
INTRODUCCIÓN
El hombre mantenía la mirada inquebrantable en la menor de sus hijos desde la ventana de su despacho con una copa de aguardiente en la mano de una tarde fría, curiosamente. Era en esos momentos donde la bebida era mejor compañera que el de un humano, que traía más problemas y pocas soluciones. Y él lo sabía, sí que lo sabía. Porque las caídas quedaban guardadas en la mente para no sufrir otro o para recordarte cada vez que uno caía.
La vida siempre se burló de él, lo supo desde el día que su hermano mayor era tratado con mayor afecto que a su persona, lo confirmó cuando se casó con aquella mujer que le dio dos hijos y luego se largó de sus vidas y redactó como su maldición al enterarse de la fuga de su primogénito a una vida marítima con la mitad de las arcas familiares.
Había que agregar a la independencia que le hizo perder negocios y bajar su posición social al principio como criollo, sin embargo, no fue a razón suya sino a un acontecimiento que ya se auguraba desde el pasado virreinato.
Pero el humano tiende a fijarse en lo negativo, aunque este sea pequeño, y no en lo positivo que tiende a ser más grande. Ya que a pesar de todo lo vivido, la vida lo trato bien a su manera, aunque lo negara.
O empezó a recordarse Dios de él desde hace una década.
Diez años pasaron desde aquel día donde Eleonor interrumpió su despacho con quince años de edad y le pidió solo cinco minutos de su tiempo para conversar. —una sonrisa se formó en su rostro— que luego se convirtió en una hora y finalizó con un hablamos mañana.
Grata fue su sorpresa al saber las habilidades de su hija en los números y los negocios. Recordaba como al comienzo Eleonor se puso distante, hasta un poco recelosa con sus conocimientos, seguramente creyendo que le iba a castigar o mandarle a un convento por refutar en las decisiones que tomó sobre los negocios familiares. La verdad es que en esos momentos podía dejar su orgullo masculino con tal de instruirse e invertir el poco presupuesto que mantenía, ya que no era nada oculto que estaba en la quiebra.
Y fue desde ahí, cuando la prosperidad llegó a la familia Uñac.
Primero realizó inversiones en pequeños negocios de telas, dejó de asistir a fiestas y por ende dejar de comprar ropa que solo usaban una noche, alquilar campos en la amazonia y poner a trabajar a indios y esclavos en la producción de coca, y después de un tiempo por fin se pudo ver las ganancias, que le hizo comprar una mina en Pasco.
Eso fue el detonante para que toda Lima lo declarara unos de los hombres más ricos.
Nadie nunca sabría que detrás de Pedro estuviera la mente maestra de su hija y fuera quien la que logró todo ese imperio.
Eleonor, la bella niña ya convertida en una dama. Era una lástima que fuera mujer y no un hombre. En sus veinticinco años seguía a su tutela a pesar de los varios pretendientes que tocaron su puerta. No veía una vida donde observaba a su hija casada, con un esposo que solo la tenía de trofeo y no sacaba el potencial de sus conocimientos, la había agarrado un cariño y un amor paterno que pocos tenían con sus hijas.
Y fue ese amor y la prosperidad de sus negocios lo que le llevó a tomar esa decisión que rondaba hace días en su mente.
Su hija nunca se casaría. A cambio, se encargaría de administrar todos los negocios de la familia. Pero antes tenía que pasar por una prueba que mostraría que ella no se dejaba llevar por sentimientos.
Tendría que marcar a un esclavo con una carimba.
Se llevó la copa de aguardiente a los labios y de un solo sorbo se tomó la bebida, sintiendo cómo ardía su garganta por el alcohol.
Lo lograría, si que lo haría.
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