feliz, quizá sea lo suficientemente convincente como para que los demás lo crean también.
Mis padres ya están sentados en el comedor con platos de fruta y vasos de jugo de naranja. Veo el pequeño recipiente que me está esperando, me aproximo dando pasos cortos para no llamar la atención, no obstante, ninguno de los dos levanta la vista, están muy ocupados en sus teléfonos celulares, muy ocupados como para percatarse de lo hastiada que me encuentro.
Me dejo caer en mi asiento y observo la piña, la sandía y el melón revueltos.
—La nutrióloga dijo que esta semana no podremos consumir Splenda —dice mamá.
Me muerdo la lengua para no responderle una majadería, no hay nada que deteste más que eso, que me diga qué tengo que comer y cómo debo hacerlo; pero odio no tener el valor para enfrentarla, hacemos esto de las dietas juntas porque para ella es más fácil tener compañía.
Comemos en silencio, de cierta forma agradezco este tiempo para estar conmigo misma, sigo dándole vueltas al asunto en mi mente, ¿cómo demonios deberé comportarme hoy?
Llego a la escuela muy temprano, apenas pongo un pie en el pasillo, el alma se me va a los pies, ¿no puede tragarme la tierra? Me quedo estancada y doy pasos atrás antes de que se den cuenta de mi presencia. Trago saliva al tiempo que me pego a la pared en un intento de buscar apoyo, pues siento que las piernas me fallarán en cualquier momento y dejarán de sostenerme.
Intento con fuerzas aligerar el nudo que se ha formado en mi garganta, y el cual amenaza con asfixiarme. No puedo creer que esté haciendo eso delante de todos, tampoco que mis supuestos amigos estén ahí, actuando como si fuera normal; no debería sorprenderme.
Me quedo en el mismo lugar, a pesar de que casi no puedo controlar las imperiosas ganas que tengo de darle una palmada en la mejilla, también quiero llorar, pero eso ya puedo retenerlo con facilidad.
No me muevo, tal vez si me quedo quieta el tiempo pase rápido, me gustaría que la imagen de William sosteniendo a Iveth saliera de mi cabeza, al parecer no puedo dejar de atormentarme con sus brazos alrededor de su cintura, quizá es mi culpa por quedarme escondida detrás de una pared, siendo patética, sintiéndome ridícula y cobarde.
El timbre suena minutos más tarde, en realidad no sé cuánto tiempo ha pasado. Rezo silenciosamente para que no pasen por aquí, gracias al cielo no lo hacen. Respiro profundo antes de salir de mi escondite, el pasillo está vacío, ahora puedo acercarme a mi casillero sin tener que enfrentar mi realidad.
Abro la caja metálica con pesadumbre, lo único que me apetece hacer justo ahora es correr y esconderme para poder llorar, incluso gritar.
Busco los libros de la primera clase, sabiendo bien que llegaré tarde, luego recuerdo que me toca gimnasia.
—Mierda —digo al darme cuenta de que ni siquiera era necesario venir a mi jodido casillero.
—Jamás hubiera imaginado que esa boquita santurrona dijera cosas tan grotescas.
Antes de poder reaccionar, una mano vuela y se apoya contra el casillero causando un estrépito que me hace saltar. Me apresuro a salir del encierro, para mi mala fortuna él es más rápido, con facilidad me encarcela colocando su otra mano en el costado libre.
No había pensado en lo que hice el día de la fiesta, Oliver Doms no se escucha muy feliz, su respiración se asemeja a la de un toro furioso.
Me doy la vuelta, queriendo aparentar que no estoy amedrentada, pero su mirada intensa puesta en mí hace que de un paso atrás. Una de sus comisuras se eleva como si estuviera disfrutando una broma personal.
—¿Podrías hacerte a un lado? Tengo que ir a clases.
—Tiene cien años de perdón —dice. Mi ceño se frunce, ¿de qué habla?
—¿Qué? —pregunto, desconcertada.
—Ladrón que roba a ladrón tiene cien años de perdón. Lástima que no soy ladronzuelo y yo no perdono, Hannah. —Se me corta la respiración cuando se aproxima, su nariz se pega a la mía, puedo oler su perfume varonil. Quiero hacerme hacia atrás, pero ya no tengo espacio, mi espalda está pegada al metal, y él está demasiado cerca, invadiendo mi espacio personal.
—¿Qué? —cuestiono con nerviosismo.
