
Capítulo 31: Droga
Dante
Austin parece en verdad un buen tipo, es quien se arriesgó demasiado por Mía y el primero que le hizo sentir lo que es el amor. Sí, me duele ver que sea otro el que la tiene, pero también estoy feliz por ella.
—Listo, ten una buena noche, Gabriela —dije amable luego de que bajó de mi moto.
—Gracias señor Dante. Y lamento mucho que usted y Mía no hayan logrado tener algo.
—¿Disculpa?
—¡Ah! Lo siento, pensé en voz alta, creo que bebí mucho —alcé una ceja y sonreí un poco—. A lo que me refiero, es que pensé que ustedes iban a tener algo por esa forma en la que Mía y usted interactuaban.
—Yo también, pero las cosas no siempre salen como uno lo espera, pero el mejor premio de todos es verla feliz.
—Sí, así es —echó un suspiro algo extraño desviando la mirada.
—¿Ocurre algo?
—Ese Austin es lindo —alcé las cejas con impresión, no sé si ese sonrojo es por haber bebido o por pronunciar a Austin—. ¡Ay por favor! ¡No le diga esto a Mía por favor! —oculta su cara con una mano.
—¿Te gusta?
—No —esa expresión y disminución en su respuesta me dijo lo contrario—. Lo he visto algunas veces cuando trae a Mía al trabajo. Creo que soy una mala amiga, me he interesado por su novio.
—Tranquila, no creo que lo seas —ambos reímos.
—Supongo que por el momento nosotros no estamos destinados para alguien aún.
—Eso parece —volvimos a reír un poco en complicidad.
—Señor, eh, ¿le gustaría pasar a tomar algo? Tal vez un poco de vino, agua o café.
—Vino sería genial.
Entramos a su casa y degustamos algo de vino tinto sentados en el sofá, conversando en un ambiente muy agradable, ella me platicaba lo que le llamó la atención de Austin, por supuesto que primero fue su buen parecido, luego el trato caballeroso con la que interactúa con Mía, y sus ojos azules son su debilidad.
—¿Y usted? ¿Qué le atrajo de Mía? —me sirvió más vino que casi se nos derrama, reímos como tontos.
—¿Por dónde empezar? Ella es testaruda, retadora, desafiante en todos los sentidos, segura de lo que quiere, y muy atrevida. Sexy —volvimos a reír a carcajadas—. Pero también es amable, dulce, especial, una guerrera entrañable diría yo. Tiene su carácter fuerte e indomable, y eso es lo que me fascina —la miré encantado—. ¿Sabes cómo le digo?
—¿Cómo?
—Mi droga.
—¡No es verdad! —y de nuevo carcajeamos. Jamás le había dicho esto a nadie, ni siquiera a Samanta que es mi amiga más íntima.
—Sí, es verdad, y yo soy un total adicto a ella.
—Me da lástima por usted —menciona con compasión.
Alcé los hombros como restando la importancia que le daba, Gabriela y yo nos quedamos mirándonos sonrientes en compañía mutua por nuestros amores no correspondidos, sin embargo, nos fuimos acercando poco a poco hasta que nuestra cercanía desapareció por completo, fundiéndonos en un beso que empezó lento y se convirtió en uno desesperado.
Nuestras manos reconociéndose entre nosotros y nuestro deseo se decidió a ser reemplazado por este momento.
Podrías llamarlo un acto de desamor, algo con lo que deseaba pensar menos en lo que ya no va a ser para mí, incluso despecho, pero aquí estoy, ahora en la cama con Gabriela que se estremece por nuestro contacto, no la tomo como lo he hecho con todas las demás mujeres con las que me había estado acostado luego de mi problema con Mía, ahora estoy siendo más delicado por así decirlo, y lo hago, porque estoy pensando justo lo que no quiero.
Traspaso el recuerdo de Mía en Gabriela, imagino que ella es la que está conmigo, la que se me entrega con pasión, la que no me oculta su voz, y la que me deja besarla.
Sí, Mía es mi droga, aquella con la que me quiero provocar mi sobredosis.
