Cenizas - Dabi
Advertencia: Spoilers del manga, y muchas incongruencias y toxicidad porque si escribo de Dabi, tengo que ser tóxica xD
:-:
Era curioso cómo un uniforme hacía que una persona creyera en la profesión de otra.
Por casualidades de la vida, había conseguido unas pasantías en el hospital de su universidad para cubrir algunas de las horas obligatorias de servicio social de su carrera. La ataviaron con el impoluto uniforme blanco de las enfermeras, sin la cofia, y le asignaron asistirlas. Era casi una chica de los mandados, aunque no despreciaba las enseñanzas sobre cómo limpiar heridas, insertar catéteres vesicales y vías endovenosas. Quizás, con el ajetreo que implicaba la profesión y su ligadura con el servicio al público, hallaba fascinante las anécdotas del día a día.
Sobre todo, le gustaba hablar con la señora Todoroki cuando le pedían que fuera a tomarle los signos vitales y que le realizara un escueto examen neurológico con ayuda de una encuesta. Era una mujer de ademanes suaves y, aunque su expresión lucía fatigada, siempre estaba dispuesta a extenderle una ligera sonrisa que, con un parpadeo, se esfumaba entre sus memorias. Estaba en el área de psiquiatría y, en lo que a ella le concernía, la señora no tenía ni una pizca de loca, estaba más cuerda que los pobres internos de medicina correteando en las guardias nocturnas. La visitaban con frecuencia y siempre tenía correspondencia, aunque, decían los de la limpieza, eso no era así hacía tres meses.
Pero, como fuera, (T/N) disfrutaba de las conversaciones afables y, cuando así lo disponía el jefe de área, de acompañarla en breves caminatas por las áreas verdes del hospital. A pesar de ello, sentía que la observaban, y creía haber visto alguna sombra escurridiza de soslayo. Esa presencia enigmática y, en cierto modo, peligrosa, parecía cobrar fuerza cuando estaba con Rei.
Un escalofrío le sacudió el cuerpo, como si el frío de inicios de invierno le estuviera calando los huesos.
—Deberías abrigarte más —comentó Rei, sus labios soltando volutas de vaho que admiraba con sentimientos indescifrables.
—Eso creo. —Rio nerviosa, acomodándose la bufanda.
El sendero que recorrían era flanqueado por montículos de escarcha y tierra. Los últimos brotes de hierbajos empezaban a verse y los botones de los árboles se abrían temerosamente, calculando si entrar en su letargia tan temprano en el año. Algunos niños jugaban en los alrededores mientras las enfermeras los vigilaban y otras personas en sillas de ruedas miraban el paisaje, bajo el tenue sol, con añoranza.
—Pero a usted no le afecta tanto el frío, ¿o sí? —cuestionó, recordando su kosei de hielo.
—El frío físico no —musitó—, pero hay fríos peores que ese y a esos no soy inmune.
(T/N) asintió suavemente, sin preguntar más. No había tenido el valor, ni la curiosidad morbosa, de sentarse a leer su historia clínica, pero por cómo se expresaba a veces podía dilucidar algunos tintes turbios. Además, solo era una ayudante y, aunque podía, no quería inmiscuirse de más.
Caminaron otro cuarto de hora y regresaron al edificio donde se aseguró de dejar a Rei en su habitación. Las primeras estrellas empezaban a refulgir en el firmamento y, con el cambio de turno, las tareas se le apilaban hasta hallarse correteando de un lado a otro. Ayudó a lavar algunos kits de cirugía y a disponerlos en grupos para ser reutilizados luego de esterilizarlos, movilizó a varios pacientes al cuarto de tomografías, ayudó a reabastecer con tirillas para el glucómetro y jeringas de insulina a los de endocrinología, recibió el pedido de más nitrógeno líquido de los de dermatología, organizó los MAPA en cardiología, y, de paso, un enfermero la detuvo para que lo ayudara a cargar a unos recién nacidos a sus respectivas cunas mientras movilizaba a las puérperas.
Al final del día, con los pies adoloridos y exhausta hasta la médula, se dirigió a recursos humanos para que el encargado le firmara una hoja y anotara las horas que había hecho. Cerca de la medianoche, se dirigió a la solitaria parada a dos cuadras del hospital; quizás demasiado cansada como para percatarse del eco que seguía sus pasos.
Soltó una imprecación cuando el bus arrancó y a ella le faltaba casi diez metros para alcanzarlo. Debía esperar quince minutos a que pasara uno nuevo. Sopesó regresar al hospital y esperar allí, pero las calles vacías hicieron que se sintiera a gusto con la oscuridad, a solas luego del ajetreo de todo su día, con la seguridad de que nada malo le pasaría.