—«¿Qué?» ¿Eso es todo lo que sabes decir? No sé cómo es en tu mundo de castillos de arena, pero en el mío no puedes ir por ahí besando a los demás, a menos que... —Hace una pausa. Mi corazón late de prisa cuando una de sus manos se escabulle, su dedo pulgar cepilla mis labios con suavidad, recorre el inferior de un lado a otro. Mi piel hormiguea, su cercanía me aturde—. A menos que me des algo a cambio, de lo contrario le diré a todos, sobre todo a tu perfecto Liam, que te me lanzaste el otro día. ¿Crees que se alegre si le digo que su fiel enamorada me ha besado? Ahora imagina cuando le diga que no fue solo un beso, fue algo más delicioso que eso, ¿verdad? —El tono de su voz es bajo y sugerente al decirlo.
Un escalofrío me recorre, ¿qué carajos se supone que tengo que responder?
—Eres un majadero —murmuro.
—Te espero a la hora del almuerzo en la biblioteca —pide a lo que niego con la cabeza.
—No, no iré —aseguro.
—¿Quieres apostar?
No espera a que le responda, se aleja y se larga, dejándome en el pasillo como una lapa pegada al casillero.
Después de la clase de deportes y de ducharme en las regaderas de la escuela, salgo al vestidor y voy en busca de mi ropa. Hay chicas por todas partes, hablan demasiado alto.
—¿Cómo se portó? —pregunta alguien.
—La verdad es que es encantador, Liam se portó como un caballero después de la fiesta. —Miro al suelo tan pronto escucho esas palabras, no me queda más remedio que pasar por ahí, estoy segura de que Iveth se puso aquí a propósito, es notorio el enamoramiento que tiene por él—. Estuvimos juntos hasta la madrugada, luego me llevó a casa y me dio un romántico beso de buenas noches.
Trago saliva para prevenir la bola que amenaza con adueñarse de mi garganta. Respiro hondo al tiempo que abro el casillero de los vestidores y saco la bolsita que contiene mis pertenencias.
Algunas se ríen, otras cuchichean, estoy segura de que todas están mirando mi espalda, mi nuca.
Con movimientos forzados obtengo lo que necesito, estoy apretando tanto los dientes que han comenzado a dolerme. No sé qué me duele más: si saber que Liam se acostó con otra, aunque ya me lo imaginaba, o confirmar que a las demás las trata mejor que a mí.
Podrá sonar ridículo, tal vez hasta estúpido, pero me lastima muchísimo que me trate mal cuando se supone que debería apreciarme de alguna forma por todo el tiempo que hemos compartido, por todo el amor que le tengo, así sea correspondido o no.
Me pongo la ropa con calma, como si no me estuviera desmoronando en el interior. Duele, me parte en dos, y me destroza más no poder gritarles a estas perras lo que pienso de ellas. Es lo malo de tener una imagen que no puedes alterar, debes seguir ese papel al pie de la letra. El mito dice que la chica popular es la reina del alumnado, aquí el alumnado se ríe de la chica popular, mientras ella finge que le importa un carajo cuando todos saben que no es verdad.
Me termino de poner mis prendas, me enderezo y plancho mi falda con los dedos temblorosos.
—No le haga caso, Iveth es una zorra —dice Mirian, quien se coloca a mi lado. Pone su mano en mi espalda y da golpecitos con la intención de animarme, no puede ser más hipócrita, es como si me estuviera encajando una estaca—. Hay que apresurarnos o se va a llenar la cafetería.
Brenda está del otro lado, a veces me pregunto por qué se me acercan si es evidente que no tenemos una gran amistad, ellas la tienen. Luego recuerdo que las conocí por Liam, pertenecían a su grupo social, yo quería ser parte de ellos para agradarle a él, así que me hice amiga de Mirian y de Brenda. ¿Por qué todo de pronto me sabe insípido?
Me giro con una sonrisa ensayada y empiezo a caminar sin comprobar si alguien me acompaña porque sé que me están siguiendo.
Hay mucha gente amable que me sonríe de verdad, como Milton Strike, es un genio para la Química; Kealsey Bower y su guitarra; y Nathan Sooners, el mejor amigo de Liam, quien se acerca trotando en cuanto nos ve. Les da un saludo rápido a las chicas y sigue el ritmo de mis pasos sin dejar de mirarme por el rabillo de su ojo.
—Dime que no lo hizo de nuevo —dice haciendo una mueca. Nathan es una buena persona, y probablemente también es mi mejor amigo o lo más cercano ahora que Shawn no está conmigo, pues sé que, si tuviera que elegir, elegiría a Liam, es algo de lealtades y esas tonterías.
Me gustaría que William fuera más como Nathan, quien no toma ni fuma ni asiste a fiestas ridículas ni se acuesta con mujeres teniendo novia.
—No lo hizo de nuevo —digo encogiendo los hombros. Suelta una maldición entre dientes que hace que mis comisuras tiemblen.
—Ese cretino, no puedo creer que lo haya hecho otra vez.
