II
Eleonor peinaba la crin de su caballo en las caballerizas. Su melena negra e imponente altura nunca le dio miedo, al conocerlo desde que era un potrillo. El animal se dejaba acicalar, entre relinchos que animaba a la dama. Cuando terminó, pidió a uno de los cuidadores que lo prepararan mientras ella se iba a lavar las manos. No demoró mucho, ya que en unos minutos ya estaba montada en el caballo sujetando las riendas.
Tuvo que pasar por el patio delantero de la casa para poder salir a observar los campos, vestida con su saya y manto dejando observar solo uno de sus ojos azules. La tarde se mantenía con un sol poco potente al estar recién entrando a la estación de la primavera.
A la distancia observó a su padre junto con Javier Villa, un hombre que le pretendía hace un año y pasaba siempre a saludar luego de regresar de algunos de sus viajes marítimos. Pidió hace medio año su mano, al que se le fue negado con la excusa de estar prometida. No se dio el nombre de ningún caballero, pero la gente de la elite limeña creaba los rumores que era algún militar español o inglés, con el que estaba comprometida desde su nacimiento. El no fue ni el primero ni el último que lo pidió, pero por años se salvó, hasta ahora. Por la sonrisa que traía seguramente su padre le ofreció como pescado en el mercado a su preciada hija. Era la sonrisa de un ganador. No de alguien que se sintió feliz de su compromiso por estar enamorado, tenía ese toque de arrogancia.
Le dio repulsión, de que lo observaran como un trofeo cuando no era una maldita estatuilla que lo podía poner sobre una cómoda. Ella era un ser humano como él. Le importaba muy poco si era uno de los hombres más ricos y solo lo viera una vez casada dos veces al año. No iba a dejar que un hombre le dominará y tomará las riendas de su vida por ser su marido. Ella disfrutó por veinticinco años de alguna manera la libertad, no iba a dejarlo ahora porque ya no le servía a su padre. Salió del vientre de su madre siendo mujer, pero no iba a acabar como la mayoría. Ella tenía que ser como las pocas mujeres del mundo que solo eran contadas como leyendas, Eleonor iba a ser independiente. Aunque eso sería renunciar a una vida de lujos y negar a su familia.
Si la felicidad consistía en satisfacer a una primero y no a sus seres queridos, lograría conseguirlo ya que entendió que, para ellos, ella era un ser efímero.
Todos estaban durmiendo, la única en vela era ella con un baúl pequeño, que se le hacía difícil movilizarse. Era una tontería creer que podía fugar con semejante objeto, por lo que regresó de la puerta de su cuarto a su cama a tirar todas las cosas que tenía en él, e hizo una especie de nudo con la tela para poder cargarlo en su espalda y salir una vez por todas de esa casa que le vio crecer tanto biológicamente como intelectual, pero también caer en el valor que se tenía, hasta ahora. Nunca consideró que iba a posar sus manos en la barandilla de la ventana para otra cosa que no sea observar las mañanas o los atardeceres, le sorprendió que tomó el impulso que le hizo sacar sus piernas y luego todo su cuerpo, su cabello se enredó entre la madera que enmarca la ventana, recordando que otra de las tonterías que hizo esa noche fue no sujetar su cabello o trenzarlo. Pero a pesar del dolor de su cuero cabelludo al fin estaba en el patio de la casona con pocas pertenencias y la decisión de no volver atrás.
Solo se escuchaba el ulular del viento contra los árboles, las lechuzas en medio de la noche y el crujir de las hojas del piso por cada paso que daba. Su pulso le jugaba a mil, al estar a nada más pocos metros del lugar donde residía y no poder andar a pasos rápidos por miedo a que le descubrieran. Había cerrado con pestillo su cuarto, esperando que entendieran tanto los empleados como su padre que ese día no iba a recibir a nadie. No creía en la suerte, sin embargo, esperaba que se dieran cuenta de su desaparición el día posterior a mañana y así poder huir con Aliaga hasta Lambayeque donde tenía más pertenencias valiosas y llevarse el carruaje que había en esa casona, reclamando con el título de propiedad que guardaba una propiedad de la familia que compró a escondida de su padre.
