Capítulo 10: Revancha
No había ruido alguno excepto el escuchar de mi corazón palpitar. No sé qué está tramando Mía por esa sonrisa tan divertida que tiene, pasaron unos minutos hasta que decidió hablar.
—Señor Dante —su voz desprende sensualidad—, debo decir que no se ve muy dominante en esta situación —dijo soltando una pequeña risa burlona.
—Mía ¿qué significa esto? —fruncí el ceño para mostrar mi desconcierto y enojo.
—Tranquilo, señor.
Sin quitar su sonrisa bajó del escritorio y sacó del bolsillo de su gabardina su teléfono, puso una canción para luego poner el celular en la mesa con esa música andando, lentamente destapó su atuendo.
Lo que llevaba debajo de esa prenda simplemente me dejó sin palabras, prosiguió a quitar por completo la gabardina y la dejó caer al suelo, lencería muy sexy era lo que usaba, y era todo lo que tenía. Tragué en seco ante la vista que tenía.
—Mía… —se notó el nerviosismo en mi voz. Ella se acercó y acarició mi rostro hasta la barbilla sosteniéndola con tres dedos.
—Sólo disfrute del espectáculo —esa sonrisa maliciosa de nuevo…
Subió sus manos por encima de su cabeza a la vez que comenzaba a bailar de una manera muy sensual, movía sus caderas de forma lenta, daba algunas vueltas mientras pasaba sus dedos entre sus cabellos y llevaba sus manos a su cuello.
Con algo de brusquedad jaló mi asiento hacia ella y se acercó a rozar mis labios provocándome el deseo por tomarla. Se alejó de nuevo y sin dejar de bailar llevó sus manos hacia atrás de ella, se quitó el sostén y lo soltó a caer. Pasaba sus manos desde el cuello bajando por sus pechos y luego por sus costados.
—M-Mía… por favor…
Decir eso le provocó acrecentar su sonrisa maliciosa. Abrió mi camisa dejándome el torso al descubierto, se acercó a mí y restregaba su pecho contra el mío a la vez que volvía a rozar nuestros bocas, yo trataba desesperadamente de robarle sus besos, pero no lo lograba, se separó de nuevo y ahora se puso de espalda para luego sentarse sobre mis piernas y recostarse en mí, me empujaba y yo le besaba el cuello como podía mientras ella ponía sus manos en mi cabello. Se volteó y tomó mi cabello con rudeza haciendo mi cabeza para atrás, comenzó a besar y lamer mi cuello al igual que lo he hecho con ella.
Regresó con su tortura a mis labios, los rozaba sin besarme. Mi respiración estaba muy acelerada, me encontraba excitado, Mía me está matando, ella lo sabe y así lo disfruta.
—¿Desea que lo bese? —pronunció sin dejar de rozar mis labios.
—Sí…
—Entonces use las palabras mágicas —exigió con travesura y una seductora enunciación.
—Mía, estás jugando con fuego.
—A mí no me importa quemarme —mordí mi labio inferior derecho—. No señor —usó su pulgar para hacer soltarme—, no se muerda el labio. Ahora, dígame. ¿Desea que lo bese?
Maldita sea, no puedo con esto —Mía, por favor bésame—. su sonrisa lo decía todo, disfrutaba tenerme así, caído a su ser.
Se acercó a mis labios rozándome de nuevo, ya no me importaba haberme doblegado ante ella si así iba a obtener lo que tanto deseo, sin embargo, Mía fue hasta mi oído y susurró «Ahora estamos a mano»…
¡¿Qué?! El único beso que me dio fue en la mejilla para luego separarse a tomar su sostén y ponérselo de nuevo junto con su gabardina. Estoy muy confuso.
—Mía… ¿Qué…?
Sacó una llave y quitó una esposa, la otra la dejó. Tomó su celular y apagó la música, caminó a rodear el escritorio y verme de frente poniendo la llave en la mesa y extendiéndola a mí, me guiñó el ojo y después corrió saliendo de la oficina.
Quedé muy confundido, demasiado, cuando volví en mí tomé con rapidez la llave y desesperado me quité la otra esposa para correr tras ella, pero bajaba por el ascensor y decidí ir por las escaleras.
Con cansancio llegué al primer piso para salir al estacionamiento, vi como ella ya estaba en camino y me quedé viendo como se iba. Di una vuelta pasando mis manos por la cara con frustración.
Gruñía por lo sucedido y coloqué mis manos en mi cadera viendo por donde Mía escapó, decidí volver arriba para quitar las esposas (no las iba a dejar allí) y tomar las llaves de mi motocicleta e ir en buscar de Mía a su casa, tiene que darme explicaciones, muchas.
Mía
Estoy muy feliz en el auto cantando la primera canción que sonaba al encender la radio. Una venganza perfectamente ejecutada era lo que provocaba toda esta alegría.
