Introducción
La luz pasando a través del espacio que hay en la puerta cuando queda cerrada es el mayor recuerdo que tengo, y eso es algo que odio y a la vez me hace sentir protegida, pues es lo que me apartaba de la miserable familia que me tenía metida dentro de aquel cuarto donde lo único que había era un colchón y una mesa donde podía comer, doy gracias a dios que me dejaban tener un escape de ellos, pues me permitían tener libros para leer, si me portaba bien, claro, me los dejaban.
Tenía que trabajar y mantenerme callada por ello, pues me hacían pedir dinero en la calle, o hacer trabajos caseros como cortar el césped, lavar la ropa o los trates y cosas de ese estilo, a pesar de que sólo era una niña de siete años ya sabía cocinar, así que era yo quien hacía la comida para mis padres biológicos que me arrebataban el poco dinero que podía conseguir para sus vicios, como el alcohol o drogas.
Se leer porque conocí a un señor que me enseñó, me regalaba libros y a veces algunos billetes al pasar tiempo con él. A la edad de diez años, mis padres decidieron venderme a alguien que les ofreció dinero por mí, para mi sorpresa, aquel hombre con el que pasaba tanto tiempo era mi comprador, básicamente me había sentido muy feliz por ello, vi mi luz de esperanza reflejada en él y la emoción de estar con alguien que me tratara bien, era simplemente indescriptible.
Diez mil dólares fue el precio. El señor me dijo que fuera por mis cosas, yo asentí y corrí para meter lo poco que tenía, que no era más que tres mudadas de ropa y diez libros, todos los había leído, a excepción de uno que aún no terminaba. Mi supuesta madre me dio una bolsa para mi ropa y los libros, algunos los cargaba yo.
Con felicidad llegué con el señor que rió al verme, aunque me dijo que los libros no importaban y que me compraría más y nuevos, yo negué, pues eran regalos suyos, así que me ayudó a llevarlos hasta su auto bien pulido que podías reflejarte en él. Puso los libros y la bolsa atrás, me sentó en el asiento del copiloto y me colocó el cinturón de seguridad. Condujo hasta su mansión, tenía mucha seguridad y se veía muy bien cuidada, para mí era como ver un castillo comparada con aquella casa de un nivel y sólo dos cuartos más sala y cocina.
Otro señor salió a recibirlo, pero era mucho más mayor, era su mayordomo. Ordenó a sus empleados sacar mis cosas y llevarlas a mi habitación, él me tomó de la mano, algo que agradecí porque en verdad estaba asustada.
Me dirigió al que sería mi dormitorio, un lugar muy grande donde prácticamente el espacio era un poco más grande que el de mi antigua casa completa, había una cama de verdad que parecía sacada de la realeza, el color de las paredes era un rosa pastel que no me agradaba, pero no me quejaba cuando había muebles, un gran armario y lo que me gustaba mucho era el librero repleto de libros de varios tamaños y grosores.
Me abrió las puertas del armario y había mucha ropa, la mayoría vestidos con un estilo muy colorido, yo prefiero usar shorts o pantalones, pero estos también me gustaban.
Me pasó un vestido amarillo que llegaba debajo de mis rodillas, tenía mangas abultadas y un moño a la espalda muy grande, exagerado diría yo, no mentiré, no me gustó, pero tampoco iba a quejarme por eso con la persona que era mi salvador. Lo acepté y dijo que me diera un baño, cambiara y bajara para almorzar en el jardín. Eso hice. El baño también era espacioso, con varios productos para el cuidado del cabello y el cuerpo, además de una tina.
Cuando me cambié, me vi en el espejo de cuerpo completo que había en la habitación, realmente odiaba ese vestido, aún así sonreía feliz. Abrí de nuevo el armario para tomar un par de zapatillas de piso color melón y me sorprendió que fueran de mi talla, pareciera que todo lo que estaba allí me quedaba perfecto, pero no le di importancia. Bajé encontrándome al mayordomo quien me dirigió al jardín y me sentó frente al señor.
Un almuerzo bastante lujoso para mis ojos y muy apetecible, no como lo que suelo cocinar por mi cuenta.
—Pedí que pusieran pocos cubiertos, así te sentirás cómoda —mencionó cortando la carne con elegancia.
—Gracias —respondí con una gran sonrisa tomando el cuchillo y tenedor.
El primer bocado fue simplemente una explosión de sabor en mi boca, quería llorar, y lo hice.
El señor me consoló acariciando mi cabeza, luego de calmarme y comer me llevó a conocer toda la casa, estaba muy asombrada de lo grande que era, también me advirtió de sus reglas, como no salir de la casa a no ser que fuera con él o con un guardaespaldas que me pusiera, tampoco podía salir sin su consentimiento y menos hablar con alguien. Yo asentía a todo lo que me decía, no lo veía mal y menos cuando he pasado toda mi corta vida encerrada en un cuarto pequeño y con una familia que me golpeaba e insultaba.
