Capítulo 14: Ratoncita
Mía
¿Qué demonios hice? Sabía perfectamente lo malo que esto era, y ahora estoy respirando rápido, mi mente está hecho un caos por esas palabras que Dante me profesó con su maldita voz que tanto me gusta. Él desequilibra todo en mí, mi mente, mi voz, mi espacio, mi cuerpo, mi ser… mi corazón… Y tiene razón en todo lo que dijo, especialmente en decir que estoy empezando a desesperarme por estar sus brazos.
Tiré mi celular a un lado con irritación, me acosté pasando las manos por la cara y quedé viendo al techo. Su voz repitiendo todo lo que me dijo se reproducía en mi mente, quería que se callaran, pero a la vez no quería, me encantaba tanto. Tengo que decirlo, estoy excitada.
Levanté un poco la falda de mi pijama y bajé mi mano hasta detenerme en el vientre, respiré profundo llevando mi cabeza hacia atrás, no creía lo que estaba haciendo. Continué mi recorrido hasta llegar a mi sexo metiendo la mano por dentro de mis bragas y comencé a acariciarme. Parte de mi líbido era debido a que traía a mi mente la imagen de él cuando estuvo en mi cama sin camisa y junto a las recientes palabras que me dio hace poco, no hacía otra cosa más que aumentar mi calor, lo quería conmigo ahora mismo. Tuve mi momento de debilidad por él, me derretía por él, lo deseé a él.
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Doce del día y apenas estoy bajando a la cocina a comer algo, Nicolás está trabajando y Lisa se quedó en casa a acompañarme, ahora estoy en la mesa comiendo con ella a un lado.
—¿Y dices que no te interesa? —menciona burlona después de contarle lo que me provocó esa llamada con Dante.
—Cállate —torcí mi boca a un lado frunciendo el entrecejo—. No sé qué hacer, es un idiota y un maldito falso. Y yo una estúpida.
—Mía, no digas eso de ti —me regaña con mirada severa.
—Es que lo soy. No puedo esperar a que alguien se enamore de mí como soy, y es imposible que Dante lo haga, desde un principio era obvio. Siempre he huido y ahuyentado a todos los que han mostrado un mínimo interés amoroso más allá del sexo. Y ahora tengo este cambio repentino en mí por un hombre como él. Y no vale la pena, eso es lo peor, está jugueteando conmigo cuando se va a casar con otra.
—Sobre eso, ¿en verdad crees que no sea un malentendido?
—No lo hay, era un beso tierno —Lisa me ve con ternura, aunque siempre lo hace.
—¿Estás celosa porque quisieras ser a la que Dante besara de esa forma?
—¡No!
—¿Si te das cuenta que te has puesto roja? —emitió una risilla baja tapando su boca.
Recosté mi cabeza sobre la mesa, sentía vergüenza. —Lisa, esto es un error. No puedo, más bien, no debo sentir nada por él, es peligroso tanto para mí como para Dante.
—¿Lo dices por ese Austin del que te enamoraste?
No pude evitarlo, comencé a llorar, su recuerdo es en cierta forma mi pequeño paraíso y a la vez mi martirio, fui la culpable de su muerte, me enamoré cuando sabía que no debía y en donde menos debía.
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Tenía trece años y ya había pasado tres meses desde que el Señor me ha permitido seguir durmiendo sola en mi habitación. Me encontraba en el espacio que me permitía estar sentada en la ventana, no me era posible abrirla por mi cuenta.
Leía un libro de romance donde el típico príncipe azul salva a la princesa de su prisión, se casan y viven felices para siempre. A esta edad eso debería ser una fantasía tierna en cualquier chica, pero para mí, eso era algo que desesperadamente rezaba que pasara, si antes no era devota de Dios, en ese momento suplicaba por que me escuchara.
Cerré el libro con desprecio y lo arrojé con odio al piso, casi llegaba a golpear la puerta. Me recosté sobre mis piernas y empecé a llorar, después de un rato levanté mi rostro y limpiaba mis lágrimas con las mangas largas de mi blusa amarilla, tenía puesta una falda de pliegues color blanco y zapatillas de piso amarillos. Miré por la ventana y vi a Patrick, el mayordomo, junto a un chico rubio que estaba de espaldas, en el jardín. Jamás lo había visto, aunque bueno, casi no he visto a ningún trabajador desde hace dos años, aunque reconozco sus caras por verlos a través de esta ventana.
El joven se volteó y pude verle la cara, me quedé mirándole un buen rato hasta que la voz del Señor me hizo reaccionar.
—¿Qué tanto miras, mi princesita? —me paralicé, sé que está sonriendo porque su voz era suave.
—Nada, Señor —musité asustada.
—¿En verdad? —se sentó en el espacio que quedaba en la ventana— Mírame —tragué y me forcé a sonreír para él, esa era una de sus reglas, siempre sonreírle cuando le mire—. ¿Qué es lo que veías?
—Lo sabe —pensé aterrada costándome mantener el gesto sumiso—. ¿Ese joven es nuevo?
—¿Te interesa? —aunque no quitaba su sonrisa, en su voz se escuchaba molestia.
—No, Señor, es sólo que jamás lo había visto. Es curiosidad.
—Es el nuevo jardinero, y también hace algunos trabajos de mantenimiento —colocó el libro que hace unos momentos había tirado—. ¿Qué pasa con este libro? ¿No te gusta?
—Discúlpeme, Señor. Estaba leyendo en el suelo y lo dejé ahí.
—Uhm, de acuerdo. En unos minutos te traerán el almuerzo. Hoy no comeré contigo. Tengo que ir a trabajar.
