La Reina
Siento aversión por el ser humano.
Sobre todo de esos que tienen esa despreciable manera de estancar el crecimiento de lo demás mediante su temeroso control de las masas, capaz de acabar con la vida al que infrinja aquellas leyes subjetivas.
"Un solo movimiento y tú, y tu familia morirán"
"Nuestra familia no soportará un acto de rebeldía"
"Somos los que gobiernan"
"Mataremos si hace falta"
"Mataremos a nuestros enemigos"
"Mataremos..."
"Mataremos..."
—¡MATAREMOS! ¡YA HE ESCUCHADO ESA MALDITA PALABRA MILES DE VECES!—esbocé mi frustración.
—Mataremos...—expresó el hombre moribundo, sin dejar terminarle su frase.
Al diablo.
Presioné cinco veces el gatillo de la 9mm, demostrando su oscuro sonido al chocar con el cráneo de aquel hombre. La vida del hombre que ordenó mi muerto estaba muerto al costado de mis pies.
Sin soltar el arma llevé mi mano hacia mi hombro izquierdo, humectando mis manos con las calurosas gotas de mi sangre. Dos balas habían perforado mi hombro, el dolor era tan insoportable que quería llorar y gritar, pero debía mantener la compostura.
Debía continuar con mi supervivencia.
Les demostraría que no era la mujer con la que se debía jugar.
Debía acabar con su imperio y finalizar una era de sufrimiento.
¿De verdad la rebeldía es valorada?
Ni los humanos pueden rebelarse contra Dios, ya que significaría la muerte ¿Debería suceder lo mismo aquí?
Suspiré y presioné con el arma los agujeros de mi hombro, para intentar calmar el dolor. Debía continuar, mi paranoia solo demostrará mi debilidad y mi falta de razón solo demostrará que estoy cerca de la muerte.
—Concéntrate—me dije a mí misma.
Comencé a correr, saliendo de los desolados callejones, rumbo a la comisaria. Solo faltaban unos segundos para ser encontrada.
Si seguía mi plan al pie de la letra podría sobrevivir y suplir mi gran error que me llevó a esto.
—¡Ayuda!—grité, golpeando con el arma el cristal de la comisaria— ¡Me quieren matar!
Frente a mis gritos los policías somnolientos se levantaron, con la pesadez de unas largas horas de trabajo. Abrieron la puerta de cristal y se fijaron en mí, alertados por la sangre que había manchado mi camisa y el arma que empuñaba.
—Jovencita, baja esa arma—con miedo llevó su mano a la funda de su pistola.
—¡No es momento de estupideces!—señalé con la pistola a los dos policías—¡Quieren matarme! Hagan algo de una puta vez y no solo se queden viendo.
Sabía que esto no serviría de nada, solo quería crear una vil distracción.
Los demás policías del interior de la comisaria, alarmados, salieron del lugar y comenzaron a rodearme, temerosos de mi presencia.
Las sirenas de una camioneta de la policía alivio los rostros de los policías que me observaban. Estas camionetas se detuvieron al frente de la comisaria, deteniendo el escandaloso sonido de las sirenas, dejando solo el sonido de mi agitado respirar.
—¡Señorita, baja esa arma, es la última advertencia!—amenazó un policía, confuso ante la situación—No me hagas disparar.
—Lo siento, solo espero que me perdonen...—expresé mis disculpas de repente.
El sonido de un poderoso motor hizo presencia, una camioneta irrumpía con su luz entre las mundanas calles. Un escalofriante sonido en seco, demostrando el innecesario romper del caucho de las llantas alertó a los policías.
De la camioneta, se asomaron unos hombres de traje, mostrando esas relucientes armas. La luz de la muerte fue provocada por aquellas armas, que irrumpieron entre los sueños de los ciudadanos.
Con rapidez me agaché, cayendo sobre mí un gran torrente de sangre y vísceras que deleitaban la noche.
Un mar de sangre residía en la acera, donde los difuntos cuerpos de los policías me maldecían. Los sonidos de las armas se habían detenido, su insuficiente munición era mi oportunidad de continuar con mi escape que nuevamente iba a tener grandes errores.
Una bala había perforado mi tobillo derecho, un letal error en mi plan. Me levanté con las fuerzas que me quedaban y cojeando giré en la esquina de la acera, alejándome de la luz y volviendo a la oscuridad.
—Lo siento, espero que me visiten en el infierno—me referí a los policías, que a pesar, había unos que seguían batallando, continuando el sonido de la guerra.
Sonreí, riendo entre mis quejidos de dolor.
—Se arrepentirán, se arrepentirán de haberse enfrentado a mí—reí con más fuerza, siendo estas las tipicas risas de un fantasma entre la oscuridad.
Me apresuré a continuar con mi plan, olvidándome del dolor de mi hombro y de mi pierna, sosteniendo mi arma con fuerza y manteniendo esa sonrisa tan aterradora.
"Eres una bruja"
Esas fueron las últimas palabras al que me declaró la guerra, un triste muchacho que se había enamorado de mí, al que solo le importaba el poder, pero era un ser perverso que solo quería usarme. Solo tenía una alternativa y era morir sin luchar y ver a mi familia morir o por lo menos intentarlo.
Eso me hizo preguntarme...