Lo encontró oculto en medio de los arbustos que se camuflaba con su color de piel y altura para no levantar sospechas. El animal al instante de reconocer a su dueña dejó esa pose defensiva que era muy característico en él, a uno manso. Eleonor solo le dio pequeños cariños para luego colocar detrás de la montura su equipaje y de esta manera sujetar la crin para luego colocar el pie izquierdo en el estribo impulsado por segunda vez, pero esta vez para montar el caballo.
Estaba a kilómetros de distancia de la hacienda y la paranoia de que alguien le siguiera no paraba. No lo observaba, sin embargo, si el trotar de un caballo que se escuchaba por los golpes que le daba a la tierra. Había dos teorías: los robadores de noche le realizaban una emboscada o alguien de confianza de su padre, se había dado cuenta de su huida y esperaba el momento exacto para arrinconar. Quería creer que el uso de la saya y el haber salido de noche le hacían pasar por una mujer de dudosa reputación. No esperaba que se dieran cuenta de que llevaba objetos de lujo y era una mujer de buena familia. Por lo poco que sabía, mucho de esos maleantes eran indios y cimarrones que querían vengarse de sus antiguos amos, al despojar de sus pertenencias a comerciantes que cruzaban sus "territorios" y por lo otro, le llevarían como un trofeo de caza al haber salvado la virtud y la reputación de una dama al que le darían un mejor puesto como parte del servicio interno de la casona.
Llegó un momento que se dejó de escuchar los galopes, y con él, el ritmo de su corazón y los pasos de su cabello. A pesar de que le asustaba estar repleta de árboles que le daba un aspecto escalofriante a la noche, pudo mantener por segundos la tranquilidad de que nada le iba a suceder. Ya que ni siquiera ese pensamiento se estableció en su mente, cuando el caballo de manera brusca se paró y observó que entre la rama de los arbustos aparecieron tres rufianes armados con cuchillos y machetes, que acorralaron al caballo y a Eleonor.
El miedo envolvió a Eleonor, sabiendo que lo más seguro es que ella terminaría mancillada y muerta a manos de aquellos hombres una vez que se acercaran. Lo único que sabía con seguridad es que trataría de ocultar su identidad y evitaría que se lleve sus pertenencias a toda costa, así su vida peligraba.
Uno de los hombres se le acercó, mientras los otros rodeaban todavía el caballo. Este la agarró bruscamente del brazo, tirándola del caballo. Una vez tirada en el piso, los otros se acercaron al caballo, donde uno de ellos le agarraron de la crin para ver mejor su rostro, manoseando sus ojos y los dientes del animal. El otro malhechor prefirió acercarse al ovillo de tela y empezó a desatarlo, encontrándose con las joyas de la dama.
Y el que le tiró al piso empezó a patearle el estómago al punto que empezó a sentir el sabor de la sangre en la boca que inmediatamente lo escupió, mojando con la sangre envuelta con la saliva la saya negra. Le dolía todo el cuerpo, pero más sus decisiones. ¿Ese sería su final, en su intento de ser libre? Acaso, ¿Su vida sería mejor, si hubiera marcado como un animal a aquel negro?
Los golpes cesaron. Y cuando creía que esto acabaría, del brazo la jalaron hasta a un árbol, donde varias manos profanaban su cuerpo a su deleite. Las prendas que la cubrían fueron rasgadas dejando observar la piel blanquecina llena de rasguños y los rizos de oro que cubrían el rostro. Mantenía los ojos cerrados que fueron abiertos a cachetadas dejando observar por unos segundos los iris azules sin vida antes de ser cerrados por el estado casi inconsciente de la dama. Esto, en vez de mostrar calamidad, solo intensificó la lujuria en sus ojos. Para luego, empezar a marcarla con mordedura y besos violentos que solamente sacan lágrimas y pequeños gritos que los árboles lo opacaban.
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