
Corte 3
El primer día... De tu infierno.
Camino con el picor molesto apuñalándome el cuello. Me estremezco y no dejo de mirar a mi espalda, alterada por si en una de esas me topo con el color verde de sus ojos. Cruzo una esquina y freno, he estado a punto de estamparme con la nueva adquisición del instituto. Rodeo la estatua e inmediatamente me agacho, escondiéndome.
Vaya, ahí está mi picor.
Llevo todo el día evitándolo, escondiéndome, pero ¿qué debo hacer exactamente?
Temo su reacción ante la posibilidad de quedarme a solas con él. Mierda. En estas tres semanas he pensado demasiado en él, en su primo y en todo lo que puede ser y no permito... Ni de coña... que sea.
Cierro los ojos y contengo el aliento cuando escucho la carcajada de Pixie. Dios, que sonido. Cuanto lo he echado de menos. Continúa poniéndome los pelos de punta y hormiguea cada fibra de mi ser.
– ¿Qué haces?
Me vuelvo a mi derecha sobresaltada hasta toparme con unas llamativas deportivas rojas de franjas en gris, igual -que casualidad-, que las de Abra. Deslizo mi mirada del cantarín color hasta los, más llamativos aun, ojos de Johny.
Me observa con ceño.
–El director Braun quiere hablar conmigo –contesto.
– ¿Y te ha citado aquí? –No se me ha escapado el sarcasmo.
Sonrío con falsedad y él me la devuelve con simpatía.
Alarga el brazo para tomar mi mano.
–Animo, te acompaño...
–No. –Me retiro–. Estoy esperando a que se vacíen los pasillos.
Johny, mira por encima de mi hombro unos segundos. Cuando vuelve su vista a mí tiene una ceja levantada.
–Tarde o temprano tendrás que enfrentarlo.
Con la vista fija a mi espalda, disimuladamente, me enderezo. Pixie se aleja con Buba y Dikon, quien le pasa el brazo por los hombros mientras le cuenta algo que hace que vuelva a soltar otra carcajada. Me estremezco.
–No sé a qué te refieres.
Sacudo mi falda, alisando arrugas imaginarias e intentando evitar la mirada del guapo que no hace más que ponerme nerviosa.
Maldita sea, prefería estar enfadada con él.
–Por supuesto –comenta burlón mientras se pasa la mano por el pelo.
–Pasa de mí –espeto y, tras empujarlo, paso por su lado para dirigirme al despacho del director Braun.
–Delancey... Delancey. Venga, ¿no se supone que ya nos llevamos bien?
No le hago caso. Sí, nos llevamos bien. Sí, ha conseguido que haga las paces con Abra, pero no, no tiene derecho a meterse en mi vida privada.
–Adiós Johny –me despido, contestando a su pregunta. Él simplemente suelta una carcajada.
Unas horas más tarde estoy sentada delante de la puerta del aula de cálculo esperando a mi siguiente clase.
Me paso las manos por la cara con amargura. Desearía gritar. Que mierda todo. Bufo con exasperación y miro a mi alrededor. Dos de mis compañeros que acaban de llegar me saludan con la cabeza y se colocan frente a mí para comenzar hablar entre ellos. Tiro la cabeza hacia atrás hasta apoyarla en la pared y cierro los ojos.
– ¿Dónde has estado?
Abro un solo ojo y me vuelvo un poco. Le dedico una sonrisa a Nivea y retorno a mi puesto derrotista. Me he perdido el almuerzo y el cotilleo. Lo he agradecido, por supuesto. No he visto a Pixie y tampoco he tenido que controlar el impulso de contar a mis amigas que Pixie se me declaró la misma noche que me encerraron. El cosquilleo que nace por mi espalda hasta el cuero cabelludo me deja la piel de gallina al recordarlo. Y luego pienso en sí es verdad todo eso, todo lo que dijo, porque, considerando sus antecedentes, no puedo creer en él.
–El director Braun me ha recordado, amablemente, mi castigo –contesto.
– ¿Y cuál era? Recuérdamelo.
Suspiro y noto como el hombro de Nivea roza el mío cuando se apoya en la pared a mi lado.
