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Corte 4

Primer paso. Primer perdón.

No he preguntado como sigue mi castigo, si al volver al colegio también puedo volver a ver a mis amigas. No me he atrevido. Rowan, como prometió, ha venido a buscarme. He salido escopetada, huyendo de todos. Y he tenido el silencio previo a la tensión que le sigue siempre que tengo la suerte de estar acompañada por él. Nada más llegar a casa he subido a mi cuarto y me encerrado.

No voy a fingir nada. Me lo he prometido. Odio mi casa. Odio a Rowan y odio a mi padre. Ellos tampoco es que finjan mucho. Mi padre continúa observándome con decepción. Rowan... No lo sé. La verdad es que no lo quiero saber.

Tiro la mochila encima del sofá crema que ocupa una de las esquinas de mi templo y me abalanzo contra la cama.

– ¿Crees que tu día ha sido una mierda? –Levanto la cabeza de golpe al mismo tiempo que noto, tardíamente, el frío en mi nuca, y lo encuentro sentado en el suelo, con un brazo apoyado en su rodilla levantada. Mira el techo y al ver que no le contesto, clava sus ojos en mí y una sonrisa picara se dibuja en sus labios–. Te aseguro que no tanto como el mío.

Me incorporo sentada en la cama. Pixie está otra vez en mi habitación, ocupando un pequeño espacio mío. El recuerdo iba a ser insoportable esta vez.

–No puedes entrar aquí siempre que te venga en gana –lo digo sin que la voz me tiemble, no obstante, su sonrisa no se apaga.

Capullo.

–Si me pones tan difícil hablar contigo en el instituto, tendrás que considerar la posibilidad de que venga yo a buscarte, y por lo visto, del único sitio del que no te puedes escapar es tu habitación.

–No te pongo nada difícil. Simplemente, no coincidimos.

Me cruzo de brazos, toda digna, desafiándolo. Su ceño se frunce. No me cree.

–Tus recursos para esconderte de mí son sorprendentes.

Me tenso.

–No me escondo– miento–. Ni si quiera lo he pensado –y miento a tope.

La realidad es que lo he pasado fatal tratando de esconderme para no cruzarme con él. Solo que don egocéntrico no tiene porque saberlo.

Tiene el descaro de soltar una carcajada.

–Que mierda de mentira, pero bueno...

–No miento –interrumpo y me levanto.

Pixie alza una de sus rubias cejas con suspicacia.

–Siempre me ha gustado de ti tu sinceridad.

Me alaga, por supuesto, pero decididamente, también me fastidia. Adopto una postura más recta a fin de trasmitir confianza en mí misma. Lo ocurrido con Dimas ha dejado una extraña sensación en mi cuerpo que no cambia ni al ver a Pixie.

– ¿Y qué si lo hago?

–Al fin –celebra mirando al cielo, luego vuelve su mirada a mí de nuevo–, por fin reconoces un hecho.

Pixie se levanta, con lentitud, o me lo parece a mí. Se echa hacia atrás esos rizos rubios, esos caracoles y aprieto los puños. Maldita sea, todavía deseo atrapar uno de ellos. Se acerca. Miro sus pies, avanzando y trago saliva.

–Me encanta como se te salen los ojos cuando me miras.

Hago eso mismo, pero esta vez impactada por lo mucho que se lo cree.

¿En serio?

–Vaya, que seguridad.

Simplemente se encoge de hombros.

–Tienes que reconocer que lo haces, pero oye, me encanta.

–Te equivocas.

–Venga, Delancey, con lo que hemos avanzado –comenta lastimero y siento un leve cosquilleo en mi estómago.

–Lárgate.

Niega.

–Me debes...

–No te debe nada.

–En realidad –susurra–, me debes algo muy importante.

El corazón me va a explotar. ¿Por qué me hace esto? Con lo sencillo que era todo antes, cuando nos odiábamos, cuando él me vacilaba. Qué lejos estamos de eso. Me gusta Pixie, me vuelve loca, solo hay que mirarlo para saber que es un sueño hecho realidad, pero no confío en él...

¿Y Dimas?

–No lo sé... –susurro débilmente, pero Pixie me ha escuchado ya que frunce su ceño.

– ¿Qué?

–Esto ya ha pasado, y sigue sin cambiar.

Noto el calor de su cuerpo. Noto su aroma rodearme. Y noto el descontrol, la forma que tiene mi cuerpo de responder.

–No entiendo tu resistencia.

Alzo más la barbilla, es más alto que yo y continúa intimidándome como el primer día.