El señor dijo que así debería llamarle, Señor, y me recalcó que debía portarme bien.
Pasé un año allí y no había problema alguno, yo pasaba mi tiempo en casa leyendo o jugando con el perro que el Señor tenía. Y no iba a la escuela, el Señor había contratado a un profesor privado para mis lecciones. Nunca tuve problema alguno hasta que un día salí al jardín a recostarme en el pasto.
—Te dije que no salieras —dijo levantándome del brazo.
—Pero sólo salí a recostarme al jardín —respondí, no debí hacerlo, porque a partir de aquí, comenzó mi infierno.
El Señor me golpeó las manos con una vara parecida a las que usan para los caballos, no se detuvo ni cuando le suplicaba llorando a mares, mientras más lloraba más fuerte me pegaba, así que decidí contener mi llanto. Cuando al fin se detuvo tenía mis manos más que rojas, con algunas heridas y por supuesto me ardían.
«Es por tu bien, para que aprendas a obedecer» dijo saliendo de mi habitación y cerrando la puerta con llave, luego de unos minutos el mayordomo entró con una crema, vendas y una medicina para el dolor. Me curó y se fue sin decir nada. Al día siguiente, el Señor me trajo el desayuno, yo estaba aterrada tapada con las sábanas. «Levántate y come» ordenó con una voz que expresaba enojo, así que obedecí de inmediato y comencé a comer con los ojos cristalizados, y él me acariciaba la cabeza.
—A partir de hoy no vas a salir de esta habitación a no ser que te lo diga.
—Pero… —me fulminó con la mirada, me dio tanto miedo que callé y regresé a mi comida.
Otro año pasó, nunca me dejó salir y él venía solo a hablar conmigo de mi día o a entregarme nuevos libros. Esos escritos eran mi escape de aquí. Intenté salir algunas veces y en esos intentos fallidos el Señor me atrapó, latigazos fue lo que recibí. Eso me bastó para no intentarlo de nuevo.
«Cuando tengas dieciocho te casarás conmigo» sentenció muy tranquilo y mirándome con una sonrisa. Esa expresión me inundó de temor. Intenté pedir ayuda a los empleados de la casa, idea equivocada el pensar que me ayudarían, sólo provoqué recibir más regaños y golpes del Señor. No podía confiar en nadie de esta casa…
Me di por vencida y acepté mi destino, ser manejada por el Señor como su muñeca, pues él elegía qué ropa usar e incluso cuándo hablar, qué decir y cómo actuar. Ya tenía diecisiete cuando me di cuenta, un año más y me casaría con esta asquerosa persona que creí buena.
Un apagón ocurrió una noche, toda la casa estaba a oscuras y el generador de emergencia no se encendería porque sabía que estaba en mantenimiento, por alguna razón vi mi oportunidad aquí, rápidamente me coloqué al lado de la puerta recostada sobre la pared, esperé a que el Señor entrara, pues tiene la costumbre de dejar la llave pegada en la cerradura, así que salí y cerré la puerta trancándola y llevándome la llave conmigo, salí por el perímetro con sigilo, corrí hasta llegar a un árbol que estaba junto a la barda de seguridad, no me importó el cable de púas metálicas cuando se incrustaron en mis manos, ese dolor no me detendría. Salté con cuidado y huí. Corrí hasta que no pude más, no supe cuánto fue que avancé, pero sé que fue mucho.
Estuve viviendo en la calle durante unos meses hasta que conocí a Taylor, un joven rubio de veinte años, estuvo visitándome en los alrededores que yo frecuentaba y de vez en cuando me daba comida o ropa, yo era cortante con él y le despreciaba, no me pueden culpar por ser desconfiada.
Fui a vivir a su casa, no era una mansión como la del Señor, y eso me tranquilizaba en cierto modo. Taylor sabía hacer algunos documentos falsos, entre ellos actas de nacimiento, hizo una para mí con un nombre falso, ahora me hago llamar Mía Bott, y aparezco como huérfana.
Taylor me apoyó para estudiar y sacar mi grado académico de preparatoria a través de internet, me hizo documentos académicos falsos de preescolar hasta secundaria. Cuando cumplí los dieciocho pude sacar mi identificación sin problemas gracias a él y con el paso del tiempo nos hicimos pareja. El rato que pasamos juntos era divertido, si es que saben a lo que me refiero, pero eso no significa que haya entrado en mi corazón o que tenga plena confianza en él o con alguien.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro