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III

 Huir.

No lo pensó dos veces, antes de enrollar el pequeño trapo en una varilla con la única muda de ropa que tenía y emprender nuevamente la huida. Lo único que cambiaba en la historia es que llevaba una escopeta cargada.

De las caídas se aprende para no tropezar nuevamente, aunque muchas veces uno tiene que levantarse por supervivencia y no, porque quiere seguir adelante.

Fue fácil salir de la hacienda, ya que ese día el amo estaba contento con el compromiso de su hija, que extendió su ánimo con la servidumbre al darle desde las cinco la liberación de sus trabajos cotidianos. Por ahora, en medio de la noche solo esperaba no cruzarse con ningún ladrón que no era rumor para nadie, tendían a robar a los viajeros, a comerciantes y a cualquier persona que pasaba por su "territorio" y él, era un cimarrón que el único objeto de valor era esa escopeta, pero que era propenso a cruzarse con esos hombres.

Mientras corría para llegar a su primera parada. Recordó lo acontecido esa mañana.

Desde que había intentado escaparse de esa hacienda y capturado hace tres días lo mantenían en el establo de las vacas con solamente un alimento al día y le tiraban veinte latigazos que únicamente abrían la piel que intentaba cicatrizar. Esa mañana el capataz, le había despertado a base de patadas para luego tirarle un pedazo de pan seco y agua, lo cual era extraño, ya que le entregaban su alimento recién al medio día. Supuso que lo mantendría de esa manera todo el día, ya que no era apto para realizar algún trabajo por su estado deplorable. Lamentablemente, a media mañana, entró el hombre con dos indios que le ataron las manos y lo llevaron a rastras seguramente al medio de la hacienda donde había un tronco plantado donde sujetaban sus manos y le tiraban látigos en presencia de todos los esclavos e indios que trabajaban a esa hora, para mostrar que nadie se podía pasar de listo en presencia del amo.

Lo que le sorprendió, fue que le llevaran hasta donde el amo, el capataz y una mujer de la misma condición social del primero. No podía levantar la mirada, por lo que entre los hilos de su cabello podía observar cómo le entregaban un fierro al amo, algo que era raro porque el capataz era él que le castigaba. Sintió que alguien rodeaba su cuerpo, por cómo se erizó su cuerpo por la presencia de esa persona a solo menos de un metro. Después escuchó los pasos bruscos de otro, que colocó un ¿papel? En el hombro. No sabía mucho, pero las historias de su padre de cómo marcaban a las personas de su misma raza le alumbró en la mente, deduciendo que le iba a marcar con la carimba, aunque eso estaba prohibido y ya hace años que se perdió esa costumbre. Si le querían castigar por sus actos, mejor era matarlo que marcarlo como a una bestia. Tuvo el anhelo de escapar, para evitar que le realicen tal acto, no obstante, el dolor del cuerpo y el saber, que había varios hombres y el amo, en una le atraparían.

Cerró los ojos.

No podía ver, pero, si el dolor de esa quemadura sin todavía sentir le desesperaba.

El impacto del fierro caliente nunca tocó su piel, no obstante, si el de la tierra.

No observó cuando cayó, solo el sonido del impacto. Y al segundo, los pasos acelerados, los suspiros y una voz exigiendo que lo arrastraran al corral. En el camino, observo al metal cubierto de polvo y al levantar la mirada, a aquella mujer que acompañaba al amo, sin embargo, ahora corría, como si la vida dependiera de ello.

Los recuerdos le nublaron la carrera y nada más despertó al escuchar quejidos, sin hacer tanto alboroto movió algunos arbustos y observó lo más deplorable que el ser humano realizaba.

Un líquido inundó su cuerpo que nubló el dolor de las heridas de su espalda y el cansancio de correr, para enfocarse su rabia en esos malnacidos que se aprovechaban de una mujer que solamente Dios sabía cómo había llegado ahí. Había aprendido a las malas que dejara de ser impulsivo, por lo que ahora podía tomar en práctica las enseñanzas de su progenitor. Si se enfrentaba, iba a ser tres contra uno, lo cual le dejaba en desventaja. Los observó, aunque le asqueaba lo que hacían, se dio cuenta de que estaban desarmados. Ese era un punto a su favor, y la zona parecía perfecto para una emboscada por lo que agarró la escopeta y se escondió entre los matorrales y empezó a disparar, su objetivo era la pierna de uno de los hombres y lo logró por su destreza en armas herir a otro con el roce de la bala, al instante se acomodó y corrió hasta estar detrás del árbol, tirando una vez del gatillo llegando al brazo de uno de ellos, luego una vez más se movió para poder disparar al otro que sin importar ver a sus compañeros heridos se apañaba en desgarrar la enagua de la mujer, este cayó al piso con una bala en el pecho. Los otros dos que solo tenían unas de sus extremidades con una bala empezaron a arrastrarse por el piso buscando una manera de escapar, dejando a la mujer con las ropas desgarradas y al borde del desfallecimiento.

Inmediatamente, fue a socorrer a la mujer que mantenía los ojos cerrados. Tuvo que arrodillarse para ver si seguía viva, agarrando uno de sus manos para buscar por la muñeca su pulso.

La alegría que su pulso todavía era estable, fue como devolverle la vida.

No podía dejarla tirada en el camino, como si nunca la hubiera visto. Pero tampoco podía llevarlo, siendo el estar herido y en una carrera para que estuviera lejos cuando se dieran cuenta que huyó. Miró en todas las direcciones, y observó a un caballo que parecía la sombra de la noche. Se acercó para observar más detenidamente con la mujer en brazos y se dio cuenta que había una especie de tela desperdigada en el piso con objetos, viéndolo fijamente pudo ver que eran pulseras, collares y algunos aretes bañados de oro con alguna piedra entre papeles. Era de la mujer que llevaba en brazos, ya que llevaba unos pendientes iguales a las joyas que había en ese lugar. No sabía de quién era el caballo, si de ella o de esos hombres. No tenía tiempo. Enrollo esa sábana y la colocó detrás de su espalda junto con sus pertenencias. Luego acomodo entre la montura a la mujer, y luego subió el. Viendo que el gigantesco tamaño del caballo, podría llevarlo a los dos, agarró las riendas y lo tiró, para que este empiece a andar hasta su primera parada.

Al final llegaría más rápido y sin tanto esfuerzo, lo extraño es que al observar el rostro de la mujer este le parecía conocido.

Y podría jurar que era la primera vez que lo observaba. 

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