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Capítulo 2: No me gustan los dulces

Lunes en la mañana y me dirigía en mi auto rojo hasta la empresa, iba por una calle donde casi no hay tránsito alguno, conducía relativamente tranquila cuando un niño se soltó de la mano de su madre y cruzó sin más la calle, yo frené de golpe evitando atropellar al infante, fue entonces que escucho como un golpe dio atrás de mi vehículo, rápidamente salgo para cerciorarme que todo esté bien.

Vi que el niño estaba en el suelo y pregunté si le había pasado algo, la madre estaba con él donde al parecer no tenía nada y agradecí por ello, así que me volteé para atender el ruido de atrás, pero cuando lo hago choco con el pecho de alguien, miré arriba y un sujeto con casco estaba parado frente a mí.

Él se sacó la protección y dejó ver a un hombre joven, supongo que tiene cuanto mucho unos treinta años, con ojos oscuros y cabello corto negro con un estilo despeinado, parecía estar enojado, por alguna razón se me hacía conocido, pero no recordaba de dónde, aún así, me quedé un poco embobada al mirarme en sus ojos, y fue su voz que me sacó de ese trance.

—¿Qué demonios fue eso? —replicó, a lo que me hice para atrás— No puedes frenar de esa forma, mira el estado de mi motocicleta.

—¿Qué? ¿Acaso estás ciego? —contradije con una una mano a la cintura— Casi atropello a un niño. ¿Acaso querías que pasara por encima de él para que tu preciada moto no se hubiera estampado?

—¿Un niño? —cuestioó inclinándose para ver al chico llorando— ¿Y quién se va a hacer cargo de las averías de mi moto? —el hombre me miró alzando una ceja y la madre del pequeño estaba preocupada.

—Tranquila, yo me haré cargo, pueden irse —le dije con una sonrisa a la mujer, quien dudaba en hacerlo, pero le hice saber que no había razón para preocuparse. Una vez se fueron me dirigí al hombre—. Hazte cargo por tu cuenta, fue para salvar a ese niño.

—Puedo demandarte —sonrió con santurronería

—Hazlo si quieres, al final yo tendré la razón. En esta calle hay cámaras, bien puedo usarlas para defenderme y además, esa mujer será mi testigo —crucé mis brazos y alcé la vista—. Y puedo apostar que tú estabas muy cerca de mi auto, así que fue más tu imprudencia que la supuesta mía.

¿Por qué se ríe?

—¿Puedo saber tu nombre?

—No te interesa —mencioné cortante metiéndome de nuevo a mi auto y yéndome de allí—. ¿Quién se cree ese imbécil?

Al llegar a la empresa contacté a mi compañía de seguros, al menos esa ralladura tendrá remedio fácil. Me dirigí con la recepcionista y pregunté si ya había llegado el hijo de Elizabeth, pero aún nada, pedí que me avisarán en cuanto llegara.
Estuve en mi escritorio revisando los pendientes hasta que dio la hora del almuerzo, fue entonces que vi a mi jefa llegar.

—Mía, hola —me besó la mejilla con cariño.

—Hola, ¿su hijo canceló? No ha venido.

—Me lo encontré llegando a pie, tuvo un accidente en su motocicleta y tuvo que llamar a la grúa para que la llevaran a un taller, enseguida viene.

—¿Un accidente… en su moto? Mierda. Que no sea él —rezaba en mi interior con una sonrisa forzada.

—Sí. Pero ya lo conocerás y los tres almorzaremos juntos.

—Madre —habló aquella voz que estaba rezando por no escuchar, tapé mi boca con el puño y fruncí el ceño.

—Hijo, mira, te presentó a Mía.

—Oh —el maldito se burlaba—. ¿Ella es la chica de la que tanto me hablas? —su madre asintió orgullosa y él extendió su mano en señal de un apretón.

—Un gusto conocerte, Dante —dije levantándome y maldiciéndome en mis adentros.

—No, de ninguna manera —mencionó eso dándome un beso en la mejilla y luego se acercó a mi oído—. El placer es todo mío.

Parecía que la tensión se sentía porque Elizabeth estaba confusa y preguntó si nos conocimos, para mi sorpresa, él negó, pero agradecí eso. En el almuerzo las cosas fueron relativamente bien, digo relativamente porque el sujeto no dejaba de mirarme intensamente con una sonrisa, y sólo apartaba su vista cuando su madre le hablaba.

—Entonces, Mía —mencionó el tipo, Elizabeth se fue después de atender una llamada—. ¿Eres muy amiga de mi madre?

—¿Por qué negaste el conocerme?

—No contestes mi pregunta con otra. Responde.

Vaya, otro que cree que puede darme órdenes. Suspiré y respondí calmada: — Supongo que sí. Ahora responde la mía.

—No soy el tipo de persona que va a echar a alguien de cabeza por un incidente como ese. Nuestro problema se queda afuera de esta empresa.

—Oh, interesante.

¿No te importaría enseñarme la ciudad? Digo, ya que por tu culpa no tengo mi motocicleta para verla por mi cuenta.

Reí al escucharle decir eso. —No. Estoy segura que Elizabeth te lo enseñará —me levanté y retiraba a mis labores—. Diviértete.

—Ten por seguro que lo haré.

No comprendí a lo que se refería con ese tono guasón que usó, pero no le di importancia. Su madre me contó que quiere ver de qué manera se desenvuelve dentro de aquí, pues quiere dejarle la empresa a su cargo. Sabía que haría eso. También me dijo que me dejaría en mi puesto debido a que yo sabría manejar a su hijo. Al parecer también es difícil de tratar, sus asistentes anteriores no han superado ni el mes estando a su servicio y cree que yo puedo hacer equipo con su hijo. Sinceramente creo que será un caos.

En fin, primero estará trabajando junto con su madre, así asistiré a ambos y él se familiarizará con la empresa y conmigo.

×~×~×~×~×

La hora de mi salida llegó y me dirigí a mi auto que estaba en el estacionamiento del edificio, encontrándome a Dante recostado en mi vehículo.

—¿Me permites?

—No hasta que hablemos.

—¿Quieres una disculpa por lo que ocurrió? Pues lo siento, pero no lo haré.

—Veo que eres alguien testaruda y orgullosa. Mi madre te describió bien.

—A un lado —demandé desafiante, a lo que él se acercó a mí, pero me alejé—. Atrás.

—No te haré nada, tampoco hablaré mal de ti con mi madre, pero simplemente no me gusta que me ordenen —me rodeó por un lado mientras yo no le despegaba la vista de encima, quedé dando la espalda a mi auto.

—Pues somos dos. En cuestiones laborales no me quejo, pero fuera de ello no esperes que sea una niña dulce como de seguro estás acostumbrado a tener, porque no lo soy.

—Interesante perspectiva, Mía, excepto por una cosa —dijo comenzando a caminar hacia mí, yo retrocedí hasta que choqué con mi carro y Dante colocó una mano a cada lado de mi cara, recargándose del auto a la vez que no pierde la sonrisa burlona sin dejar de verme a los ojos—. No me gustan las niñas, y los dulces me empalagan, prefiero lo picoso.

—Oh —sonreí devolviendo el gesto—, entonces tenga cuidado, no vaya a enchilarse —dije abriendo la puerta de mi auto apartándole, entrando y encendiendo el vehículo—. Buenas noches.

Arranqué y me fui, vi por el retrovisor como él se cruzaba de brazos sin dejar de sonreír.
No sé que está pensando exactamente, pero pareciera que me ha declarado la guerra.

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