Capítulo 19: Primer Encuentro con las Mamonos del desierto
El sol abrasador del desierto caía sin piedad sobre el grupo de Riyo Gudako y sus Servants, que habían encontrado un oasis en su camino hacia el corazón de las tierras mamono. A pesar de la constante tensión de su misión, el oasis les brindaba un breve respiro, con su agua clara y fresca y la sombra de las palmeras que los rodeaban. Riyo Gudako, montada sobre la cabeza de Apep, observaba a su equipo descansar y recargar energías.
—No está mal este lugar, —murmuró Gudako con una sonrisa de satisfacción—, aunque sería mejor si hubiera más oro.
Sus Servants, algo más centrados, se mantenían alerta mientras disfrutaban del merecido descanso. Emiya (Archer) se encargaba de preparar algunas provisiones, mientras que otros vigilaban los alrededores. Sin embargo, el descanso no duraría mucho.
De repente, el suelo bajo ellos comenzó a temblar, una vibración que hizo que el agua del oasis se agitara de forma violenta. Apep, sensible a cualquier amenaza cercana, alzó la cabeza de manera abrupta, sus ojos rojos brillando con intensidad.
—Algo se aproxima, —gruñó Apep, alertando a los demás.
Desde las profundidades de la arena, una mamono gusano de arena emergió con un rugido ensordecedor, su cuerpo masivo retorciéndose mientras se alzaba sobre el oasis. Detrás de ella, más gusanos comenzaron a surgir, acompañados por espíritus de fuego flotantes que envolvían el aire a su alrededor con un calor aún más sofocante. Liderando el ataque, una majestuosa mamono esfinge observaba desde las dunas cercanas con una mirada calculadora, lista para lanzar su ofensiva.
—Ja, ja, ja. —rió la esfinge, con un tono arrogante—. Parece que nuestros enemigos han decidido entregarse a nosotros. Qué convenientes son.
Riyo Gudako arqueó una ceja, sin mostrar el más mínimo rastro de preocupación.
—¿En serio? ¿Esto es todo? —preguntó con una sonrisa sarcástica.
Antes de que la esfinge pudiera responder, Apep se lanzó al ataque. Con un movimiento rápido de su colosal cuerpo, la gran serpiente oscura envolvió a la mamono gusano, aplastándola con una fuerza devastadora. La criatura apenas tuvo tiempo de soltar un grito antes de ser reducida a un amasijo de carne y arena.
Al mismo tiempo, Emiya ya había preparado sus flechas, su mirada fría y calculada. Con precisión milimétrica, disparó una serie de flechas de hielo que atravesaron a los espíritus de fuego, apagando sus llamas con facilidad. El aire, antes abrasador, se enfrió instantáneamente con cada proyectil que los destruía.
—Demasiado fáciles, —murmuró Emiya, con una nota de desdén.
La esfinge, viendo cómo su pequeño ejército era aniquilado en cuestión de segundos, intentó retroceder, lanzando una mirada de terror hacia Gudako y sus Servants.
—¡No! Esto no puede ser...! —exclamó, pero no tuvo oportunidad de huir.
Apep, con una velocidad sorprendente para su tamaño, lanzó una oleada de veneno hacia la esfinge. La sustancia oscura envolvió a la mamono en un instante, su cuerpo se retorció mientras el veneno la consumía. Su figura majestuosa quedó reducida a un montón inerte en las arenas del desierto.
—¿Eso era todo lo que tenías? —rió Gudako, sentada tranquilamente sobre la cabeza de Apep—. Decepcionante.
El silencio cayó sobre el oasis. En cuestión de minutos, la amenaza había sido completamente eliminada, sin que ninguno de los Servants sufriera un rasguño. Riyo Gudako dio un último vistazo a los restos de las mamonos, claramente insatisfecha por la facilidad con la que habían sido derrotadas.
—Bueno, al menos fue algo de entretenimiento, —dijo despreocupadamente mientras volvía a relajarse bajo la sombra de las palmeras—. Emiya, asegúrate de revisar si tienen algo valioso antes de que nos vayamos. No voy a desperdiciar ni una moneda.
Los Servants, acostumbrados a sus órdenes, comenzaron a buscar entre los restos mientras el oasis volvía a su anterior calma. Pero en la distancia, lejos del alcance de Gudako, las noticias de sus actos y la destrucción que dejaba a su paso no tardarían en llegar a oídos de otras fuerzas. La paz en este mundo ya no sería más que un recuerdo lejano.
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