Al cabo de un par de minutos, una figura alta y masculina emergió de la nada y se posicionó junto a ella con las manos en los bolsillos. Estaba vestido todo de negro y su postura era relajada, casi rayana en desgarbada. El corazón le dio un vuelco y no pudo evitar echarle una mirada suspicaz mientras todo el cuerpo le temblaba ligeramente. Respiró profundo para calmar los nervios y se preguntó qué podría hacer en caso de que la atacara. La defensa personal nunca había sido lo suyo y no se podía imaginar golpeando a alguien sin reventarse primero los nudillos; pero tenía su kosei y, supuso, eso podría darle un poco de ventaja, que era mejor que nada.
Brincó cuando una voz profunda brotó de la garganta del sospechoso:
—Voy a ser breve. —Se volteó solo un poco para que pudiera ver su nariz de curvaturas suaves y la mandíbula oscura contrastando con la palidez de su piel.
Tenía mucha pinta de villano o, mínimo, ladrón, y empezó a rezar a todos los dioses que conocía para que al absolvieran de ese instante y, a pesar de ello, un poco de resignación se alojó en su corazón. El brillo turquesa, casi felino, de sus ojos la obligó a no apartar la mirada.
—Debes venir conmigo.
—¿Eh? —Soltó con la garganta atenazada y se lamió los labios para humedecerse la boca—. ¿Estás secuestrándome o algo así?
—No. —Agitó la cabeza con una sonrisa sardónica—. Solo te estoy dando dos opciones —jugueteó con una bola azulada de fuego entre sus largos dedos—: Te vienes conmigo por las buenas o por las malas.
Eso le bastó a (T/N) para arrojarle el bolso a la cara, luego de sacar el celular y metérselo el bolsillo de la chaqueta, y echarse a correr como si el mismísimo averno se le estuviera volcando encima. No tardó demasiado en atar cabos al ver el fuego azul. Era Dabi de la Liga de Villanos. El mismo que era sospechoso por haber incinerado a más de dos docenas de personas que, para su mala suerte, había visto cuando transportaban sus restos a la morgue.
No sabía qué podía querer con ella, considerando su muy pasivo estilo de vida y su clara falta de talento y por tanto de utilidad, pero inmiscuirse con él no era su idea más brillante. Puso rumbo al hospital con la faringe tan reseca que, aparte de jadeos desesperados, no pudo proferir un grito.
Las calles desiertas le ahorraban obstáculos, pero a él también. Cruzó en una esquina, las suelas de los zapatos derrapando sobre la acera y haciéndola avanzar a trompicones hasta poder recuperar el ritmo.
Pero había sido demasiado ilusa. Creyó haber corrido muchos metros y se regocijó tempranamente en haberlo burlado, pero un quejido se escapó de sus labios cuando una mano se cerró sobre su muñeca como una tenaza a punto de romperle los huesos. El tirón en su hombro por el abrupto detenimiento le hizo creer que se le había dislocado.
—En serio no quería hacer esto... —masculló con exasperación Dabi, clavando los talones al suelo como una ancla—. ¡Mierda!
No supo cómo, pero la mano se deslizó por sus dedos como aceite. Se vio la mano embadurnada de un líquido viscoso y puso cara de asco. Reanudó la persecución.
Por un instante, creyó que lo había desconcertado lo suficiente como para sacarle ventaja en otra maratón que el mismísimo Usain Bolt le envidiaría, pero un grito ahogado se escapó de sus labios cuando el hombre la tacleó sin miramientos. Aterrizó de bruces en el suelo, lastimándose la barbilla y apenas amortiguando el golpe con las manos cuya piel se había quedado impregnada en los muchos metros de pavimento por los que se deslizó.
Todo le dolía y se sintió asfixiar cuando Dabi se sentó sobre su espalda con una risa desquiciada. No tuvo ni siquiera el valor de patalear cuando él se inclinó y encendió las puntas de sus dedos en brillante cian. El olor del cabello quemado llegó a sus fosas nasales y, recién allí, se dio cuenta de las lágrimas formando cataratas sobre sus mejillas.
—Buenas noches —susurró muy cerca de su oído.
Y la luz en sus dedos y la de los faroles se extinguió con un agudo dolor en la cabeza.
