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X. La melodía de los muertos.

Enero, 2007.
Aiden.

Aiden siempre se consideró extraño, nunca terminó de entenderse a sí mismo, por mucho que lo intentara, no comprendía su razón de ser, mucho menos para quien vivía.

Sus manos comenzaron a temblar a medida que leía una y otra vez, era como si su voz se proyectara de forma automática en su mente, y eso sólo hacía que se intensificara su dolor.

Lagrimas caían por su rostro y descendian hasta caer en el papel, le pareció ridículo llorar de esa manera, y nuevamente se odió a sí mismo por no sentir ni un atisbo de compasión, ni siquiera con él mismo.

Tuvo miedo de arrugar la hoja y de que se rompiera, así que intentó respirar hondo, consiguiendo como resultado atragantarse y terminar tosiendo. Con cuidado, dejó la hoja y la cinta juntas a su lado, y se abrazó las rodillas aun llorando.

Sorbió por la nariz e intentó respirar de nuevo sin obtener resultados. Su cabeza dio un brinco cuando recordó en donde se encontraba.

Aiden estaba en la esquina de la carrocería, y a menos de un metro estaría Rafael conduciendo.

No puedo dejar que me escuche.

Ese pensamiento detuvo a la fuerza sus sollozos, era estúpido, tal vez ya lo hubiera oído, o tal vez ya lo había visto llorar anteriormente, pero no esa manera. Y no quería que lo escuchara, no esperaba un consuelo, pero no debía de ser agradable escuchar los sollozos de alguien mientras conduces.

Tienes 16, no 12, deja de llorar.

De nuevo, esa voz en su cabeza, esa que podía llegar a ser más cruel que él mismo consigo, y que le recordaba casi a diario que su sentimentalismo lo hacía ver un asco de persona. Su autoestima no era muy bueno, pero habían días en los que mejoraba tan solo un poco, y luego llegaba alguien, con tan solo una mirada o una sola palabra que lo derrumbaba todo.

Ese alguien no existía, era solo una voz en su cabeza, que con el pasar de los días se hacía más y más real.

Con el tiempo se había acostumbrado, pero aun era difícil escuchar sus insultos y mantener la compostura, le alteraba los nervios y en ocasiones le aterraba.

Aiden odiaba estar solo, porque su mente podía llegar a ser el peor lugar para vivir su soledad.

Cerró sus ojos e intentó respirar con calma, se sintió adormilado, y aún con los ojos cerrados agarró las hojas y las envolvió de nuevo en la cinta, el cansancio llegó a su cuerpo, y aun con el papel en sus manos cayó en un sueño profundo, oscuro, que parecía no tener final, al igual que las lágrimas que continuaron cayendo por su rostro, y que dejó de sentir al poco tiempo.

Después de todo, dormir siempre había sido una salida, una forma de escapar de sus pensamientos, a pesar de que muchas veces, se había convertido en un arma de doble filo.

***
    
El ruido de la ciudad era ensordecedor. La ciudad en sí lo tenía mareado.

En lo poco que conocía y que recordaba del pasado, así como lo que llevaba caminando ya, no era mucho lo que podía asegurar había cambiado, seguía sintiendo que era un mundo alterno, y que no parecía estar en el año que correspondía—De cierto modo le recordaba al pueblo del que había escapado, cosa que le alteraba los nervios, aunque trataba de disimularlo— la única diferencia es que era más grande, y contenía de todo un poco, la infraestructura también era extraña en cierto modo, al igual que el pueblo parecía dividida por tiempos, unas zonas más antiguas,  otras más renovadas.

Y con renovadas podemos asegurar que serían más o menos 18, 20 años adelantados en el tiempo sin ser sumamente exagerados

Aiden siempre había considerado eso imposible, pero allí estaba, caminando por una ciudad fenómeno.

Luego de pasar por el siglo XVIII, una zona roja donde se sintió amenazado, y un callejón tan limpio que él había ensuciado con sus zapatos (y que a causa de eso se había ganado varias miradas de reproche y una pelota anti estrés en la cabeza) llegó a un parque, tal vez sería el centro de la ciudad, no lo sabía, pero si que necesitaba un mapa con urgencia.

>>Ten cuidado, puede que encuentres de todo un poco.

Rafael tenía razón, así que no se le hizo extraño que el parque tuviera otros 4 en uno solo.

Y extrañamente sintió que el estómago se le retorcía. Tenía hambre, hacía horas no comía, y llevaba tiempo ignorando los mareos y el brillo blanquecino que a veces las casas y el piso tenían. Cuando encontró un sitio—Si es que se le podía llamar sitio— para sentarse, decidió hurgar en la maleta que Celeste le había dado, habían unas cuantas cosas curiosas, entre esas un globito de nieve—que estaba seguro lo había empacado para molestarlo— y unas cuantas bolsitas transparentes con cuadritos naranjas que le recordaban a unos dulces de panela que alguna vez comió en el pasado. También había una botella no muy grande, en la tapa había una nota doblada colgando.