–Que decepción... –he bajado el tono de mi voz, es suave, trémula–, y yo pensando que eras tan inteligente.

– ¿El qué debería quedarme claro, Delancey?

Mi nombre me ha llegado como una nube contra mis labios. Está a escasos centímetros de mí. Sus ojos se clavan en los míos y los míos en los suyos. Adoro ese color verde, dorado, y esa pupila dilatada.

–Que nunca estaré con un chico como tú. –Parece que mis palabras tienen fuerza, pero son una mierda a comparación con todo lo que se bulle en mi interior.

–Yo creo que sí, –alza su mano y acaricia mi mejilla–, estás como la gelatina. Mal tembleque te da.

–Vete, Pixie –repito a la vez que le doy un manotazo, o lo intento.

Pixie atrapa mi mano y me arrastra de un tirón hacía él. Me abraza con fuerza. Mi primera reacción es tensarme, pero fuera de rechazos, Pixie presiona más fuerte y acaricia el centro de mi espalda. Respondo a esa caricia con un escalofrío que me relaja contra él.

Para. Detente. Contrólate. Me susurro en la mente, porque ni fuerzas me dejan ese contacto.

Suelto un suspiro e inmediatamente Pixie, me retira de su cuerpo pero no me suelta los brazos.

–Ahora soñaras conmigo, esta noche, por esto.

Frunzo el ceño y me aparto. Su sonrisa es de oreja a oreja.

– ¿Crees que por un simple abrazo, que puede darme cualquiera, voy a soñar...?

Y me besa. Húmedo. Calor contra calor. Ya ha dejado su marca. Luego, rozando con sus labios el lóbulo de mi oreja, me susurra:

– ¿Esto lo puede hacer cualquiera? –No contesto, no puedo. Estoy sin aliento–, por supuesto que no.

Me da un cálido beso debajo de la oreja.

Suspiro.

–Que tengas dulces sueños.

Y se marcha.

Impresionante, como siempre, y mis sueños también igual de impresionantes.

Al día siguiente, como un despertador, recibo un mensaje, bien temprano, es de Pixie y consigue que suelte una carcajada.

Pixie;

<<¿Con quién has soñado?>>

Contigo, capullo. Si ya lo sabes, pienso escapándoseme una sonrisa, pero en cambio le escribo.

Yo;

<<No funcionó. Soñé con el trabajo de ciencias... Se me atraviesa, no sé como comenzar.>>

Pixie;

<<No me cuentes historias.>>

Yo;

<<Acepta la derrota>>

Pixie;

<<Mentirosa. No importa. Yo sí que soñé contigo, y fue la hostia.>>

Yo;

<<¿Qué soñaste?>>

Pixie;

<<Eres muy pequeña para que te de detalles, pero, quizás, te lo cuente cuando por fin te rindas.>>

Y ahí está de nuevo.

No contesto, él lo sabe. Sabe que sí, que me encantaría rendirme, pero no debo, no puedo.

Pixie;

<<Llegará un día que no te resistas tanto, que dejes que fluya, que simplemente confíes en que va a ser, va a suceder. Y llegará, porque estamos hechos el uno para el otro.>>

<<Además, tú eres una buena chica y quieres que la gente sea feliz.>>

<<Hazme feliz a mí. >>

Cosas así eran lo que me confundían de Pixie. Por cosas como esas me preguntaba porque me resistía tanto.

Me hago esa pregunta durante toda la mañana en el instituto. Mientras Harper me guiña el ojo, mientras Abra me regala uno de sus pequeños bombones de chocolate blanco, mientras Nivea me cuanta la historia interminable, mientras Popy me explica como se ha hecho los donuts de su almuerzo. Pienso en ello, mucho durante casi la mitad de la mañana, pienso únicamente en como seria, hasta que, por caprichos del destino, en el baño, escucho la conversación de Stacie y las Zupermolonas.

–Bueno, ¿y cómo fue anoche?

–Como la otra vez –esa es Stacie, y su voz es orgullo total–, no se puede resistir a mí.

–Que suerte tienes, Pixie esta de muerte.

Estaba a punto de abrir la puerta en el momento que escucho su nombre. Me concentro en las palabras.

– ¿Muerte? –pronuncia, Stacie con suficiencia–, tú no lo has visto bien. Esconde mucho más de lo que te imaginas.

– ¿Tiene tantos tatuajes como dicen?

Aprieto los puños.

–Por supuesto, y muy escondidos.

Y se unió un coro de risitas que se me metió en las entrañas. Continuaron hablando, del mismo tema; Pixie, pero decidí dejar de escuchar, ¿para qué? ¿Para consumirme?

