Capítulo 35: Quiero olvidar - Parte 1
Dante
Toco con desesperación la puerta de la casa de Mía, y al ella no abrirme procedo a entrar con su contraseña. Todo está normal, pero la busqué por todos lados y no estaba, noté que faltan algunas cosas, enteramente hablando de su ropa.
Algo en mí se inquietó, como si algo no estuviera bien.
¿De qué hablo? Con la aparición de mi padre nada está bien.
Mía me trató muy ajena a ella, como si me odiara. Intenté marcarle varias veces a su teléfono, pero no me responde.
—Dante —hasta ahora.
—Por Dios —solté todo el aire retenido en mis adentros con algo de alivio—, ¿qué pasa? ¿Dónde estás? Necesito hablar contigo por favor.
—Yo también, ¿puedes venir a tu departamento?
¿Mi departamento? No entendía qué pasaba, menos lo iba a hacer si no me apresuraba a ir, así que eso hice yendo en mi moto.
Mía tiene una llave de mi casa, se la di y hablé con seguridad para que pudiera pasar y que ya no siguiera coqueteándole al guardia para conseguir venir.
Tengo tanto en mente que no sé por dónde empezar, por suerte mamá ahora está con Oliver.
Me confesaron que tienen una relación y que la quieren formalizar aún más, y yo sé que él es un buen hombre, pero lo que realmente me tiene mal es Mía, ella es la que en verdad me preocupa, tengo tanto miedo de perderla.
Llegué y entré azotando la puerta por el manojo de nervios que soy ahora, pero me calmé un poco al verla parada frente al ventanal, todo estaba en silencio y algo oscuro, la poca luz que hay es porque entra por la ventana, mi voz jadeosa por el cansancio y las manecillas de mi reloj de pared marcando casi medianoche, es lo único que irrumpe ese silencio casi sepulcral.
Mía me sonrió, parecía una de tristeza y terneza, comenzó a caminar haciendo resonar sus tacones de aguja, ni siquiera se ha cambiado el vestido.
—Mía, ¿qué…? —no pude terminar de hablar, pues ella tomó mi rostro y unió sus labios a los míos.
¿Qué es lo que pasa? ¿Por qué este cambio cuando antes prácticamente parecía que me comenzaba a odiar?
Estas y muchas preguntas más eran las que tenía en mente, pero que poco a poco fui quedándome en blanco mientras más era apresado por la boca de Mía, estaba siendo tan sensual, tan atrevida, tan adictiva.
Esto es mejor que mis fantasías, su textura, su sabor, su estilo, todo está siendo mágico, perfecto.
—Mía. ¿Qué es esto?
—¿No es lo que tanto has esperado? —claro que lo es, pero…— Dante —me sacó de mis pensamientos hablando a mi oído—. Hace tiempo me preguntaste qué es lo que quiero. Tengo una petición más.
—¿Cuál?
—Olvidar —susurró abrazándome fuerte—. Quiero olvidar —tomó mi rostro a que quedáramos mirándonos—. Hazme olvidar.
Impulso, es como mejor puedo describir esa chispa que sentí como una explosión, algo que me hizo levantarla a que se aferrara a mí y yo la pegara de espaldas contra la pared a continuar un beso fogoso, pasional, lascivo.
De esa manera la llevé a mi habitación, por suerte dejamos a Max en la casa de mi madre para que estuviera cuidado mientras estuviéramos en esa hacienda.
La coloqué en la cama, esta vez siendo delicado, no como hace algunos meses donde prácticamente la arrojé. Ahora ella está debajo de mí sin objeción, la beso en el cuello, recorro todo su escote a la vez que con mis manos trazan su figura, ella suspira con cada roce a sus piernas en el que subo su vestido, sintiendo su piel hasta que la dejé en bragas rojas.
Reí bajo, es que no trae puesto sujetador.
—Quería darte una sorpresa —me dijo mordiendo la esquina de su labio.
—Me la diste —quité mis prendas superiores, ella desabrochó mi pantalón para así quedar desnudo.
Me recorrió con su mirada, volvió a morder su labio. Le lamí para que dejara de hacerlo y me diera acceso de nuevo a su boca mientras retiraba lo único que tapaba parte de su cuerpo.
Y no puedo creerlo, me siento como un virgen de preparatoria estando con la popular y deseada universitaria.
Ambos nos dedicamos miradas cómplices, completas y de amor… Amor… sí, es lo que siento por ella, lo que quiero con ella, y lo que vamos a hacer ahora.
Mía
¡Ah! Gimo, es lo único que hago además de gritar su nombre. Dante está arriba de mí rodeándome con su brazo mi cintura, con el otro brazo me sostiene la espalda sobre las cicatrices, yo lo rodeo por el cuello y su cadera.
Hoy por fin me he entregado, le he dado mis besos, mi cuerpo, mi ser.
Una y otra vez también le entrego mis suspiros, mis jadeos, mis gemidos, mi voz.
Es extraño, no es mi primera vez, puedo decir que soy experta porque suelo ser yo quien toma el control, yo decido en que posición estar, el ritmo que seguir, y cuanto expresar.
—¡Más! ¡Dante! —pero hoy me manejan, Dante tiene mi control y se siente tan bien no tenerlo ahora.
Yo solo me estoy entregando al placer que jamás antes he experimentado, me siento libre, deseada, amada, sin pena ni miedo. Dante me manipula como desea, levanta mi cuerpo a quedarnos sentados, o a quedar abajo o arriba, él marca el ritmo, él decide cuánto tiempo estar así, yo sólo obedezco al placer que me da. Como ahora, que nunca he estado en posición de dar mi espalda a nadie, siempre odié esto, por eso jamás la he mostrado, detesto la idea de que las toquen y en especial que las vean, pero Dante, con él es diferente.
—Mía… —jadea a mi oído estremeciéndome con su voz ronca y profunda.
Por primera vez no veo a nadie frente a mí, por primera vez aprieto las sábanas, muerdo la almohada.
Por primera vez hago el amor.
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