–Debo pedir, públicamente, perdón a todos los afectados en mi arrebato emocional de arrearle a cuatro tíos el doble que yo, –la verdad es que no me lo podía creer todavía, Braun había sido tajante pero aun así amenazador, estaba dispuesto a decírselo todo a mi padre. Cierro los ojos con fuerza, todavía no sé ni cómo voy hacerlo–. Además, ellos deben aceptarlo.
Nivea suelta un gemido.
– ¿Y si no lo aceptan?
Sabía bien por quien lo decía.
–Según él; soy una chica lista, se me ocurrirá algo. Mis compañeros son honestos, aceptaran mi palabra.
– ¿Da una vitalidad de reacción?
El pecho me sube con lentitud, hasta el tope, hasta que me duele el estómago de ajustarlo a la medida de olvido que quiere adoptar mi cabeza.
Desearía levantarme mañana y que nada hubiera sucedido. Deseo que todo pase. Que pase este año. Que desaparezca.
–Ellos ya se han disculpado y no ha habido ningún conflicto.
–A ti nadie te ha pedido perdón.
Una risa sin emoción, es más, súper sarcástica se me escapa.
–Ya, y ni lo espero. Yo comencé todo.
– ¿Ahora se le llama así?
–Sí. –Me encojo de hombros y tomo una intensa bocanada de aire–. Es lo que tiene partirle la nariz a un gilipollas que quería ver mis bragas.
–Que hipocresía, parece mentira que aun se juzgue de esa manera. Menudo machismo. ¿Y la igualdad?
–No tiene que ver nada en ser mujer o hombre, –y lo sabía bien, Braun era un cooperador de todo eso, a él mismo le afectaba todo–, es la provocación– me giro y la observo–, soy la tirana que ha fomentado un ataque a traición contra compañeros indefensos...
–Por supuesto, tíos, machacados que te pasan una cabeza.
Me encojo de hombros.
–Debo asumir mis errores.
Nivea bufa largo y con frustración.
–Que mierda.
Sí. Eso mismo llevo pensando yo toda la mañana.
– ¿Y tu padre?
Siento otro escalofrío, pero este es muy diferente al otro. Este llega a darme miedo.
–El director "concepto juicioso" mantendrá su promesa de no decirle nada a ningún componente de mi familia si yo concluyo mi castigo sin objeción y limpiamente.
–Encima –repone mi amiga–, menuda forma bonita de echarte el muerto a ti y continuar llenándose el bolsillo. Que injusticia.
Me enderezo dejando la pared y colocándome cara ella. Apoyo de nuevo solo mi hombro derecho en los azulejos.
– ¿Qué tal con Timy?
A Nivea se le ilumina el rostro pero inmediatamente su ceño se arruga con tristeza. Un dos tres...
–Lo sabrías si hablaras un poco más con él.
Si, tiene razón, sabría muchas cosas y él también, pero yo estoy resentida y él para ser mi mejor amigo, no me ha apoyado en nada.
Me encojo de hombros escondiendo el dolor que me provoca esa realidad.
–Me gustaría que os llevarais como antes –insiste Nivea, utilizando su dulce voz de hermana de la caridad.
–Y nos llevamos–, la consuelo aunque sé que es mentira–. Solo pasamos una fase de... conflicto de intereses.
–Si pusieras un poco más de tu parte...
– ¿Y él no?
Clavo la mirada en esos ojos azules claros, molesta, ella no lo aguanta y la baja.
–Quiero que todo sea como era antes, antes de que ellos...
–Niv. –bloqueo cualquier comentario con una mirada baja.
Alza la mirada y sus ojos brillan, como si estuviera a punto de derramar alguna lágrima. No quiero discutir con ella, tampoco se lo merece.
–Por favor.
Parpadea, puede que controlando lo que estaba a punto de salir, y traga saliva. Luego, antes de mirarme, sonríe con cariño.
–Tienes razón –dice como leyéndome el pensamiento– Además, eres una chica lista, sabes que es lo mejor para ti. Un moreno de ojos verdes...
Suelto una carcajada y siento como desaparece una pequeña porción de tensión de mi cuerpo. Echo de menos esto, los momentos con mis amigas; las risas, críticas a otras súper chicas, opiniones dispares y comentarios radicales que no ofenden pero si te hacen replantearte en que puede que vaya siendo hora de dejar de pintarte las uñas de color azul añil o rosa osito de goma.