No supo cuánto tiempo pasó, pero cuando volvió a ser consciente y a asegurarse de que estaba viva, un penetrante aroma a húmedo y a viejo le atacó la nariz. Intentó mitigar el aroma con las manos, pero estaban atadas a su espalda. El cuarto estaba a oscuras, apenas distinguiéndose halos de luz por los resquicios que dejaba la madera rajada de la puerta.
Sin embargo, solo fue cuestión de hacer un poco de ruido para que la puerta fuera abierta de par en par. El ligerísimo olor del arroz hirviendo le llegó hasta el estómago y lo hizo rugir.
—Ya veo que despertaste. —Dabi la miró con indiferencia—. Hubiera sido más fácil para ambos si simplemente aceptabas venir conmigo.
—¿Con un villano?
—Si te hubiera querido matar, créeme cuando te digo que ocasiones no me hubieran faltado.
—Hay cosas peores que la muerte.
Dabi alzó solo un poco las cejas y una sonrisa cruel se dibujó en sus labios, pero solo se encogió de hombros.
—Esos no son mis gustos.
Ella bufó. Había transformado su miedo en ira como mecanismo de autodefensa, pero no tardaría en extinguirse hasta volver a convertirse en el desastre lloroso que recordaba.
Por el vano vislumbró un poco de la cocina y el comedor. Estaban en un apartamento pequeño, de esos que estaban en los condominios departamentales, y pensó en gritar, pero por la tranquilidad de Dabi imaginó que debía tratarse de un sitio abandonado. La escasa iluminación la ofrecía el fuego titilante de unas cuantas velas.
—¿Qué quieres de mí?
Dabi no dijo nada hasta sentarse en una mesa inclinada con una silla que rechinó lastimeramente cuando la sometió a su peso. Un plato de sencillo arroz blanco humeante reposaba frente a él y se metió un bocado en la boca con desinterés. Ella lo observaba desde el suelo, incapaz de moverse ni un milímetro frente a la mirada altiva del villano.
—Necesito que me des toda la información de Todoroki Rei. Luego de eso, podría considerar dejarte con vida.
—¿De la señora Todoroki? —Agitó la cabeza, confundida.
—No hagas que me repita si no quieres que empiece a poner en duda tu inteligencia.
Lo miró con reproche, aunque aún seguía cuestionándose por qué le podría interesar alguien como Rei, que parecía abandonada a sus pensamientos.
—Puedes hackear el sistema si...
—No soy bueno en eso —soltó con amargura—. Así que, al ver que eras su enfermera, pensé en...
—¿Secuestrarme?
—Conversar.
—Estás loco.
—Nunca he dicho lo contrario. Pero fuiste tú la que me obligó a hacer esto.
(T/N) intentó mover las manos para zafarse, pero recién se percató de que casi no las sentía por el nudo tan apretado que le había hecho. Quizás pensó que así no podría deslizar las manos por sus ataduras. Quiso gruñir, ¿de dónde ese psicópata había sacado que era enfermera?
—Si sabes lo que pasa cuando se le corta la circulación a un miembro, te aconsejo que empieces a hablar —dijo con paciencia—. ¡Ah! Y si crees que diciendo algo como "¡nunca te lo diré!", creyendo que por ello no estaré dispuesto a matarte, cabe establecer que no eres la única fuente de información a la que he estado vigilando. Aunque, si te sirve de consuelo, estaré admirado por lealtad.
—Eres desagradable.
Dabi entornó los ojos y curvó los labios.
—No has visto ni siquiera un quinto de cuánto puedo llegar a serlo. Ahora, habla.
(T/N) apretó los labios y luego clavó sus pupilas en las de él. Dabi ensanchó su sonrisa porque descubrió que le gustaba esa mirada tan cargada de odio y, hasta cierto punto, respeto. Tal vez fue la sensación de doblegarla lo que le aseguró que esa no sería la última vez que se verían.
—¿Piensas hacerle daño?
Dabi alzó las cejas, interesado.
—No es de tu incumbencia, y de ella dependerá que lo tome como dañino o no.
—¿En serio puedo confiar en tu mente retorcida observando las cosas desde la misma perspectiva que la señora Todoroki?
—Confía en lo que quieras confiar. Al final, tu vida está en mis manos y eres tan indispensable como uno solo de mis cabellos.
Ella bajó la mirada, cavilando sus opciones. Si le contaba todo, no había modo de asegurar su supervivencia, así que debía decir algo que lo hiciera pensar que valía la pena mantenerla con vida.
Tan solo escuchaba los latidos de su corazón y el golpeteo de los palillos contra el plato. Bajo esa inquietante orquesta, alzó la mirada hacia él con una resolución que le arrancó a Dabi un ronroneo de satisfacción.