×~×~×~×~×
Mía
Dante no vino hoy a la empresa, ya han pasado dos días desde que Austin se convirtió en mi amigo, pero no he tenido el valor para decírselo a nadie, sólo Lisa y Nicolás lo saben por supuesto, pero tengo mucha tensión de hablar con Dante.
—Mi hijo fue a llevar a Samanta al aeropuerto, hoy se va de regreso a Londres —mencionó Elizabeth entregándome los papeles que acaba de firmar.
—Ya veo, me hubiera gustado despedirme de ella —tomé esas hojas y las acomodé en las carpetas listas para archivar.
—Te dejó una nota.
Eso me tomó por sorpresa, Elizabeth me dio un sobre cuadrado, sellado con la letra muy bonita de Samanta. La abrí allí mismo y su mensaje me extrañó.
Deja de huir y entrégale tus besos
De acuerdo, no supe qué hacer o decir, Elizabeth vio la nota y empezó a reír diciendo que tenía razón. Me di la vuelta y prácticamente corrí provocando más carcajadas de mi jefa. Quiero fingir que no entendí, pero lo hago, entiendo a qué se refiere y tiene razón, sólo me la paso huyendo porque tengo miedo.
Pensé que con Austin podría seguir porque conoce toda mi historia con el Señor, sin embargo él me ha hecho ver que sí lo amo, pero ya no como lo hice en mi adolescencia, y con Dante me da terror que vuelva a pasar lo que viví con Austin y que esta vez me arrebaten lo que tanto… ¿Lo que tanto qué?
Sacudí mi cabeza tras no creer que en verdad pensara en mencionar ese sentimiento por él.
Y de pronto sonreí al recordar todos esos momentos que hemos compartido, momentos que se quedaron conmigo todo el día y hasta la noche estando en mi cama, apenas y pude escuchar las conversaciones de Lisa y Nicolás durante la cena o conviviendo en la sala, rememoro los momentos en los que fui desafiante, cómo lo conocí, la guerra que nos declaramos, los encuentros furtivos que tuvimos en la empresa, sus pequeños castigos, como me vio sin mi dura coraza en aquel hotel, como le dejo tocar mi espalda y mis cicatrices.
Algo dentro de mí se removió tras pensar en eso. A nadie le he dejado que las toque ni las vea, ni siquiera me sentí cómoda con Austin, pero Dante, con él es diferente.
Me quedé dándole vueltas a eso una y otra vez, sintiendo como si su mano estuviera acariciando mi espalda sin sentirme una miedosa o con asco, junto a eso otro recuerdo vino a mi vista, aquel que se me había olvidado por completo y hasta ahora nunca me di cuenta de que mostré mi cuerpo sin titubeo. El baile privado que le hice. Me puse de espaldas, lo pegué a su pecho y no tenía vergüenza ni asco de que viera o sintiera mis marcas.
Y otra cosa de la que no me daba cuenta era lo que esas imágenes estaban provocando en mí, apretaba mis piernas y un calor recorría mi cuerpo. El baile, y ese día que busqué a Dante en su apartamento, lo que me hizo al dejarme esposada a la cama.
Llevé mi mano a calmar ese calor cuando en realidad lo eleve.
—[…] no tendrá ningún derecho sobre mí, yo no se lo permito y nunca lo haré, no soy suya, jamás lo seré. No le pertenezco a nadie, excepto a mí misma.
—¿Quieres aportar? Al final serás mía, te volveré adicta a mí.
—Ja, ja, ja, suerte con eso.
Esa conversación que tuve aquel día se reprodujo como si estuviera ahí mismo otra vez. ¿Suerte? El maldito ganó, como una droga potente se adueñó de mí, me hizo dependiente de sus caricias, me volví su adicta.
×~×~×~×~×
Esos tres días se convirtieron en cinco, ya es viernes y no he viste a Dante en todo este tiempo.
Sino fuera porque Elizabeth me ha dicho que él ha estado enfermo habría pensado que se había ido con Samanta a Londres, aún así trabaja desde casa de su madre, he querido ir a verlo, pero dice que está indispuesto o que ya está dormido.