–Recuerda que odiamos a los rubios...
–Vale –interrumpo y añado rápidamente–; cambiando de tema; he oído que vas a conocer a la familia Parker.
Nivea sonríe y comienza a contarme acerca de un viaje a la nieve que planean entre familias. Por lo visto su madre está encantadísima de que su hija salga con un Parker.
Asiento, sonrío y la observo. Me he perdido, he desconectado sin darme cuenta. Últimamente me pasa a menudo, con mis hermanos, mi padre y la gente con la que me obligan a relacionarme. Desde aquella noche pienso que el mundo gira demasiado deprisa para que pueda seguirlo. Con lo cual, me quedo a observar como si todo fuera una gran pantalla de cine.
La señora Tannur, ataviada con un carrito lleno de rollos de cartulina de colores pasa por delante de nosotras. Nivea, le ayuda abriendo la puerta y dos chicos, le dan un repaso baboso. Retiro la mirada y me choco con Dimas, al final del pasillo.
Se me corta la respiración y noto el temblor en mis manos.
Tres semanas no le han hecho justicia. Es terriblemente guapo. Un rubio, odio a los rubios y sin embargo, este rubio hace que se me aflojen las rodillas, que suplique al mismo infierno porque alce la mirada y clave esos ojos azules en mí.
Dimas...
Y ahí está. Me ha oído. Sus ojos se clavan en los míos. Se me detiene el corazón. Mi estómago se llena de mariposas anticipándose a la euforia de sentir lo que puede ser. Sonrío, porque no lo puedo evitar. Quiero que se acerque y lo estoy invitando.
Él no sonríe, es más, veo una reacción en su semblante que me paraliza. No. Otra vez no. Pero sí, me acabo chocando contra un terrorífico muro implantado por la inexplicable reacción de alejarse de mí.
–Dimas –lo he susurrado, con suavidad.
Traga saliva y se lame los labios. Hay tres segundos de decisiones, sus ojos varían, y mierda, me encantaría meterme en su cabeza para poder comunicarme con él antes de que tome la decisión de volverme invisible.
Y está a punto de tomarla, lo sé, lo he presentido porque me acaba de retirar la mirada y se pasa la mano por el pelo. Se va a ir.
No.
Finalmente se da media vuelta, se despide y no es de mí -por supuesto-, se aleja en dirección contraria a mí. Ni siquiera se atreve a pasar por mi lado o dedicarme una última mirada, una simple ojeada de; eh, venga, que te den. Paso de ti, como siempre.
¿De verdad?
Me muerdo la lengua. Maldita sea, ¿Por qué hace eso? Y yo imaginando tontamente, bueno, más bien ilusionada, de que con ese mensaje él y yo habíamos avanzado. Cruzado una puerta. Pero no. Mierda que no. Otro error más que a añadir a la lista.
Aprieto los puños. Estoy harta de esto. De esperar lo que no va a pasar.
Él no lo hará...
Ya lo sé, y antes de que me dé cuenta estoy avanzando, es más, casi corriendo. Se me agita la respiración. Dimas no me ve venir, quizás porque no me ve capaz de tal locura, con lo cual consigo atraparlo antes de que desaparezca por el pasillo. Rodeo su muñeca y consigo frenarlo, lo que no me espero es que él se revele, de golpe, y reaccione atrapándome del cuello y estampándome contra la pared.
Suelto un pequeño grito que es apagado por el golpe y paso mis manos de una de sus muñecas a la otra, la que me atrapa a mí.
Los ojos de él se abren sorprendidos y sus pupilas se dilatan, acaba de caer en la cuenta de que soy yo. Estoy a punto de saludarle, decirle; hola, sorpresa. Cuando no sé que se le pasa por la cabeza pero su reacción me descoloca. No me suelta, sí que afloja, y se me acerca, lentamente, hasta que su nariz casi roza la mía.
A través de mis manos noto como se le eriza el bello. Me acelero.
–Tres semanas –susurra ronco y amenazante, aunque hay un halo de agonía en sus palabras.
Trago saliva, lo noto en su propia mano. Está cabreado pero no tiene motivos.
–Dimas...
– ¿Por qué?
–Suéltame...