En ese momento entramos a la cafetería, nos dirigimos a la fila para tomar nuestros almuerzos. Veo con añoranza la comida chatarra, sin embargo, me regaño y tomo un plato de pollo y otro de ensalada.
Casi quiero bendecir cuando veo que Iveth no está con Liam, al menos no tendré que esconderme en el receso. Dios, actúo como una idiota.
Tomo asiento a su lado como cada día, destapo el agua embotellada y estudio el platillo con lechuga, jamón, queso y jitomate, mientras los chicos hablan del próximo partido, jugarán contra un equipo importante, así que no pueden hablar de otra cosa. Mirian y Brenda charlan sobre un vestido que vieron en el centro comercial.
Suspiro y alzo la cabeza lo suficiente como para mirar alrededor, no lo veo por ningún lado, tal vez ha decidido olvidar lo que pasó más temprano. Eso espero porque no me da buena espina, y no me gusta lo que me provoca cuando lo tengo cerca.
Pero mi mala suerte no deja de hacerme crueles jugarretas, veo el tumulto de cabello castaño en medio de la multitud. Oliver está apoyado en una pared mirándome fijamente. Tiene un cigarro entre sus dedos, no puedo creer que le importe un carajo que alguien pueda verlo con esa porquería, la escuela no nos permite fumar en sus instalaciones.
Le doy un trago a mi agua porque de pronto siento la boca seca.
—¿Han? Tierra llamando a Hannah. —Las risitas de Mirian me sacan de mi trance, la miro con el ceño fruncido—. ¿Qué te tiene tan pensativa?
—Nada, nada... —Respiro profundo, espero que no pueda sentir lo nerviosa que estoy—. ¿Qué decías?
—Le decía a Brenda que el vestido del centro comercial tiene que ser mío, ¿te gustaría ir con nosotras el viernes? Por favor, sabes que nos encanta cuando nos acompañas. —Me quedo en blanco.
Un movimiento llama mi atención, el corazón me da un brinco violento. Oliver Doms empieza a caminar, porta una sonrisa cínica en su rostro, y la dirección de sus pasos es todo lo que necesito para saber que viene hacia acá. ¡Mil veces maldito! ¿De verdad se va a plantar aquí y les dirá lo que hice? Claro que yo podría echarle la culpa y decirles a todos que él me besó a la fuerza como hizo con Mirian, pero eso sería bajo, nunca lo haría; tampoco quiero que sepan que estaba tan dolida que terminé besándolo.
—¿Hannah? —Ella de verdad necesita mejorar el timbre tan chillón que tiene si quiere tener compañía en el futuro.
—Lo pensaré, chicas, saben que me encanta acompañarlas, pero con todos los pendientes de la graduación no sé si voy a poder —digo la primera excusa que se me ocurre y me pongo de pie con más rudeza de la necesaria. Los ojos de Nathan me enfocan, ese gesto hace que William me note por primera vez, ni siquiera puedo mirarlo, no cuando me siento tan traicionada, así que veo hacia todas partes menos a él—. Tendré que marcharme, no hice la tarea.
—Tú siempre haces los deberes —dice Nathan divertido.
—No los de Artes.
Empujo mi silla con rapidez, con el cuerpo rígido me encamino a la salida.
—Ya se le pasará. —Alcanzo a escuchar sus palabras. Me dan ganas de regresar y darle una bofetada, de gritarle que no se me pasará porque me ha lastimado de nuevo, y eso se queda, no se va. Puedo aparentar que ha pasado, pero recuerdo cada cosa que ha ocurrido entre los dos. Liam ni siquiera intentará arreglar la situación esta vez, es tan doloroso, y a la vez pienso que no debería quejarme tanto si yo misma me lo he buscado. ¿Cómo arreglar algo que no tiene compostura?
Todo el trayecto a la biblioteca lo hago agitada, huyendo de lo que ha dicho, no quiero que se me pase la rabia y el enojo, quiero sentirlos vibrando y que cobren fuerza, a ver si me hacen fuerte. La bibliotecaria me recibe con un gesto amable, me escabullo, aunque no sé si debería, me meto en uno de los pasillos más solitarios y el que más me gusta por el contenido de sus obras; en ocasiones me gusta venir aquí, tomar un libro y sentarme en el suelo por horas hasta terminarlo, es bueno vivir vidas que no son la mía.
Me detengo frente a una estantería, agarro fuerte la madera para no caerme pues de pronto me siento mareada y aturdida. Olvido por completo cuál fue la verdadera razón por la que he venido a esconderme aquí en primer lugar.
¿Ya se me pasará? ¿Tanto me odia? ¿Tan poco me he convertido para William Baker? Tal vez es hora de dejarlo ir para que sea feliz, quizá yo no vaya a serlo, pero tampoco soy feliz a su lado.
