Capítulo 16: Sabor a fresa
Pasaron otro par de días, y algo iba extraño, pues Patrick fue quien me trajo la comida en esos días y el Señor no se aparecía, me producía inquietud no verlo aunque odiase tenerlo cerca de mí, ya que siento que algo va mal. Lo digo porque cuando el mayordomo entró en esos primeros días, tenía unos cuantos golpes en el rostro.
Le intenté preguntar cómo ocurrió, pero sólo me dijo que se cayó. Son mentiras. Además me trata con mucha más frialdad que antes, así que estoy segura que fue el Señor quien le hizo eso, quizá porque Patrick fue el que dejó que Austin entrara a mi habitación. De cualquier forma, el incidente de mi desmayo me ha dado unos días de descanso.
—Uhm… —despertaba por la mañana dándome vuelta hacia la mesa a un lado— ¿Qué haces aquí? —me reincorporé rápido al ver a Austin.
—Buenos días, Ratoncita. Tu desayuno está listo —miré a la mesa y allí estaba la bandeja con mi comida.
—¿Por qué entraste a mi habitación?
—El jefe dijo que hablaría contigo hoy en la noche, pero puedo adelantarte que al parecer ahora también me dieron el trabajo de ser algo así como tu mayordomo personal —río bajo para mirarme con una sonrisa—. Bien, tengo que irme. Provecho.
—Espera. ¿Sabes la razón por la que estoy aquí y ni siquiera puedo salir de esta habitación? —sin dejar de sonreír se sentó sobre la orilla con la vista en compasión.
—Al principio no, pero el jefe me lo ha dicho. Se me hacía extraño verte de esta manera, así que lo cuestioné.
—¿Qué? —mi respiración se aceleró por el miedo que me invadía.
—Tranquila, Ratoncita. Si decidí quedarme aquí fue porque no creo que él vaya a dejarme ir así de fácil. Ahora viviré aquí.
Así que sólo se quedará para salvarse a sí mismo…
Me sentía frustrada, triste y decepcionada. ¿Qué estaba esperando de él de cualquier forma?
—Pero mi principal motivo eres tú.
—¿Yo? —subí mi mirada con asombro al escucharlo.
—Sí, por lo que veo, estás prácticamente sola aquí. Así que me quedaré por ti.
Las lágrimas que corrían por mis mejillas salieron en un instante.
Dijo que se quedaría por mí ¿por qué? Va a estar en peligro, sin embargo, era la primera persona que mostraba bondad y simpatía.
No lo pensé dos veces cuando me lancé a abrazarlo, él me correspondió y me acariciaba el cabello, era tan amable y tan dulce.
Tal vez estaba siendo egoísta, pero le pedí que jamás me abandonara.
×~×~×~×~×
—¿Entiendes? —dijo el Señor sentado en la silla frente a mí, yo estaba sentada a la orilla de la cama— Austin te atenderá personalmente, pero no saldrás de esta habitación hasta que yo lo decida.
—Sí, Señor.
—De acuerdo, continúa comiendo, tengo trabajo que hacer.
—Disculpe, Señor —tragué nerviosa—. ¿Puedo pedirle un permiso especial?
—¿Permiso especial? —se acercó a mi rostro y me tomó del mentón con los dedos índice y pulgar, haciéndome levantar mi vista a cruzar nuestras miradas— Habla —estaba molesto y yo me asusté tanto que empecé a tartamudear, sin embargo me obligué a calmarme para no echar a perder mi oportunidad.
—¿Puedo llamar a Austin para hablar si me siento aburrida?
Su mano que tomaba mi barbilla fue recorrida a mi mejilla, daba pequeños círculos con el pulgar en el pómulo, luego, en un segundo me tomó del cuello, sus ojos mostraron ira.
—Lo siento, lo siento, no por favor —mis lágrimas salieron deprisa y mi temblar apareció con desespero y terror de mi respiración entrecortada—. No hablaré con él, no lo miraré, pero no me golpeé por favor mi Señor.
—¿Te gusta? —su voz también transmitía aquella furia que de sus ojos brotaba, su mano era como las mandíbulas de un depredador sofocando a su presa—. ¿Quieres irte con él? ¿Piensas que puedes largarte de mi lado? Yo no compré una zorra, así que más te vale que no tengas esperanzas de que te dejaré marchar. Eres de mi propiedad, me perteneces. ERES MÍA.