—Quiero que hagamos un trato.
—¿Un trato? —bufó, sardónico—. No estás en posición para hacer uno, niña.
—... —Arrugó el entrecejo ante el apodo, pero continuó—: Te contaré todo lo que sé con la condición de convertirme en tu informante de cuanto ocurra en el hospital.
Dabi parpadeó, someramente impresionado. Dejó los palillos sobre el borde del plato y se echó hacia atrás hasta chocar la espalda con el bordillo descascarado de una isla flotante. Un suspiro se escapó de sus labios. No había pensado en un informante, y es que con Hawks ya tenía las manos bastante llenas; pero era cierto que le interesaba saber lo que ocurría con Rei, porque eso solo ayudaría a que su plan fuera aún más preciso.
—De acuerdo. Tienes tu trato.
—Dame tu palabra.
—Vale. —Rio, divertido—. ¿Pero en serio creerás en la palabra de un villano?
—Si es la tuya, lo haré.
Dabi se dejó impresionar una vez más, pero no dijo nada. Después de todo, si le preguntaban, ni siquiera él confiaría en sus propias palabras.
Ella le contó todo y él la dejó a ir con la promesa de una visita y la amenaza de que le mostraría algo peor que la muerte si llegaba a decirle sobre su existencia a alguien más.
Los días se sucedieron de ese modo. Dabi la visitaba a veces, camuflajeado por la noche, y ella le decía las pizcas de información nueva que conseguía. A medida que pasaron las semanas, (T/N), por mucho que su orgullo se resintiera, se halló esperando las visitas de Dabi, puesto que había algo excitante en romper las reglas que se esmeraba tanto en cumplir.
Luego, empezaron con roces tentativos, sobre todo por parte de él, conscientes de que eso no era más que un juego, un pasatiempo que, con el transcurso de los meses, menguaría sus intereses. Pero por lo pronto, gozarían de las emociones refugiadas en sus corazones, estremeciéndoles la piel en una situación que podía muy bien denominarse pecaminosa.
De ese modo, cobijados por la noche en un parque abandonado, Dabi escuchaba una anécdota sobre Rei, luego de que ella le comentara que la iban a cambiar de habitación, cosa que lo hizo replantearse sus planes. Estaban sentados en las barras recreativas, sus rodillas rozándose y sus piernas balanceándose. Dabi estaba concentrado en los dedos de sus manos, doblándolos como para comprobar la funcionalidad de sus articulaciones y haciéndolos hacia atrás hasta que ella soltaba un quejido y le arrancaba la extremidad con una expresión quejumbrosa.
—Si la van a pasar a medicina interna, debe ser porque piensan darle el alta —explicó (T/N), procurando no dejar entrever tanto la emoción que le generaba ese pedacito de una hora en el que podía tenerlo para ella.
—¿Está mejor?
—según lo que cuentan, sí. Hace unos días vino a visitarla uno de sus hijos. —Se frotó la barbilla, recordando el nombre—. Natsuo, creo que se llama.
Por un instante, leyó en sus ojos un brillo extraño semejante a la nostalgia. En ese punto, empezaba a sospechar muchas cosas girando en torno a Dabi y a todos los Todoroki en general. Sin pensarlo, extendió la mano y limpió una gota de sangre deslizándose por la sutura de uno de los parches de piel injertada.
Dabi suspiró pesadamente, apartando la mirada al leer lástima en la de ella. Chasqueó la lengua con exasperación.
—No deberías tocar mi sangre tan confianzudamente, podría estar contagiado de algo.
—Lo hiciste sonar como si fueras un gato arrabalero. —Se limpió el dedo en un trozo de papel higiénico que se guardó en el bolsillo—. Pero no creo que estés contagiado de algo. Quiero decir, seguro te cuidaste mucho para estar sano para llevar a cabo ese plan maestro del que no puedes decirme nada.
—Nuestro trato va en una sola dirección.
—Y me pregunto si nuestros sentimientos también.
Dabi puso los ojos en blanco, resoplando. Sin embargo, en vez de alejarla, atajó su barbilla con brusquedad para que pudieran verse fijamente, bajo las escasas luces, se halló perdido en la infinidad oscura de sus pupilas, y quiso maldecir por eso.
—Lo que tú o yo podamos sentir poco importa. Mi prioridad no eres tú.
—Lo sé. —Se encogió de hombros—. Solo es divertido estar contigo. Buscar amor en ti es como arar en el mar.