>>No comas mucho de esos cuadrados que te empaque, come solo 3, te aseguro estarás satisfecho por bastantes horas. No preguntes como se llaman, son dulces por naturaleza, pero sabrán a tu comida favorita, aunque si no les agradas sabrán tan feo como la tierra. Y lo de la botella tampoco tienes por qué saber el nombre, no bebas mucho, 3 sorbos máximo.

¿Qué puede pasarte si bebes de más? Tal vez te desmayes y no vuelvas a despertar, pero sanará tus heridas, con lentitud pero lo harán. Solo dale tiempo al tiempo.

Eso era todo, suerte cubito, ten cuidado con las driades o los ángeles, pueden intentar matarte.

Atentamente: Celeste.

¿Las qué?

A pesar de su interrogante y de querer respuestas, no se permitió dudar de las palabras de Celeste, e hizo todo exactamente igual a como le había indicado, cuando comió el primer cuadrado le supo a dulce de maracuya, el segundo a palomitas de maíz, y el tercero a batido de fresa.

Y vaya que si lo había dejado satisfecho. Era un bocado perfecto, no sintió nauseas, ni dolor de estómago.

Vaciló al destapar la botella y oler el contenido, era un líquido que parecía agua, no tenía olor, pero su color era similar al vino a simple vista. Su sabor era dulce, y provocador, pero aunque su sed no había sido saciada, tomó sólo los tres sorbos que Celeste había indicado, cuando hubo guardado la botella y cerrado su morral, el viento hizo que una de las ramas de la planta que había a su lado le golpeara el rostro.

Su lugar en medio de dos macetas ya no era seguro, no dejaba de ventear, y el polvo estaba llegando a su rostro. No tenía un sabor agradable.

Al levantarse, la ventisca se calmó repentinamente, miró a su alrededor para asegurarse de sí alguien además de él había quedado cubierto de polvo, cosa que no había sido así, le pareció raro, aún habían parejas tranquilas sentadas en las bancas más cercanas, sin una pizca de polvo, con sus sombreros aún puestos, y con una expresión angelical en sus rostros.

Angelical...

Ten cuidado con las driades y los ángeles, pueden intentar matarte.

Ángeles...

En su mente se formó una teoría que esperaba no fuese cierta, pero que, al ser tan probable, le congeló los nervios y lo obligó a empezar a caminar para salir de ese lugar sin siquiera molestarse en sacudirse el polvo.

Cuando estuvo a punto de cambiar de baldosa hacia una más antigua y desgastada, que indicaba una zona distinta, sintió una mirada penetrante desde la distancia, giró su rostro en la dirección de la cual sentía lo estaban mirando, encontrando en medio de un conglomerado a una joven de cabellos dorados y crespos que lo observaba con inquietud.

Cuando notó que había comenzado a caminar en su dirección se vio obligado a moverse más rápido, perdió la cuenta de cuantas zonas llevaba recorridas, y de cuantas veces había divisado el mismo rostro cuando había mirado hacia atrás. Sería la puesta del sol cuando pisó una zona desconocida para él. Había sido como si un imán lo hubiera atraído hasta allí, en el momento en el que pasó frente al cambio de colores claros a oscuros no pudo evitar girar su rostro hacia tal dirección. Las baldosas eran azul oscuro y tenían mosaicos negros dibujados, los edificios eran de tonalidades oscuras y el aire se respiraba distinto allí.

Fue como si toda la multitud que sintió lo estaban mirando se hubiese desvanecido, ya no sentía aquella mirada, era como si se hubiera desvanecido junto con el resto de la población, no sentía pasos tras él, solo una extraña sensación de paz, de seguridad, a pesar de que seguía sintiendo que desde algún lugar alguien seguía mirándolo y que la desconfianza comenzaba a nacer en su corazón, pero culpó a su paranoia, y siguió caminando.

A pesar de que algo en su mente le gritó que no avanzara, él no pudo evitarlo.

Cuando hubo llegado al centro de la zona se encontró con una hoguera de llamas azules; en ella el fuego resplandecía, pero sus llamas no transmitían calor, al contrario, se sentían tan frías como el hielo. Había oscurecido por completo, era extraño, ¿había pasado tanto tiempo desde que se había adentrado a aquella Ciudad? A sus oídos llegó el sonido de una campanilla movida por el viento, las llamas se apagaron y en las baldosas se dibujó un camino de líneas brillantes de color acuoso, todas en conjunto formaban un árbol, un árbol con una brújula en el centro.