Fui a mi casa para encontrarme a Lisa y Nicolás muy acaramelados en mi sofá.
—¿Quieres palomitas? —preguntó Lisa, negué contenta mirándolos con ese amor que se profesan.
—Por cierto, Dante vino ayer a devolver mis esposas, dijo que se le olvidó dármelas en nuestra reunión —mi sonrisa se borró en un santiamén.
—¿Dante vino a casa?
—Sí, es lo que dije. ¿No te comentó nada? —tras eso me levanté enseguida del asiento.
—Lo siento, voy a salir un momento —mis amigos me miraron con extrañez, sin embargo dejé claro que no debían preocuparse.
Con prisa tomé las llaves de mi auto y conduje hasta la mansión de Elizabeth, quien me recibió en la sala donde nos sentamos. Me confesó que él no ha estado enfermo ni viviendo con ella, que Dante le pidió que dijera eso para separarse un tiempo de mí.
—¿Por qué? —estaba sorprendida.
—No me quiso dar explicaciones. Mía, necesito saber ¿qué ha pasado entre ustedes?
—Hemos tenido nuestras altas y bajas. Tengo que hablar con él. ¿Crees que esté en su apartamento?
—Eso creo, ¿quieres que lo confirme?
—No, iré allá sin aviso, de lo contrario podría saber que me presentaré y no quiero que se haga como el que no está —me levanté decidida—. Bien, nos vemos luego, voy a regañar a su hijo.
Rayos, dije eso último sin pensarlo, Elizabeth ensanchó su sonrisa tratando de ahogar su risa, yo por mi parte puse una nerviosa y salí de ahí sin más nada qué decir con rumbo a la morada de Dante, el guardia quería anunciar mi visita, claro que usé mis artimañas femeninas y ¡ole! Pase gratis a la puerta que se abrió antes de que tocara, dejándome ver a Dante con su estilo de motociclista listo para salir.
—Cállate —demandé con las manos en la cintura siendo desafiante, empujándole de nuevo a dentro y azotando la puerta—. Que te calles —intentó hablar de nuevo—. ¿Qué demonios crees que estás haciendo? Llevas desaparecido toda la semana, no me llamas, no me buscas, ignoras mis mensajes, me haces preocuparme porque me dicen que estás enfermo y no me dejan verte, y resulta que eso era una mentira —lo empecé a señalar restregando el dedo índice a su pecho, a la vez que lo hice retroceder hasta que sus pies chocaron con el mueble blanco de su sala y cayó a sentarse en él.
—Mía…
—Que cierres la boca pedazo de bruto insensible —alzó una ceja ante mi comentario—. ¿Qué pretendes? —se quedó callado— ¡Habla!
—¿Ya puedo hacerlo? —sonrió guasón poniendo una pierna sobre la otra, y recostando su cabeza en el dorso de la mano del brazo, que está descansando en el apoyabrazos del sofá— ¿Qué haces aquí?
—¿Cómo que qué hago aquí? Llevas evitándome toda la semana.
—Sí —abrí la boca indignada—. Lo siento mucho, pero voy a salir —se levantó de nuevo, yo crucé los brazos.
—Voy contigo.
—¿Qué? Voy a ir en moto.
—No me importa, puedo ir.
—¿No tienes una cita con Austin?
—No —me miró de abajo hacia arriba y sonrió pícaro. Reverenció con la palma extendida en invitación a acompañarlo.
Bajamos hasta la cochera del edificio sacando su motocicleta, me dio un casco y se montó esperando a que yo también lo hiciera.
Resoplé irritada y lo hice, me senté un poco incómoda porque mi falda subió hasta mitad del muslo. Ahí pude respirar su perfume tan agradable, me aferré a abrazarlo mientras iba conduciendo por las calles hasta que llegamos a un lugar que poco a poco iba subiendo el ruido cada que avanzábamos más a él, lleno de personas, la mayoría con más motocicletas.
—¿Qué es este lugar? —pregunté una vez bajé, Dante seguía montado recostado del manubrio.
—Digamos que una zona que encontré hace poco, vengo aquí a relajarme. Es un lugar de carreras, pero legales.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro