Capítulo 8: Incidente
Mía
No pude dormir en toda la noche, joder, Dante está haciendo mi vida un lío. Llegué al trabajo en mi auto y justo al bajar, veo como un hombre está sujetando a Gabriela del brazo y la jala con intención de llevársela a la fuerza, no pude quedarme de brazos cruzados y menos cuando vi como la abofeteó.
—¡Suéltala! —exclamé metiéndome en el medio y alejando a Gabriela del tipo.
—¿Quién demonios eres tú? ¡Lárgate que no es tu asunto!
—¡Lo es cuando hay una agresión pasando frente a mis ojos! ¡Lárgate tú si no quieres que llame a la policía! ¡No la vuelvas a tocar en tu puta vida!
—Mía… —Gabriela está asustada y sorprendida al verme.
—Tranquila, vámonos de aquí —la tomé de la mano y me la llevaba, pero el idiota me tomó del brazo dándome la vuelta.
—¡Tú no te vas a ningún lado con ella!
Aquí ya no supe nada, el tipo me dio un puñetazo en la cara y yo perdí la conciencia. Todo era negro solamente, hubo un punto en el que alcancé a escuchar sirenas. Mi mente me llevó a recordar un poco mi pasado, cuando estaba con mis padres, cuando estúpidamente creí que el señor me iba a cuidar… cuando conocí a Austin…
—Mía… —una voz me llamaba, apenas la escuchaba— Mía… —una segunda vez y era más clara— Mía, por favor despierta —Dante estaba tomando mi mano.
—¿Qué pasó? —dije con apenas fuerza mirándolo a la cara.
—¡Mía! —se exaltó tanto que un enfermera tuvo que pedirle que se calmara.
Esperen… ¿una enfermera?
Miré a mi alrededor y maldita sea, estoy en el hospital.
—¿Qué hago aquí? —estaba nerviosa y vaya que se notaba.
—Mía, un desgraciado te dejó inconsciente, te trajimos para que te revisaran.
—No puedo estar aquí… —intenté levantarme, pero Dante no me lo permitía— Suéltame.
—¿Qué crees que haces? No puedes irte.
—Sí puedo. ¡Déjame! —mi nerviosismo incrementó empezando a forcejear con él.
—¡Mía! ¡Cálmate!
—¡No! ¡No quiero estar aquí! ¡Quiero irme!
Las enfermeras vinieron y me inyectaron un tranquilizante que me hizo dormir de nuevo, otra vez la oscuridad volvió…
Esta vez una luz se encendió, recordaba de nuevo mi pasado, pero volví a un momento cálido que tuve, creo que el único que ha sido realmente verdadero.
Estaba en mi habitación, aquella que tuve cuando vivía con el Señor y estaba yo con quince años, al frente mío y muy cerca de mi cara un joven rubio de veinte, nos besabámos, un cálido beso que llevo gravado en mi ser, una marca que me provoca felicidad y al mismo tiempo, dolor.
Todo estaba bien en ese momento tan especial para mí, deseaba no despertar, pero un sonido resonó, un disparo fue lo que me despertó.
Jalé aire levantándome de golpe emitiendo una especie de grito, quedé sentada en la cama abrazándome a mí misma.
Esa descarga sólo estuvo en mi cabeza, agarré mi ropa apretándola con los puños mientras respiraba con dificultad.
—¡Mía! —la luz de la habitación fue encendida por Dante y cuando miré alrededor, vi que estaba en mi casa.
—¿Qué…? ¿No sé supone que estaba en el hospital?
—Así era —se acercó preocupado analizando mi expresión y gesto corporal—, pero después del como te pusiste pedí que me dieran lo necesario para traerte aquí, después de que me entregaran tus resultados, claro. Afortunadamente no sufriste una lesión grave por la contusión.
—¿Y Gabriela? ¿Cómo está ella?
—Descuida —esbozó una pequeña sonrisa—, ella está bien, arrestaron al imbécil que la estaba agrediendo —pero la borró enseguida mostrando un gesto de desagrado—. Ese malnacido la estaba abusando, le quitaba el dinero que ganaba y le exigía darle más. Ella incluso se acostaba con otros sujetos para obtenerlo y así evitar que su novio se enfadara con ella.
Así que… ella sufría eso. Maldición. Dije en mi interior bajando la mirada con frustración y enojo conmigo misma. Luego me quejé en cuanto toqué mi mejilla, pues sentí un dolor ahí y ardor en mi labio.
—No te toques, ese idiota te rompió el labio.
—Vaya… Espero no deje marca.
—Mía. ¿Qué ocurrió en el hospital? ¿Por qué no querías estar allí?
—Sólo no me gustan —respondí queriendo evitar contestar con sinceridad. Podrían descubrir que mi identidad es falsa.
—Bien —exhaló con un poco de irritación—, descansa un rato, en un momento te traeré la cena.
—No tengo apetito.
—Debes comer algo —las comisuras de su boca deliniaron una leve sonrisa—, por favor, come.
—Está bien —dije arropándome de nuevo, él dio media vuelta caminando a la puerta—. Dante —se detuvo a mirarme—. Gracias por preocuparte por mí.
—No hay nada que agradecer —alargó un poco más el gesto amable—. Bueno, en un rato vuelvo.
—No apagues la luz, por favor.
—Sí, está bien —se retiró, y yo volví a sumergirme en el desazón de mi interior.
Dante
Estoy en la cocina terminando de preparar la cena.
Suspiré inquieto por verla así, además, tengo mucha curiosidad por saber quién es ese tal Austin que ella mencionaba mientras dormía.
Agh, demonios, me hice un corte en el dedo mientras partía una naranja para hacerle un jugo.
Tengo que averiguar la vida de Mía lo más pronto posible, tengo que saber que es lo que la aflige.
Al terminar la cena y subí con una bandeja, abrí la puerta y entré con mucho cuidado para dirigirme a la mesa cerca de la cama, colocando la comida allí, vi a Mía dormida y parecía aún más angelical de lo que ya es. Sonreía con tan sólo verla, me senté en la orilla y me incliné a quedar cerca de su cara, la besé muy cerca de la boca, justo sobre la herida en su labio.
—Austin… —otra vez ese nombre. No voy a mentir, me molesté, suspiré y hablé con suavidad.
—Mía, despierta —ella abrió los ojos y me miró estando muy cerca—. Te traje la cena —dije separándome y extendiendo los cubiertos.
Mía se reincorporó y acercó sin soltar la sábana para quedar en la mesa tomando los cubiertos, disponiéndose a comer. Yo agarré la silla sentándome frente a ella, no comió ni la mitad del plato, pero está bien, al menos algo tiene en el estómago.
—Bueno, si me necesitas estaré durmiendo en el sillón —dije señalando al que está al otro lado de la cama.
—Creí que te gustaba la comodidad —río bajo y yo bufé divertido—. No tienes que quedarte, no tienes obligación conmigo.
—Lo hago porque quiero hacerlo.
—Gracias —dijo una vez más con una sonrisa y mirada triste. Se hizo a un lado y se acostó—. Puedes dormir conmigo.
—Oh, muchas gracias, pero está bien.
—Por favor —sus ojos me hicieron sentir una especie de puñalada en mi corazón, parecía realmente rogar.
—De acuerdo.
Me senté y acomodé a quedar ambos frente a frente mirándola fijamente a los ojos. Poco a poco ambos fuimos quedando dormidos.
A la mañana siguiente me desperté con una sorpresa, Mía y yo estábamos abrazados, ella a mi torso con su cabeza sobre mi brazo mientras yo la rodeaba con él, podía tocar su espalda y la acariciaba con lentitud, hizo un pequeño quejido y se acomodó más pegada a mí.
Bufé burlón por la situación, seguí con las caricias sintiendo las cicatrices por la delgada tela que su piyama tiene, algo en mi interior se afligía por el hecho de pensar en que alguien le hizo o le hiciera algo.
—Uhm… —despertó y alzó su mirada para verme. Ofrecí los buenos días, lo que la sacó de su trance para hacer que se separara en el instante, reincorporándose sin soltar la sábana y acomodarse un mechón de su cabello detrás de su oreja— Lo siento.
—Está bien, lo disfruté —soltó un suspiro rápido desviando su vista. Reí bajo para sentarme también—. Mía, ¿sabes? Esa chica fue a denunciar a su novio, yo también voy a declarar lo que vi. Puedes venir conmigo para que le agreguen cargos por lo que te hizo.
—No… No puedo. No me gustan las estaciones de policías.
—Pero ese idiota te tocó y hacia injusticias con su pareja —negó rápido y apretaba las sábanas—. ¿Qué te sucede? No te gustan los hospitales ni las estaciones policiacas. ¿A qué le tienes miedo?
—A nada —alzó un poco su voz buscando ocultarme su nerviosismo—, sólo no me agradan esos lugares.
Puras mentiras suyas, esa mirada que pone no es de desagrado, es miedo, conozco perfectamente esa mirada.
—Iré a la empresa un rato a atender algo y luego volveré, no tardaré —me levanté para arreglarme—. Mientras tanto piénsalo, ayudarás más a tu amiga.
—¿Mi amiga?
—Te dejaré preparado el desayuno —me acerqué a su mejilla que no estaba herida y la besé por un largo rato—. Regresaré —susurré a su oído antes de salir de la habitación.
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Mía
Estoy comiendo el desayuno que Dante me preparó, sabe bueno, no creí que él supiera cocinar, después de todo es un tipo rico y a mí no me sale tan bien el sazón.
Estuve pensando en lo que dijo, es verdad que fácilmente podría ayudar a añadir cargos a ese desgraciado que se atrevió a tocar a Gabriela, pero también sería un riesgo el presentarme a declarar con una identidad falsa, aunque bueno, con las evidencias que el tipo dejó en mi cuerpo no es como que tenga mucha oportunidad de alegar algo.
Suspiré ante lo que sabía era una estupidez de mi parte. Decidí ir.
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Narrador Omnisciente
Dante se dirigía a la oficina de su madre, quien estaba dentro leyendo unos documentos.
—Dante, hijo. ¿Cómo está Mía? —preguntó con preocupación en su voz parándose y acercándose a su hijo.
—Bien, no te preocupes.
—Gracias a Dios. ¿Y por qué estás aquí? —el hombre la abrazó— ¿Qué ocurre?
—Te amo, mamá.
—Cielos, Dante —mencionó amablemente correspondiendo el gesto y acariciándole la cabeza—. Eres muy sensible cuando se trata de este tema. Te involucras mucho cuando alguien es abusado, especialmente si son los hombres los agresores.
—No quiero que nadie pase por lo mismo que nosotros. Sufriste mucho con mi padre y nos defendías a mi hermana y a mí de él. Las ayudo pensando en ti y en ella. Por eso también quiero ayudar a Mía. Bien, debo regresar con Mía.
—Sí, y dile que no se preocupe por el trabajo, puede tomarse los días que sean necesarios.
—Ja, ja, ja. Está bien, pero estoy seguro que querrá regresar mañana.
—Lo más probable —rió junto a él antes de besarle la frente con dulzura.
Dante se despidió de su madre, salía del edificio cuando se encontró con Gabriela.
—Señor Dante —su semblante apenado se dejaba notar.
—Tú… lo siento, olvidé tu nombre.
—Soy Gabriela Bernal. Muchas gracias por ayudarme ayer. ¿Mía está bien?
—Sí, de hecho, ahora mismo voy de regreso con ella.
—Ya veo. ¿Podría ir con usted? Quiero darle las gracias también.
—Claro.
Dante tomó un taxi junto a Gabriela, llegaron y entraron a la casa con el hombre dirigiéndola a la habitación de Mía, él entró primero para avisarle de la visita de su compañera, pero ella ya estaba vestida para salir.
—Mía ¿a dónde vas? —preguntó una vez la vio sentada en la cama colocando sus zapatos.
—Voy a denunciar a ese tipo por golpearme. Así tendrá más cargos encima y no saldrá fácil, como tú dijiste.
—Oh —sonrió orgulloso—, me gusta eso. Pero antes, ella vino a verte.
—¿Ella? —en ese momento Gabriela entró por la puerta— ¿Qué haces aquí?
—Hola… —Dante salió para dejarlas hablar— Yo he venido a darte las gracias y a pedirte disculpas.
—No tienes que hacerlo, no te iba a dejar sola con ese problema.
—Por eso te debo ambas cosas. Las disculpas por todo lo que te he dicho.
—Yo también debo disculparme —se levantó acercándose a tomarla de las manos—, no sabía que pasabas por eso, soy una tonta por juzgarte sin siquiera saber lo que te pasaba.
—No, está bien —sus lágrimas comenzaban a salir—. No tenía el valor para hablar, pero gracias a ti y al señor Dante, pude hacerlo.
—¿Dante?
—Sí, él llegaba en su moto cuando mi exnovio me estaba jalando para meterme a su auto. Dante tiró su motocicleta y se lanzó a golpearlo, lo dejó muy mal, creí que lo mataría, lo detuve en cuanto le pedí que te ayudará, lo dirigí hasta donde te encontrabas y estaba muy asustado cuando te tomó en brazos sin que reaccionaras. Él llamó a la ambulancia y yo a la policía.
Algo en el corazón de Mía se encendió, algo cálido que le hizo sentir protegida al escuchar que Dante se preocupó por ella, sin darse cuenta sonrió por ello.
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