¡Me va a matar!
—Lo… Lo amo… mi Señor…
—¿Qué has dicho? —él me miró confuso, pero su agarre se aflojó. Tomé con mis manos la que tenía puesta en mi cuello y lo alejé sin soltarlo.
—No me iré de su lado —no sé de dónde tomé el valor para hablar y decir lo que estaba diciendo, pero sólo tenía una cosa en mente: Vivir y proteger a Austin de este lunático. Así que aun con lágrimas lo miré sonriente, como debía hacerlo—. Es mi Señor, mi amo, soy suya porque… No quiero decirlo. Porque lo amo.
No dejaba de verme a los ojos, no podía descifrar si me estaba creyendo o no, pero no podía permitirme dejar que me viera flaquear, supongo que a partir de aquí mi instinto de supervivencia se manifestó a través de aprender a ser falsa.
Si quiero vivir, debo convertirme en lo que él desee.
El Señor me alzó en brazos, no sabía qué haría pero seguí mostrándome sonriente para él, lo siguiente que hizo fue abrazarme fuerte mientras acariciaba mi cabeza para luego acomodarse conmigo en la cama.
—No toleraré engaños, lo sabes.
—Lo sé, mi Señor —hundí mi cabeza en su pecho para que así no viera como dejaba de sonreír y además, mi cara de odio, y asco.
—Bien, ahora descansa, mi princesita.
—Gracias, Señor.
Sea como sea, voy a vivir.
×~×~×~×~×
Algunos días más transcurrieron, a la mañana siguiente de cuando le profesé ese amor falso al Señor, me dijo que tenía permiso para hablar con Austin, eso fue una gran sorpresa, no creí que fuera a aceptar después de lo que pasó, pero al menos ya tengo un poco de libertad, o bueno, así me gustaría sentirlo.
Son las cuatro de la tarde, lo que significa que el trabajo de Austin por el que fue contratado primeramente ha terminado, así que después de eso, él viene a hablar conmigo hasta las seis para luego cambiarse y tener mi cena lista a las ocho, que es cuando el Señor viene a comer conmigo.
Austin es muy divertido, me cuenta chistes, anécdotas graciosas, hace trucos de magia, incluso me ayuda a estudiar algunas de las lecciones que me costaba aprender, explica muy bien, sería un excelente maestro.
×~×~×~×~×
Cuando me di cuenta ya tenía catorce años, el tiempo pasado junto a Austin era de lo mejor. Gracias a sus clases extras pude entender mejor al profesor, tanto que hasta me felicitaba y otorgaba buenos informes de mi desempeño al Señor. Y sobre de él, las cosas iba… tranquilas por así decirlo.
Estaba segura que me convertiría en una maestra del engaño, pues cuando tenía que estar con él hacía las cosas que le gustaban, al cruza la puerta corría a abrazarlo, ya sea por el torso o el cuello alzándome en brazos. Me sentaba como una señorita, piernas juntas, una mano sobre la otra, espalda recta, cabeza inclinada un poco a la derecha, cabello suelto con unos mechones por el frente con una cinta en la cabeza. Por la noche escogía dos cambios de ropa, una que rajatabla usaba en la mañana y la otra por la noche. Y siempre tener una sonrisa. Esas son las primordiales reglas que debía acatar sin objeción alguna, de vez en cuando dormía conmigo mientras me abrazaba, tenía miedo de que quisiera propasarse, pero jamás lo hizo.
Sin embargo, así eran las cosas con el Señor, es lo que era, su muñeca a la cual controlar su ser, lo acepté y no hay había atrás. Sin embargo, con Austin no era así, con él podía ser yo misma, reía, bailaba, hablaba como quería, actuaba como deseaba, no le importaba que me sentara elegante o con comodidad. Con Austin todo era divertido, en la tarde tenía libertad de vestirme como me gustase, entonces podía jugar con él a que ser una modelo que se paseaba por la pasarela frente a mi público, y otras ocasiones, él servía de modista escogiendo mi conjunto de ropa y accesorios.
Austin era mi pedacito de paraíso en el infierno.
×~×~×~×~×
—Feliz cumpleaños dieciséis, Ratoncita —él me extendía un regalo, estaba sentado conmigo en la cama.
—Gracias, Austin —dije feliz aceptando la pequeña caja que me dio—. Pero aún no es mi cumpleaños, faltan dos meses.