—Solo puedo jugar el papel de chico malo que quieres, ni más ni menos. Así que me alegra que seas lo suficientemente inteligente como para que lo sepas.
(T/N) asintió, apenas inclinándose hacia adelante para rozar sus labios con dos texturas tan distintas. Pensar que eso era amor era suicida, era condenarse a vivir la toxicidad de una relación que no haría más que arrastrarla a la miseria. Podía fundirse en la excitación de su piel, en los nimios placeres carnales y, por ahora, eso le bastaba. Vivirían una aventura y cuando sus caminos tuvieran que se pararse, lo harían.
Dabi la tomó por la cintura, haciéndole brincar el corazón por el desequilibrio momentáneo que sintió al verse desprovista del soporte de las barras de la escalera. Se acomodó a horcajadas sobre él, sintiendo el metal clavándosele, romo, en las piernas y las rodillas. Sin embargo, la incomodidad pronto fue reemplazada por el anodino placer de los besos vehementes y hambrientos de Dabi, robándole el aliento y haciéndole flaquear el alma. Sus manos se deslizaban con experticia por su cuerpo, pegándola más y rozando la poca piel expuesta. Era rudo, pero no al punto de hacerle daño, y estar en las lindes de esa incertidumbre, tentando al peligro hasta abrasar su alma, le derretía la conciencia y le calentaba el vientre.
A Dabi no le gustaba que lo tocaran más de lo necesario, y (T/N) podía imaginar que se debía en parte a lo grotesco que resultaban sus quemaduras. Pero perdidos en el mar de las caricias, con la pasión de sus cuerpos caldeando el ambiente, no pudo detenerla cuando ella hundió los dedos en su cabello.
De repente, parecieron dos estatuas con las extremidades enmarañadas, cada uno sacando sus propias conclusiones. Dabi se la hubiera sacado de encima si no hubiera sido por la certeza de que se partiría la cabeza como una sandía al chocar con el suelo, pero ganas no le faltaron. Simplemente la devolvió al sitio que ocupaba antes con la misma presteza anterior. Saltó para largarse allí de una vez por todas y ahorrarse las preguntas.
(T/N) se veía las manos, notando los borrones negros sobre sus yemas e incrustados en sus uñas. Cuando volvió en sí, Dabi se alejaba y se obligó a saltar del juego para atajarlo por el brazo en cuatro largas zancadas. Él se zarandeó, irritado, pero ella apretó su agarre.
—¿Es que no te lavas el pelo? —bromeó, porque, bajo su aroma a sol, por no decir a quemado, siempre había percibido el tenue fragor del jabón—. Así sin luz parecen cenizas.
—No seas ridícula.
—Pero, vamos, no es tan malo. Solo fue un accidente.
—¡No lo digas como si me hubiera manchado el condenado pantalón!
Ella se rio y deslizó sus dedos desde la muñeca hasta entrelazar las manos.
—¿Es tinte?
—... Debía retocarlo hoy, pero no tuve tiempo.
—¿Tiene algo que ver con el papel de chico malo?
—No te incumbe.
Ella asintió, viéndose los dedos con diversión. Alzó la mirada para encontrarse a Dabi con el rostro ladeado. Bajo la tinta negra ensuciando su cabello, creyó ver vestigios blancos, y tuvo una corazonada de su relación con Rei, pero su cerebro fue incapaz de darle lógica.
—Como sea —suspiró ella—. Me parece que habrá que solucionarlo, ¿no crees?
—¿A qué te refieres?
—Vayamos a mi casa. Pasemos por una tienda de conveniencia para comprar algo de tinte y comida. Allí te ayudaré a aplicarlo bien.
Dabi la observó con suspicacia, a pesar de que hacía mucho tiempo había empezado a bajar la guardia junto a ella porque era inofensiva. Aceptó fingiendo hastío, fingiendo complacerla cuando la idea no le desagradaba.
Ninguno mencionó nada, pero sus corazones parecieron regocijarse en el simple hecho de recorrer el camino a casa juntos con los dedos —sus destinos— entrelazados.
¡Muchas gracias por leer!
N/A: Iba a ser solo una escena con Dabi y su cabello sucio, pero antes de darme cuenta ya tenía todo esto escrito.
Insisto, el romance con villanos no es lo mío porque no me van los chicos malos, pero hallé extrañamente entretenido escribir esto. De hecho, no me tardé ni una tarde en hacerlo y sentí cómo se engrasaban mis articulaciones oxidadas de escritura xD
Pronto traeré a Aizawa ^^
¡Espero tengan un gran día!
¡Plus Ultra! >.<
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