—Gracias a Dios. Qué tenga un lindo día, Señor —me reincorporé para abrazarlo por el cuello. Es otra de sus malditas reglas, siempre despedirlo de esa manera.
—Hasta pronto, mi princesita —dijo acariciando mi mejilla y dándome un beso en la frente. Se levantó y salió poniendo el seguro a la puerta.
—Ojalá te mueras en el auto —musité para mí misma cuando ya no escuché sus pasos.
Regresé mi vista al jardín para ver a ese joven, pero ya no estaba. Los días fueron pasando y constantemente lo veía afuera. El observarle se convirtió en mi programa favorito, siempre a la misma hora regando las plantas, barriendo las hojas y jugando con Spike, el collie de pelo largo del Señor. Se lleva realmente bien con él, le lanza la pelota o una rama, le rasca la panza y le hace mimos en las orejas, verlo así me causaba risa. Siempre me sentaba a esperar la hora que le tocara hacer sus labores y mirarlo de esa manera que me tranquilizaba.
Un día, él estaba haciendo un hoyo para sembrar un árbol, se había quitado la camisa, pero no le daba importancia hasta que subió la vista y cruzó su mirada con la mía, me sonrió saludándome, ahí me sonrojé y me quité de la ventana. Volví a la cama a seguir leyendo.
Se había hecho de noche y el Señor me trajo la cena junto a los medicamentos que debía tomar.
—Aquí tienes, mi princesita —mencionó extendiendo su mano con las píldoras y el vaso con agua.
—Se-Señor —estaba nerviosa—. ¿Podría dejar de tomarlas? No me siento bien después que las tomo.
—No, mi princesita. Sabes bien que las debes de tomar —me las dio y las tragué. Se quedó hablando conmigo unos minutos, luego me sentí somnolienta, efecto secundario de la medicina. Él me acomodó en la cama y se acostó a un lado a abrazarme y acariciar mi cabeza—. Duerme bien.
Te odio. Terminé quedando dormida en unos instantes
A la mañana siguiente desperté arropada con las sábanas, poco a poco mi vista se aclaraba y visualicé unas escaleras delante de la cama y a un lado, una persona se dirigía a ella para subir. Cuando mis ojos se aclararon logré ver a ese chico nuevo, me asusté y reincorporé de golpe.
—¿Q-Qué haces aquí? —pregunté tratando de no subir la voz para no alertar a los empleados y al Señor.
—Ah, lo siento, señorita —sus labios bse curvearon en una sonrisa carismática—. Estoy aquí para arreglar este foco —señaló arriba—. Me dijeron que estarías dormida y que aprovechara el tiempo.
—Tiene una linda sonrisa. Entonces arréglalo rápido y veté —volví arropándome—. Si te preguntan, siempre estuve dormida.
—¿Uhm? De acuerdo —él subía las escaleras, pero seguía hablando—. ¿Y cuál es tu nombre? Yo soy Austin Vera, tengo dieciocho años, color favorito: rojo, me gustan los animales, pero soy más de perros, signo zodiacal: Sagitario.
Hablaba con tal elocuencia que me hizo verle con rareza, sentía miedo de que alguien entrara a la habitación y creyeran que estoy pidiendo ayuda de nuevo. Le pedí que se callara y terminara rápido su trabajo. Se apresuró pero no dejó de hablar, una vez acabó se acercó a mí y recargó sus manos en las rodillas para quedar inclinado a mí, yo me cubría con las sábanas hasta la nariz.
—Vete, por favor.
—Uhm —no dejaba de sonreír y soltó una pequeña risa—. Pareces una ratoncita. Como no quieres decirme tu nombre, así te llamaré, pequeña ratoncita.
—No quiero. Largo, no debes hablarme.
—¿Por qué no?
—Porque no, nos meterás en problemas a ambos. No tengo permiso de hablar con nadie.
—Oye, ¿por qué no sales al patio? Todos los días estás en la ventana ¿no?
—¿Lo sabías? —sentí que mis cachetes se calentaban.
—Es imposible no darse cuenta —volvió a reír bajo, se reincorporó y fue a tomar la escalera—. Bien, ratoncita, nos vemos luego.
Luego de eso se fue, vi el reloj y eran las ocho, a esta hora el Señor ya se ha ido a trabajar. No sé a qué se dedica, pero cuando tenía la oportunidad de salir de estas paredes podía verlo hablando por su celular, pero cuando pasa el tiempo conmigo no toca su teléfono ni aunque le marquen, excepto si es una llamada importante.
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Las once de la mañana, estoy con mis clases de matemáticas con el profesor que el Señor contrató.
—¿Ocurre algo? Señorita, no está prestando atención.
—Lo siento —dije con la mirada a la libreta con los ejercicios. El profesor informa al Señor de mi desempeño, y si no estoy teniendo uno bueno, me regaña y me castiga—. ¿Puede explicarme esta parte de nuevo? —mencioné señalando a la ecuación.
—Ya veo, es común confundirse aquí, está bien, ponga atención.
Antes no tenía problemas con entender esto, pero desde que tomo esas pastillas es como si mi mente divagara más. Las clases duran de diez de la mañana a tres de la tarde, y son diferentes materias que el profesor me imparte, claro que me da pequeños intervalos de descanso, aún así es agotador.
Cuando al fin terminamos pude respirar, me levanté de la mesa y me dirigí a la ventana, me encontré a Austin jugando con Spike, él me miró con su sonrisa y me saludó, volteé la mirada un momento, pero luego la regresé y le devolví el saludo sintiendo la necesidad y libertad de dibujar una sonrisa.
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