Aiden sintió que sus articulaciones no se movían, estaba paralizado, y no sabía si era por la desconfianza o la incertidumbre, o incluso el miedo, aunque para él desde hacía mucho tiempo había dejado de ser una creencia que el miedo existía.

No podía llamar miedo a sus sentimientos, no cuando eran mucho más extraños y confusos que eso.

El frío hacia que le temblaran los dedos, la hoja ya arrugada que sostenía en sus manos era la única motivación que tenía, no tenía nada que perder, nada por lo cual pelear o aferrarse, excepto si mismo. Si de algo estaba seguro, es que no moriría sin saber quién era y cuál era su razón de existir en un mundo tan caótico y enredado. 

Respiró hondo y consiguió moverse de nuevo, en su mente comenzó a maquinar la idea de que todo aquello era una trampa. Al pararse en la mitad de la brújula, un escalofrío le recorrió el cuerpo, las líneas acuosas se desvanecieron y se redujeron a las 8 puntas de la brújula. Al caminar en el sentido norte  y dirigirse al término final de la brújula sin saber qué podría haber más allá de donde terminaban las luces, algo en su interior comenzó a susurrarle que no avanzará más.

Algo como un presentimiento demasiado cierto, pero ya estaba allí, no podía retractarse ahora, mucho menos cuando esa podía ser su única salida.

No tenía más opción que confiar en sus palabras, en la única motivación que tenía ahora, desde hacía tiempo nada era relativamente normal para él, así que lo que podía resultar muy extraño podría llegar a ser el último camino que tenía que recorrer, su única salida.

Al apoyar el pie en la punta de la brújula, pudo sentir algo que no había sentido desde hacía mucho tiempo.

Su voz.

La claridad de una sola palabra le congeló los nervios, porque ni siquiera esa voz que siempre lo acompañaba y que muy rara vez hablaba con claridad había sonado tan determinada a detenerlo.

Pero no de una manera dominante y burlona como acostumbraba ser, al contrario, su voz tenía una determinación a evitar el riesgo que Aiden sabía estaba corriendo.

Detente.

Y culpó a su paranoia por haber oído en lo recóndito de su cabeza el sonido de una risa malévola.

Le temblaron las manos de nuevo y se decidió a dar el siguiente paso con incertidumbre.

Su cuerpo se paralizó de forma repentina, y bajo sus ojos el suelo comenzó a romperse, las baldosas se agrietaron develando líneas azuladas a su alrededor. No sabía diferenciar si era cierto, o si solo era una ilusión, pero estaba seguro de que no había sido él quien la había causado. Su mirada cayó sobre sus pies sintiendo el sudor frío caer por su cuello a causa del pánico y los nervios.

Entonces todo se volvió oscuro.

Y pudo jurar haber oído un silbido cortar el ambiente y atravesar sus oídos sin piedad. Escuchó lamentos de dolor y la tristeza que cada uno de ellos cargaba, y lloró de nuevo, porque recordó cada uno de los gritos de su descuidada alma.

La oscuridad se esparció por el ambiente, y el espantoso sonido de la campanilla volvió a sus oídos con un eco prolongado. Su cabeza trató de dar vueltas, y su respiración se paralizó cuando sintió que soplaron en uno de sus oídos.

— Siempre he sentido repudio contra los demonios, los considero una raza inferior, un error de los dioses, unos mensajeros paganos.

Su corazón latió desesperado.

La oscuridad se desvaneció como si fuese neblina, bajo sus pies solo había un vacío infinito de color violeta y cerúleo salpicado de estrellas, y frente a él un espejo.

— Cada vez que un demonio viene hacia mí me siento alabado de poder matarlo con mis propias manos, pero a cambio de eso puedo llevarlo a conocer las ruinas de su inframundo; mírate al espejo, conoce quien eres en realidad.

Y Aiden con el corazón acelerado y la voz en las cuerdas decidió mirar al frente.

Y no había reflejo alguno de él más que una sombra oscura de ojos rojizos y sonrisa diabólica.

Nuevamente su cabeza trató de dar vueltas, sintió nauseas y un silbido en los oídos que no cesaba. Tras de él un hombre joven, alto y esbelto, escondido entre ropas oscuras y un sombrero con campanillas de viento colgantes movió sus manos pálidas con emoción, como si estuviera mostrando su mayor obra maestra.

El hombre se inclinó hasta estar nuevamente a su altura, las campanillas se movieron, su sonido ensordecedor atormentando sus tímpanos.