Antes de que termine la petición ya me ha soltado. Me acaricio el cuello, pero no por el dolor o la extraña molestia que me ha dejado, es por mantener ese contacto, el recuerdo de su mano en mi piel.
– ¿Qué te pasa?
–Lo sabes.
Respiro con nerviosismo mientras me mantengo quieta, casi como una estatua. La tensión de Dimas es más de lo que ahora mismo puedo soportar.
–No lo sé, estoy hecha un lio ahora mismo y...
–Quería una respuesta.
– ¿A qué?
Me observa, en silencio y con la respiración acelerada. No lo temo, pero hay algo que me reconcome por dentro.
–No soy tu juguete, Delancey, no me trates como a Pixie.
Me estremezco.
– ¿Y cómo me has tratado tú, Dimas? Me envías un mensaje diciendo que te acuerdas de todo, ¿con que intención?
Dimas, agitado, se pasa las manos por el pelo llevándoselo hacia atrás. Se pierde con la mirada hacia el pasillo y el techo.
–No lo sé... Joder, estaba borracho.
Niega con la cabeza. Siento lástima y rabia. Deseo golpearlo para que escupa las palabras, pero no dice nada más. No era así como había imaginado que sucederían las cosas, más bien, me había preparado para otra reacción, es más, guardaba una sonrisa para el momento especial. Que ilusión más idiota, y que pava soy por creerla.
Maldita sea.
– ¿Esa es tu excusa? Parece que siempre es la misma. Pobrecito, –ladeo un poco mi cabeza y continuo en tono burlón y rabioso–; debe de ser abrumador tener tan poca tolerancia al alcohol.
Me mira abruptamente, esos ojos azules, brillantes por las emociones, se clavan en los míos. Me aprieto contra la pared y comienzo a experimentar la extraña gravedad en la boca de mi estómago.
–No pienso entrar en esta estúpida competición.
– ¿Competición?
–Sí. Si quieres vernos a los dos detrás de ti, te vas a quedar con las ganas.
– ¿Qué idiotez estás diciendo?
–Ya lo sabes. No te hagas la tonta.
Aprieto los labios con fuerza.
–Y si fuera así, ¿no crees que el juguete soy yo y no vosotros?
Me observa, estudiando mi rostro.
–Da'Silba –interrumpe con frialdad–, te voy a dar un consejo: no te quedes con Pixie. Busca a un buen chico que te aleje de nosotros lo máximo posible. Así serás feliz.
Toca la segunda sirena, y a diferencia de la primera, ésta la escucho como una bomba contra mis oídos. Dimas me mira, me observa. Estoy decepcionada con él.
–Y si no te quieres involucrar, ¿por qué me enviaste el mensaje?
–Esa pregunta llega tarde, Delancey.
Dimas agacha la cabeza y se aleja unos pasos de mí. Me enderezo, por supuesto, no he perdido el miedo, pero sí que se han activado algunas reacciones por mi cuerpo, y una de ellas es el orgullo.
– ¿Tarde? –suelto en tono jocoso–, una acusación ridícula viniendo de una persona que envió un mensaje "Tarde" y de forma cobarde, ni siquiera has tenido el valor de decírmelo a la cara, además; ¿el qué?
Aprieta tanto los puños que los nudillos se le hacen blancos.
–No tienes derechos a exigirme nada.
–Ni tú, Dimas.
Sacudo mis brazos, alzando mis manos, harta de tanta hipocresía por su parte. No comprendo esta actitud. La verdad es que no lo comprendo a él. Estoy derrotada.
–Sabes... Déjalo.
Ni se digna a mirarme. Niego, y me doy la vuelta, me alejo de él. Pienso en todo mientras me marcho. ¿Cómo puede ser tan complicado?
De golpe, me coge del brazo y me gira, no es algo violento, pero su tacto me arrasa.
Me mira, a los ojos, con tanta intensidad que pienso me lee el alma. Cuento, los números. ¿Ha reaccionado?
–Te he echado de menos.
El susurro hace que se me corte el aire. Para cuando quiero reaccionar, Dimas se ha ido. Sin más. Sin decir nada más.
¿Y ahora? ¿Esto que se significa?
No lo sé, no se respuestas, pero si algo tengo claro es que las quiero, quiero las respuestas.
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