¿Desde cuándo comencé a matar?
Tal vez el mundo me lo impuso, para salvarme debía matar y mírame ahora, corriendo por mi vida, mientras las gotas caían al suelo, generándome un frío intenso.
Me detuve ante el lateral de un río, para luego deslizarme hasta caer en el soporte de concreto que cubre el río. Caminé hasta debajo de un puente, alejando a las ahuyentes ratas, que luego se detenían para lamer las gotas que dejaba por el suelo, siendo esta la señal para que me encontraran los que quieren matarme.
Apoyé mi espalda en la pared, para dejarme caer hasta en mis nalgas, dejando una línea de sangre en la pared.
—Parece que aquí es el final.
El cansancio era atrapante y la nubleza en mis ojos relajante. El tiritar de mi cuerpo ante el frio y la siniestra sonrisa era la razón para que las ratas no vinieran a comerme.
Mierda, si tan solo no hubiera cometido errores hubiera seguido de una pieza, pero parece que siempre volveré a fallar, a pesar de tener mi vida en juego siempre fallaré y estas fallas me acompañaran a mi muerte.
Era frustrante, tener que llegar a este lugar. Alcanzar la fama, para luego acabar en un lugar lleno de mierda y ratas.
—Juro que lograré mi cometido y no volveré a fallar—Expresé mis deseos al cielo, que me generaban unas desoladas lágrimas—Juro que salvaré a aquellos corazones que solo desean paz y un poco de luz en este oscuro mundo.
Apoyé mi mano contra el suelo y con fuerza me ayudé a levantar con la espalda y la pared, siendo este el final de mi historia.
La luz de unas linternas se acercaban, sentenciando el final de mi canción.
Suspiré profundamente y tomé una larga bocanada de aire, limpiándome las feas lágrimas que tanto odio y mostrando mi encantadora sonrisa que a muchos dicen que les da miedo.
—Lo juro por última vez.
Golpee mi pecho con el arma.
—¡SOY AMELIA! ¡Y EN NOMBRE DE TODOS LOS QUE ESPERAN DE Mí LES DIRÉ QUE SERÉ LA PRÓXIMA REINA DE UN GRAN IMPERIO!—levanté el arma y sin piedad comencé a disparar, acabando con la vida de las personas que estaban en la oscuridad.
—Recuérdenlo escorias, yo soy Amelia, su nemesis y su gran amor...—reía entre mis incomprensibles palabras, hasta acabar con el cartucho de munición—¡Seré esa que está en la oscuridad, esa que los acompañará a todas partes, mostrándoles el tenebroso infierno que seré, ese infierno que habrán deseado nunca tocar!
—Así que recuérdenlo... soy... Amelia...
Entre mis pausadas palabras solo sentía unas innumerables balas atravesando cada parte de mi cuerpo, destrozando lo que soy.
Pero no era suficiente para matarme...
Lo siento por la muerte, pero parece que soy dura de atrapar.
Mis piernas seguían en compostura, largos chorros de sangre brotaban por cada agujero que atravesó y permaneció en mi cuerpo. Nada de eso era suficiente para destruirme, para acabar con mi cariñosa maldición de despedida.
Lo siento por todos, ya que mis despedidas son siempre las mejores.
—¡Amelia!—gritó enfurecido un joven, el último heredero de la gran familia que me declaró la guerra—¡Pagarás por tus pecados en el infierno! ¡PAGARÁS POR HABER MATADO A MI HERMANO Y MI PADRE!
El Joven arrebató el arma de su guardaespaldas y me apuntó con ella, mostrando esa graciosa expresión de furia, tanto que sus venas resaltaban entre su frente y sus lágrimas caían...
Tan gracioso que comencé a reír.
—¡Una simple persona acabó con todo su estúpida familia!—manifesté la realidad.
—¡CÁLLATE DEMONIO! ESTO NO ACABARÁ HASTA QUE YO HAYA MUERTO.
Esas mismas palabras, todos decían lo mismo, parecía una historia tan cliché que hacía arder los ojos a cualquiera.
—¡AL DIABLO CON TODO! ¡Volveré a acabar con cada uno de ustedes, escorias de la humanidad!—dejé caer el arma de mi mano y de mi bolsillo revelé mi celular, mi arma final.
Una divertida risa brotó de la asquerosa boca del joven.
—¿Crees que me matarás? Maldita bruja. Matar a tu familia y amigos no fue un problema, de hecho fue tan divertido que no paré de reír frente a sus cadáveres.
—Lo sé, también fue divertido matar a tu hermano y a tu querido padre—demostré una sonrisa—Sin embargo el tiempo se me acaba, así que no podré torturarte, pero te recompensaré con la muerte.
Su expresión de furia fue acompañada con una de incredulidad.
—Adiós—me despedí—Ahora comienza mi Reinado...
Presioné el botón de mi celular.
Siendo este el interruptor de los explosivos que había colocado una noche antes.
Y hasta ese momento no pude saber qué sucedió, ya que la cegadora explosión acabó con mi vida y de seguro que con todos las personas que habían llegado a apoyar a su señor. Decenas de personas murieron en un segundo e incluida esa putrefacta persona que tan solo quedaron cenizas.
Siendo ese el fin de la familia que juré destruir y también el fin de mi vida.
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