—Pobre Hannah, ¿aquí es a dónde vienes a llorar para que nadie te vea? —Cierro los párpados, ¿por qué tuvo que aparecer justo ahora? Lo único bueno es que le estoy dando la espalda, así no puede ver mi cara—. Siempre me has dado mucha curiosidad, ¿sabes? La perfecta Hannah Carson: la reina de las chicas, la dueña del cuadro de honor, la más linda, educada, amigable, rodeada de amigos, hija de una de las familias más prestigiosas de la ciudad y novia de un jugador estrella con la misma fama que ella. Pero lo único que veo ahora es a una chica patética que se esconde para que nadie vea lo que siente, deja que unas terribles tontuelas se burlen de ella, que su novio la insulte y humille, y hace como que nada ha pasado delante del mundo. No sé cómo lo soportas, lo peor de todo es que crees que actúas y no, no finges bien, por eso es que a los demás les causas gracia.
Siento que una lágrima resbala por mi mejilla, sí, también vengo aquí a llorar.
Entiendo el posible resentimiento que debe sentir hacia Liam ya que lo trató muy mal delante de mucha gente en el pasado, pero ¿por qué me habla a mí de esa manera?
—No tengo por qué soportarte —murmuro con el timbre enronquecido.
—¡Oh! Ese es tu problema, que no puedes soportar que la gente te diga lo que piensa directo a la cara, prefieres que hablen mal de ti a tus espaldas para poder hacer tu teatrito de la chica perfecta y feliz, ¿no?
Tenso la mandíbula y me doy la vuelta a pesar de mis ojos llorosos, Oliver se sorprende de mi reacción, ¿qué esperaba? Empiezo a caminar hasta que lo tengo a unos cuantos centímetros de distancia.
—Tú no tienes idea de quién soy, ¿me escuchas? —Golpeo su pecho con mi dedo índice, el enojo fluyendo por mi cuerpo como terremoto, como un volcán erupcionando, él saca lo peor de mí—. No tienes derecho de venir a decirme todo esto, si estás enojado con Baker ve con él, pero no te metas conmigo.
—Tengo derecho porque me besaste en la fiesta —dice con los dientes apretados. Su aliento se estampa en mi rostro.
—No, no lo tienes, tan fácil sería para mí decirles que me obligaste, ¿a quién crees que van a creerle, Oliver? —Sus párpados se disparan y se pegan a su frente por el asombro—. Pero no lo haré, ¿sabes por qué? Porque tal vez soy todo lo que has dicho, pero nunca le haría daño a alguien a propósito, no soy como ellos, no soy como tú.
Se recompone de la sorpresa, alza una ceja con descaro. Aprieto los puños porque de pronto me dan ganas de apretar su cuello para que se detenga de una buena vez. No puede aparecer en mi vida y hacer lo que se le antoje con ella, ya son muchas las personas las que opinan, no necesito que un vándalo crea que tiene poder sobre mí.
—Tienes razón, Hannah, por eso mismo te lo repito. —Da un paso hacia mí luciendo amenazante, respiro profundo, pero no me muevo y no lo haré—. Vas a darme algo a cambio si no quieres que todos se enteren que me besaste. Yo no me ando con juegos.
—¿Por qué crees que me importaría si a Liam no va a importarle?
—Eso mismo me pregunto yo todo el tiempo, pero no me interesa lo que sucede en tu mente, princesita. —Chasquea la lengua. El tono despectivo de su mote me hace retorcer—. A mí el qué dirán dejó de importarme hace mucho, a ti no.
Miro hacia otro lado, es increíble que me esté sucediendo esto y precisamente en este momento, ahora tendré que aguantarme y darle alguna cosa extraña a este lunático para que deje de molestarme.
—¿Qué quieres? ¿Dinero? ¿Ropa decente? —Aprieta su mandíbula.
—Claro, eso es todo lo que te importa, ¿no? Dinero, ropa, tonterías, por eso piensas que todos somos vacíos como tú. —Por segunda vez en el día muerdo mi lengua, pero esta vez para aguantar y no echarme a llorar como una niñata. Estoy cansada, harta de todas las personas que me rodean y que piensan que no soy nada—. Te voy a obligar a ser mejor.
Me quedo confundida cuando se da la vuelta y, tenso, desaparece de la biblioteca, ¿qué demonios significa eso? Saco el aire que estaba conteniendo y dejo mis extremidades flojas. Mi vida no podría ser peor.
* * *
HOLAAA :3 Y BIEN, ¿QUÉ OPINAN? ¿Les está gustando la historia? Espero que sí, ¿qué creen que vaya a pasar? Nos leemos súper pronto, los amo.
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