Una parte de mí me lo decía. Una gran parte de mí me lo advertía, pero es que soy idiota. Caigo en la taza del wáter en el mismo momento que ellas se marchan. El sonido de la puerta al cerrarse me empuja del estado aletargado al estado frenesí de pura rabia.

–Capullo –susurro con voz agónica, entonces me doy cuenta que estoy llorando.

Otra vez la misma historia. Me regala ilusiones y luego se va en busca de ella. La misma noche.

¿De verdad? ¿Por qué? ¿Es que soy un chiste para él?

Me limpio las lágrimas con las mangas y salgo fuera. Los ojos rojos e hinchados que me reflejan en el espejo, me obligan de nuevo a entrar e intentar tranquilizarme.

No puedo, no puedo pasar por esto otra vez. Me niego.

Me paso las manos con frustración por la cara.

El pulso me tiembla. No soy capaz de controlar nada, y solo para colmo de males, pienso en él, en esos momentos, en sus besos, unos besos que no valen nada porque los comparte con ella.

Soy un juego para él.

Cierro los ojos y me concentro en la rabia. El calor de mi pecho y el sudor frío van desapareciendo poco a poco. Respiro y... doy un pequeño salto al escuchar la sirena del descanso para comer.

Salgo fuera, estoy mejor pero los ojos continúan algo rojos, quien me conozca sabrá enseguida que he estado llorando. Me da igual, voy a comer fuera donde nadie me ve, donde con un poco de suerte, y gracias al día frío que ha salido hoy, estaré más sola que la una.

Salgo al pasillo con la cabeza baja. Pasó por el comedor y me freno, las puertas están abiertas y no puedo evitar mirar hacia dentro. El capullo de mierda está sentado con don cabrón, el amargado y súper petardo; Pixie, Dikon, Dimas y Buba, en ese orden. Aprieto los puños con fuerza.

Velikov... Porque os cruzaste en mi camino.

Estoy harta de que jueguen conmigo. Harta de sus cambios de humor o de sus mentiras. De esa bipolaridad enferma que me estampa como un camión.

Se acabo, esta vez. No pienso confiar más en sus palabras.

Y con esa decisión me doy la vuelta pero justo me estampo con el mayor gilipollas del instituto y su perro fiel.

Genial, si es que estamos rodeados.

Rupert se me queda mirando, interponiéndose en mi camino. Levantó el mentón y me cruzo de brazos cuando veo que me muevo y no me deja pasar.

– ¿Qué quieres? –exijo.

Me dedica una peineta. Bufo y niego. Si es que este chico no pude ser más ignorante. Lo empujo para pasar, pero él me atrapa del antebrazo y me detiene.

–Te detesto. No te soporto...

–Suéltame –exijo, tirando de mi brazo. No me suelta, es más, me aprieta más y se me acerca intimidante.

–Aun te debo una zorra.

–Cuando quieras –amenazo, de la misma forma.

Por primera vez, gracias a todo lo que me está sucediendo, planto cara sin importarme las consecuencias, sin importarme que el pelirrojo esta también, a mi espalda, muy cera, intimidando como un perrito obediente. Sin importarme que ambos me sacan una cabeza. No. Me da igual todo eso. Ni siento miedo ya que cada golpe que me he dado estos últimos meses, me han convertido en una suicida.

–Por supuesto.

Me muestra los dientes en una sonrisa llena de odio. Me encojo de hombros y él no muy contento tira de mí de nuevo.

–Si quisiera con un simple...

–No me jodas, Rupert. De verdad. No aprendes una mierda.

Rupert me suelta de inmediato tras la interrupción de Pixie. Me estremezco al escuchar su voz. Por supuesto, que mi cabeza lo odie no significa que mi cuerpo se haya acostumbrado a ese sentimiento. Ni llega hacerlo, ya que ahora mismo siento que me voy ahogar nada más notar su mano alrededor de mi antebrazo para tirar y acercarme a él. Luego, se adelanta y con una gran seguridad, se acerca a Rupert, solo un poco.

–Ya te lo dije.

–Solo quiero cumplir mi castigo –dice Rupert, con educación pero con un rastro lleno de ira mientras pasa su mirada de Pixie a mi espalda.

Me doy la vuelta y me topo con Dikon, quien me observa con una sonrisa de oreja a oreja, algo incomprensible, y Dimas, quien mira con frialdad a Rupert.

