
Capítulo 19: Deseando un milagro
Hubo un disparo con el que tuvimos que detenernos, ya que fue uno de advertencia. Nos aferramos a abrazarnos con fuerza y escuchábamos cómo pasos se acercaban a nosotros, volteamos sabiendo de quién se trataba, y ahí estaba ese maldito infeliz con su sonrisa retorcida.
—Debo admitir que fueron un poco difícil de seguir —el temblar de ella se agravó más mientras empezaba a sollozar.
—Ya basta, déjala ir, ella no quiere estar contigo y lo único que le haces es lastimarla.
—Desde que la vi, lo decidí, por eso pagué por ella y es mía ahora. No me importa lo que ella quiera, lo único que va a hacer es obedecerme. Así que ¡ven aquí! —le ordenó con furia logrando que soltara su llanto desesperado.
De ninguna manera la voy a dejar volver con ese tipo, apunté con el arma dispuesto a dispararla pero, un dolor recorrió mi pierna después de haber oído una eyección que no fue de mi pistola.
Caí de rodillas y solté el arma, estiré mi mano para tomarla de nuevo, pero un pie lo alejó y luego escuché como mi Ratoncita gritaba de nuevo. Dos hombres estaban por un lado, uno de ellos la capturó y la arrastraba hacia el maldito mientras ella peleaba por liberarse, el otro recogió el arma y me la puso en la cabeza presionándola en ella.
—¡Cállate! —el desgraciado la abofeteó obligándola a guardar silencio— Te has portado muy mal, mi princesita.
—¡No la toques! —bramé colérico tratando de levantarme, imposible cuado recibí un cachazo en la cara.
—Tienes agallas, mira que robar lo que es mío y todavía tienes el descaro de ordenarme.
—Ella no es tuya —escupí sangre con desprecio—, ni siquiera es mía porque no le pertenece a nadie. No es un juguete ni una muñeca y mucho menos una mascota, es un ser humano, ¡maldita sea! Y para colmo una niña. ¡Estás enfermo!
—¿Enfermo? ¿Quién de los dos disfrutó de besarla más? Dime algo, durante el tiempo que estuvieron juntos, ¿hicieron algo más?
—No…
—¿En verdad? Pues que desprovecho.
Él la tomó con fuerza, jaló rudamente su cabello y luego la besó de la misma forma lastimándola, ella lloriqueaba y temblaba, la dejó tomar aire y siguió atacando a su cuello, le gritaba que se detuviera mientras metía su mano dentro de su blusa.
Estaba tan enojado que intenté nuevamente levantarme para partirle la cara, pero un sujeto me detuvo y me alzó tomando mis brazos por detrás, otro se acercó y comenzó a golpearme.
—Basta… ¡Basta! ¡Déjenlo en paz! —escuchaba su voz suplicando por mí— ¡Por favor! ¡Ah! —un segundo grito de ella nos hizo voltear a todos, incluso al que me golpeaba. Ese tipo le mordió el cuello sacándole sangre, y se reía por eso.
—Ven acá —él la jaló y se la entregó al que me golpeaba ordenando que la sujetara bien, se acercó a mí y me empezó a golpear, con fuerza y con ganas—. ¿Creíste que te la llevarías y tendrías una vida feliz con quién será mi esposa?
Estaba perdiendo mi fuerza, no supe cuándo el que me sostenía me había soltado, ahora estaba en el suelo y el imbécil me estaba pateando mientras trataba de levantarme.
—¡Tú no vas a tenerla nunca!
—¡Mi Señor! —su voz otra vez— Por favor, se lo suplico, mi Señor. Déjelo ir, volveré con usted, haré todo lo que me ordené, acataré todas sus reglas y jamás me iré de su lado, pero por favor… Déjelo…
No, mi Ratoncita, no lo hagas.
—Ven aquí —extendió su mano y ella caminó hacia él. La jaló con brusquedad a apretar su cara con una mano—. ¿Por qué confiar en ti cuando traicionaste esa confianza?
—Se lo juro —pronunció con un hilo en su voz.
—Bien, muy bien. Te creeré solo si me demuestras que me serás fiel —se puso detrás de ella, colocó en sus manos una pistola, luego la rodeó de su cintura con un brazo y con el otro le ayudaba a sostener el arma, apúntame—. Sólo voy a dejarlo muerto, y a ti te creeré cuando lo mates.
—No… por favor, mi Señor, déjale vivir.
—Igual lo voy a matar, pero si no lo haces tú, jamás te voy a creer, así que más te vale obedecer si no quieres tener un castigo —mencionó mientras le lamía sobre la mordida que le dejó.
—No… —susurré sintiendo más dolor en mi corazón que en mi cuerpo.
Pude levantarme con dificultad, pero con casi nula fuerza viendo cómo ella se volteó a besarlo rodeándole del cuello, tratando de salvarme.
—Haré lo que me diga.
—Bien —se separó sonriendo vilmente—. Ve al auto.
—¡No! Ratoncita, por favor, no hagas esto, no puedes volver al infierno —ella me miró, me sonreía y eso me destrozaba.
—Gracias por todo, Austin.
«Te amo» sus labios palabrearon eso sin emitir su voz, comenzó a caminar al auto, no podía permitir eso, di un paso y un sonido retumbó por todo el risco seguido de algo líquido que sentía salir de mi pecho…
Mía
El mismo sonido que había descubierto hace poco retumbó, Austin me había dicho que eso se llama disparo, me asusté y con terror volteé, el Señor tenía el brazo levantado con el arma en manos, miré más adelante y mis ojos soltaron lágrimas junto a un dolor en mi pecho, pues en el de Austin, se pintaba de rojo.