Mi celular sonaba y por supuesto ya sabía quién era. Usé el manos libres en mi oído para contestar, pero no fui la primera en hablar.
—Abre la puerta, ahora. No me obligues a entrar por mi cuenta —demandó irritado.
—Lo siento, no puedo —contesté con burla.
—Mía, obedece —la diversión se notaba en su hablar.
—Le he dicho que no puedo, no estoy en casa y no estaré allí un buen tiempo.
—¿Qué?
—Hoy empiezan mis vacaciones, tengo diez días de descanso, sin contar sábados y domingos, pero no se preocupe, ya dejé todos mis deberes en orden, al igual que sus pendientes perfectamente ordenados para que no se pierdan en lo que no estoy.
Silencio casi perfecto. —¿Por eso insististe en terminar la planificación del evento?
—Sí, no quería dejar nada pendiente y arruinar mis vacaciones. Así que descuide, todo está en orden. Ahora, si me disculpa, debo colgar, estoy en la carretera.
—Mía, tenemos que hablar sobre lo que pasó en la oficina.
—¿Uhm? —en verdad tengo tanto placer ahora mismo— No sé de qué habla, señor.
—Mía… —puedo escuchar el jadeo de su voz.
—Hasta luego, nos vemos en dos semanas.
Colgué y me dispuse a seguir cantando a todo pulmón por esa jugarreta.
Es lo que se merece, si tan urgido está que se haga una paja en mi honor.
De esa manera continué con mi camino al lugar donde pasaré mis vacaciones. Las horas pasaron y ya era de madrugada, había otra ciudad a seis horas de la mía, casi a la entrada de esta hay una casa residencial.
Llegué y me estacioné cerca de la entrada, saqué del maletero mi maleta y me dirigí a la puerta, después toqué el timbre y esperé a que me abrieran.
—Hola —dijo el joven de cabello castaño claro y ojos verdes al verme en la puerta—. Bienvenida Mía.
—Nicolás —divertida me lancé a abrazarlo por el cuello pegándome a él—. Qué gusto volver a verte.
—Igualmente —me tenía agarrada de la cintura regalándome su sonrisa juguetona—. No has cambiado.
—Tú tampoco —junté mi frente a la de él—. ¿No vas a apartarme? Lisa podría llegar en cualquier momento y vernos tan cerca —extendí la a en ese tan haciendo que él riera.
—Que alegría que estés aquí.
—Gracias.
—¡Mía! —gritó la chica pelirroja de ojos miel, Nicolás y yo seguiamos en la misma posición. Ella se acercó rápidamente, yo lo solté y la chica me abrazó fuerte— ¡Estoy tan feliz de que estés aquí! Pensé que llegarías en la mañana.
—También estoy feliz de volver a verlos. Y les agradezco que me hayan dejado pasar mis vacaciones con ustedes.
—Nos fascina que pases el tiempo con nosotros.
Ésta chica se llama Lisa Garza, es la prometida de Nicolás y ambos son mis amigos, prácticamente los únicos que he tenido y los que han soportado mi forma de ser.
Lisa es una chica muy amable que confía fácilmente en los demás, es muy bondadosa y una excelente persona, no importa las insinuaciones que haga a su pareja frente a ella, simplemente me sigue tratando como su amiga, pero esas insinuaciones sólo las hago por diversión, pues jamás le robaría a su prometido, además de que Nicolás jamás ha respondido, ni siquiera estando borracho.
Cómo aquella vez en la que él me dijo que tenía un cuerpo muy bueno, pero que no cambiaría a su Lisa, y ella estaba al lado. Ambos confían ciegamente el uno al otro y se respetan. Su relación básicamente es una envidia, pues Nicolás es un verdadero hombre, es quien me hace mantener esa fe en las relaciones amorosas, aunque no crea que yo pueda tener una.
—¿Este es todo el equipaje que tienes? —preguntó el chico tomando mi maleta.
—Sí. Tampoco voy a mudarme.
—Bien, entonces la llevaré a tu habitación.
—Gracias —dije divertida avanzando en la casa abrazada aún de mi amiga.
—No se queden hablando hasta tarde, que tienen dos semanas completas para hacerlo —dijo subiendo.
—Sí, papá —respondí burlona haciendo a ambos reír.
—Ay Mía —habló Lisa—. Me encantaría quedarnos a conversar, pero ya escuchaste a Nicolás, además que debes estar cansada, así que mañana podremos hablar todo el día.
—Por supuesto.
Estando en mi habitación a solas me quité la gabardina y miré al espejo, comencé a recordar lo que provoqué en Dante… y lo que me provoqué a mí misma.
Me acosté en la cama y recorría mi cuerpo como si fueran las manos de Dante, me imaginaba que era él quien estaba conmigo. Me detuve mirando al techo. Esto es muy peligroso para mí, debo olvidarme de este deseo que surgió en mi interior.
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