Pixie se echa hacia atrás, a un lado, dejándome a la vista y me señala con la palma de la mano hacia arriba. Una sonrisa calculada, de las amenazantes cubre sus labios.

–Adelante.

Observo a Rupert del mismo modo que él lo hace conmigo, una mezcla entre rabia e impotencia, ya que se que después de él me toca a mí.

–Siento mucho lo que pasó, Delancey. Acepta mis disculpas.

Pixie me sobresalta con unas palmadas que da.

–Delancey, ¿quieres acabar con esto?

Trago saliva, el corazón se me va salir del pecho. Sí, quiero acabar con esto y con todos vosotros. Los miro hasta terminar en esos ojos verdes que odio y a la vez me tienen loca. No hay presión, solo espera.

Devuelvo la vista a Rupert y entonces, un cuerpo parado detrás del todo, observando la escena con incertidumbre hace que una luz en mi cabeza se ilumine como un letrero de oportunidades.

Con la mejor sonrisa de mi colección; dulce niña buena, mezclada con una pizca del dolor que todavía guardo y el cual soportaré hasta el final de los tiempos, me giro hacia Pixie.

–Lo siento, Pixie.

El color verde de esos ojos brillan, y todos sus rasgos se suavizan tanto que casi se me sale el corazón del pecho.

–Yo no tengo nada que perdonarte, Delancey. Tranquila. Está todo bien. No voy a permitir que este mamarracho se acerque a ti.

– ¿Lo has oído? –pregunto, a mi amiga, por supuesto.

Pixie frunce el ceño sin entender. Mi sonrisa falsa desaparece y el odio es expulsado contra él con fuerza. No me corto.

–Claro–, dice Nivea con una sonrisa de zorra mala, mientras avanza, empujando a Rupert y el pelirrojo para abrirse hueco y pasar por el centro, colocándose justo delante de Pixie, luego lo mira a él, le guiña un ojo y esa sonrisa se amplía–, todos somos testigos de que Pixie ha perdonado a Delancey.

El rubio egocéntrico se acaba de dar cuenta de todo, y no parece muy contento con la situación. Yo sin embargo estoy que salto de la alegría.

–Me has engañado...

Shss –interrumpe Nivea alzando un dedo en su cara–, aun no hemos terminado.

Pixie mira furioso a la rubia, veo como la vena de su cuello palpita a gran velocidad. Es un Velikov, odia que lo interrumpa, que les den ordenes y encima que los engañen.

Se va a vengar, lo sé.

–Delancey –mi nombre en sus labios ha sido acojonante.

Retiro la mirada antes de que me queme con ella. No obstante, soy consciente de la presión que ejerce sobre mí, no solo lo noto yo, hasta la propia Nivea, se me acerca y me coge de la mano.

–Adelante –me dice mi amiga al ver mi estado.

–Rupert, te perdono, y acepta también mi...

–Te perdono –interrumpe éste.

–Y yo –dice el pelirrojo inmediatamente.

Mi mirada se desliza de uno al otro, sin comprender, pero algo en el rostro de Rupert me deja a cuadros, me parece ver un rastro de sonrisa, pero eso es imposible, ya que después, sus rasgos se tensan y se despide, dedicándome un gesto de odio total.

Mientras, Nivea tira de mí para salir de ese entorno, el problema es que Pixie no está dispuesto a dejarme marchar. Atrapa mi antebrazo y tira.

–Tú y yo tenemos que hablar.

No me muevo, ni tampoco me suelto de la mano de Nivea. Él con una mirada apática, insiste de nuevo, con otro tirón en el que me acompaña mi amiga detrás.

–Lárgate, Nivea, ya.

Me tenso de la forma en la que le da la orden. Está furioso, yo también, solo que además un poco asustada, y no hago nada por mejorarlo, todo lo contrario, pero me da igual. Él juega conmigo y ahora se piensa que puede hacer lo que quiera, está muy equivocado.

–No des órdenes –escupo, con la misma furia.

Pixie es quien se acerca a mí, demasiado, solo nos separa dos centímetros de aire caliente.

– ¿Qué mierda te pasa?

–Tú.

Una comisura de sus labios se abre en una sonrisa ladina y peligrosa.

–Anoche te deje caliente –me tenso, notando como las mejillas me arden–, y ahora me estas calentando tú, ¿por qué?

Suelto la mano de Nivea en el mismo momento que noto como sus dedos se clavan a mi piel. Mierda. No tenia que escuchar todo eso. Nadie. Y sobre todo Dimas, esos comentarios no hacen más que arruinar cualquier avance que pueda tener con él.

Aprieto los puños e intento intimidar a Pixie.

– ¿No crees que te equivocas de chica?

Su ceño se frunce más.

–No iba borracho, sé de sobra en que habitación me cuelo.

De pronto, una mano empuja el cuerpo de Pixie retirándolo de mí y se interpone entre los dos. Es Dimas, y su espalda tensa muestra lo muy alterado que esta.

– ¿Estas de coña? ¿Te estás colando en su casa?

Pixie no se acobarda, es más, parece que le hace gracia.

– ¿Te jode que no se te haya ocurrido a ti, Dimas?

–Estas actuando en contra de todo, y luego soy yo el peligroso.

–Estoy actuando a tu manera.

La mandíbula de Pixie esta tan tensa que en cualquier momento el hueso puede que se le salte.

–No sé cuál es tu límite.

–Ella –la voz de Pixie se ha vuelto dura, peligrosa–, solo me detendré, cuando ella se decida.

Dimas suelta una risa sarcástica.

– ¿Por ti?

–Nunca permitiré que se quede contigo.

Los miro, uno y al otro, se miran fijamente a los ojos con tanto rencor, odio y amenaza que me da miedo hablar para interponerme entre ellos, y no solo a mí, también Dikon, quien los observa atento, en tensión y con algo de... ¿Pena?

–Que te jodan –escupe Dimas, y acto seguido se marcha.

Lo sigo con la mirada, esperando que se vuelva y me mire, aunque sea con odio, hasta que desaparece por el pasillo. Me entran unas ganas horribles de ir tras él y explicarle, tratar de arreglar esto, pero no puedo. Esta molesto, no querrá ni escucharme. Me hundo de hombros, esto no me lo perdona. Y todo por culpa de Pixie. Me giro, con lentitud y completamente rabiosa hacia el culpable de todo.

– ¿Era necesario, cabrón arrogante?

–Me importa una mierda. Y ahora me explicaras la traición rastrera que me acabas de hacer...

–No me toques– pido con ansiedad mirando como esa mano quiere atrapar mi brazo, es más, doy dos pasos hacia atrás, alejándome de él.

No le gusta mi reacción. El color de sus ojos, un rasgo que comienzo a comprender, se vuelve, poco a poco, de un tono dorado.

–Bien, ¿quieres que lo solucionemos delante de todos?

Me encojo de hombros, restándole importancia, no obstante, el pulso me va a cien al pensar, cómo mi amiga puede interpretar todo lo que está escuchando.

Pixie, simplemente se mete las manos en los bolsillos, demostrando más indiferencia que yo. Maldito sea y su ego calculador que en cualquier momento puede controlar hasta esos gesto de su rostro, un rostro donde no se lee nada.

–Anoche las cosas fueron bien para los dos, y hoy... Vuelves con el mismo rollo de frialdad. ¿Qué ha cambiado?

–Después de dejarme a mí, te colaste por la ventana de Stacie, toda la noche.

Así, directamente, sin historias. Él frunce el ceño.

– ¿Quién te ha dicho eso?

–Ella se lo estaba contando a sus amigas.

Sus ojos arden antes de que los retire de los míos y los fije en el suelo. Su respiración se ha acelerado. Me quedo quieta a la espera de poder enviarlo a la mierda, pero para mi sorpresa Pixie coge y se marcha, sin decir absolutamente nada. Simplemente tan enfadado como se había ido su primo.

¿Qué? ¿Ya está? ¿Me deja así, sin la posibilidad de poder enviarlo a la mierda delante de... los tres que quedamos?

–Vámonos.

Nivea coge mi mano y tira de mí. Cuando nos damos la vuelta nos topamos con Dikon, con los brazos cruzados y una sonrisa en los labios.

– ¿Te quitas del medio? –exige Nivea.

La miro de reojo y puedo ver que esta cabreada, seguramente está deseando pillarme sola para atacarme a preguntas.

Dikon niega y clava los ojos en mí.

–Tú, –me señala con el dedo–, y yo, tenemos que hablar de mi perdón.

–Lo siento...

–No, Delancey. Ni de coña, a mi no me la pegas. Solo te daré mi perdón cuando me ayudes con un problemilla.

Noto la mirada de Nivea clavarse en mí, pero no se dé que va todo esto, estoy tan confundida como ella.

¿Qué demonios puede querer de mí Dikon, el tío más famoso, guaperas y poseedor de todo y todas?

Y en el mismo momento que me hago esa pregunta noto una respuesta rondándome en la punta de la lengua.

Dikon no lo tiene todo. Dikon no tiene a Harper.

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