—¡Austin! —sentí desquebrajar mi garganta al gritar. Corría hacia él, pero el Señor me detuvo frenándome al rodearme con sus brazos.
—No, no, mi princesita —era como si quisiera poner carisma en su hablar—. Te dije que igual lo iba a matar, pero gracias por ese beso.
—¡No! ¡Se supone que lo dejarías ir!
—Lo dejaré ir, muerto.
—¡No! ¡No! ¡Austin! ¡Lo siento! ¡Perdóname! ¡Por favor! ¡Ayudénlo! ¡Auxilio! —aunque estaba en mucho pánico, corté mis palabras de socorro al ver a Austin.
¿Por qué? Él está sonriendo. Me pregunté mirando esa expresión en su rostro.
«Te amo… Lucha…» dijo eso tambaleándose tratando se caminar hacia mí, pero un segundo disparo le fue dado desequilibrándolo, haciendo que caminara para atrás.
Debía detenerse, se acercaba a la orilla, gritaba desesperada pidiendo ayuda como si alguien ahí lo fuera a hacer.
Y entonces, todo se detuvo.
Cayó de espaldas hacia las olas del fondo. Mi mano quedó en el aire buscando haberla extendido hasta él, estaba paralizada, pero mis lágrimas no se detenían y mi boca permanecía abierta, creo que ni siquiera estoy respirando.
—Muy bien, ahora regresemos a casa —dijo casi con entonación abrazándome con delicadeza. Entregó el arma al sujeto a su lado, comenzamos a caminar rumbo a su auto, yo estaba atónita y sólo podía andar sintiendo como me guiaba.
—Lo mataste —musité atrayendo su atención—. ¡Lo mataste! —me exalté de rabia, me volteé hacia él y comencé a golpearlo con furia, él trataba de detener mis brazos, pero si lo hacía, yo pateaba.
—¡Tranquilízate! —bramó colérico. No me importó.
—¡Muérete! ¡Vete al infierno! ¡Desgraciado! —le mordí el brazo con fuerza y aruñé su cara atrás del ojo.
Me soltó y aproveché para correr hacia cualquier lugar, no tenía un rumbo fijo, sólo quería alejarme de él. Lucha, esa palabra que Austin me dijo se reproducía en mi cabeza una y otra vez alentándome a no detenerme, estaba cansada, me dolían los pies, pero no podía parar, no debía.
—¡Ya basta! —este loco me atrapó, caí a la arena, pero pateaba para que me soltara.
—¡No voy a volver!
Era un hecho, sabía que ya no tenía escapatoria, pero la cara de Austin, su voz, su aroma, sus besos, vociferaban que siguiera intentándolo.
El Señor ahora estando encima de mí, me sujetaba de mis muñecas, me levantó con brusquedad y me devolvió con violencia al piso, después se dispuso a apretar mi cuello, comencé a perder la vista… el sueño terminó conmigo.
×~×~×~×~×
«Ratoncita» esa era la voz de Austin… me llamaba con suavidad, lograba ver su rostro con su sonrisa gentil, también sentía sus labios… Abrí de golpe mis ojos, miraba al techo que reconocía, sentí mis ojos y mis mejillas húmedas, lloraba. Me reincorporé y vi mi alrededor. De nuevo ahí, en esa prisión sin él.
Volteé mi vista a la mesa y mi labial favorito estaba en esta, también noté que mi ropa era diferente, debieron cambiármela los sirvientes.
Estiré mi mano para tomar el labial que luego llevé a mi pecho y comenzar a llorar más fuerte por recordar todo lo que pasó, mi voz salió sin importarme nada, estaba de luto por aquella persona que amo.
El Señor entró con su mirada de enojo, no tuve reparo en devolvérselo, tenía su látigo en la mano y me ordenó levantarme, cosa a lo que me negué, es por eso que me tomó con fuerza del brazo y me obligó a bajar de la cama, volteándome y forzando con una mano a tener mi cabeza contra la orilla de la cama, prosiguiendo a alzar mi camisa. Empezó a darme azotes fuertes, desde ya podía sentir el inmenso ardor de las cinco tiras que el latido tenía.
—¿Qué tienes que decir?
—¿Qué tengo que decir? —dije con sarcasmo— Ojala se muera, mi Señor.
Una y otra vez volvía a azotarme demandando mis súplicas de perdón y mi obediencia, pero no se los di, él me enseñó que en mis castigos debo permanecer en silencio, así que eso hice, me quedé callada apretando los dientes, los ojos y las sábanas, conteniendo mi respiración y mi llanto. No supe cuantos azotes me dio, pero ya ni siquiera siento el dolor. Salió con mucha furia de la habitación, pues azotó la puerta y la cerró con llave, yo me quedé recostada en la cama, pude ver a través del espejo como mi camisa se manchada con mi sangre, con cuidado la retiré y vi con terror las marcas en mi espalda. Volví a llorar aferrándome a ese labial, llorando porque no tengo más escapatoria, quiero luchar, pero ya no tengo nada más que hacer. Y menos… si no estás tú…
×~×~×~×~×
El tiempo pasó, intenté huir una vez más y fue un completo fracaso. Me dije que si ese escape no funcionaba me rendiría de una vez por todas, más azotes y golpes del Señor que nunca faltaban, sus lecciones para ser su esposa eran más duras y las pesadillas muy recurrentes siempre que intentaba de dormir, comencé a tomar medicamentos que no sabía qué eran, aunque tampoco me importaba mucho porque a veces pensaba que debía provocarme una sobredosis y así morir de una buena vez, pero Austin no lo aprobaría, y de alguna forma buscaba obtener un milagro manteniéndome viva gracias al recuerdo de él.
Esos eran mis pensamientos a los diecisiete años, mientras aplicaba el labial rojo sabor a fresa ya casi desgastado.
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