—Pero se acerca. Me gustaría poder darte algo mejor.
—Ya lo haces, me has dado tu compañía, pero… —suspiré triste observando su regalo— yo no puedo darte nada, por mi culpa te quedaste aquí.
—No es verdad —levantó mi rostro con dulzura regalándome esa hermosa sonrisa suya que acelera y enciende mi corazón—. Me felicitaste en mis anteriores cumpleaños, y siempre me das esa linda sonrisa. Ese es mi mejor regalo —lo abracé con fuerza a la vez que olía su tan agradable aroma.
—Te quiero mucho.
—Y yo a ti, mi Ratoncita —su mano en mis cabellos era uno de mis amados momentos—. Bien, abre tu obsequio.
—¡Sí! —con delicadeza me dispuse a descubrir esa caja tan pequeña que cabía perfecto en la palma de mi mano— ¿Uhm? ¿Qué es esto?
—Una lápiz labial. Supongo que no has visto uno ¿cierto? —negué con la cabeza causando una risa pequeña en él— Es maquillaje, básicamente.
—El Señor no quiere que lo use, dice que soy muy chica para eso y que sólo me convertirá en una zorra —mi vista bajó mientras veía el simple pero preciado regalo de Austin. Él me tomó de las mejillas y me subió la mirada a ser cruzada con sus ojos que tanto me gustan.
—Jamás pienses o digas eso de ti —me dijo eso viéndome directamente, no sonreía como normalmente lo hace, su cara era seria y podía sentir su enfado, sin embargo, esto era diferente a la que el Señor me ha mostrado, pues con Austin no me siento en peligro a pesar de su enojo, al contrario, me siento protegida—. Quizá no debía haberte regalado esto, lo siento.
—No, está bien —mencioné con él soltando mi rostro—. Puedo usarlo cuando estés conmigo —quité la tapa y di vuelta a la rosca para que el lápiz saliera muy largo—. ¿Cómo se usa? —al parecer mi inexperiencia le causó gracia, pues rió un poco.
—Déjame ayudarte —tomó el objeto y lo ajustó para hacer la barra más corta. Con delicadeza sostuvo mi cara con una mano y me indicó que abriera la boca un poco, a lo que posteriormente me fue untando el maquillaje con cuidado por mis labios—. Listo, un lindo color rojo en tus labios —añadió dándome un toque en la nariz para luego poner el espejo en mi cara.
—Wow, me gusta como se ve —puse unos dedos bajo mis labios para no tocar el maquillaje, de pronto, sentí un sabor peculiar—. ¿Uhm?
—¿Qué sucede?
—Sabe a fresa.
—¿Fresa? Ah, es verdad, la que me atendió en la tienda dijo algo sobre que era de sabor —me contó que podía salir de la casa, pero siempre acompañado con dos tipos que le vigilan.
—¿Lo has probado?
—No.
—Sabe bien.
—Oh, entonces voy a hacerlo —dijo untando un poco del labial en su dedo para probarlo, sin embargo, lo tomé del rostro y me acerqué a su boca, besándolo—. Ratoncita… —estábamos sonrojados y ninguno apartaba la vista del otro.
—Austin… yo… creo que me gustas.
—¿Crees?
—No sé nada del amor, y desde que estoy aquí eres el único que verdaderamente se preocupa por mí. No descarto la opción de que quizá crea estar enamorada porque me tratas bien, me estoy basando en los libros de fantasía que leo, pero… ¿Austin? —me detuve confundida cuando empezó a reír.
—Lo siento —limpiaba sus ojos—. Pero es que eres demasiado tierna y sincera.
¿Sincera? —No te rías —dije avergonzada.
—Te has puesto muy roja. Eres muy amable en explicarme tus sentimientos. Gracias. Ahora, dices que no estás segura de estar enamorada de mí ¿no es así? —yo asentí nerviosa— Entonces, ¿por qué no pruebas otra vez?
—¿Qué cosa? —Austin sonrió, pero no de la forma divertida y graciosa con la que hace bromas, sino con una sonrisa más… atrevida.
—El averiguar tus sentimientos.
Austin dijo eso acercándose a mi cara y besándome de forma lenta y tierna. Poco a poco fui cerrando mis ojos disfrutando de ese momento que pensé, sólo podría encontrar en los libros. Quién diría que experimentaría un momento así en el lugar que era mi calabozo.
Austin me gusta.
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