— Detesto que los demonios entren en mis sueños, detesto que aún vivan fuera de los límites del inframundo, y que aún no caigan en el río Aqueronte muertos, desconozco en qué pensaba Hypnos al creer que sus queridas marionetas no cobrarían vida en el mundo humano.

Tras de él, se oyó un suspiro, Aiden miró con curiosidad su rostro, tenía que asegurarse de que lo que estaba viendo era real antes de caer en la oscuridad de su mente, porque tenía la certeza de que tarde o temprano terminaría por desmayarse. En su desesperación, de alguna manera el caos de su cabeza comenzó a reducirse a un número muy limitado, a tal punto de que ya no sonaba aquel desagradable pitido en sus oídos y su acelerado ritmo cardíaco comenzó a disminuir.

Pero aún seguía desconfiando, lo que significaba que aún era real lo que estaba viendo a través de sus ojos.

Fuera de lo extraño.

Fuera del desespero y la angustia.

El hombre levantó su rostro y le sonrió a través del espejo, sus ojos eran de un azul tan oscuro como la noche, y bajo estos unas marcas oscuras se extendían hasta su mandíbula, daba la sensación de que lo veías llorar, a pesar de que tenías la plena certeza de que no era así.

— Y es por eso que los dioses gemelos tuvieron que haber reencarnado en alguna de las marionetas del Dios del sueño — su sonrisa se volvía perturbadora a través del espejo, no podía dejar de mirarlo, su cuerpo aún seguía paralizado, y estaba empezando a dejar de sentirlo — la pregunta es en cuál de todas sus marionetas, cuál de todos sus demonios.

En su dedo índice creció un uña tan larga como una aguja, que comenzó a pasear por su cuello, cortando de forma superficial su piel.

— Se dice son pocos los demonios que quedan, así como también se cree que las personificaciones de los dioses menores residen en ellos, los mensajeros del mal en el mundo humano. Pero son muchos los dioses menores que existen— clavó la aguja en su cuello, lastimando, en su garganta se ahogó un grito de dolor — Y son muy pocos los demonios que he encontrado. Entonces ¿Quién eres tú? ¿A quién llevas contigo?

La aguja se desvaneció, en su garganta sintió un sabor amargo y nauseabundo, su visión se tornó borrosa.

— Muchos llegan aquí buscando respuestas, pero la respuesta la tienen ellos mismos.

La ilusión de algo girando en sus dedos como un bolígrafo se hizo presente, pero Aiden estaba seguro de que no era una ilusión.

— Muchos se engañan escondiendo sus voces y viviendo bajo medicamentos inservibles.

El objeto se detuvo en su mano, y aún con la somnolencia pudo distinguir que era algo que ya había visto en el pasado.

— Si eres un verdadero demonio sobrevivirás a las puertas del inframundo.

El hombre lo agarró de sus cabellos enderezando su cuerpo paralizado. Aiden sintió algo frío presionar contra su cien, y en un mínimo esfuerzo pudo retorcer con desespero la hoja entre sus dedos, era un esfuerzo inútil de aferrarse.

— ¿Quién eres, Aiden? ¿Tu yo real o tu yo deseado?

El hombre recargó la pistola con una sola mano. Los latidos de su corazón se hicieron cada vez más lentos.

— Un verdadero demonio conoce a la perfección las puertas de la muerte, y reconoce la esencia del ser que lleva dentro. Pero tu corazón es frágil y tu mente está agrietada, ahora tu alma caerá en el inframundo, y jamás conocerás la luz de la salvación.

>>Tu estrella se desvanecerá y lo habrás perdido todo, absolutamente todo.

Las palabras de su madre se repitieron sin cesar alguno en su agonía, la hoja cayó de sus dedos y se perdió en el vacío infinito.

>> Muere, Aiden, conoce las puertas del inframundo, el paraíso de las Almas Rotas.

Y fue así que el hombre le disparó, la bala atravesó su cien por completo, y su cuerpo paralizado volvió a moverse, un hilo de sangre descendiendo de su boca. El hombre soltó sus cabellos y su cuerpo cayó en aquel vacío infinito, la melodía de un arpa resonando en la oscuridad.

Tu eres vida. Nunca un error. Nunca un demonio

La calidez del corazón de su madre siempre había sido lo que más extrañaba de ella, su dolor se había convertido en una paradoja esclavizante, su agonía siempre sería el compás de su canción, la melodía de los muertos.

Tuvo por fin la seguridad de que todo aquello que vivió nunca había sido una ilusión. 

Y que al contrario, su vida había sido una de sus peores mentiras.

Pues aquel dolor se desvaneció por un momento, y su corazón dejó de latir. Aiden cayó en un profundo sueño, sueño del cual no estaba seguro si quería despertar.

***

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